domingo, 27 de febrero de 2011

Capítulo 13

XIII
Narra Michael.

Confusión. Quizá esa era la mejor palabra para describir mi estado de ánimo desde el día anterior. Confusión. ¿Qué había hecho? No, mejor aún: ¿Por qué lo había hecho? ¿Qué era ese poderoso impulso que sentía cada vez que sus negras y profundas pupilas conectaban con las mías? ¿Qué era aquella sensación de calidez cada vez que su mano se entrelazaba con la mía? ¿Era acaso amor? No. No podía ser amor. ¿O sí?

Jamás había sentido tantos sentimientos al mismo tiempo. Ella era capaz de hacerme sentir emociones que nunca había experimentado. Sentía alegría, había encontrado a una verdadera amiga. Pero también sentía miedo. Sentía miedo de dejarla ir, miedo de verla sufrir, miedo de sufrir sin ella a mi lado.  Pero el sentimiento que más espacio abarcaba en mi mente era uno totalmente desconocido por mí. No sabía qué era ese vuelco en mi corazón cada vez que la oía suspirar. No sabía qué era aquella necesidad de protegerla, de estar con ella a cada momento. No sabía, y, probablemente, no quería saberlo.

Aquella jovencita de largos y castaños cabellos ondulados, de ojos color caramelo, delicadas y hermosas manos, piel que parecía contener la luz del atardecer en ella y hermosa y suave voz  rondaba mi mente día y noche. Ella había invadido mi mente, sin darme oportunidad de pensar en nada más que en ella.

Su elegante y seductor caminar, sus encantadores gestos, sus sonrosadas mejillas habían ocupado mi mente por completo. Tenía miedo de seguir pensando de esa manera en ella, pero tenía más miedo aún de dejar de hacerlo.

¿Podía ser acaso que aquel ángel había hecho su hechizo en mí? ¿Podría yo, un simple mortal estar enamorado de aquella criatura de hermosos sentimientos? Imposible. Definitivamente imposible.

Haciendo uso de toda la fuerza de voluntad contenida en mi cuerpo, desterré aquellos pensamientos de mi mente. Yo no podía enamorarme. Simplemente, el amor no estaba hecho para mí. Admiración, un inmenso agradecimiento y una inquebrantable amistad era lo único que yo sentía por Julia. Traté con todas mis fuerzas de convencerme de que amistad y todos los sentimientos que en ella se incluían era lo único que sentía por ella.

-          Los extrañas mucho, ¿no es así? –preguntó de pronto, borrando súbitamente mis pensamientos, y yo asumí que se refería a mi familia.
-          Sí –admití –Espero con ansias el momento de salir de aquí, volver a abrazar a mis hermanos y de oír nuevamente la voz de Katherine, mi madre.
-          Tengo miedo, Michael. Tengo miedo de regresar. Miedo de sentirme sola y vacía de nuevo. No quiero sentirme así nunca más.
-          Nunca te sentirás así de nuevo, Julia. Siempre estaré a tu lado, aquí… –dije mientras señalaba su corazón con mi dedo índice.
-          Y aquí –dijo ella, señalando su propia sien.

En ese momento no pude hacer nada más que abrazarla, embargado por una ternura abrumadora. Sería ella quien siempre estaría conmigo. Me llevaría de la mano toda la vida, me guiaría por el buen camino siempre. Sería a ella a quien dirigiera unas palabras por las noches, rogando que pudiera escucharlas. Su tierna presencia estaría conmigo eternamente, como una misteriosa sombra unida a la mía. Sería por ella por quien intentaría ser una mejor persona cada día. Por ella, sonreiría todas las mañanas al levantarme y ver el sol, porque ella estaría viendo ese mismo sol. Miraría la luna todas las noches, comparando su etéreo brillo con el de sus ojos.  Ella sería el ángel que me acompañaría siempre, y lo único que me entristecía era que, aún cuando estuviera conmigo, en mi corazón, no podría verla. Me limitaría sólo a escuchar su dulce voz en los rincones más profundos de mi mente; a imaginármela corriendo por los verdes patios de Hayvenhurst; a sentir su invisible presencia hasta que llegara el momento de verla de nuevo. Sabía que la vería de nuevo.

Tiernamente, deposité un suave beso en su frente, intentando expresarle con ese simple gesto el torrente de emociones y sentimientos que desencadenaba en mí, aún a sabiendas de que no lo lograría nunca.

Recorrimos el cauce del pequeño arroyo, y, pasado un rato, Julia trepó ágilmente un pequeño árbol, invitándome a sentarme a su lado. No pude negarme, su tierna mirada me lo impidió. Sentados cómodamente en una larga rama de aquel árbol, platicábamos acerca de nosotros mismos, abriendo aún más nuestro interior. Así, cada día le permitía penetrar aquella dura coraza que había construido alrededor de mí mismo.

-          ¿Qué es lo que más disfrutas hacer? –espeté. En aquel momento una guerra de pulgares estaba en pleno desarrollo, y el perdedor tenía que responder a la pregunta del ganador.
-          Es fácil: bailar y actuar.
-          ¿Qué géneros de baile dominas? –pregunté, visiblemente interesado.
-          No me gusta presumir, pero bailar es mi pasión desde que tengo memoria, así que domino varios géneros: Ballet, Tango, Jazz, Danza Árabe, Flamenco y diferentes ritmos latinos. Aún así, siento que me falta mucho por aprender.
-          Impresionante.

Seguimos jugando… y volví a ganar.

-          ¿Te asusta la soledad? –en ese preciso momento el rostro de Julia me hizo desear no haber formulado nunca esa pregunta.
-          No. He vivido junto a ella toda mi vida, creo que ya me he acostumbrado a su compañía –dijo con una despreocupación tan impropia de ella que logró sorprenderme –Pero ahora que no estoy sola, me da miedo volver a estarlo.

Continuamos jugando un rato, y, a base de trampas, Julia ganó, después de casi 10 partidas perdidas.

-          Te dejaré ganar esta vez, pequeña tramposa. Soy generoso. Haz tu pregunta –reconocí cierta expresión en su rostro que me dejó saber que tramaba algo.
-          Bien. ¿Cómo es ella? Me refiero a la chica que hace que tu torpeza salga a relucir, la que te hace tartamudear. Ya sabes, la chica que te gusta –logró ponerme más nervioso de la cuenta y alcancé a ver un atisbo de satisfacción en su malicioso rostro.
-          No hay…
-          Si la hubiera –interrumpió –Si te gustara una chica. ¿Cómo sería ella?

Me detuve a pensarlo, mordiendo continuamente mi labio interior. Me había imaginado muchas veces a mi doncella, pero había ido cambiando con el tiempo. Justo ahora, me la imaginaba muy parecida a… Julia. Al darme cuenta de aquello, un nudo comenzó a formarse en mi garganta.

-          No lo sé –levanté los hombros, disimulando mi nerviosismo y ocultando mis pensamientos –Con el cabello castaño, supongo. Alta, delgada,  delicada, de ojos grandes…
-          Si, entiendo. Toda una belleza, ¿no es así? Altas expectativas que superar –torció el gesto y puso los ojos en blanco, desconcertándome. Acto seguido, con un ágil salto, abandonó su lugar a mi lado, cayendo al suelo con gracia -¿Nos vamos ya? Comienza a anochecer.

Durante todo el camino de vuelta, Julia caminaba con la cabeza baja, creando con el cabello una muralla que no me permitía ver su expresión. Adivinaba cansancio en su rostro, pero también  adivinaba que eso estaba muy lejos de ser la verdad. La actitud de Julia me desconcertaba cada día más. Podía sacar a relucir emociones opuestas con la velocidad de un parpadeo. Esa capacidad me confundía, pero al mismo tiempo me encantaba y conseguía aturdir mis sentidos al máximo.

Llegada la oscuridad, encendí una pequeña fogata, y me acurruqué junto al pequeño y menudo cuerpecito de Julia, cantándole tiernas canciones, cosa siempre le hacía sonreír, tal como a mí me gustaba.

-          Te quiero, Michael –dijo el pequeño ángel tras un largo momento de silencio.
-          Yo te quiero más.

viernes, 25 de febrero de 2011

Capítulo 12

XII

Narra Julia.

Al día siguiente, el clima empeoró notablemente, enormes nubarrones grises comenzaban a acumularse en el cielo y un viento cada vez más fuerte azotaba cruelmente la playa; un débil sol luchaba por abrirse paso entre la muralla de nubes en el cielo.

Michael  y yo nos adentramos en la selva, en busca de refugio, y pasamos todo el día ahí dentro.

La temperatura bajó abruptamente, obligando a Michael a encender una fogata para evitar que me congelara, ya que yo estaba acostumbrada a un clima mucho más cálido y soleado.

El aburrimiento comenzó a invadirnos, así que comenzamos a hacer cualquier cosa para entretenernos, desde imitar al otro hasta lanzarnos lodo. Aún me resultaba increíble el hecho de que ninguno de los dos era capaz de dejar de reír en presencia del otro.

-          Julia, si te pidiera algo, ¿sería demasiado? –dijo Michael visiblemente nervioso cuando yo no hacía más que mirar despreocupadamente la belleza a mi alrededor.
-          Eso depende, Mike –contesté con una ligera sonrisa, comenzaba a gustarme verlo sonrojado.
-          ¿Me enseñarías a hablar español? –soltó de repente, tomándome por sorpresa.
-          ¿Quieres aprender español? –fruncí el ceño, extrañada.
-          Me gustaría tener algo más en común contigo. Además, pienso que sería útil en el futuro –no entendía por qué, pero la mirada de Michael no me permitió negarme.
-          De acuerdo. Pero te haré una advertencia: no soy la mejor maestra del mundo. Espero no perder la paciencia contigo.

Así, comencé a enseñarle a Michael, sin saber muy bien cómo, lo más básico del idioma español. Empecé por enseñarle el sonido de las vocales y a formar palabras simples. También le enseñé la traducción al español de objetos simples cada vez que me lo pedía. Michael, curioso por naturaleza, quería saber más a cada momento. Preguntaba acerca de todo, al parecer quería saberlo todo de golpe. Me sorprendió su inteligencia y su increíble capacidad de memorizarlo todo rápidamente.

-          C-i-e-l-o –decía yo, articulando lenta y exageradamente.
-          Cielo –repetía Michael, haciéndome reír por su marcado acento.

Cuando Michael quedó satisfecho con lo que había aprendido, nos dedicamos a seguir conociéndonos. A cada momento, una nueva pregunta llenaba los silencios que se creaban entre nosotros y, así, continuábamos descubriéndonos cada día.

Fue ese día, en el que Michael y yo no hacíamos más que sentarnos uno junto al otro, hablando y riendo sin vergüenza, en que comencé a poner verdadera atención al aspecto físico de Michael.

Disimuladamente al principio, comencé a observar su hermoso cabello negro, lleno de preciosos rizos perfectamente definidos; me fijé en sus rasgos, finos y moldeados a la perfección, que le daban un aire amable y calmado a su rostro, el cual parecía tallado por los mismos ángeles. Sus labios eran perfectos, tenían el aspecto de dos pétalos de rosas, suaves y hermosos. El tono de su piel canela captaba la luz en el ambiente mágicamente, haciéndola resplandecer con bellos matices de color lo suficientemente bellos como para perder la noción del tiempo mirándola. Al llegar a sus ojos, todo a mi alrededor desapareció. Sólo estábamos Michael y yo, ni árboles, ni aves, ni mar. Nada. Quise quedarme eternamente mirando sus ojos. Esos ojos. Con seguridad los ojos más bellos que vería en mi vida. Su mirada, tan profunda como el cielo y más bella que cualquier flor en el mundo, tenía el poder suficiente para quitarle el aliento hasta al más bello ángel. Esas dos gotas color chocolate eran tan dulces como el mismo y tan atractivas como un imán.

Su mirada inevitablemente logró quitarme el aliento, y, al notar mi silencio y mi mirada fija en él, Michael me miró. Me sobresalté un instante, pero la fuerza de su mirada me mantuvo pegada a ella. Después de unos segundos, u horas, a mi parecer, sentí como el fuego subía por mis mejillas, obligándome a bajar la vista.

-          Ya estabas tardando –dijo Michael en tono burlón.
-          ¿Disculpa? –dije yo, tratando inútilmente de ocultar el rubor en mi rostro.
-          Ya habías tardado en sonrojarte. Al parecer debo preocuparme cuando no lo haces, ya que ese es tu estado natural.
-          Oh, claro. Sólo lo dices porque no quieres admitir que tú también te ruborizas. Y mucho –dije elevando una ceja, retándolo.
-          Y tú dices eso para no admitir que te pongo nerviosa. Aunque no te culpo, sólo mírame –elevó el rostro con fingida presunción.
-          ¡Tú no me pones nerviosa! –mentí. Desde que lo conocí, no había pasado ni un momento sin estar nerviosa por su presencia.
-          ¿Apostamos? –cruzó los brazos.
-          Apostamos –afirmé, haciendo uso de todo mi poder para sostenerle la mirada.

En ese momento, Michael tomó una actitud completamente diferente, casi seductora. Se mordió el labio inferior por un instante, y al siguiente, venciendo su propia timidez, se acercaba lentamente hacia mí, siempre mirándome fijamente a los ojos. Haciendo uso de todo mi valor, no retiré la mirada, aún cuando un irrefrenable miedo en forma de fuego consumía mi interior. Con una fuerza casi sobrenatural, mantuve mi rostro impasible, para sorpresa de Michael.

-          Bien. Ya veremos si esto no te pone nerviosa –dijo con una determinación impresionante en el rostro.

Lentamente, aún más lento que antes, Michael acercó su rostro al mío, destruyendo la distancia que nos separaba. Su rostro se acercó peligrosamente al mío, llegando al punto en que podía sentir su cálido aliento dando de lleno en mi cara, dejándome momentáneamente petrificada. No pude más. Me alejé. Huí.

-          Me rindo –dije, al tiempo que daba un paso hacia atrás y bajaba la cabeza, como un animal acorralado. El rubor golpeó mi rostro con mucha más fuerza, llenando mi rostro de un insoportable calor, y mi corazón latía fuertemente en mi sien.
-          Lo sabía. Perdiste de nuevo –dijo con un susurro, mirándome con una expresión distinta en la mirada. ¿Desilusión? No. Claro que no.

Michael se alejó aún más, dio un suspiro enorme, y caminó con dirección al arroyo, dejándome inmóvil en el lugar donde estaba. Aunque no le veía el rostro, adivinaba en Michael turbación. Si tanto le había costado, ¿por qué hizo lo que hizo? Caminé lentamente hacia el fuego, sin dejar de pensar en lo ocurrido.

No nos volvimos a dirigir la palabra hasta el momento de decir los ya típicos:

-          Buenas noches, Julia.
-          Buenas noches, Michael.

No me dormí inmediatamente, la confusión había tomado forma de insomnio. Caí en la cuenta de que temía por mi amistad con Michael. Temía porque sabía lo débil que era yo. Temía porque sabía que quizá después de salir de ahí, no lo volvería a ver nunca más, porque Michael no iba a ser fácil de olvidar, porque los momentos que había vivido a su lado vagarían siempre en mi memoria. Temía comenzar a querer ser algo más que su amiga. Temía comenzar a amarlo. No quería amarlo. No debía amarlo.

martes, 22 de febrero de 2011

Capítulo 11

XI
Narra Michael.

“La vida siempre espera situaciones críticas para mostrar su lado brillante”

Ahora podía comprender esa frase con total claridad. En aquel mágico lugar, donde la mayoría de las personas se encontrarían a sí mismos sufriendo, un pequeño ángel me había hecho ver más allá de lo que a simple vista se veía. Me había mostrado que la felicidad era más fácil de alcanzar de lo que yo mismo creía.

Julia. Esa pequeña jovencita de mirada triste me había ayudado a encontrar una salida a la tristeza. Me había salvado de perderme en mí mismo. Aquella niña de sonrisa encantadora y largas pestañas, sin saberlo, me daba las fuerzas para querer ser una mejor persona cada día. Llevaba apenas unos días conociéndola, pero la transparencia y bondad de su mirada hacían que, con sólo mirar sus ojos, supiera todo sobre ella. Después de cinco minutos, ya se había convertido en alguien especial.

Nunca había encontrado una persona que transmitiera tantos sentimientos con una sola mirada. Luego, llegó ella. Que con una mirada era capaz de encender una luz en la oscuridad de mi corazón, que podía llevarme al cielo cada vez que me miraba y al infierno cada vez que sus ojos derramaban lágrimas. Nunca había encontrado una persona que me inspirara tanto interés como ella, una verdadera amiga. Quería saberlo todo acerca de ella, y, al mismo tiempo, deseaba no saber nada, sólo para continuar conociéndola día a día.

Había vivido toda mi vida sin conocer el verdadero significado de la palabra amistad, y ahora Julia me la mostraba en todo su esplendor. Ahora, conocía la amistad. Julia me había enseñado que la amistad era confianza, entrega, cariño, lealtad, complicidad, empatía, comprensión… Pero también me había enseñado que la amistad tenía sus altibajos, en la amistad podía haber malentendidos, enfados, peleas y un largo etcétera. Aún así, ya estaba completamente seguro de que Julia sería mi amiga para toda la vida. Me veía corriendo tras de ella en 10 años, siendo aún más unidos que ahora, me veía envejeciendo junto a ella sin problema. Al llegar a ese punto, supe que ni yo era capaz de darme una idea de lo mucho que Julia significaba para mí.

-          Seguramente tu novio te extraña mucho –afirmé mientras ambos nos encontrábamos despreocupadamente frente al violento mar.
-          Si tuviera uno, probablemente así sería –dijo con una sonrisa en el rostro –Tu novia sí que debe extrañarte.
-          Si tuviera una, probablemente así sería –dije, usando sus mismas palabras.
-          ¿No tienes novia? ¡No puedo creer que Michael Jackson no tenga novia! –me miró con los ojos abiertos como platos.
-          Julia, mi nombre no tiene nada que ver con quién soy por dentro. Sé que piensas que por ser quien soy, tengo una fila de chicas detrás de mí que quieren estar conmigo, y probablemente así sea, pero llegará un momento en que dejaré de interesarles, muchas de ellas no ven más allá de mi rostro o de mi dinero. Eso no cuadra con mi definición de amor. El amor no acaba, al amor es eterno. Simplemente, espero a la chica adecuada, la que estará conmigo para siempre.

Realmente, yo no tenía idea de lo que significaba el amor. Nunca tuve un verdadero ejemplo del amor entre dos personas. Estaba seguro de que mi padre no amaba a mi madre, y las relaciones de mis hermanos con sus parejas dejaban mucho que desear. Sin una imagen clara acerca del amor, caminaba por la vida con la mente llena de cuentos de hadas. Estaba en espera de encontrarme con una damisela en apuros, para yo salvarla del encierro en la torre y vivir felices por siempre. Quizá era muy ingenuo, pero, para mí, el amor era tan simple como eso.

Con el lento pasar de los días, Julia se había creado la mala costumbre de subestimar sus propias acciones, comparándolas con las mías, tachándolas de “perfectas”.

-          Michael, dime algo que no sepas hacer –me preguntó justo después de haber encendido una pequeña fogata. No tuve que pensar por mucho tiempo.
-          Es fácil. No sé conducir, no sé cocinar, soy una vergüenza jugando basketball, y, para no hacer infinita esta lista, soy un desastre cuando de mujeres se habla.

Este último comentario desencadenó una serie de estridentes risas por parte de Julia, a las cuales, terminé uniéndome yo también.

-          Ahora dime: ¿Hay algo que no sepas hacer? –nuevamente, Julia comenzó a reír, ahora sin ganas, dejándome desconcertado, ¿tan poca autoestima tenía?
-          Hay muchas, muchas cosas que no sé hacer. No sé andar en bicicleta, no sé patinar… Soy muy mala contando chistes, recordando fechas… Soy un asco en los deportes “y, para no hacer infinita esta lista, soy un desastre cuando de hombres se habla” –dijo, imitando el tono de mi voz.

Ambos comenzamos a reírnos, y el sonido de nuestra risa resonó en todo el lugar. Cuando las risas de Julia se agotaron, una sensación de vacío me invadió. Tenía la necesidad imperiosa de escuchar esa risa de nuevo. Con ese propósito, inicié un ataque de implacables cosquillas hacia ella. Las risas brotaron de su boca nuevamente, llenando el lugar con su mágico sonido.

Por la noche, Julia me pidió que le cantara de nuevo, y algo en su mirada no me permitió negarme. Cuando le cantaba a ella, lo hacía con toda la intensidad y dedicación posibles, más aún que cuando pisaba un escenario. Tenía la necesidad de que supiera que, cualquier cosa que hiciera por ella, la haría con todo el amor del mundo.

Mientras veía dormir a Julia, no podía evitar sonreír, motivado por la ternura y serenidad en su aniñado y dulce rostro. Dejando correr libremente mis pensamientos, comprendí que la protegería de todo daño. Cuidaría de ella aún estando lejos. No podía concebir que una persona tan dulce y tierna, tan inocente y tímida pudiera sufrir tanto. Yo desterraría el dolor de su vida para siempre.

-          Te lo prometo, mi ángel –dije mientras, delicadamente, pasaba el dorso de mi mano por sus sonrosadas mejillas.

Después de aquello, me recosté, dispuesto a dormir, sintiendo aún la calidez de su piel en la mía. Cuando, por fin caí dormido, aquel pequeño ángel revoloteaba delicadamente, cual mariposa, inundaba mis sueños con su mágica luz, con su misterioso halo. En mis sueños, miraba su delicado y misterioso rostro, y una paz arrolladora me invadía cada vez que aquella celestial criatura conectaba sus ojos a los míos.

La dulzura de sus marrones ojos me dejó sin aliento, y logró que los latidos de mi corazón se aceleraran. Aún dormido, podía sentir mi corazón trotando precipitadamente, hecho que me desconcertó sobremanera. Cuando creí que mi corazón, instado por la bella y embriagadora mirada de Julia, no podía ir más rápido, el pequeño ángel logró que los latidos de mi corazón se detuvieran por un momento, para luego continuar su rápido palpitar. Lo logró con el simple hecho de decir:

-          Michael. Te amo.

Me desperté, totalmente desconcertado. Era un sueño. Maldita sea, era sólo un sueño. Un sueño y nada más.






Chicas!! :

Este es el primero de muchos (espero) capítulos narrados desde la perspectiva de Michael. Si estos capítulos se continuan publicando, depende de ustedes. Pueden votar en la encuesta del blog, que aparece en la parte superior del mismo. Este tipo de capítulos (narrados por Michael), de ser aceptados por ustedes, se publicarán en orden alternado a la narración de Julia.

 El objetivo de estos capítulos es darle un giro a nuestra historia y dar a conocer el pensamiento de Michael expresado por él mismo.

 Espero que este primer capítulo sea de su agrado. Les pido que comenten acerca de él y dejen sus sugerencias u opiniones.

 Les agradezdo a todas las chicas que dejan sus comentarios, los aprecio mucho, y a todos los que se toman el tiempo de leer esta historia.

Gracias y Besos!

domingo, 20 de febrero de 2011

Capítulo 10

X

“Michael, te quiero”. Esas palabras resonaban en mi cabeza con la estridencia de miles de campanas, haciéndome notar súbitamente cuán verdaderas eran. En un par de días, Michael se había ganado mi cariño. Él era el verdadero amigo que nunca tuve, era quien me impulsaba a seguir viviendo y a dar lo mejor de mí cada día. Michael, en dos días, se había convertido en todo para mí. Él no podría nunca darse una idea de lo mucho que significaba para mí. Me había salvado de perderme en mí misma. 

-          ¿Es verdad eso, Julia? ¿En verdad me quieres? –me miró con la ternura propia de un niño de 5 años mirando expectante a su madre.
-          Michael, ¿Cómo puedes siquiera preguntar eso? –tomé sus manos, en un espontáneo gesto de afecto, algo muy raro en mí –Por supuesto que te quiero, tonto. ¡Eres mi mejor amigo! No podría comenzar a mencionar todo lo que significas para mí, todo en lo que te has convertido en estos días. No puedes imaginarte el afecto que te tengo.

En ese momento, Michael destruyó la distancia que nos separaba y nos fundimos en un fuerte abrazo. En el momento en que ese abrazo tuvo lugar, los corazones de ambos también se fundieron. Cuando sus brazos me rodearon con un amor y una ternura casi paternales, descubrí que había encontrado la otra mitad de mi corazón.

-          Gracias. Julia, gracias –decía Michael luchando por reprimir las lágrimas. –No puedo creerlo. No puedo creer que hace 3 días me sentía triste y solo, y que ahora una enana de 15 años, después de unas cuantas palabras, algunas sonrisas y muchas lágrimas derramadas, haga que mi mundo se llene de alegría y color, aún en las situaciones más adversas. Gracias, Julia. Gracias por hacerme ver más allá de mi tristeza, por hacerme ver que ya no estoy solo, gracias por ofrecerme tu amistad incondicional y desinteresada. No tengo palabras –acerqué lentamente mi mano a su delicado rostro y, con el borde de mi dedo índice, tiernamente, borré una lágrima que caía por su mejilla –Yo también te quiero. Te quiero mucho, Julia.

Sus palabras desencadenaron fuertes sentimientos en mí. Desde euforia hasta cohibición. Las lágrimas batallaban por hacerse presentes en mi rostro.

-          Bueno, basta de lágrimas por hoy. Me parece que ya hemos llorado mucho. Ahora, propongo disfrutar lo más que se pueda nuestra estancia aquí –Michael me miraba extrañado mientras se secaba los últimos rastros de lágrimas con el dorso de la mano.
-          ¿Estoy escuchando bien? ¿Acaso tú, aquella llorosa jovencita inflexible a enfrentar su destino, me dice ahora que quiere disfrutar su estancia en este “pedazo de infierno”? –la sonrisa en su rostro se hacía cada vez más grande.
-          He decido aceptar lo que venga –dije con un suspiro –El destino es el destino, y si ha decidido ponernos aquí, juntos, por algo será. No nos queda más que aceptarlo y tratar de vivir al máximo cada momento.
-          ¿Quién eres y qué has hecho con Julia? -dijo entre risas -No te pareces en absoluto a aquella jovencita de ojos tristes que ví por primera vez aquí.

Sin tener noción alguna del tiempo, comenzamos a hablar de trivialidades. Yo comenzaba a ver el mundo a través de los ojos de Michael, y él, veía el mundo a través de los míos. En el fondo de mi corazón, yo espera que, con el tiempo, nuestras visiones se hicieran una sola.

Pasado un rato, yo no hacía más que pensar, mirando el atardecer y escuchando el canto de las aves. Michael estaba recostado mirando inocentemente el cielo.

-          ¡Vamos a jugar! –Michael adoptó una mirada juguetona y yo no pude reprimir una risa.
-          ¿Jugar? ¿Qué quieres jugar? –le miré enarcando una ceja.
-          No sé. Quizás a esto –dijo Michael mientras me propinaba un fuerte empujón, al tiempo que se levantaba y salía corriendo con una inmensa sonrisa en el rostro.

Al instante me levanté y eché a correr detrás de Michael, que corría con la rapidez y elegancia de una gacela. Corrí detrás de él, mientras nuestras risas empapaban el ambiente. Cada vez que uno de nosotros reía, nuestra amistad se reforzaba, se hacía indestructible a cada momento. Michael comenzó un letal ataque de implacables cosquillas hacia mí, y, en el suelo e incapaz de dejar de reír, no tuve más opción que rendirme. 

Jugamos como niños durante horas. Después, el cansancio me obligó a parar, no sin tener que soportar las burlas de Michael acerca de mi “falta de condición”.

-          ¿Michael? –dije casi en un susurro después de un buen rato de estar sentada junto a él.
-          ¿Sí, pequeña? –giró su vista hacia mí y me inundó con la calidez de su mirada.
-          ¿Me cantarías algo? –dije tímidamente sintiendo como mis mejillas comenzaban a sonrojarse.
-          ¡Por supuesto! –se situó frente a mí -¿Qué quieres escuchar?
-          Lo que tú quieras cantarme –sonreí ampliamente, pensando en la suerte que tenía. Michael Jackson iba a cantarme algo. Sólo para mí.

Michael se mordió el labio inferior, ocasionando un escalofrío en mí que me desconcertó. Después de poco pensarlo, Michael comenzó a cantar una canción desconocida para mí. Según Michael, se llamaba You Are There.
   
You are there like the laughter of a child
when I need just a smile.
Suddenly, the sun shines for a while...
   
Continuó cantando, pero me ví perdida en la belleza de su voz, que era capaz de transportarme y hacerme sentir emociones como nunca antes. Me perdí en las bellas notas que Michael entonaba, hermosas como un rayo de sol y mágicas como la risa de un niño. Entonando unas cuantas estrofas, Michael iluminó la oscuridad de la noche y colocó una sonrisa en mi rostro. Su voz se asemejaba al canto de las aves, a las risas de un niño y al repicar de una campana, todo en uno, provocando escalofríos en mí, causados por la admiración repentina que sentí.

Just because you’re there
like a rainbow after rain,
like the night follows day.
You are the answers to the prayers I say...

Continuó cantando aquella hermosa canción que había logrado llegar al punto más profundo, frío y solitario de mi corazón.

Cuando terminó apenas pude emitir palabra. Me había dejado extasiada.

-          Y bien, ¿qué te pareció?
-          ¿Bromeas? Me ha encantado. Cantas hermoso, Michael. Nunca había escuchado a alguien cantar así. –Michael comenzó a sonrojarse.
-          Gracias –dijo con un hilillo de voz.
-          ¿Me cantarías otra vez? –pregunté pestañeando repetidas veces, en un pícaro gesto.
-          Las veces que quieras, pequeña.

Así, Michael comenzó a cantar, con la misma expresión en la voz que me hacía estremecer. Me acurruqué junto a Michael, y, arrullada por su bello canto y su dulce aroma, no tardé en quedarme profundamente dormida.

En mis sueños, revivía los hermosos momentos que había pasado con Michael. Y cuando desperté al día siguiente, no pude evitar sentirme culpable. Me sentía mejor en este “pedazo de infierno” que en mi hogar. No pude contener tampoco el cruel pensamiento de que quizá esto era lo mejor que me había pasado en la vida.