martes, 28 de junio de 2011

Capítulo 33

XXXIII

Magia pura.

Ser arrancada dulcemente de mis más profundos sueños por el reconfortante sonido de los delicados nudillos de Michael al golpear la puerta fue como… magia.

Encontrar aquel deslumbrante par de ojos marrones escrutando mi soñolienta expresión, endulzando con su cálida luz los principios de un nuevo día era simplemente, y eclipsando con su brillo al sol que intentaba alzarse sobre el horizonte… magia.

Y sentir sus manos ciñéndome a él, rodeándome con fuerza, capturándome, y el poder enloquecerme con la indescriptible dulzura de su aroma, mientras las manecillas del reloj se detenían, estancadas contra mi propia felicidad… era magia.

Magia. Y Michael sabía exactamente cómo y cuándo hacer uso de ella. Porque precisamente en él residía la fuente de aquella magia. En el brillo de sus preciosas pupilas, en los exquisitos bordes de sus delicadas facciones, en el perlado resplandor de su sonrisa, en la radiante alegría que desprendía a cada paso, a cada respirar.

Magia.

-         Pareciera que un tornado gigante hubiera arrasado con todo por aquí –bromeó Michael, sonriendo ligeramente, mientras yo recogía el desastre que mi infantil desesperación había causado la noche anterior.

Detrás de la juguetona y vivaz expresión en el rostro de Michael, se escondían unas irrefrenables ganas de detener el tiempo, de retrasar el reloj, de volver a aquellos tiempos en que nuestra soledad era nuestra mejor compañía, cuando ser feliz era tan fácil como respirar, incluso en la más inverosímil de las circunstancias. Porque viajábamos directo a la avalancha de problemas que amenazaba con sepultarnos, incapaces de hacer lo contrario.

Y, como siempre me sucedía cuando tomaba de la mano a Michael, el tiempo pasó frente a mis ojos sin que yo lo notase, sin que mis vanos intentos por regresar a Tierra funcionaran. Cuando escapé de mi musaraña de ensoñaciones, Michael me miraba con el ceño fruncido, esperando a que le diera al conductor del taxi indicaciones.

Después de 20 minutos dedicados a mirar por la ventana sin mirar en realidad, llegamos al bullicioso aeropuerto, donde Michael compró un par de boletos para el siguiente vuelo a Los Ángeles. Ya estábamos listos para lanzarnos directo al abismo, sin paracaídas.

-          ¿Tienes miedo? –espetó, sentado junto a mí en el avión una hora después. Aquello sonaba más como una afirmación que como una pregunta.
-          No –negué. Y era verdad.

No tenía miedo. Estaba completamente aterrada.

Ninguno de los dos queríamos admitir que no queríamos llegar a Los Ángeles, que temíamos encontrar un Joseph más molesto que nunca. Michael no quería admitir que no sabía cómo enfrentar al monstruo de la fama conmigo a su lado, que yo no era más que la causa de su montaña de mil problemas. Y yo no quería admitir que quizá ese monstruo era mucho más fuerte que ambos, que mis primitivos instintos de supervivencia podían activarse en cualquier momento… No quería aceptar que podía terminar huyendo.

Y me miró entonces, como sólo él sabía hacerlo. El aire que me rodeaba se tornó insoportablemente caliente, y, en el transcurso de una idea demente, me pareció que, en vez de encontrarme sentada en aquel ruidoso avión comercial, me encontraba flotando entre las nubes, impregnada por la cálida luz que los ojos de Michael despedían.

Michael me miró como si un dolor lacerante lo atacara si no lo hiciera. Me miró como si estuviera presenciando la realización misma de cada uno de sus sueños. Y yo me deleité en la loca idea de que, quizá, así era. La sensación de completa alegría que me invadió cuando pensé que, quizá, la felicidad de Michael residiera en mí fue… abrumadora. Como intentar ser feliz en plena realización de un pecado capital. Porque intentar creerlo me parecía exactamente eso: un pecado.

Cuando, al cabo de un rato, Michael me sacaba del Paraíso al tiempo que cerraba sus ojos, se dedicó a dormitar cómodamente a mi lado. Entonces, mientras miraba superficialmente por la ventana, dí rienda suelta a mis ya desbocados pensamientos…

Resultó casi aterrorizante pensar el gran embrollo en que ambos nos encontrábamos. Aquella dependencia enfermiza, aquella demoledora necesidad del otro… era una locura. Una obra en progreso de dos completos lunáticos. Pero ya no había vuelta atrás. Y casi agradecí aquello.

En aquella frágil burbuja de fantasías era feliz. Porque Michael estaba en ella también. Él mismo había creado aquella burbuja. Fuera de ella, había cientos de problemas, y miles de dudas y miedos. Dentro, sólo había felicidad.

La fuente de mi absoluta felicidad se encontraba latiendo a mi lado, durmiendo cómodamente con una expresión de paz profunda grabada en sus exquisitas facciones. Mi felicidad pendía de un hilo, caminaba insegura por una cuerda floja suspendida en el techo del mundo, porque bastaría un “Adiós” o un “Vete” para que esa felicidad se viera transformada en una inmensurable, enorme, e indeciblemente profunda tristeza.      

El problema de que mi felicidad residiera en Michael era precisamente ése… Michael no estaría aquí siempre. Y yo no era la mejor compañía sobre este planeta. Yo, una insignificante niñita boba de unos miserables 1.50 metros, miedosa hasta la médula, enamorada locamente de su ídolo, apenas capaz de hablar sin ruborizarme. Estaba plagada de defectos, de inseguridades, y Michael bien podía despertar un día, y decidir que yo no era lo que quería de la vida. ¡Y hubiera sido perfectamente aceptable!...

-          Cuéntame sobre tu madre, por favor –la soñolienta voz de Michael, siempre cordial, me sacó bruscamente de mi mar de pensamientos. Me sorprendió tanto que estuviese despierto que tardé un momento en responder.
-          Pues, en realidad no sé mucho –comencé, titubeante, aún conmocionada –Mi padre se negaba a hablarme de ella –Michael permanecía con los ojos cerrados, escuchando con atención, y yo lo miraba, sin saber qué decir –Era española. Mis padres se conocieron en un viaje que él hizo a Madrid. Eran jóvenes, y pronto se enamoraron. Se casaron poco después de conocerse, y decidieron vivir en México. Se amaban mucho, eran algo parecido a “la pareja perfecta”… De ese matrimonio fugaz nací yo meses después… y ya conoces el resto de la historia.

Silencio. Un silencio frío y denso cayendo encima de nosotros. Un silencio tan profundo que podía escuchar los arrítmicos latidos de mi corazón, y la acompasada respiración de Michael golpeándome de lleno con sus cálidas exhalaciones.

Una ola de recuerdos que venía con aquel silencio me golpeó de repente, y me estremecí ante la vívida imagen de mi padre.

Michael tomó entonces mi mano con su característica suavidad, y comenzó a dibujar invisibles círculos infinitos sobre su dorso con sus delicados dedos. Se llevó cada resto de sufrimiento al contacto con mi piel helada, barrió la tristeza que me cubría con sus esbeltos dedos. Y cuando empezó a tararear una cancioncilla de ritmo lento, su magia volvió a obrar sobre mí. Desafiando a mi voluntad, la voz de Michael me acariciaba suavemente, sedándome, haciéndome caer lentamente en un estado de profundo letargo.

Sueño. Un pequeño escape a la realidad inducido por un príncipe de perfecta voz aterciopelada. Un príncipe que últimamente había tomado por hábito el mirarme de reojo, frustrando mis deseos de mirarle eternamente.   

Y me sentí bendecida entonces, al notar que ni en mis más profundos sueños Michael me dejaba escapar. Su influencia, su avasallador poder había llegado a ser tan grande, que si cerraba los ojos, lo único que veía era a él. Porque había entrado sin ser invitado a mi mente, y, al parecer, planeaba quedarse eternamente ahí. Michael habitaba mi mente, danzaba describiendo interminables círculos por cada empolvado y oscuro recoveco de mi cabeza, merodeaba despreocupadamente, sabiéndose dueño de todo cuanto ahí había. Michael había librado una encarnizada batalla con los nativos pensamientos oscuros, con la tristeza y la siempre presente soledad… y había ganado. Había proclamado la victoria adueñándose de cada uno de mis pensamientos, de cada triste memoria, de cada desesperado grito de auxilio, convirtiéndolos en cavilaciones dedicadas exclusivamente a él.

Sueño. En aquel momento, una bendición. Una bendición saber que ni en sueños el cálido brillo del par de estrellas que eran los ojos de Michael dejaría de proyectar su fulgor sobre mí.

Y al despertar de mi breve siesta, aquel miedo enfermizo de perderle me atacó de nuevo. Porque bastaba una mirada para hacerme soñar con la eternidad, con lo imposible.

Me pareció aún más enfermizo el hecho de saber que aquello no era para siempre, y que, quizá, estaba próximo a terminar.

Hasta entonces, había vivido a su lado sabiendo que aquello tenía fecha de expiración. En el momento en que Michael y yo nos tomamos de la mano por primera vez, una pequeña grieta comenzó a abrirse en el suelo, justo entre nosotros. Aquella grieta se hacía más grande y más profunda a cada momento, con cada problema. Esa grieta se agrandaba a cada segundo, separándonos más cada vez…

Para entonces, Michael permanecía separado de mí por un pequeño vacío, fácil de superar. Bastaba dar un paso preciso, para llegar a él…

Pero ambos sabíamos que, con el tiempo, aquella “pequeña grieta”, terminaría por convertirse en un verdadero abismo de proporciones titánicas. La distancia entre ambos sería kilométrica, casi infinita. Y aunque gritáramos desesperadamente, quien se encontraba al otro extremo, no podría escucharnos, aunque alargáramos los brazos hasta sentir dolor, el otro no podría alcanzarnos… Al final, la única manera de estar juntos, sería lanzarnos con los brazos abiertos al abismo, esperando, por obra de un milagro, llegar con vida al fondo.

Y cuando llegáramos al fondo de aquel profundo abismo, –si  es que llegábamos con vida–, nos dedicaríamos a sanar nuestras numerosas heridas, y a intentar perdonarnos por no haber cruzado el abismo cuando aún había tiempo.

Al final, sabíamos que aquel abismo se llamaba “Destino”… Después de todo, el tiempo y el destino se habían proclamado desde el principio como nuestros principales enemigos.

Y, al girar la vista y descubrir la inmensa sonrisa de Michael, y su mirada clavada en nuestras manos unidas, supe que lucharía incansablemente. Incluso arriesgaría mi vida lanzándome directo al vacío… si él prometía venir conmigo.

-         Te quiero –murmuró. Y las piezas de mi corazón volvieron a unirse.
-         Te amo –dije, dejando mi corazón como garantía de la verdad en aquellas dos palabras.
-         Te amo más –dijo, sonriente, mientras golpeaba suavemente la punta de mi nariz con su dedo índice, sin notar la gran mentira que había dicho -¿Sabes? –añadió –Me he dado cuenta de algo. Eres justo la clase de persona que lograría hacerme huir como el cobarde que soy –se detuvo, y miró por la ventana, tomó aire y me miró de nuevo –¡Esa mirada! Cuando me miras así, me vuelvo egoísta. Me dan ganas de abrazarte y no dejarte ir nunca. Esa mirada podría volver loco a cualquiera, lo juro… ¡Y esa sonrisa! Cuando sonríes así, me haces creer que la perfección existe.
-          ¡Claro que existe! –repliqué –No la puedes ver, porque se oculta tras tus pupilas.
-         ¡Pero eres tan obstinada!  Hacerme perder la paciencia es un logro que muy pocos pueden adjudicarse. Tú eres una de ellos –bromeó entonces, dejando que su centelleante risa iluminara la oscuridad que nos rodeaba –Eres irreflexiva, miedosa, tímida, impulsiva, una romántica empedernida…
-          Si enumeraras todos mis defectos, la lista sería interminable –interrumpí.
-          Quizá eso es precisamente lo que me gusta de ti –dijo, mientras me miraba de aquella manera que me hacía incapaz de refutar, que me dejaba indefensa.

Y mi príncipe de hipnotizante voz aterciopelada comenzó a susurrar aquella misma canción a mi oído. Las suaves notas brotaban de sus labios como el canto mismo de un ángel. Y fue imposible resistirme. Me aferré a aquellas notas, que me acariciaban suavemente, barrían mi soledad, arañaban mi cordura, rasgaban mi fuerza de voluntad.

Yo le escuché, saboreando cada trozo de perfección que su voz dejaba escapar. Le escuché, sabiendo que aquella voz estaba grabada en mi memoria de por vida, sabiendo que la reconocería incluso en medio de una bulliciosa multitud.

Y me sentí infinitamente feliz entonces, al saber que presenciaba un milagro de proporciones. Y que ese milagro pudiera repetirse infinidad de veces era… mágico.

-          ¿Te ha gustado? –preguntó Michael con indiferencia, aún sosteniendo mi helada mano entre las suyas, con la mirada clavada en algún punto indefinido en el espacio y la impaciencia grabada en el rostro.
-          Mucho –murmuré, segundos antes de que Michael comenzara a jugar y retorcer una y otra vez las ondas sueltas de mi cabello. Mi paciente angelito comenzaba a desesperarse.

Michael miraba hacia la ventana con gesto impaciente, se frotaba las manos, respiraba profundo, fingía sonreír, tarareaba cancioncillas, y, nuevamente, miraba a la ventana. Un interminable círculo vicioso. Y yo no podía evitar seguir su curso como una autómata.

Infinitas horas de tedio desfilaron ante nuestros ojos, retando a los restos de nuestra cordura. Cuando, por fin, el avión aterrizó en Los Ángeles, y el titilante brillo de las estrellas acompañado de un fresco aire nos dio la bienvenida, Michael y  yo nos tomamos de la mano nuevamente, jurando en silencio un nuevo pacto.

Un millón de “Estoy aquí”, cientos de “No te dejaré”, acompañados de docenas de “Por favor, no me dejes” y miles de “Quédate junto a mí” flotaban libremente en el aire, gritando silenciosamente lo que ninguno de los dos quería decir.

El mismo camino, un nuevo destino. Michael prescindió de los disfraces y se limitó a cargar con mi equipaje sin protestar. Poco después, un taxi nos llevaba justo a donde no queríamos ir. Con la mirada perdida en el paisaje angelino, ambos nos frotábamos nerviosamente las manos, sabiendo perfectamente lo que nos esperaba en cuanto las inmensas puertas de aquella mansión de Encino se abrieran…

-          ¡Michael! –la dulce y aguda vocecita de Janet fue lo primero que mis oídos percibieron al entrar en la casa, y, poco después, esa pequeña muñequita hizo su aparición. Corría hacia Michael con una inmensa sonrisa dibujada en el rostro -¿Por qué te fuiste, Michael? Me dejaste sola, y no te despediste de mí –Michael comenzó a reír animadamente, y me miró con complicidad.
-          Tenía… asuntos urgentes que atender –respondió, abrazándola fuerte.
-         ¡Asuntos que atender! –la inconfundible y siempre iracunda voz de Joseph retumbó en el silencio, haciendo eco en cada rincón de la casa –Y seguro la compañía de esta…  –me miró  de arriba a abajo con repulsión, y yo me limité a cruzarme de brazos y mirarle de la misma forma –señorita… era absolutamente imprescindible.
-        Janet, ve con Julia. En cinco minutos estoy con ustedes –dijo Michael, secamente. Al percibir mi mirada clavada en él, dispuesta a permanecer anclada a su lado, murmuró: -Por favor –Michael me dedicó aquella mirada suplicante de nuevo, y yo obedecí como una autómata.

Tomé a la pequeña Janet de la mano, y juntas caminamos hacia el inmenso patio, mientras escuchábamos los pasos de Michael y Joseph entrar al estudio, encerrando nuevas discusiones y gritos renovados tras sus inmensas puertas de madera.

-          Espero que Michael no tenga problemas –dijo suavemente Janet, con infantil indiferencia  -Joseph está muy molesto.
-          Lo sé –respondí, con la mente a kilómetros de distancia.

Y, al parecer… aún no lo sabía.



















Chicas:

¡He regresado!  Y lo prometido es deuda: aquí tienen el capítulo 33.


Escribir este capítulo ha sido particularmente difícil por diferentes razones. En este capítulo dejo, una vez más, un pedacito de mí. Dejo sueños imposibles, vanas ilusiones. Aquí es donde esos imposibles se vuelven posibles. 

Pongo todas mis esperanzas en que hayan disfrutado esto. Sus "Me encantó" se han convertido mi objetivo, en mi nueva meta.

Y, ya lo saben: necesito sus comentarios. Su valoración, sus opiniones, sus quejas, sus sugerencias serán siempre bienvenidas. Pero necesito de esas opiniones y sugerencias para saber cómo mejorar. Regálenme unos minutos de su tiempo, y un "Me gustó" o bien un "Lo odio". 

Y, para el final, mis eternos agradecimientos a quienes se toman el tiempo de leer y comentar. Mil gracias.

5 comentarios:

  1. Como siempre Julia, me ha encantado.
    Espero con ansias el siguiente capitulo !

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  2. Hola julia amiga de mi alma
    Espero de todo corazón q estes muy bien , al menos mejor que yo ...yo cargo una terrible pena que no me deja ni respirar , se que estoy sonando demasiado trágica pero es solo el reflejo de mi realidad, por lo que te pido mil disculpas por no pasar x aquí tanto tiempo . Me muero de ganas x comentarte con respecto a tu encantadora novela , por ahora sencillamente no puedo , ni siquiera seguir escribiendo, espero q este peso se esfume, me deje en paz, espero q mi vida tome el mismo rumbo de siempre, quiero volver a ser yo , con todas mis tristezas y alegrías , pero quiero ser yo , no esta imitación falsa de mi misma...
    Te quiero muchisimoooo
    Pues en ti he hallado un gran alivio, apoyo e incluso consuelo
    Gracias a ti no me siento del todo sola , se que al menos tengo a alguien

    Te quiero mucho Julia
    Gracias x ser como eres , por ser admirablemnete unika
    Te quierooo
    Espero VOLVER
    bye

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  3. Ohh Julia, escribes tan hermoso!
    simplemente increible...
    me ha encantado este capitulo, como muchos!
    pero este tiene un toque especial...
    tiene algo que no se como explicarlo me hizo una cosquillita en mi interior, de verdad!
    suena loco pero creo que me interne dentro de tu novela, me siento tan parte de esto que me da miedo cuando Joseph aparece y un amor interminable cuando habla Mike...

    Sigue asi, y jamas cambies, porque no seria lo mismo ... Muchas felicidades :)

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  4. Julia, por fin volviste! No sabes cuento me alegro! Este capítulo que tanto había esperado es, como tú misma dices, ¡magia! Me ha encantado!! Escribes super bien, me encanta tu novela!! No puedo esperar para saber que pasa, yo no me fio de Joseph...
    Un beso guapa, y enhorabuena!! :)

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  5. que puedo decir Julia?
    me ha encantado!
    este capi, se me hizo: magico, algo triste, tierno... es lindo leer todo el amor q se tienen, pero al mismo tiempo, es triste saber la realidad de las cosas :(

    Escribes hermoso! x favor no tardes tanto
    me he quedado nerviosa (si! nerviosa) de saber con q molestara ahora Joseph ¬¬
    Gracias x el capitulo
    espero el siguiente con ansias
    Saludos :)

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