martes, 5 de julio de 2011

Capítulo 34

XXXIV

Al parecer, la misma historia estaba destinada a repetirse infinidad de veces.

Una y otra vez. De la felicidad al miedo en un instante. Un infinito círculo vicioso destinado a volverme loca. Un enorme sacrificio que se repetía millones de veces, que parecía más difícil cada día, y una inquebrantable promesa que estaba dispuesta a cumplir cada mañana para mirar nuevamente aquel par de enloquecedores ojos marrones, el único lugar donde me sentía segura…

Y aquellos “cinco minutos” parecían eternos. Me dediqué a mirar el brillo del millón de estrellas suspendidas a años luz sobre mi cabeza, hablando con una Janet que luchaba infructuosamente contra el sueño recostada a mi lado. Una hora después, vislumbré la alargada figura de Michael recortada a contraluz caminando hacia nosotras. Inmediatamente, mi corazón inició su frenética carrera de nuevo, aquella carrera cuyo principio ya había olvidado, y cuyo fin nunca llegaría.

Michael caminaba lentamente, con las manos en los bolsillos, y la mirada clavada en sus pies al andar. Me puse de pie, y la soñolienta Janet hizo lo mismo. Y bastó un vistazo fugaz para saber que algo andaba mal.

Dudas, miedos e inseguridades salieron a flote entonces, agolpándose a una velocidad imposible, estrellándose con una fuerza demoledora contra la superficie helada de mi rostro, rasgando los últimos restos de mi frágil cordura. La irreal y neblinosa imagen de Michael caminando en cámara lenta, con la mirada perdida en los miles de puntos brillantes en el cielo, en sus mocasines negros, en el cristalino correr del agua en la fuente del patio… en todo, menos en mi desesperado intento de llamar su atención fue… aterradora.           

Pude sentir cómo la sangre huía rápidamente de mi rostro, y unas irrefrenables ganas de salir corriendo comenzaron a dominarme. Esperé en mi sitio, intentando en vano controlar mi agitada respiración.

Podía escuchar las mordaces palabras de Joseph, podía sentir su rechazo, podía verme reflejada en el fuego de sus ojos, y sentir cómo el aire se enturbiaba. Creí incluso poder verle apoyado contra el marco de la puerta, como si de mi demonio personal se tratase. Y podía reproducir la discusión que ambos habían sostenido con total precisión. El problema estaba más allá de ellos. El problema era yo. Aquel rechazo, aquel fuego en los ojos de Joseph, habían dejado su rastro en la seria expresión de Michael, quien continuaba caminando con lentitud directo hacia mí.

Y cuando lo tuve a tres metros de mí, las miles de lágrimas que sus ojos intentaban contener me hirieron como diminutos aguijones clavándose en mi piel.

-          Janet, es tarde. Deberías estar dormida –la reprendió suavemente Michael. Mientras la miraba, esbozaba una patética media sonrisa. Algo andaba verdaderamente mal.
-          Pero, Michael, todavía no tengo sueño –dijo Janet, frotándose los ojos, y conteniendo el bostezo que amenazaba con escapar de sus delicados labios.
-          No me lo parece –Michael dejó escapar un intento de carcajada, se arrodilló frente a ella, y le susurró largamente al oído palabras de las que no pude percibir más que murmullos ininteligibles.

Segundos después, la pequeña niña, que parecía ser una copia a escala de Michael, avanzaba dando trompicones hacia la casa, aún frotando infantilmente sus ojos color chocolate.

Casi tuve miedo de romper el silencio. Pero tuve más miedo de mirar a Michael. Sabía que lo que encontrara ahí podía terminar de romper mi corazón.

-          ¿Qué ha pasado? –pregunté seriamente en cuanto Janet hubo cruzado la puerta, mirando cómo Michael bajaba la mirada, y volvía a clavarla en sus zapatos. Los latidos de mi corazón aumentaban su velocidad a cada momento, y me pareció entonces que podían escucharse a millas de distancia –Michael, ¿qué ha pasado? ¿Qué te ha dicho? –casi grité.

Silencio. Sólo silencio entonces. De vez en cuando, un profundo suspiro de Michael rompía aquella sensación de irrealidad. Él se sentó en el borde de aquella mágica fuente que vidas atrás había presenciado un milagro. Silencio… que sólo se rompió años después cuando Michael, sin delicadeza alguna y deshaciéndose de rodeos, finalmente dijo:

-          Que debes irte –aquellas palabras se clavaron como un cuchillo en mi corazón, y como miles de espinas sobre mi piel –Y tiene razón. No puedo hacerte esto.
-          ¿De qué hablas? –pregunté, comenzando a caminar de un lado a otro, mordiéndome un labio hasta sentir dolor. Dolía incluso más, pues sabía exactamente de qué hablaba… Pero aquella verdad era ridículamente difícil de aceptar.
-          Fui un tonto al pensar que estarías mejor aquí que en tu casa –se detuvo y me miró por una milésima de segundo, y bastó aquello para saber que a él aquello le causaba tanto daño como a mí –Joseph… él puede hacerte daño. Y no lo permitiré, porque no podría perdonarme si eso pasara –musitó, sin dirigirme la mirada, con una voz aterradoramente parecida a un témpano de hielo.
-          Entonces, eso quiere decir que…
-          Además… -continuó, interrumpiéndome –No puedes vivir encerrada aquí. No puedes… Tu vida sería… Yo… -lanzó un verdadero suspiro de frustración y se puso de pie, caminó hacia mí y me tomó de las manos –Además, sería una locura que la prensa…
-          Que la prensa supiera de mí… –finalicé la oración, sin detenerme a disimular mi irracional tristeza –Lo sé… Sería una total vergüenza, ¿no? –dije, y al instante, solté bruscamente las manos de Michael, decidida a salir de ahí antes de que me viera llorar como la idiota que era.

Cientos de fugaces pensamientos y series de imágenes inconexas  recorrieron mi mente en menos de 30 segundos. Decidida a tomar la maleta que aún seguía en el recibidor, y abordar un taxi con destino al fin del mundo, di la espalda a Michael y prácticamente eché a correr torpemente, con dirección a la casa, sin molestarme en recoger los pedazos de mi corazón.

Michael, además de sentir miedo… sentía vergüenza. Verse relacionado con una inmigrante mexicana, huérfana de madre, víctima de la violencia, sin lugar en el mundo, con poco que ofrecer y nada en los bolsillos… era, definitivamente, motivo de vergüenza. Él, rodeado de oro y diamantes, ¿para qué se detendría a admirar una simple pieza de porcelana?...   

Y no me detuve a pensar que huir de aquella manera carecía completamente de sentido alguno. Tampoco pensé en que probablemente Michael tenía más miedo que yo… pero en aquel momento nada me importaba. Mi peor defecto me llevaba de la mano directo a la salida, y si no me detenía ahora, podía arrepentirme después.

<<Sal de aquí, ya>>, <<Camina>>, <<¡Más rápido!>>, <<¡No llores!>>, <<¡Camina!>>. 5 segundos después, cuando todos aquellos pensamientos hubieron desfilado por mi mente, Michael, con su velocidad casi sobrehumana, se había colocado frente a mí, respirando agitadamente, e impidiéndome el paso. <<Maldita sea…>>

-          Espera –comenzó, tomándome de la mano nuevamente –¿De qué hablas ahora? ¿Vergüenza?

Sostuvo con firmeza mi tembloroso y húmedo rostro entre sus manos, mirándome fijamente, dejándome sin escapatoria. Nuevamente, comencé a odiar su capacidad de hacerme creer en cada una de sus palabras.

-          Eres lo mejor que me ha pasado jamás. Lo más valioso que tengo… ¿Es que aún no lo entiendes? –Michael borraba las escurridizas lágrimas que a pesar mío habían escapado de mis ojos –Y no voy a dejarte ir. Nunca. Porque entonces, ya no habría salvación ni clemencia alguna. Ya no habría vida, ni razón alguna para vivir. Ya no habría sol, ni ganas de ver el día. No habría nada. Nada… excepto dolor, y la enloquecedora desesperación de saber que tú eres el único alivio.

Michael me tomó entre sus brazos, y me retuvo ahí hasta que mis lágrimas se hubieron acabado. Los latidos de su corazón se llevaron, uno a uno, las miles de dudas que habían vuelto a agolparse sobre mí. Sus manos sobre mi espalda, ciñéndome a él, me hicieron saber que ahí estaba segura. Rápidamente, volví a construir mi burbuja. Aquella burbuja que se destruía bajo el aterrador brillo de los ojos de Joseph, y que se hacía más fuerte bajo el etéreo brillo de los ojos de Michael.

-          Te quiero, ¿entiendes? Te quiero, y nada cambiará eso –susurró a mi oído.

Y continuábamos ahí, abrazados, en la mitad de aquel inmenso patio que se veía iluminado sólo por la luz de la luna y de las titilantes estrellas.

Ahí, en aquel patio surcado de las negras sombras de los árboles que se arrullaban con el canto de los grillos, poblado de cientos de luciérnagas danzantes e inundado de una magia especial, recordé que estaba abrazada a mi única necesidad, a mi más grande sueño.

Mientras los latidos de su corazón me llevaban por encima de las nubes, y su cálido aroma me desconectaba de la realidad, recordé la razón por la cual no podía irme: Si cruzaba aquella puerta, dejando a Michael con las manos extendidas esperando mi regreso, pensando orgullosamente que podía vivir sin él… moriría en el intento.

-          Te quiero, y por eso mismo, no puedo tenerte aquí. Sería exponer a mi muñequita de cristal al fuego de los infiernos –y sonrió entonces. Una sonrisa torcida, una sonrisa a medias completamente irresistible.
-          Entonces, ¿pensaste en algo ya? –pregunté, resignada, prendada de aquella sonrisa, del reflejo de la luna en sus magníficos ojos marrones, y de los perfectos bordes de su rostro a contraluz -¿Sabes qué hacer?
-          No tengo ni la menor idea –confesó, ampliando el tamaño de su sonrisa, convirtiéndola en un pedacito de perfección –Pero, esta noche, no pensemos más en esto. Mañana encontraremos una solución. Me aseguraré de ello –y, cuando creí que la sonrisa de Michael no podía ser más hermosa, me regaló un verdadero milagro a escala.

Incertidumbre. Dolía, pues siempre había sabido que ese momento llegaría. Joseph era el homónimo de mi padre. Y poco importaba si Joseph me hería, pero la simple idea de que le hiriera a él era dolorosa, inaguantablemente dolorosa. El dolor escrito en las delicadas facciones de aquel ángel se convertiría inmediatamente en mi dolor, multiplicado infinitamente.

Cruzamos el oscuro patio sintiendo los restos de lluvia mojar las orillas de nuestros pantalones. Después de entrar a aquella flamante casa que parecía nunca dejar de impresionarme, llegamos al recibidor y tomamos nuestro equipaje. Michael se detuvo un momento a intercambiar palabras con un Jermaine casi tan molesto como Joseph, aunque mil veces más amable y considerado.

Entonces, mientras esperaba, el cansancio comenzó a obrar sobre mí. Incapaz de mantener los ojos abiertos, o de mantenerme en pie más de 30 segundos, en poco tiempo, me ví separada de la Tierra, en los brazos de aquel galante príncipe.

-          Michael, no… -me costó un momento identificar aquellos ininteligibles murmullos como míos –Yo puedo…
-          Lo dudo mucho –dijo Michael, dejando escapar una serie de centelleantes risillas...

Y, después de aquello, me llegaban enredados restos de realidad carentes de sentido. Un suave manto me cubrió, y un cálido cuerpo se recostó a mi lado, abrazándome por si decidía huir de nuevo.

Y soñé. Soñé con el mar multicolor de aquella isla perdida en la nada, soñé con la blanca arena de aquella playa que escuchó risas y confesiones, soñé con los infinitos tonos verdes de los árboles que nos sirvieron de cobijo… Soñé con Nunca Jamás.

Peter Pan estaba ahí, por supuesto. Disfrazado de un tímido muchacho de rizado cabello negro, dulces ojos marrones y arrebatadora sonrisa, Peter Pan reía conmigo. Entre carreras por aquella inmaculada playa, lluvia de risas bajo un árbol, guerras en el agua, éramos felices.

Y la felicidad no había sido fácil de encontrar, aunque ahora sabía que el principal error había sido buscarla. La felicidad se había ocultado de mí siempre, y en aquel sueño bastó una mirada para encontrarla. En aquel sueño, no había tiempo, ni dolor… la felicidad era eterna, grabada para siempre en los cálidos ojos de Michael.

Aquel eterno niño prometió no dejarme jamás… y supe entonces que cumpliría su promesa.

Al abrir los ojos a la mañana siguiente, lo primero que mis ojos vislumbraron fue la dorada figura de Michael apoyando contra el dosel de la cama, sonriendo como si su vida dependiera de ello.

-          He encontrado la solución –anunció con visible entusiasmo, mientras corría directo a la cama y se dejaba caer a mi lado –Escucha: Hablé con Rebbie muy temprano esta mañana. Está dispuesta a…
-          Michael, detente aquí –le paré en seco –No. No iré. Rebbie no tiene absolutamente nada que ver con esto. Será mejor mantenerla alejada de mí. Con la suerte que tengo, es probable que un incendio acabe con su casa –intenté bromear, pero Michael se limitó a mostrarme una sonrisa insulsa.
-          Pero…
-          No creo que quedarme aquí sea tan malo. Al final, Joseph no puede herirme más que mi padre –concluí, mirándole fijamente, en un intento desesperado de hacerle creer –Además, es más probable que la prensa sepa de mí estando fuera –entonces, sonreí interiormente, pues aquel era el punto débil de Michael.
-          Puede que tengas razón –aceptó a regañadientes, mirándome con desconfianza –Pero, si algo llegara a salir mal, irás con Rebbie. Debes prometerlo.

Y no hacía falta prometerlo. Incapaz de reprimir por más tiempo la sonrisa en mi rostro, rodeé el cuello de Michael con ambas manos, y planté un beso su sonrosada mejilla.  

-          Odio que baste un solo beso, una sonrisa o una mirada para convencerme –dijo Michael entonces, mirándome divertido –Si me miraras con suficiente dulzura, podrías convencerme de que es posible tomar un avión con destino al sol.

Le miré, divertida, incapaz de hacer otra cosa. Los dorados rayos de sol colándose por sus rizos negros, y reflejando su luz en sus enormes y dulces ojos captaron totalmente mi atención, haciéndome incapaz de articular palabra. Y le hubiera mirado eternamente, pero el sutil rubor de sus mejillas aumentó su intensidad, y su rostro entero se cubrió con el velo de la timidez.

-          Un día espléndido, ¿no crees? –dijo Michael, mientras corría hacia la ventana –Vamos.

Me tomó de la mano y me llevó directo a Nunca Jamás.

-          ¡Hola! –me dijo la pequeña Janet en cuanto hube cruzado la puerta de la cocina –Lindo pijama –sonrió, mientras miraba divertida el enorme pijama que llevaba.
-          Gracias –murmuré entre dientes, asesinando con la mirada a Michael, quien no paraba de reír.

En aquel momento, un delicioso aroma a galletas recién horneadas inundó la habitación. Katherine cruzó la puerta en aquel momento, con una bandeja en las manos y una inmensa sonrisa escrita en su maternal rostro.

-          ¡Niña! ¡Ven, siéntate! –dejó la bandeja en la mesa, me tomó de la mano y casi me obligó a tomar asiento, mientras Michael observaba, divertido –Las chicas y yo hemos preparado galletas. Están deliciosas, si puedo presumir.
-          No exagera –dijo Michael, dando una gran mordida a una galleta con chispas de chocolate de aspecto apetitoso –Tampoco te dejará salir si no te has comido, por lo menos, media bandeja. Pero podemos llegar a un acuerdo, ¿no es así?

Katherine soltó una serie de musicales risillas, y pronto, Michael reía con ella. Y cuando se miraron, recordé que el amor verdadero existía. En los ojos de cada uno se reflejaba el más puro amor, admiración y orgullo. Bastaba un vistazo a ambos para saber que darían la vida por el otro. En la tranquila mirada de Katherine se encontraba el cálido amor de una madre, aquel amor que sólo entonces conocí.

Michael susurró largamente al oído de su madre. Katherine soltaba una risilla ocasional, y me miraba dulcemente a intervalos. Cuando comenzaba a impacientarme, y cansada de intentar ocultar el rubor de mis propias mejillas, Katherine dijo:

-          Está bien. Pueden irse –miraba a Michael con una inmensa sonrisa grabada en los labios –Pero cenarán con nosotros –sentenció finalmente.

Y, antes de darme tiempo de responder, y sin dejarme reaccionar, Michael rodeó mi cintura con ambo brazos y me abrazó con fuerza, sorprendiéndome.

Me tomó de la mano, y me llevó, prácticamente a rastras, al patio. A pesar de mis iniciales protestas, me obligó a cerrar los ojos. Esperé, atenta a los sonidos que el caminar de Michael producía.

-          Abre los ojos –murmuró a mis espaldas.

Y abrí los ojos. Inmediatamente sentí un estallidos a mis espaldas, y segundos después, gotas de agua caían copiosamente de mi camiseta al suelo. Miré a Michael, quien sostenía otro globo de agua en la mano, y no paraba de reír.

-          Muy bien –dije, cruzándome de brazos –Esto es guerra.

Y corrí torpemente hacia él, sabiendo que el globo que sostenía pronto me estallaría en pleno rostro. Pero poco importaba. Michael tenía un completo arsenal de globos a sus espaldas, y cuando llegué a ellos… la batalla campal comenzó.

Entre estallidos de globos multicolores, entre el brillo de cientos de gotas volando con dirección al sol, entre risas musicales, y una infancia fuera de lugar, pasó el resto de mi día. Y el siguiente, y el siguiente, fueron idénticos.

Y así era justo como debía ser. Felicidad palpable en el ambiente. Felicidad en el rostro de Michael y en el mío propio.

Y era más feliz incluso, pues sabía que si extendía las manos, inmediatamente, los espacios entre mis dedos se verían ocupados por los dedos mismos de Michael.

Felicidad. Sin buscarla, la había encontrado. Y, mentalmente, crucé los dedos, deseando que aquel día durase por siempre.













Chicas:

¿Qué puedo decirles después de una mezcla de emociones como esta?

Este tipo de capítulos, particularmente, me ponen nerviosa. Porque, después de haber expuesto mis sentimientos de esta manera, después de haber entregado una parte más de mí, ustedes son lo único que me queda.

Y, un simple "Me encanta", lleva un ligero sabor a victoria, es como haber cruzado la meta. Porque causar emociones en ustedes es mi propósito; hacerlas sonreír y suspirar es la única razón por la que esta novela es publicada cada martes.

Y, si bien, esta historia no es la mejor, y está a años luz de ser perfecta, está escrita con todo el amor del mundo.

Cruzo los dedos ahora, esperando que hayan disfrutado este capítulo.

Agradezco infinitamente su apoyo, y sus comentarios.

¡Un beso enorme a todas!

6 comentarios:

  1. Hola corazón como estas?
    yo extrañándote muchísimo
    wow como que tu novela esta a años luz de ser perfecta , mi niña tu novela lo es , es perfecta , maravillosa , no le hallo defecto alguno mientras leo , cada idea es tan directa , clara ...etc, etc. por supuesto cumple su objetivo a cabalidad : llega a mi corazón, a mi alma y produce en mi diversas emociones , me robas suspiros , me haces emocionar , asustar , hasta casi llorar. Por ejemplo hoy casi muero cuando julia dice que Michael siente vergüenza por estar con una inmigrante mexicana, sin madre... y luego como medicina al tiempo apropiado vienen las palabras de Michael diciéndole que ella es lo mejor que le ha sucedido en la vida. Preciosa, amo las frases que brotan de tu alma , muchísimas gracias x permitirnos leer tu genialidad , eres un genio!!!

    Esta frase ha quedado en mi alma tallada con fuerza, pues me he sentido enteramente identificada:” Ya no habría vida, ni razón alguna para vivir. Ya no habría sol, ni ganas de ver el día. No habría nada. Nada… excepto dolor, y la enloquecedora desesperación de saber que tú eres el único alivio.” wow wuaw eres magnifica!! Te admiro excesivamente , ojala algún día yo pueda alcanzar o topar,siquiera, con las yemas de los dedos tu capacidad para escribir , oh si , espero , espero que ese día llegue , mientras tanto seguiré siendo una amiga coqueta de la literatura, tan solo eso , sin desistir en mi trayecto...
    Existe la felicidad?...mmm que rico suena cuando julia dice que la ha econtrado pues para algunos esa es una idea lejana o hasta inexistente...
    Gracias x todo , por esta magia que expandes y me permite salir un momento de la realidad e internarme en la fantasía , junto al ser que mas amo en la vida , junto a mi príncipe encantado , mi hermoso MICHAEL

    Te quiero mucho amiga y te pido las disculpas respectivas por mi ausencia ...
    Éxitos siempre

    Bye

    ResponderEliminar
  2. uufff Julia! has logrado darme un gran susto!, por poco creí que se separarían !
    Me alegro de que hayan salido bien del paso!
    Como siempre, este capitulo me ha encantado:)
    Besos para ti !

    ResponderEliminar
  3. Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.

    ResponderEliminar
  4. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

    ResponderEliminar
  5. Excelente capitulo Julia, querida...es sensacional todo esto, y bueno. Fuck! Es que acaso no se puede ser cariñosa con sus lectoras?. Es acaso, exclusividad de solo una escritora, ser amistosa con sus lectoras? No lo creo...Julia, como dijo la genial Fiorella, esto esta a pocos centimetros de ser perfecto!. Sigue asi, alcanza tus metas, FELICIDADES! :)

    ResponderEliminar
  6. me encanta tu novela escribes muy bien

    ResponderEliminar

Ya leíste la historia, ya eres parte de este mundo.

¡Escribe un comentario!

No dejes que muera la magia...