sábado, 5 de marzo de 2011

Capítulo 16

XVI
Narra Julia.

Estábamos a salvo. Justo cuando Michael y yo habíamos perdido por completo la esperanza, nos habían salvado. A medio camino hacia el encuentro con nuestro destino, caí profundamente dormida, alejándome así de la realidad, escudándome en mi subconsciente. 

No desperté hasta la mañana del 16 de Junio. Cuando abrí los ojos, me encontré con un techo blanco, y me levanté de un salto al no ver el cielo abierto y verdes árboles junto a mí. Me llevó casi 2 minutos el darme cuenta de que me encontraba sobre un incómodo asiento de avión, color azul. Reparé en el hecho de que cada movimiento que daba, desencadenada accesos de dolor en todo mi cuerpo. Me recosté, totalmente confundida, y pocos minutos después, pude sentir ardientes lágrimas cayendo sobre mi mejilla.

-          Oh, Dios mío. Has despertado –una mujer de cabello rubio y uniforme militar se acercó a mí y, con una sincera sonrisa en el rostro, comenzó a explicarme todo amablemente –Querida, estás a salvo. Estás en un avión con destino a Los Ángeles, rumbo a casa de tu singular amigo.

Michael. Escuchar su nombre me hizo incorporarme de golpe, ignorando el fuerte dolor que me recorrió la espina dorsal.

-          Tranquila, querida. Está durmiendo. ¿Por qué no esperas a que despierte? Al igual que tú, está muy confundido –dirigió una rápida mirada hacia el asiento en que Michael descansaba –Además, mientras tú dormías, se ocupó de la prensa y de ti. Has dormido demasiado, cielo, casi un día entero. Cuando llegamos a Miami, Michael ofreció una pequeña conferencia a la prensa, para demostrar que está más vivo que nunca, desmintiendo los rumores de su muerte. Michael habló después con sus padres, y acordaron que ustedes dos irían a Los Ángeles, donde se encontrarán con ellos. Michael no ha dormido casi nada. Siempre ha estado al pendiente de ti. Se nota a leguas que te tiene mucho cariño, linda.

Aquel comentario provocó una punzada de ternura en mi corazón.

-          Quisiera verlo –dije con un hilillo de voz.

La mujer, de nombre Rita, me tomó de la mano, y, sigilosamente, me guió a donde Michael descansaba. Dormía tiernamente, y el corazón se me encogió de ternura en cuanto lo ví. Silenciosamente, me senté a su lado, y comencé a acariciar suavemente sus manos y a retirar de su frente rebeldes mechones de cabello.

Al mirar con más detenimiento, observé que ambos seguíamos completamente sucios. Michael tenía manchas de barro en el rostro y su enredado cabello había crecido mucho en el plazo de una semana. Yo, tenía piquetes de insectos en todo el cuerpo, además de manchas en el rostro y brazos. Las ropas de ambos estaban hechas sucios jirones, y resultaban casi ofensivamente indecentes. Sin importarme lo que pudieran pensar quienes estuvieran cerca de nosotros, me acerqué a Michael y comencé a acariciar casi maternalmente su frente, con el inocente propósito de alejar los malos sueños. Me acurruqué a su lado y le tomé la mano. Al poco rato, arrullada por su calmada respiración, no tardé en quedarme dormida yo también.

Alrededor de una hora después, Rita se acercó a nosotros para despertarnos. Lentamente, abrí los ojos y me encontré con un soñoliento Michael bostezando y frotándose los ojos tan tiernamente como un niño. Me incorporé, sintiendo una punzada de dolor recorrer mi espalda y le ofrecí la mano a Michael, ayudándolo a levantarse.

Así, tomados de la mano, bajamos del avión, dispuestos a enfrentarnos con nuestro cada vez más cercano destino. Al poner un pie en tierra, un flagrante sol nos deslumbró y el fresco viento de Los Ángeles azotó nuestros rostros. Caminé por la pista de la mano de Michael, sintiendo una creciente preocupación y un avasallador miedo en mi corazón.

En el aeropuerto, la servicial y amable Rita nos guió a los sanitarios, donde nos ofreció un estuche con utensilios básicos de limpieza tales como un cepillo de dientes, crema dental y un peine.

-          Lo siento, pero es lo único que puedo ofrecerles por ahora –dijo Rita, al tiempo que nos ofrecía una sencilla muda de ropa a cada quien.

En la privacidad del baño, con las manos en la pared y la cabeza baja, repasé mentalmente todo lo que había vivido hasta ahora, y me preparé para lo que en pocas horas tendría que enfrentar.

Sin prisas, lavé mi rostro y eliminé la suciedad de mis brazos y piernas; me vestí con aquel corto vestido de corte recto sin mangas color blanco; me calcé aquellos lindos zapatos color negro, los cuales me quedaban al menos medio número más grandes; me cepillé repetidas veces los dientes, disfrutando inmensamente del sabor a menta de la crema dental. Peiné delicadamente mi cabello y, lo recogí en una sencilla coleta. Después de examinar mi imagen en el espejo por un largo tiempo, sin quedar satisfecha con lo que veía, deseché mis anteriores prendas y salí al pasillo.

Ahí me encontré con Michael, que vestía un pantalón de mezclilla  y una sencilla camisa a cuadros. Se veía más guapo que nunca. Su expresión se iluminó al verme, y me tendió la mano sin decir nada.

-          ¡Michael! –escuché que una voz aguda gritó desde lejos. Ambos nos giramos al mismo tiempo para ver a una niña de negros y rizados cabellos corriendo rápidamente en nuestra dirección.
-          ¡Janet! –respondió Michael al tiempo que soltaba mi mano y echaba a correr hacia ella.

Tiernamente, Michael la estrechó con amor en sus brazos, la cargó y comenzó a girar, murmurando repetidas veces su nombre. Pasado un momento, cuando Michael la depositó cuidadosamente en el suelo, me acerqué tímidamente.

-          Hola, Janet –murmuré al tiempo que le ofrecía la mano.
-          Tú debes ser Julia –Janet ignoró mi mano, y en su lugar, me abrazó por la cintura con una sinceridad increíble, dejándome sorprendida –Gracias por cuidar de mi hermano –dijo, y por toda respuesta, acaricié su mejilla.

Janet se alejó por un momento, examinándome de arriba abajo sin disimulo alguno. Yo comencé mi propio análisis también, pero me preocupé más que ella en ocultarlo.

Janet tenía aproximadamente 9 años; tenía un largo cabello lleno de rizos negros muy parecidos a los de Michael. Su rostro era agradable y curioso. “Será una mujer muy hermosa cuando crezca”, pensé. Sus ojos tenían la vida de dos chispas, y miraban en un curioso escrutinio todo lo que se ponía frente a ellos.

-          ¡Michael! –escuché una nueva voz que lo llamaba. Al voltearme pude ver a una mujer mayor, de alrededor de 45 años, que caminaba velozmente hacia Michael con los brazos abiertos y lágrimas de alegría rodando por sus mejillas.
-          ¡Katherine! –Michael abrió los brazos para recibir el cálido y amoroso abrazo de su madre y se abandonó al llanto sobre su hombro.

Segundos después, todos los hermanos y hermanas de Michael se habían congregado a su alrededor, riendo estridentemente, dando gracias a Dios, abrazando fuertemente a Michael, derramando alegres lágrimas, o, simplemente, mirándonos con curiosidad. El último en llegar fue un hombre de rostro duro y malhumorado: Joseph. Se limitó a palmear el hombro de su hijo y darle un abrazo al que califiqué de impersonal y casi frío.

Me alejé. Me sentía completamente fuera de lugar. Decidí darle a la familia el tiempo de reencontrarse, de hablar y de reírse. Me detuve a mirar un pequeño teléfono de monedas, sopesando la idea de hablarle a mi padre.

-          ¿Diga? –la siempre dura voz  de mi padre contestó al otro lado del auricular.
-          ¿Padre? Soy yo, Julia –dije, intentando reprimir el temblor en mi voz –Sí, soy yo. Estoy viva –dije, sabiendo que mi padre había perdido las esperanzas de encontrarme desde que se difundió la noticia del accidente.
-          ¿Julia? ¿Dónde estás, niña? –murmuraba entre titubeos.
-          En Los Ángeles, padre. Michael me llevará a su casa, y pasado un tiempo volveré a México. Estoy bien.
-          ¿Michael? ¿Qué Michael? –preguntó mi padre, haciéndome notar mi error.
-          Michael Jackson… También él sobrevivió. Sólo nosotros… Estamos bien, volveré pronto a casa –no sabía qué decirle. Nunca sabía qué decirle.

Después de una no muy larga, distante y seca plática, acordamos que le hablaría más tarde para fijar la fecha de mi regreso a México.

-          Familia, quiero presentarles a Julia –escuché la voz de Michael detrás de mí en cuanto colgué el teléfono con un suspiro.

En ese instante, los colores se me subieron a las mejillas y por un momento me sentí incapaz de voltear y enfrentarme al escrutinio de su familia.

-          Hola, Señor y Señora Jackson –comencé a decir, intentando reprimir los temblores de mi voz –Hola a todos.  

Una pregunta me cruzó como un rayo la mente al ver la dura expresión de Joseph, y se quedó permanentemente ahí: ¿Sería lo suficientemente buena ante sus ojos?

2 comentarios:

  1. Hi Julia... comosiempre el capitulo estuvo muy bello, Joseph, nada le parece bueno bah! es un estúpido... jajaja.. en fin todo estuvo muy lindo asi que espero rl siguiente que la intriga no es buena para mi jejeje.. con amor

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  2. Me encanta tu historia! Sigue muy pronto! :D
    Paola.

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