Capítulo 23

XXIII

Narra Julia.

En una noche, mi mundo había dado un súbito giro de 360°, y había cambiado completamente de color ante mis ojos. En sólo día, había pasado de la más grande alegría a la más profunda tristeza. Dos hechos habían ayudado a volver trizas mi corazón. Y ambos hechos resultaban igualmente dolorosos para mí. Ambos me llevaban al filo de la locura.

Aquella noche no derramé ni una lágrima. Estaba cansada de llorar, y, además, dudaba que aún me quedaran lágrimas para derramar. Lo único que sentía era un inmenso vacío en mi pecho y la fría certeza de que no podría llenarlo nunca. Miraba la luz de la luna que se colaba por mi ventana sin prestarle ninguna atención, pensando sin poderlo evitar en Michael.

Tocaron a la puerta y no tuve los ánimos ni las fuerzas para responder. Después de escuchar repetidas veces el irritante sonido de los nudillos golpeando contra la superficie de la puerta, escuché cómo ésta se abría ruidosamente. Al girarme, percibí la cabeza de Michael asomándose hacia el interior de la habitación iluminada por el etéreo resplandor de la luna. Al verme, Michael se giró para cerrar la puerta, dio un suspiro, comenzó a caminar lentamente hacia mí, y se detuvo a mitad de camino. Los contornos de su perfecta figura se recortaban contra la luz de la luna, cuyo brillo apenas iluminaba su rostro.

-          ¿Puedo hablarte un momento? –preguntó con aquella aterciopelada y tímida voz que conseguía derretirme de ternura cada vez que la oía. Mi corazón inició una serie de rápidos y arrítmicos latidos que, estaba segura, podían oírse a kilómetros de distancia.

-          Claro –respondí, sorprendiéndome del sonido de mi propia voz, que sonaba rota, hueca y fría a comparación de la suya. Su voz era una perfecta melodía en desarrollo, una delicada combinación de intensidad y suavidad, una magistral sincronía de notas que daban como resultado el más perfecto sonido que mis oídos hubieran percibido jamás.

Michael comenzó a caminar hacia mí de nuevo con aquella característica y arrebatadora elegancia en cada paso que daba. Se sentó junto a mí y me tomó titubeante las manos heladas, me sorprendí de lo cálido de su contacto, que derritió inmediatamente el hielo que me cubría. Aún cuando sólo veía los bellos contornos de su rostro, adivinaba en Michael turbación y un nerviosismo casi palpable en el aire.

-          He sido un idiota, lo sé, y te suplico me perdones. Sí, todo lo que dije hace unas horas es cierto, pero también es sólo la mitad de la verdad. Sólo te pido que me escuches, ¿lo harás?

-          Siempre –acepté, muy a mi pesar.

-          La otra mitad de la verdad es la más difícil de encarar. Es verdad que tu sola presencia logra confundirme y aturdir mis sentidos. Pero la verdad es que tengo miedo, Julia. La fuerza de este sentimiento es tan grande que no sé si pueda soportarlo y salir victorioso. Quiero que sepas que la confusión que siento ha adoptado proporciones insospechadas para mí. No sé lo que siento, sólo sé que tu amistad es lo más valioso que tengo… y no quiero perderla. No quiero perderte, Julia, aún cuando eso suponga negar lo que siento.

Michael se detuvo, lanzó un suspiro y se mordió con fuerza el labio inferior, mientras en su rostro se desarrollaba un debate entre la tristeza, la impotencia y el miedo

-          Sé que si me lanzo al abismo, puede que no salga jamás… y tengo miedo de llevarte conmigo al caer. Hay muchas razones para alejarme de este sentimiento: Joseph es una de ellas, por desgracia, tiene el poder de hacerte daño, y no lo permitiré jamás. Tengo miedo, Julia. Tengo miedo de que la fuerza de este sentimiento, lejos de hacerme sentir vivo, termine por matarme.

Se detuvo nuevamente, se frotaba nerviosamente las manos, y huía de mi mirada. Comencé a sentir cómo las lágrimas acudían a mis ojos, sin poder evitarlo.

-          ¿Sabes? Haberte encontrado ha sido lo mejor que me ha pasado en la vida, y tenerte a mi lado es un verdadero milagro, por eso me encoleriza el hecho de no poder ofrecerte nada más que amistad. Pero tengo miedo de perder la tuya. Quizá esté entre mis deseos ofrecerte algo más que una frágil amistad, pero por ahora, simplementeno puedo...

Suspiré largamente. Sus palabras, aunque dulces y delicadas, conseguían herirme como latigazos.

Una frase cruzó mi mente con la velocidad de un relámpago y su fría verdad heló mi corazón: “La peor forma de extrañar a alguien es estar sentado a su lado y saber que nunca lo podrás tener”

-          Michael… Tendrás mi amistad siempre. Siempre estaré ahí para ti….

-          No es cierto –dijo con frialdad –Te irás. Me dejarás solo.

-          Pero regresaré, y entonces me quedaré para siempre. ¿Acaso olvidaste todas aquellas promesas que nos hicimos? Nunca te dejaré solo –tomé su barbilla, obligándole a mirarme fijamente.

-          Gracias –dijo mientras se ponía de pie frente a mí –Te quiero.

Me dio la espalda y  comenzó a andar hacia la puerta; se detuvo un momento, con la mano en el picaporte, se giró para regalarme una rota y fría sonrisa, y se fue, tan súbitamente como había llegado.

Me llevé las manos al pecho, intentando inútilmente evitar que mi corazón se rompiera en mil pedazos. Me hice un ovillo en la cama y me prometí fervientemente desterrar cualquier sentimiento diferente a la amistad que pudiera sentir por Michael.

Acababa de sellar una amistad inquebrantable con él… una amistad que, por los mismos deseos de Michael, no sería nada más.

No debía amarlo. Con sorpresa, reparé en el hecho de que esperaba con locas ansias el momento de separarme de él. Quizá sin su profunda mirada y su suave contacto dejaría de amarlo. O quizá  enloquecería…

¿Por qué junto a él todo era tan complicado? ¿Por qué era tan difícil entregarse a estos sentimientos? ¿Por qué dolía tanto?

Luché por conciliar el sueño, y, cuando por fin lo logré, la mirada de Michael me perseguía en mi subconsciente. Lo odiaba. Definitivamente, comenzaba a odiarlo. Lo odiaba porque no podía amarlo más.

Cuando me desperté por la mañana, el sol ya no brillaba igual ni las flores tenían el mismo color. Sin las más mínimas ganas, bajé para reunirme con la familia.

-          ¿Te sientes mejor, querida? –dijo Katherine, rozando con delicadeza mi frente y mejillas.

-          Claro –dije con una media sonrisa, pensando en la gran mentira que acababa de decir.

-          Perfecto. Hoy por la noche será la gran fiesta, y…

-          ¡La fiesta! Ven conmigo, Julia –dijo Rebbie mientras entraba en la habitación con la velocidad de un rayo y recorría rápidamente mi cabello con las manos –Tenemos que comenzar a arreglarte, debes lucir maravillosa.

-          Adiós, Katherine… -apenas me dio tiempo de decir antes de que Rebbie me arrastrara fuera de la propiedad.

Subí al flamante Audi plateado de Rebbie, seguida por La Toya, quien iba cargada con lo que parecían cientos de vestidos.

-          Querida, esta noche debes lucir espectacular. Hemos encontrado un Príncipe Azul más perfecto para esta Cenicienta.