LI
(Parte
I)
Narra
Julia…
Dicen que la vida no es más que una enorme sucesión de accidentes. Dicen que la muerte no es sino el accidente más grande
de todos…
Recostada en aquella fría cama que
parecía extenderse hasta el infinito como un mar congelado, miraba al techo,
intentando desesperadamente deshacer el nudo en mi garganta. Un puñado de lágrimas me
nublaba la vista, y el dolor se abría paso por mi pecho, desgarrando y
destruyendo los últimos restos de fuerza que me quedaban.
Michael me miraba desde la puerta.
Así, cruzado de brazos y apenas capaz de sostener la mirada, me parecía más
vulnerable que nunca.
Cuánto deseé entonces salir
corriendo y perderme en sus brazos, sintiendo sus manos recorrer suavemente mi
rostro y su voz murmurar palabras de aliento en las que ninguno creía ya. Cuánto
deseé poder decirle todo aquello que no podría pronunciar jamás, todo aquello
que siempre supe, pero que él jamás adivinó.
Muy a mi pesar, dejé escapar un par
de sollozos. Sin haberme deshecho de aquel nudo en mi garganta, alcancé a
murmurar su nombre.
- Aquí
estoy –murmuró Michael. En su rostro se esbozaba la más pura preocupación –Aquí
estoy –se arrodilló junto a la cama, y tomó una de mis manos entre las suyas.
A través del millón de lágrimas que
derramaban mis ojos, pude vislumbrar su rostro. Su ceño fruncido en un
exquisito gesto de temor, sus pupilas dilatadas y sus labios tensos me
resultaron perfectos una vez más.
Recordé entonces el momento en que
le miré a los ojos por primera vez, cuando, temeroso, Michael me miraba desde
la sombra de una palmera. Lentamente, sus labios se tensaron en una inmensa
sonrisa, y supe, desde ese preciso instante, que terminaría cayendo en ese
abismo que se abría a través de sus ojos. “Amor”
Ahora, Michael me miraba a mí,
esperando anhelante a que le dedicara aquella sonrisa que ya había olvidado
cómo esbozar.
Me encontré reflejada en sus ojos, y
no pude reprimir un gemido de terror. Hasta entonces, había sido inconsciente
del paso del tiempo. Me parecía llevar una eternidad atada a aquella cama,
aunque no lograba recordar por qué. Negué efusivamente con la cabeza, negándome
a creer que el roto reflejo que encontré en ojos de Michael no era más que yo misma.
Me puse en pie, y más rápidamente de
lo que ambos pudiésemos haber pensado, llegué hasta el espejo, en un arranque
de imperiosa necesidad por confirmar los hechos. La sombra en el espejo me
devolvió el gesto incrédulo que le dediqué, y, lentamente, las lágrimas
comenzaron a aflorar de sus ojos oscuros.
Desde el espejo me miraba una Julia
de 15 años, con la esperanza rota brillando en los ojos. Mis ojos marrones, que
se movían de un lado a otro, nerviosos, me recordaron a un cervatillo. Un
cervatillo asustado, resignado.
-
¿Qué
me ha pasado? –susurré, aterrada, mientras pasaba un dedo por el frío espejo,
esperando así que mi reflejo se borrara.
Michael me dirigió un gesto
incrédulo a través del espejo. Frunció el ceño delicadamente, y me miró con una
mezcla de lástima y el más puro dolor en los ojos. Sin embargo, no respondió. Sus respiraciones
llenaban el aire, que me parecía denso, irreal. Incapaz de sostenerme la mirada,
Michael intentaba sonreír, a sabiendas de que lo único que lograba conseguir
era esbozar una mueca vacía.
Justo en el momento en que, a pesar
del letargo que me embargaba, comenzaba a acercarme a él para perderme una vez
más en su abrazo, la puerta se abrió con un rechinido. Michael no separó sus
ojos de mí, y, por tanto, no fue testigo de cómo Alexander entraba en la
habitación, cargando el peso del mundo sobre los hombros.
-
Hola
–murmuró a Michael, quien se limitó a ladear la cabeza –Hola –repitió, esta vez
a Janet. Con una punzada de culpa descubrí que me había olvidado totalmente de
ella.
Se detuvo a tres pasos de nosotros,
llevándose una mano al mentón, pensativo. Sopesaba seriamente la opción de
permanecer eternamente en silencio.
- ¿Cómo
está? –preguntó a Michael, casi ignorando el hecho de que yo también estaba
allí… o sabiendo de antemano que le daría una respuesta incorrecta.
De cualquier forma, no recibió
respuesta alguna. Nadie ahí parecía dispuesto a dejar escapar un suspiro.
-
Estoy
bien –murmuré al fin, pero el tono de mi voz no dejaba lugar a dudas. Aquel susurro
roto no convencía a nadie.
Y, naturalmente, no lo estaba. Levanté el
mentón, arrogante, y aquel mínimo gesto me destruyó. Bajo mis pies, el suelo
comenzó a abrirse, y antes incluso de ser consciente de que caía, los brazos de
Alexander ya me sostenían, justo a tiempo para evitar que cayese de bruces
contra la fría moqueta. Michael sólo miraba, inmóvil. Janet dejó escapar un
gritito ahogado, y segundos después, comenzaba a llorar, aterrada. En su afán
de escapar, arrojó mi viejo diario al piso, rompiendo en mil pedazos el denso silencio
que amenazaba con caer sobre nosotros. Un instante después, demasiado rápido
como para seguirla con la mirada, se escurría por la puerta.
Tanto Alexander como Michael
mantenían la vista clavada en aquel cuadernillo amarillento, como si ambos
creyesen que ocupaba un lugar que no le correspondía.
-
Janet
escribe por mí. Yo ya no puedo –expliqué, ganándome así una mirada confundida
de aquel par de hombres derrotados. Intenté parecer indiferente ante el hecho
de no tener fuerzas para sostener un lápiz, pero mi voz se quebró al terminar
la oración –Le dicto, y ella lo plasma todo ahí –y, entonces, por primera vez
en un millón de años, sonreí –A veces me mira, confundida, y yo me doy cuenta
de que he estado hablando en español.
Michael se adelantó dos pasos, y
recogió el diario del suelo, donde ha quedado abierto, invitando al mundo a
asomarse entre sus páginas. Intenté detenerlo, pero el temblor en mis rodillas
me impedía dar un paso. Me rendí entonces, y me desplomé en el sofá junto a mi
cama. Michael comenzó a hojearlo, y, pareciendo haber encontrado algo
interesante, se detuvo a leer. A juzgar por su gesto de dolor, más que
interesante, aquello era realmente doloroso. Lo cerró de golpe y lo abandonó en
la mesita de noche.
- Necesitaba dejártelo todo ahí –susurré,
mirando las diminutas motitas de polvo sobre la superficie de la mesa
–Necesitaba saber que no lo olvidarás nunca.
Michael levantó la vista del mar de
sábanas que cubrían la cama y me miró. En su mirada descubrí que, al igual que
yo, luchaba por deshacer el nudo que aprisionaba su garganta. Comencé a buscar
desesperadamente algún refugio, pues sabía que, de continuar mirándole a los
ojos, Michael descubriría el miedo escapándoseme en forma de lágrimas. Miré a
Alexander, a quien parecía aquejar un terrible dolor con el simple hecho de
estar parado ahí. Con una precisión cronométrica, me dirigía una mirada
derrotada cada cinco segundos.
- Casi
lo olvido –murmuró, para después tenderme una pequeña bolsita de papel –Te
traje esto.
Con manos trémulas, tome la bolsita,
y en su interior encontré un par de rosquillas, como las que, un año atrás, me
ofrecía por mi cumpleaños. Dios, tuve que morderme un labio para no llorar.
- Gracias
–alcancé a decir, esbozando la sonrisa más convincente que pude conseguir.
Alexander me dedicó una sombra de
sonrisa, y, después de murmurar algo acerca de La Toya, abandonó la habitación.
Michael me miraba, interrogante, y
después de enormes esfuerzo, alcancé a negar con la cabeza, dándole a entender
que el significado de aquel par de donas glaseadas estaba oculto para él. En
realidad, yo misma casi lo había olvidado.
Cerré los ojos un instante, apoyando
la cabeza sobre una mano. En aquel silencio se hubiera podido escuchar la caída
de un alfiler. Temí entonces que Michael pudiera escuchar mis pensamientos.
Suspiré, sabiendo que estaba dejando
escapar una buena cantidad de oxígeno, y cayendo de pronto en la cuenta de que
suspiros como aquel estaban destinados a terminarse.
- ¿Lo
escribiste todo, entonces? –preguntó Michael, con la vista puesta en aquel
cuadernillo –¿Por qué?
- No
lo sé –admití– Quizá quería asegurarme de que no me olvides tan fácilmente. Quería
que recordaras. Quería recordar…
No pude continuar. La voz se me
quebró como cristal. Entonces, como la más estúpida de las niñas, me eché a
llorar.
No sentí los brazos de Michael
rodearme hasta mucho después, quizá porque también él lloraba. Supe, desde el
momento en que rodeó mi trémulo cuerpo, que aquel abrazo era diferente a
cualquier otro…
Comprendí entonces que aquel era el último.
No sé si fue el temblor en las manos de Michael, o las lágrimas resbalando por
las mejillas de ambos; no sé si fue la fuerza con la que me sostenía entre sus
brazos, o la velocidad de sus respiraciones, pero lo cierto es que, en el
preciso instante en que Michael me miró a los ojos, supe que aquel abrazo no se
repetiría jamás.
Michael lo sabía también, él veía,
aterrado, cómo la vida se escapaba por mis pupilas, cómo la esperanza me había
dejado abandonada. Él lo sabía, y la certeza reflejada en sus ojos se dejó caer
con toda su demoledora fuerza sobre mí.
Me separé de él, creyendo estúpidamente
que la distancia aliviaría mi dolor. Me recosté en la cama, y me perdí en aquel
mar de sábanas blancas que constituían mi mundo ahora. Me propuse no dormir,
esperar a la muerte despierta, para así poder mirarla cara a cara y pedirle un
poco más de tiempo. Sin embargo, al poco tiempo mis párpados ya se cerraban,
evitando así que mis últimas lágrimas escaparan de mis ojos.
***
Esa
tarde me senté a velar su sueño, a escuchar cómo sus respiraciones se
debilitaban, a rogarle al tiempo que nos concediera un par de días más.
Cuando
estuve seguro de que Julia dormía profundamente, tomé su pequeño diario y lo
examiné. Su caligrafía redondeada había llenado poco más de la mitad de
aquellas páginas, haciéndose cada vez más irregular, hasta que, de pronto, en
el preciso instante en que sostener un lápiz se convirtió en un imposible, su
letra cambió por la de Janet.
La
primera página llevaba fecha del 09 de Junio de 1975. No pude evitar volver el reloj
atrás e imaginármela ahí, ajena a la realidad que la rodeaba, brillando como un
ángel de luz. La última página narraba lo ocurrido la tarde anterior. Lo había
escrito todo ahí. A diferencia de mí, ella probablemente recordaba cada segundo,
cada instante en que ambos fuimos felices. Para mí, tenerla a mi lado era tan
natural como respirar. Ahora, tendría que averiguar cómo seguir viviendo sin
ella.
Me
obligué a seguir leyendo hasta que las lágrimas nublaron mi vista, y letras
frente a mí se volvieron sombras ininteligibles. Entonces, incapaz de hacer
cualquier otra cosa, levanté la vista al cielo y comencé a murmurar súplicas
que, quizá, nunca llegarían a oídos de nadie. Me deshacía en ruegos, y me
destrocé la garganta intentando contener todos aquellos lamentos que, me
propuse, no soltaría jamás.
Horas
después, cuando la luz de la luna comenzaba a filtrarse por la ventana, sucumbí
al cansancio. Cerré los ojos, apretando fuertemente aquel diario entre mis
manos. Lo último que vi aquella noche fue a Julia, más pequeña y vulnerable que
nunca. Supe que, a pesar de todo, yo me veía igual.
<<Adiós>>,
murmuré entre sueños, y tuve que preguntarme si aquello era cierto…
Me he soltado en lagrimas....
ResponderEliminarQue triste.... triste, pero aun asi hermoso...
me fascino tanto este capitulo!
espero el siguinte con ancias c:
saludos
Sabirna
Dios Julia! esta capítulo ha sido tan triste!
ResponderEliminarPero te ha quedado magnifico, me ha encantado.
Espero que subas el siguiente pronto! muero por seguir leyendo!
Un abrazo para ti. <3
hola soy diana una nueva y fiel lectora me encanta tu nove es hermosa y me gusto mucho este capi siguela no la dejes plis ATTE DIANA...
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