viernes, 25 de febrero de 2011

Capítulo 12

XII

Narra Julia.

Al día siguiente, el clima empeoró notablemente, enormes nubarrones grises comenzaban a acumularse en el cielo y un viento cada vez más fuerte azotaba cruelmente la playa; un débil sol luchaba por abrirse paso entre la muralla de nubes en el cielo.

Michael  y yo nos adentramos en la selva, en busca de refugio, y pasamos todo el día ahí dentro.

La temperatura bajó abruptamente, obligando a Michael a encender una fogata para evitar que me congelara, ya que yo estaba acostumbrada a un clima mucho más cálido y soleado.

El aburrimiento comenzó a invadirnos, así que comenzamos a hacer cualquier cosa para entretenernos, desde imitar al otro hasta lanzarnos lodo. Aún me resultaba increíble el hecho de que ninguno de los dos era capaz de dejar de reír en presencia del otro.

-          Julia, si te pidiera algo, ¿sería demasiado? –dijo Michael visiblemente nervioso cuando yo no hacía más que mirar despreocupadamente la belleza a mi alrededor.
-          Eso depende, Mike –contesté con una ligera sonrisa, comenzaba a gustarme verlo sonrojado.
-          ¿Me enseñarías a hablar español? –soltó de repente, tomándome por sorpresa.
-          ¿Quieres aprender español? –fruncí el ceño, extrañada.
-          Me gustaría tener algo más en común contigo. Además, pienso que sería útil en el futuro –no entendía por qué, pero la mirada de Michael no me permitió negarme.
-          De acuerdo. Pero te haré una advertencia: no soy la mejor maestra del mundo. Espero no perder la paciencia contigo.

Así, comencé a enseñarle a Michael, sin saber muy bien cómo, lo más básico del idioma español. Empecé por enseñarle el sonido de las vocales y a formar palabras simples. También le enseñé la traducción al español de objetos simples cada vez que me lo pedía. Michael, curioso por naturaleza, quería saber más a cada momento. Preguntaba acerca de todo, al parecer quería saberlo todo de golpe. Me sorprendió su inteligencia y su increíble capacidad de memorizarlo todo rápidamente.

-          C-i-e-l-o –decía yo, articulando lenta y exageradamente.
-          Cielo –repetía Michael, haciéndome reír por su marcado acento.

Cuando Michael quedó satisfecho con lo que había aprendido, nos dedicamos a seguir conociéndonos. A cada momento, una nueva pregunta llenaba los silencios que se creaban entre nosotros y, así, continuábamos descubriéndonos cada día.

Fue ese día, en el que Michael y yo no hacíamos más que sentarnos uno junto al otro, hablando y riendo sin vergüenza, en que comencé a poner verdadera atención al aspecto físico de Michael.

Disimuladamente al principio, comencé a observar su hermoso cabello negro, lleno de preciosos rizos perfectamente definidos; me fijé en sus rasgos, finos y moldeados a la perfección, que le daban un aire amable y calmado a su rostro, el cual parecía tallado por los mismos ángeles. Sus labios eran perfectos, tenían el aspecto de dos pétalos de rosas, suaves y hermosos. El tono de su piel canela captaba la luz en el ambiente mágicamente, haciéndola resplandecer con bellos matices de color lo suficientemente bellos como para perder la noción del tiempo mirándola. Al llegar a sus ojos, todo a mi alrededor desapareció. Sólo estábamos Michael y yo, ni árboles, ni aves, ni mar. Nada. Quise quedarme eternamente mirando sus ojos. Esos ojos. Con seguridad los ojos más bellos que vería en mi vida. Su mirada, tan profunda como el cielo y más bella que cualquier flor en el mundo, tenía el poder suficiente para quitarle el aliento hasta al más bello ángel. Esas dos gotas color chocolate eran tan dulces como el mismo y tan atractivas como un imán.

Su mirada inevitablemente logró quitarme el aliento, y, al notar mi silencio y mi mirada fija en él, Michael me miró. Me sobresalté un instante, pero la fuerza de su mirada me mantuvo pegada a ella. Después de unos segundos, u horas, a mi parecer, sentí como el fuego subía por mis mejillas, obligándome a bajar la vista.

-          Ya estabas tardando –dijo Michael en tono burlón.
-          ¿Disculpa? –dije yo, tratando inútilmente de ocultar el rubor en mi rostro.
-          Ya habías tardado en sonrojarte. Al parecer debo preocuparme cuando no lo haces, ya que ese es tu estado natural.
-          Oh, claro. Sólo lo dices porque no quieres admitir que tú también te ruborizas. Y mucho –dije elevando una ceja, retándolo.
-          Y tú dices eso para no admitir que te pongo nerviosa. Aunque no te culpo, sólo mírame –elevó el rostro con fingida presunción.
-          ¡Tú no me pones nerviosa! –mentí. Desde que lo conocí, no había pasado ni un momento sin estar nerviosa por su presencia.
-          ¿Apostamos? –cruzó los brazos.
-          Apostamos –afirmé, haciendo uso de todo mi poder para sostenerle la mirada.

En ese momento, Michael tomó una actitud completamente diferente, casi seductora. Se mordió el labio inferior por un instante, y al siguiente, venciendo su propia timidez, se acercaba lentamente hacia mí, siempre mirándome fijamente a los ojos. Haciendo uso de todo mi valor, no retiré la mirada, aún cuando un irrefrenable miedo en forma de fuego consumía mi interior. Con una fuerza casi sobrenatural, mantuve mi rostro impasible, para sorpresa de Michael.

-          Bien. Ya veremos si esto no te pone nerviosa –dijo con una determinación impresionante en el rostro.

Lentamente, aún más lento que antes, Michael acercó su rostro al mío, destruyendo la distancia que nos separaba. Su rostro se acercó peligrosamente al mío, llegando al punto en que podía sentir su cálido aliento dando de lleno en mi cara, dejándome momentáneamente petrificada. No pude más. Me alejé. Huí.

-          Me rindo –dije, al tiempo que daba un paso hacia atrás y bajaba la cabeza, como un animal acorralado. El rubor golpeó mi rostro con mucha más fuerza, llenando mi rostro de un insoportable calor, y mi corazón latía fuertemente en mi sien.
-          Lo sabía. Perdiste de nuevo –dijo con un susurro, mirándome con una expresión distinta en la mirada. ¿Desilusión? No. Claro que no.

Michael se alejó aún más, dio un suspiro enorme, y caminó con dirección al arroyo, dejándome inmóvil en el lugar donde estaba. Aunque no le veía el rostro, adivinaba en Michael turbación. Si tanto le había costado, ¿por qué hizo lo que hizo? Caminé lentamente hacia el fuego, sin dejar de pensar en lo ocurrido.

No nos volvimos a dirigir la palabra hasta el momento de decir los ya típicos:

-          Buenas noches, Julia.
-          Buenas noches, Michael.

No me dormí inmediatamente, la confusión había tomado forma de insomnio. Caí en la cuenta de que temía por mi amistad con Michael. Temía porque sabía lo débil que era yo. Temía porque sabía que quizá después de salir de ahí, no lo volvería a ver nunca más, porque Michael no iba a ser fácil de olvidar, porque los momentos que había vivido a su lado vagarían siempre en mi memoria. Temía comenzar a querer ser algo más que su amiga. Temía comenzar a amarlo. No quería amarlo. No debía amarlo.

4 comentarios:

  1. O_________O woooooo...enceriooo ete capitulo me dejoo O_O cuandoo michael se acerco a JUlia casi me muero cunado ya estaban muy cerca juraba que se iban a besarr pero noo ¬¬ xDD....peroo buenooo....SIGELOOO LO AMEEE....!!!

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  2. AAAAAAAHHHHHHHHHH!!!!!!!!!!!!!!!!!!!! ACABO DE MORIR Y RESUCITAR VARIAS VECES!!!!!!!!!!!!

    ME ENCANTOOOOOOOOOO!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!

    HERMOSO JULIA!!!!!!! SIGUELO PRONTO!!!!!!

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  3. Me encanta... Y qué pícaro Michael!! Jejeje un beso nena! :)

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