martes, 14 de junio de 2011

Capítulo 32

XXXII

Y ahí estaba. Dejándome totalmente paralizada, mi perfecto príncipe de deslumbrante sonrisa tomó asiento frente a mí, decidido a quitarme el aliento con cada tímida mirada que sus profundos y expresivos ojos marrones me dirigían.

Con los acelerados y estridentes latidos de mi corazón de fondo, luchaba por ser capaz de soltar más de tres palabras seguidas sin tartamudear, mientras la arrebatadora sonrisa de Michael volvía trizas mis raquíticos esfuerzos de mantener la compostura. Maldije entonces, en voz baja, los incontrolables temblores de mis manos.

Porque siempre había pensado que el amor existía sólo en los cuentos de hadas, que había sido creado para otros, nunca para mí. Una mirada bastó para que aquella idea se viera reducida a pedazos en el suelo.

-          ¿Y bien? –preguntó entonces, esbozando una sonrisa traviesa -¿Sobrepaso con esto a tu “Príncipe Azul”? –añadió, entornando graciosamente los ojos.
-          ¿Debo responder a eso? –pregunté, pues la verdad era que no sabía cómo hacerlo.

Porque lo había sobrepasado desde la primer mirada.  Michael había hecho a un lado todo, como un tornado, se había llevado cualquier resto de cordura en mi mente, y se había apoderado de cada pensamiento, hasta de la más mínima acción. Mis pasos obedecían a los suyos, y los seguían como una sombra. Mis palabras, mis susurros, esperaban anhelantes llegar a él, y se conformaban con apenas rozar la superficie de su rostro. Mis manos buscaban desesperadamente las suyas, y, cuando por fin conseguían el tan ansiado contacto, se aferraban a ellas como si soltarlas no fuera una opción.

Odié entonces el avasallador poder que Michael ejercía en mí, su subyugante influencia. Odié que bastara una sola mirada para descolocarme, y un mínimo roce para que el oxígeno en el aire se desvaneciera. Odié ser totalmente dependiente de él y haber dejado de ser dueña de mi voluntad…

Sin embargo, amaba necesitar desesperadamente aquellas miradas, aquellos roces. Amaba la tormentosa espera de un “Te quiero” que siempre –tarde o temprano– llegaba. Amaba aquel par de profundas lagunas marrones a las que me había vuelto adicta. Y amaba ser capaz de fundirme en un abrazo, desaparecer en él, enterrar la nariz en su cálido cuello, enloqueciéndome con aquel dulce aroma, y sentir sus manos ceñirse a mi cintura, aferrándome a él, como si su vida dependiera de ello.

-          ¿Sabes?: Esta es mi primera cita formal –confesó entonces, mirando fijamente el salero que descansaba en el centro de la mesa, huyendo así del escrutinio de mi mirada.
-          ¿Sabes? –susurré, alargando una mano para tocarle suavemente, temiendo con ello hacer trizas aquella ilusoria realidad –Esta es mi primera cita.

Las centelleantes carcajadas de Michael llenaron la habitación, e inundaron cada recoveco de mi corazón. Puras, cristalinas, inocentes, me empaparon, y mojaron cada resquicio de mi mente, ahogando cada ínfimo resto de cordura y fuerza de voluntad que me quedaba, y sacando a flote una inmensa sonrisa.

-          Y apuesto a que será la mejor –anunció entonces, guiñando un ojo.

<<Seguro que sí>>, pensé entonces. Porque no importaba si el mundo entero explotaba en aquel preciso instante. No importaba si, fuera de aquella habitación, el mundo comenzaba a caerse a pedazos. No importaba si era la primera cita… y tampoco importaba si era la última, si estaba con Michael, era un hecho que, sí, sería la mejor.

Pues bastaba una fugaz mirada para iluminar la hostil oscuridad que me rodeaba, para que mi corazón emprendiera sus salvajes palpitares, para descolocarme, para enternecerme… para sacarme del juego.

Bajo la tímida mirada de Michael se escondía una historia interminable, un inocente sueño. Detrás de cada palabra se escondía la inagotable magia de su ser: fragilidad y fuerza unidas en una mezcla mortal, poderosa y atrayente. Tras el rojizo velo de su timidez se escondía la más pura y angelical inocencia. Y tras cada suave beso que depositaba en mis sonrojadas mejillas, se hallaba una mortífera combinación de las más adictivas drogas, un fruto prohibido.

Quise convencerme de que aquello no era más que un sueño, para evitar así perder la cordura. Porque seguía sin poder creer que aquel par de brillantes ojos marrones me miraran a mí, y que aquellos melodiosos “Te quiero” que sus labios rara vez dejaban salir estuvieran destinados a mí. Inconcebible. Creerlo me parecía casi un pecado.

Quise convencerme de que “lo bueno nunca dura lo suficiente”, de que “sólo dura lo necesario”… pero si “lo necesario resulta ser siempre”, estaba completamente perdida.   

Porque las miles de lágrimas que derramaría por Michael seguían ahí, esperando para embargarme en el momento menos esperado. El dolor que estaba destinada a sentir se escondía en la oscuridad, listo para atacar, listo para destruirme. Y me ví obligada a esbozar una falsa sonrisa entonces, mientras pensaba que mi cuento de hadas estaba hecho de frágil cristal, y que en cualquier momento podía caerse, y quedar reducido a añicos esparcidos en el suelo.

Pero, mientras mi mirada viajaba directo al par de estrellas que me miraban sonrientes, olvidé lo que pensaba. Olvidé incluso respirar. Y justo cuando mi mirada comenzaba a nublarse a consecuencia de la falta de aire, las centelleantes carcajadas de Michael aparecieron para devolverme a la realidad.

-          ¡Por favor! No es para tanto… sólo me he peinado diferente –murmuró, al tiempo que un delicioso y sutil rubor se apoderaba de su rostro completo. Las tímidas risillas que brotaban de sus delicados labios, al final, lograron que me uniera a ellas.
-          Lo siento –apenas fui capaz de decir, intentando inútilmente esconder mis sonrojadas mejillas, mientras me perdía en el recorrido de sus delicados dedos a través del laberinto de sus rizos negros.
-          No te preocupes. De hecho, resulta encantador mirarte mientras te sonrojas –añadió, esbozando una sonrisa maliciosa.

Y entonces, contener mis nerviosas carcajadas fue imposible.

-          Julia –dijo suavemente, diez minutos después, cuando hube terminado de reír, haciéndome sentir como una estúpida –Tenemos que volver –anunció, cambiando drásticamente de tema.

La sonrisa en mi rostro se quebró, se volvió añicos, se desvaneció en una milésima de segundo, y se transformó en mal disimulado gesto de pura decepción.

-          Yo tampoco quisiera hacerlo, pero me fui sin avisar, dejando unas grabaciones a medias, y la planeación de un disco totalmente paralizada. No quiero imaginar lo molestos que mis hermanos deben estar, y…
-          Eso significa que nos espera un buen castigo cuando lleguemos –le interrumpí, intentando darle un tono burlón a mi voz, parecer menos decepcionada de lo que estaba, sin lograrlo.

Entonces, Michael sonrió a medias, mirándome como un padre que espera causarle el menor daño posible a su hija. Su tierna mirada se cargó de seriedad, y calló un momento, buscando en el fondo de su mente las palabras adecuadas.

-          Quizá algo más que eso –murmuró, con la mirada perdida en la pequeña llama de una vela -¿Sabes? Eres presa fácil para los periodistas.
-          ¿A qué te refieres? –pregunté, sabiendo exactamente a lo que se refería.
-          A preguntas que no desearás responder. A fotos que nunca notaste que tomaban de ti. A nuevos rumores, especulaciones y unas cuantas mentiras. Yo sé lo que es eso. Y apenas comienza… -me explicó, tomándome pacientemente de las manos -¿Sabes? Cuidar mi vida privada es una advertencia que escucho muy a menudo, y que escucharé aún más en los años siguientes. Cuidar mi vida privada significa esconder una parte de mí, la parte de mayor importancia, pero a la que nadie parece importar. Y ahora significa cuidarte a ti, advertirte a lo que te enfrentas.

Michael aumentó la fuerza con la que sostenía mis temblorosas y frágiles manos, y me obligó a sumergirme en sus desesperados ojos, que me miraban implorantes de comprensión.

-          Te encontrarás con rumores ridículos, mentiras impensables… y eso será sólo el comienzo. ¡Imagínate después! Te toparás con gente que creerá esos rumores y mentiras. Y será difícil hacerle frente. Será como entrar de lleno a un banco de arenas movedizas: salir no será fácil.

Y aparecía así un obstáculo más en nuestro camino. Un obstáculo que siempre había estado ahí, y que había pasado desapercibido, que se había ocultado tras la destellante sonrisa de Michael, tras los furiosos ojos de Joseph, y tras las fantasías que me había empeñado en crear a mi alrededor.

-          Quizá se escriban cosas en mi nombre que jamás diré. Y será difícil discernir entre la verdad y la mentira. A veces, incluso a mí me resulta casi imposible distinguir entre lo cierto y lo falso…

Me pareció entonces que los papeles se habían invertido. Siempre había sido yo la diminuta niñita insegura recluida en una esquina, que tenía miedo incluso de su sombra. Siempre había sido yo la que, al final, dejaba salir sus temores, sus interminables inseguridades. Ahora, Michael, con mis manos entre las suyas, me confesaba sus miedos, escondidos tras una verdad difícil de aceptar. Confesaba a medias que tenía miedo. Tras su seria expresión, temblaba de terror, sin querer, o sin poder aceptar que estaba en lo correcto al temer. Y no temía por mí… temía por nosotros.

-          No quiero exponerte a eso –dijo, mientras dejaba escapar todo el aire que había estado conteniendo. Su voz sonó entonces vacía, derrotada, resignada a tener que seguir luchando cuando ya se había cansado de hacerlo –No te saqué de un infierno para arrojarte de lleno a uno aún más grande, y del que será aún más difícil escapar. No puedo. Sufrirás, y no quiero ser el causante de ello.

Y quizá lo que decía era cierto. Pero tras los fatídicos hechos que brotaban de sus exquisitos labios se escondía una verdad incluso más destructiva, casi mortal. Michael tenía miedo, pues sabía que sólo existía una solución para aquellas toneladas de problemas que se abalanzaban sobre nosotros, como una ola gigante antes de estrellarse contra la playa. Tenía miedo, pues sabía que, la única forma de proteger a su frágil e indefensa muñequita de cristal era quitándole su fuente de oxígeno, arrancándola de su lado, para que así, quizá, pudiera seguir viviendo sin tropezar y estrellarse contra el pavimento, manchada por mentiras y verdades imposibles de distinguir.

-          Entonces… -la voz que brotó del centro de mi pecho sonó tan fría y ausente, que me tomó algún tiempo identificarla como mía –Te irás.

¡Dios! El asfixiante nudo que comenzaba a crecer en mi garganta, y las miles de lágrimas que luchaba por contener eran la fatídica prueba de que mi cuento de hadas empezaba a desplomarse, a caerse a pedazos. Mi castillo comenzaba a oscurecerse, a ceder ante el mortal ataque del exterior, ante las batallas del destino, que seguía moviendo sus piezas en aquel interminable juego de ajedrez.

-          Nos iremos. Juntos –musitó suavemente, tomando mi rostro entre sus delicadas manos, y apartando unos cuantos mechones ondulados de mi rostro –Vamos, no me iría, dejando olvidado aquí a mi corazón –y sonrió entonces, borrando con ese simple gesto el dolor que acababa de sembrar en lo profundo de mi alma –Nos iremos. Pero debes prometerme una cosa: no me dejarás solo, lucharás conmigo, siempre. Y si me cansara, si me rindiera y dejara de pelear, pelearás tú por mí.

Y fue como si me hubiera ordenado respirar. Fácil. Fue como si me hubiera pedido tomar su mano. Porque había nacido precisamente para eso. Resultó casi ridículo que pidiera aquello, y creo que incluso sonreí mientras miraba su confundida expresión.

Porque lucharía el cansancio, hasta que cada gota de sangre en mis venas se hubiera desvanecido, hasta caer de rodillas, incapaz de dar un paso más. Me aferraría a él desesperadamente. Lucharía hasta morir… o hasta que él me pidiera que dejara de hacerlo.

-          Es increíble que me pidas eso –musité entonces, soltando sus manos, cerrando los ojos ante el momentáneo dolor de haberlo hecho –Es increíble que no sepas aún que estoy dispuesta a luchar por siempre. ¡Porque te has convertido en lo único importante en mi vida! ¡Porque no tengo otra cosa por la cual luchar! –y alcé los ojos al cielo, rogando que algún día entendiera que tenía mi voluntad entre sus dedos… y tener la fuerza suficiente para soportar el dolor de una batalla perdida –Y si quieres una respuesta, aquí la tienes: sí, Michael. Pues, junto a ti, es lo único que sé hacer. Si estar junto a ti implica luchar eternamente contra el tiempo y el destino, lo haré. Porque poder verte, así, como estás ahora, es lo único que deseo. Y si eso significa tener que pelear contra 20 mil dragones al mismo tiempo sólo con mis puños, lo haré.

Y hubo tantas cosas que quise decir entonces. Tantos “Te amo” contenidos en el nudo que crecía cada vez más en mi garganta. Tantos “No me dejes” encerrados en las cientos de lágrimas que mis ojos ardían por llorar. ¡Tantas confesiones, tantos miedos! Tantas ganas de suplicarle que no me dejase sola, que no me asesinase lentamente, condenándome a su ausencia.

-          ¿Sabes? –dijo, mostrando una deslumbrante sonrisa fuera de lugar que me sacó de mis tinieblas –Eso es de lo más largo que me has dicho jamás.

Sus tintineantes risillas volvieron a llenar el lugar, contagiándome al instante con su repentina alegría.

Y parecía que había esperado años para pronunciar aquellas palabras. Me pareció que hacía siglos que mirar los ojos de Michael era casi imposible sin echarme a llorar. Y no me importaba esperar mil siglos más.

-          ¡Casi lo he olvidado! –exclamó Michael, sacándome bruscamente de mi musaraña de ensoñaciones, mientras se ponía de pie y rebuscaba infantilmente entre los bolsillos de su camisa y sus pantalones negros.

Cuando por fin encontró lo que tan desesperadamente buscaba, sacó pequeña cajita negra, y la puso ante mis ojos como si de un trofeo se tratase.

-          He esperado algún tiempo para entregarte esto –dijo, mientras colocaba sobre mi mano aquella ligerísima cajita –Supongo que no tendré que esperar más.

Y cuando abrí curiosa mi pequeño regalo, una diminuta figura alada bañada de diamantes saltó a mi vista. Una hadita de plata, con sus alas salpicadas de delicados y minúsculos diamantes, que era simplemente hermosa. De una delgada cadena plateada, colgaba Campanita, y me miraba lista para cubrirme de polvo de hadas de un momento a otro.

-          Es… -comencé a decir, pero la tierna mirada de Michael clavada sobre mí, expectante, me detuvo inmediatamente –Es hermosa. Yo…
-          Claro que puedes aceptarla. Y lo harás –dijo, como si leyera mis pensamientos. Y, embriagado de entusiasmo, se colocó tras de mí y retiró mi cabello con delicadeza, para después rodear mi cuello con aquel collar.

Se alejó de mí tres pasos, y se dedicó a mirarme largamente. Como si de su creación se tratase, me miró con orgullo y ternura. Cuando el típico rubor comenzó a ascender por mis mejillas, no me quedó opción más que huir:

-          Vamos, que no es para tanto –murmuré, al tiempo que le rodeaba con mis brazos, deleitándome ante el cálido contacto de la piel de su espalda contra mis heladas manos.

Y así era como debía ser. El sol girando despreocupadamente, y yo, una diminuta e insignificante estrella, anclada a su gravedad. Sus manos alrededor de mi cintura, su corazón latiendo armoniosamente junto a mis oídos, fascinándome con su rítmica cadencia, y sus dulces besitos recorriendo mi frente y mis mejillas… Tal como debía ser.

Michael me alimentaba, me mantenía respirando a base de simples gestos, de fugaces miradas, sin darse cuenta. Sin decir una palabra, iluminaba las más frías tinieblas con una sonrisa.

Y cuando murmuró “Te quiero”, estrellando su cálido aliento contra mi cabello, sentí que nada podría salir mal entonces. Que se secaran los mares, que se extinguieran los amaneceres. ¡Que lloviera, que nevara!...

Que se detuviera el reloj, para que así Michael me siguiera estrechando entre sus brazos de por vida.

La sonrisa que esbocé entonces, me pareció insuficiente para capturar la felicidad que sentía. Como una tonta, abracé con más fuerza aún a Michael, casi haciéndole daño.

-          Gracias –susurré a su oído, separándome de él y poniéndome de puntillas –Gracias, gracias.
-          No agradezcas, pequeña –murmuró, inclinándose para quedar al nivel de mi rostro.
-          Gracias por esto, por estar aquí –continué, ignorándole –Pedirme que no agradezca es como pedirme que deje de respirar: lo haré, tarde o temprano. Porque me sacaste de las tinieblas, te llevaste mi soledad… y me enseñaste a creer en las hadas. Me mostraste la luz en los momentos más oscuros. Tú, el sol, te fijaste en mí: una diminuta luciérnaga de escaso brillo. Gracias, porque estás aquí, ahora. Y sé que estarás aquí… siempre.

Y, mientras Michael me abrazaba de nuevo, supe que aquella era una innegable verdad más. Uno más de los hechos de la vida. Una ley, un mandamiento.

-          Siempre.

Entre centelleantes carcajadas, entre sonrisas que eclipsaban al mismo sol, entre la danza de sus rizos, transcurrió el resto de la noche.

Era increíble cómo sólo él era capaz de encerrar niveles tan grandes de felicidad. A él se reducían mis deseos, mis expectativas. Alrededor de él volaban mis ilusiones, mis ansias. Él expulsaba mis miedos y mis dudas. Y sólo él era capaz de hacerme llorar y reír al mismo tiempo.

¡Y qué maravillosa sensación de sentirme feliz por fin!

Y, cuando Michael me dejó en la puerta de mi habitación, y yo me perdía en la exquisita curvatura de sus mejillas a contraluz y el mágico resplandor de sus perfectas pupilas, deseé que no se fuera. Deseé no tener que dormir entonces, y que amaneciera justo en aquel momento, para seguir  mirándole… siempre.



















Chicas:

Como habrán notado, hubo un ENORME cambio en el diseño del Blog. Es mucho más sencillo que el anterior. Espero les guste, y si no,háganmelo saber. Sus críticas serán siempre bienvenidas.

Hoy he de decirles lo mismo de siempre: GRACIAS a todas por los bellísimos comentarios que dejan. Son mi alimento, mi combustible. Sin ustedes, esta historia se hubiera cancelado largo tiempo atrás.

Y, disculpen mi insistencia, pero necesito sus comentarios. Son de VITAL importancia para mí. Son mi alimento, mi combustible. Me ayudan a saber si lo hago bien, o si lo hago mal, y cómo mejorar. Porque esta historia es de ustedes.

Y a las que no dejan sus comentarios, también les agradezco por leer.

Mis agradecimientos una vez más. A todas.

Saludos, y muchos, muchos besos!  

2 comentarios:

  1. Bueno Julia, aquí va mi comentario para el monstruo xd.
    ME encantooooooooooooo!
    En un momento me dio miedo que se separaran, fue un alivio que Michael dijera que se iban juntos.
    Espero el próximo capi ! Besos :)

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  2. the best date E V E R !!!!
    <3 wow Julia.. no sé qe tienes tú en contra de mis pobres expectativas que siempre logras hacerlas volar ! D:
    Dios mío!! Siempre he pensado que un hombre le ponga un collar a una mujer alzandole su cabello es la cosa más romántica que existe.. :3 fue perfecto que hubieras escrito en la 'primera cita normal de Michael & Julia'
    WOW esqe.. D: sinceramente speechless .___.

    Imagino la pobre cara de Julia escuchando a Michael diciendo: Te irás.
    NOOOOOOOOOOOO! D: imagino a Julia con esa expresión y qe de fondo se escucha un vidrio rompiendose DDD: ooh ya lo vii ya lo viiii!!!! *-* jajajaja :D

    ayyyy ni imaginar lo qe le espera a Michael cuando regresee D: y más con Joseph ahí presente :@ Santo Niño de Atochaaaaaaaaa!!!!!
    pobree pobreeee pobreee.... :/

    Bueno.. ya te lo sabes de sobra :D , esta vez, el capítulo qedó.. espectaucular.. si se pudieran poner negritas en estos comentarios ten por segura que mi comentario opacaría el color rojísimo que hay a los lados del blog :3 jajaja

    No pensé qe alcanzarías a publicar el capítulo el martes :3 no pude comentartelo antes porque tenía que estudiar para un examen final así que D:
    Pero bueno, sabes qe nunca te fallo ;D ciertoo? cieeeeeeerto? :B

    Espero el próximoo!! :D
    Besoos! ♥

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