domingo, 6 de febrero de 2011

Capítulo 3

III

“09 de Junio de 1975. Definitivamente era una fecha para recordar.” Ese fue uno de mis últimos pensamientos.

En la vida hay ocasiones en las que lo imposible se vuelve posible, en que lo increíble se vuelve común y corriente.  Esas son situaciones extraordinarias. Y lo desconocido siempre es extraordinario.

La muerte. Muchas personas la describen como un eterno estado de paz. Otros dicen que es un lugar, un lugar libre de sufrimiento y dolor. Hay quienes dicen que es lo mejor que puede pasarte, después de la vida. Para mí, la muerte era algo inminente, un inevitable y eterno estado de calma, una calma tal vez dolorosa, quizá la muerte no era más que una cárcel fría y oscura de la que nunca podrías escapar. No sabía mucho acerca de la muerte, sólo sabía que no quería morir sin haber hecho algo por el mundo. Y hasta ese día, a mis escasos quince años, no había hecho nada.

Cuando un dolor intenso se apoderó de mí, me pregunté si estaba viva o era que la muerte era algo demasiado doloroso como para soportarlo. Vino un dolor más fuerte, tan fuerte, que hizo que la oscuridad que me rodeaba se volviera más fría y hostil de lo que ya era, quitándome por completo la capacidad de pensar. Me sumí lentamente en un profundo abismo, y temí no poder salir nunca.

Desperté. En contra de todos mis pronósticos, desperté. No pude abrir los ojos, o mover parte alguna de mi cuerpo, pero estaba despierta. Podía sentirlo. Podía sentir un fuerte viento frío rozando mi cara, podía sentir la textura de la arena bajo mi cuerpo y grandes gotas de lluvia cayendo sobre mi cuerpo. Pero lo que me convenció, en realidad, fue que podía sentir dolor. El mismo dolor que me había sumido en el vacío me había sacado de éste. Era un dolor seco, que me mantenía inmóvil en el suelo, que me mantenía con los ojos cerrados, pero los sentidos alerta. Todo dolía, dolía moverme, dolía respirar, pero lo que dolía más era saber que estaba ahí, sola, en un lugar extraño, y probablemente era la única ahí.

Decidí quedarme donde estaba, no esforzarme demasiado. Obligué a mi cuerpo acostumbrarse al fuego que abrasaba mi garganta cada vez que respiraba, al dolor que sentía en todo mi cuerpo. Me obligué a ser fuerte.

No sé cuánto tiempo me quedé ahí, recordando. Intenté recordar lo que había pasado, pero en mi mente sólo veía imágenes borrosas, llenas de miedo, de dolor. De muerte. Comencé a llorar, en ese momento me dí cuenta de que no lloraba por mí, sino por todas esas personas que habían muerto. Personas que, como yo, se dirigían a reencontrarse con su familia, personas que buscaban viajar para escapar de su vida, personas que no verían la luz del sol nunca más, ni volverían a oír el canto de las aves al amanecer.

Decidí que, por más que doliera, no me quedaría ahí esperando a la muerte, era más que evidente que vendría por mí ahora. Lenta y esforzadamente me levanté, abrí los ojos e inmediatamente deseé no haberlo hecho.

Frente a mí se extendía la escena más terrible que cualquier ser humano puede presenciar. Cuerpos destrozados e inmóviles yacían en el mar, pedazos de avión aún en llamas flotaban inertes sobre el agua, había también algunos cuerpos esparcidos por la playa. Cerré los ojos, pero esa imagen me perseguía.

Comencé a llorar más fuerte aún. ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué tenían que pasar cosas así? ¿Por qué? Me lamenté por todas esas personas, por sus familiares, amigos, espos@s, hijos, y al final, me lamenté por mí. ¿Qué había hecho para merecer tanto dolor?

Abrí los ojos de nuevo, queriendo creer que todo aquello era sólo producto de imaginación, que era sólo una pesadilla, pero al encontrarme con la misma imagen no pude evitar pensar que la pesadilla continuaba, que quizá no acabaría nunca.

En esos momentos, el dolor físico que sentía dejó de importar, sólo me importaba el dolor que sentía mi corazón. Un dolor que tal vez nunca se iría, que siempre estaría acechándome por las noches, que oprimiría mi corazón con una fuerza insoportable cada vez que recordara lo ocurrido. Caí en la cuenta de que quizá nunca saldría de ahí, que no sabía dónde estaba, y que probablemente estaba sola.

Definitivamente esto era una pesadilla, una pesadilla que podía extenderse por siempre.

Mirando hacia el mar, sin mirar en realidad, pensé en que no me rendiría, tenía que salir de ahí, de ese dolor, de esa pesadilla. No podía permitirme ser una víctima permanente de un dolor insoportable, que podía enloquecerme. Lentamente y con mucho esfuerzo me puse de pie, mirando hacia el mismo punto indefinido en el espacio.

Cuando estuve bien plantada en el suelo, miré hacia atrás, para ver el pedazo de infierno en el que había caído, y lo que me encontré hizo que la fuerza en mis rodillas fallara.

-          No puede ser –dije.

A pocos metros de mí, yacía un joven ensangrentado, sucio y con la camisa color rojo rota. Respiraba.

2 comentarios:

  1. Esta novela esta super interesante!!
    siguela pronto, porque me muero de intriga con la ultima parte :S
    aunque ya se quien es xD

    exelente trabajo...
    recien encontre tu novela, y te felicito... tiene eso que te envuelve al instante :)

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  2. Julia... Que placer poder leer una novela así! Te felicito por tu trabajo, lo haces de una forma excelente!

    Quiero mas capítulos!!!!

    Muchos besos!

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