Capítulo 22

XXII

Narra Michael.

Tatum. Había entrado intempestivamente para poner mi mundo de cabeza nuevamente, como acostumbraba a hacer. ¿Cómo decirle que no podía corresponderle? ¿Cómo explicarle a esa niña el poder de mis sentimientos hacia Julia, unos sentimientos que ni siquiera yo conocía con exactitud? Salió de la habitación dando grandes y ruidosas zancadas, apretando los puños y frunciendo el ceño en un furibundo e infantil gesto, luego de que le dí a entender que lo único que podría ofrecerme era su amistad.

Me detuve a mirar por la ventana, esperando a que Tatum saliera de Hayvenhurst, incapaz de mirarla a los ojos por ahora. Tardó bastante en salir, pero cuando por fin lo hizo, salí de mi escondite.

Salí de la biblioteca trotando rápida y desesperadamente por el pasillo, para encontrarme a Julia sentada en el sofá circular de la sala de estar. Con el ceño fruncido, miraba malhumorada hacia la ventana. Tenía el mentón sobre una de sus delicadas manos, y con la otra tamborileaba impaciente sobre su regazo. En sus ojos ardía un fuego diferente, casi asesino. Supe en ese instante que una pequeña gran discusión estaba por tomar lugar. Dí un par de pasos hacia ella con sigilo, buscando las palabras para dirigirme a Julia, quien parecía, además de molesta, triste.

-          ¿No pudiste al menos presentarme? –se puso de pie y caminó veloz hacia mí, con una altivez casi majestuosa y el ceño fruncido en un iracundo gesto que me hizo retroceder. No pude reprimir el pensamiento de que se veía hermosa incluso cuando se enojaba.

-          Disculpa, yo no…

-         ¿Acaso no soy suficiente para ti? ¿Acaso te avergüenzas de mí? –me reprochaba con ojos hirientes.

-          ¡Nunca! No quise ofenderte…

-          Quizá tú no, pero ella tenía toda la intención.

-          Ella es así. Tatum es… diferente –dije sin encontrar un adjetivo distinto.

-          Sí, es bastante evidente. Y al parecer a tí no te importa. Ni te importaron las horribles miradas que me dirigía… ¡Ni siquiera te importó cuando me fui! ¿A qué viniste, Michael? ¿A presumirme lo feliz que te hace el estar a su lado? ¿A darme tu lástima? ¿A llenar el espacio vacío que dejó cuando se fue? ¡Dime! –sus reproches herían mi corazón como puñaladas. Sólo ella tenía el poder de herir mi corazón para luego curarlo delicadamente sin darse cuenta. En ese momento me pregunté si Tatum había hablado con ella, pero la respuesta era más que evidente.

-          Nada de eso, Julia. Tatum es mi amiga. Mi amiga y nada más.

-          ¿Y qué soy yo? –preguntó, mirándome fijamente a los ojos, como nunca antes había hecho. Percibí en su mirada rabia, tristeza y desesperación. Aquella mirada hizo trizas mi corazón. Había hecho una pregunta que ni yo era capaz de responder.

-          ¿Qué eres tú? –tomé su barbilla firmemente, decidido a conservar su mirada conectada a la mía eternamente –No lo sé. No sé si eres mi amiga o mi enemiga. No sé si te quiero o te odio. Llegaste tú, y ahora ya no sé qué es bueno y qué es malo. No sé si acercarme o alejarme de ti. Y no sé si amar u odiar este sentimiento, esta confusión. Sé que tengo la necesidad de estar junto a ti, de protegerte a toda costa, pero no sé qué es este estremecimiento en mi corazón cada vez que te miro, y lo odio. No sé por qué te has convertido en la única persona que puede hacerme reír y llorar al mismo tiempo. No sé si es esto a lo que todas las personas llaman “amor”. No lo sé, y tampoco sé si quiero saberlo. Sólo sé que no quiero que te vayas. Quizá sea muy egoísta de mi parte, pero te quiero aquí conmigo, siempre. Odio que me falte el aire cuando no estás, porque no sé si eres buena o mala para mí. Y deseo con todas mis fuerzas ser capaz de alejarme de ti, de olvidarte, de borrarte de mi vida para siempre con un soplo. Deseo poder fingir que no me importas. Deseo poder eliminarte de mi vida, para evitar salir herido. Deseo no haberte conocido nunca.

Sus ojos comenzaron a derramar ardientes lágrimas y dio un paso hacia atrás, al tiempo que se llevaba ambas manos a la cabeza en un desesperado ademán. Aquel gesto me destrozó por completo.

-          ¡Te odio! ¡Te odio, Michael! Odio tu maldita capacidad para hacerme sufrir. Odio depender completamente de ti. Y odio aún más el hecho de que yo sí sé qué es lo que siento por ti –gritó, con las mejillas bañadas de lágrimas, y, corriendo rápidamente, se fue. Escuché sus acelerados y furibundos pasos golpeando las escaleras y el violento portazo que dio cuando se encerró en su cuarto.

¿Pero qué había hecho? ¿Por qué la había dejado ir? ¡Claro que sabía lo que ella me hacía sentir! ¿Por qué no se lo hice saber? La respuesta era más que sencilla: porque era un cobarde. Había dejado pasar una oportunidad más, y mi corazón tembló de dolor instintivamente al pensar que quizá ésta oportunidad sería la última.

Llegada la hora de cenar, Julia no se presentó. Su lugar, frente al mío, estaba vacío, y su silencio flotaba con pesadez en el ambiente. Su ausencia era casi palpable en el aire. Yo miraba con desinterés el plato rebosante que tenía frente a mí, sin la más mínima intención de comer.

-          ¿Bajará Julia a cenar? –preguntó Katherine a La Toya.

-          Está… algo indispuesta. Me dijo que se siente un poco enferma y se disculpa por no poder acompañarnos esta noche –explicó secamente La Toya sin dejar de mirarme reprobatoriamente, revelándome en silencia la verdad: Julia no quería encontrarse conmigo.

-          Espero que no sea nada grave… -añadió preocupada Katherine, haciendo ademán de levantarse.

-          No es nada -la detuvo La Toya -Seguro que un poco de descanso es todo lo que necesita, está muy confundida y cansada aún. Mañana estará bien.

-          Eso espero. Mañana por la noche será la fiesta que ofreceremos en honor de Michael y Julia –anunció mi madre tomando asiento de nuevo. Como siempre, había sido más que eficaz al organizar el evento -Esperemos que para entonces se encuentre mucho mejor. 

Al terminar de cenar, me dirigí a mi habitación, con el propósito de poner en orden el torbellino en que se habían convertido mis pensamientos. No paré de pensar en lo cobarde que había sido. Ahora estaba casi completamente seguro de que Julia estaba muy lejos de amarme. Todo lo contrario, quizá hasta me odiaba. Me lo había dejado más que claro: “¡Te odio! ¡Te odio, Michael!”. Sus frías y mordaces palabras resonaban incesantemente en mi cabeza, llevándome al filo de la demencia. Sentí que en cualquier momento inevitablemente perdería la cordura. 

Al poco rato, escuché voces en el pasillo, y reconocí inmediatamente el suave y seductor matiz de la voz de Julia. Me acerqué a la puerta para escuchar mejor, impulsado por la necesidad de llenarme con el aterciopelado sonido de su voz. Sin embargo, ahora su voz no sonaba con la alegría que la caracterizaba. Sonaba vacía, rota. Escuchar su voz en aquellas condiciones provocó que mi corazón comenzara a latir rápidamente.

-          ¿Has hablado con él? ¿Qué te ha dicho? –preguntaba La Toya -¿Qué te ha dicho tu padre?

-          Me voy, La Toya. Regreso a México en una semana.