martes, 26 de julio de 2011

Capítulo 36

XXXVI
Narra Julia

Fingir que nada malo pasaba cuando en realidad nada iba bien cada vez era un reto más difícil. Michael llevaba fuera más de dos horas –y sabía perfectamente que no lo vería hasta el día siguiente–, y La Toya adoptaba un tono de voz y una manera de mirarme cada vez más irritantes.

Aunque intentaba con desesperación permanecer atenta a lo que Alexander y La Toya decían, sólo me llegaban trozos de conversación sin sentido ni importancia alguna para mí. Sin poder evitarlo, cada diez segundos miraba a la puerta, esperando a que por obra de algún milagro, Michael la cruzara, exhibiendo aquella flamante sonrisa que siempre lograba hacerme enmudecer. Después de lo que parecía una eternidad mirando aquella puerta siempre inmóvil, me resignaba e intentaba descifrar los ininteligibles murmullos de Alexander, y, al no conseguirlo, miraba de nuevo hacia la puerta.

<<Vamos, sabes que no lo verás hasta mañana>>  decía aquella irritante vocecilla en mi cabeza, pero bastaba imaginar el siempre cálido brillo en sus ojos para acallar los reclamos de mi conciencia y soñar con que Michael llegaría e iluminaría mi mundo con su sonrisa. Justo entonces, al intentar por milésima vez resignarme a que aquella puerta no se abriría, caí en la cuenta de que le necesitaba aún más de lo que siempre había creído.

Necesitaba desesperadamente llenarme los oídos con su risa. Necesitaba cubrir mis heladas manos con las suyas. Necesitaba que su presencia congelara el tiempo. Necesitaba escapar del mundo sumergiéndome en el marrón de sus ojos… Necesitaba verle. Ya.

Lo peor de todo aquello era que, por más que le necesitara, Michael no daría un paso dentro de aquella opulenta mansión en Encino al menos hasta después de 12 horas. Normalmente, las “grabaciones que no tomarían más que dos horas” se extendían tanto que amenazaban con enloquecerme. Y aquella –obvia y lamentablemente– no sería la excepción...

-          … Entonces, ¿te parece? –preguntó Alexander de improviso, sacándome bruscamente de mis millones de simultáneas cavilaciones. Me dio un ligero golpecito en el hombro para obligarme a verle a él en lugar de a la puerta.

 <<Maldición…>>, pensé.

-          Pues… yo… –comencé a balbucear como una auténtica idiota, frotándome las manos, mientras buscaba en el fondo de mi mente alguna excusa lo suficientemente coherente, sin éxito –La verdad es que…
-          No has escuchado nada de lo que he dicho –dijo, con ¿diversión? Suspiró ruidosamente y se cruzó de brazos, mirándome con una escandalosa sonrisa grabada en aquel rostro blanco como la nieve –No planeo repetirlo todo. Iré al punto…

Alexander tomó aire, y me miró como un profesor miraría a una alumna que aún no ha aprendido la lección, aunque la mirada en sus ojos me hizo saber que lo que planeaba decir sería aún más sorprendente

-          ¿Quieres salir conmigo, mañana?

Y aquello me cayó como una bomba nuclear. En realidad, bajo cualquier otra circunstancia, habría salido con él gustosa… quizá demasiado gustosa para mi propio bien. Pero se cruzaba la divina casualidad de que el día siguiente era sábado. Sábado 9 de agosto, uno de los tres días libres de Michael al año. Y desaprovechar aquello hubiera sido un pecado capital. Un verdadero pecado.

Joseph y el equipo entero de Motown se habían dado a la tarea de exprimir el tiempo y las vidas de The Jackson 5. Eso daba como resultado alrededor de una hora al día de tiempo libre. Si bien, Michael y sus hermanos estaban más que hartos de la misma rutina exhaustiva, poco podían hacer al respecto. Entonces, desperdiciar 24 valiosas horas libres traería consecuencias similares a desencadenar la furia de los dioses.

Pero ahora, el principal reto era evadir aquella invitación sin destruir la magia en aquellos bonitos y esperanzados ojos color avellana.

-          Sé que probablemente es pedir demasiado, pero es una cena completamente libre de segundas intenciones. Es sólo una cena entre dos amigos. ¿Te parece? –la mirada que me dirigió entonces fue casi imposible de evitar… suplicante, tierna, inocente, y suplicante de nuevo.

La idea, para ser franca, me resultaba tentadora… pero la idea de todo un sábado viendo películas de Charlie Chaplin en pijama, acurrucada entre mil almohadas, comiendo galletas y palomitas de maíz junto a Michael, era irresistiblemente tentadora.

Además, aunque odiara admitirlo, me aterraba lo que Michael pudiera decir. A los gritos, Alexander y Michael estaban a años luz de ser amigos. Y “una cena completamente libre de segundas intenciones” podía llegar a sonar terriblemente amenazadora en sus oídos.

-          No lo sé… –balbuceé –Quizá… No creo que...

Y parecía que las palabras se negaran a acudir a mí. Balbuceaba incontrolablemente, mientras Alexander me miraba queriendo reprimir una carcajada. Miré a La Toya, quien se limitó a alzar sus delicadas cejas por encima del libro que fingía leer de una forma petulante. Me aclaré la garganta, y tomé valor de donde no había.

-          Mañana estoy ocupada. Joseph ha prometido que Michael tendrá el día libre, y…
-          No digas más –me cortó Alexander, extendió una mano y la colocó frente a mi rostro, deteniendo el torrente de palabras que amenazaba con salir –Si salir mañana es un problema, salgamos hoy.

Entonces, La Toya sí que dio señales de vida. Se removió en su asiento y nos miró de reojo, expectante. Después, optó por dejar su libro a un lado y mirarnos deliberadamente.

Aquella conducta anormal en La Toya comenzaba a darme en qué pensar. Normalmente, el rostro de La Toya mostraba tanta expresión como la misma pared. Pero ahora, mostraba unos ojos muy abiertos, clavados expectantes en mí, como si esperara con ansias mi respuesta. No… como si esperara que mi respuesta lograra calmarle los nervios.

Y, retrocediendo en el tiempo, reparé en el hecho de que la hermana mayor de Michael últimamente mostraba una tendencia por caminar detrás de aquel chico londinense, y sonreír más de la cuenta en su presencia. Cuando hube vuelto del pasado, comprendí que para La Toya, Alexander era más que un “simple chico londinense”. Necesité esforzarme para reprimir una sonrisa.  

-           Julia… -dijo, haciendo uso de la más controladora de las voces en su arsenal. Más evidencias hubieran sido innecesarias.

No necesitaba que La Toya dijera nada más. Tampoco necesitaba que detallara el número de problemas que vendrían después si aceptaba aquello, lo sabía perfectamente. La miré, sintiendo la mirada del mismo Alexander clavada en mí.

<<Maldición>>, pensé por milésima vez en aquellos últimos cinco minutos.

-          No creo que sea una buena idea –comencé, dirigiéndome a Alexander, con la voz mil veces más trémula de lo que me hubiese gustado, y una molesta sensación de haber recibido un golpe en la boca del estómago –Preferiría pasar el resto del día aquí. ¿Te parece?
-          Me parece perfecto –dijo Alexander, sin una pizca de decepción en la voz. Respiré profundamente, y lancé una mirada cómplice a La Toya, quien se limitó a mirarme inexpresivamente, como siempre.

Debo admitir que aquella decisión no se basó exclusivamente en el bienestar del pequeño corazón de La Toya, sino también en las ganas de evitar una discusión que podría sobrepasar mis expectativas acerca del significado de la frase: “La ira de Michael”.

Michael era una de aquellas personas que saben exactamente qué botones oprimir para controlar sus emociones. La vida le había enseñado cómo guardar sus sentimientos bajo llave. Pero cuando uno de aquellos sentimientos violaba el candado y escapaba de su cárcel, se desataba una serie de acontecimientos imposibles de controlar: desde un corazón roto hasta dolor de cabeza después de haber reído una hora sin parar. Michael, sin quererlo ni notarlo siquiera, hacía que el mundo entero sintiera lo que él, y con la misma intensidad.

Una de las emociones mejor controladas por Michael era, precisamente, la ira. Sólo había perdido los estribos frente a mí en un par de ocasiones –gracias a Joseph, claro–, y el fuego que sus ojos reflejaban era terriblemente parecido al que emanaban los ojos de su padre. Y cuando aquella escurridiza emoción hacía ademán de querer escapar, Michael tomaba un profundo suspiro y, en cuestión de segundos, sabía exactamente qué decir. Admiraba su antinatural capacidad de autocontrol. Y odiaba su antinatural capacidad de volverme diminuta con su mirada cuando yo era la causa de aquel fuego que emanaba de sus ojos.

Me pareció que cerraba los ojos un instante, y cuando los abrí, una bella escena crepuscular se dibujaba más allá de los ventanales de la sala de estar. El cielo angelino se veía coloreado de diferentes matices de púrpura, rosa, anaranjado y rojo, y el sol me dedicaba sonriente una alegre despedida, justo antes de esconder su enrojecido rostro en el horizonte.

Las siguientes tres horas transcurrieron justo cómo me las imaginaba. La mirada de La Toya dulcemente clavada en Alexander. La mirada de Alexander, irritantemente clavada en mí. Y mi mirada, anhelante, clavada en la puerta. En la mesa de café frente a mí se habían materializado de repente una baraja de póker y un tablero de ajedrez, y Alexander y La Toya se encontraban enfrascados en una discusión de la cual sólo rescaté las palabras “aburrido” y “apasionante”, lo cual no me ayudó en mi intento de encontrarle el sentido a todo aquello.

Y ahí estaba. Totalmente perdida, absolutamente fuera de lugar. Desesperadamente, buscaba algo a qué engancharme para no perderme de nuevo en el mar de mis pensamientos. Y al parecer lo había logrado… o casi. Alexander me había retado a una partida de ajedrez, y me ayudaba a mantenerme distraída en mi intento de no verme derrotada humillantemente.

Al final, todo se veía reducido a vanos intentos.

Justo cuando sostenía un marfileño alfil con miras de poner en jaque al rey de ébano de  Alexander, la puerta se abrió con un gracioso chirrido, y un Michael inusualmente insatisfecho la cruzó veloz. Me detuve un instante a preguntarme si no había comenzado a alucinar. Aquello era una perfecta visión en pleno desarrollo.   

-          Hola de nuevo –murmuró, mirando a Alexander, con tanto ánimo como si le estuviera ofreciendo sus condolencias.

Y, en realidad parecía que había estado en un funeral. Aquel melancólico brillo en sus ojos no era normal, no últimamente. Aquella forma de caminar, como si llevara el peso del mundo sobre los hombros, definitivamente, no era normal.

Inmediatamente, me puse en pie, y pedí a Alexander y a La Toya que me disculparan. Sin saludarle, tomé a Michael del brazo y lo llevé de nuevo al patio. Me crucé de brazos, parada frente a él, esperando a que me dijera qué pasaba. O que dijera algo. Lo que fuera. Después de un eterno minuto en silencio, supe que no diría nada por iniciativa propia.  

-          Michael –dije, tomándole suavemente la mano, sabiendo que sólo así me miraría -¿Qué ha pasado?
-          Nada –se limitó a decir. Me dedicó un patético intento de sonrisa que no engañaba a nadie.
-          No me engañas –respondí– ¿Qué ha pasado? –pregunté, imprimiendo en mis palabras toda la fuerza que aquel irritante nudo en mi garganta me permitió.

Y guardó silencio. Pero sus ojos gritaban. Y yo tuve ganas de hacerlo también. Pero nada de esto pasó, y me limité a esperar, y esperar.

-          He hablado con Berry esta tarde –dijo, con una voz tan apagada que inspiraba ganas de llorar.
-          ¿Berry? –fruncí el ceño una décima de segundo -¿Berry Gordy? ¿Dijo acaso que moriría pronto? Porque parece que…
-          No bromees con eso, Julia. No. –sentenció, cortante. Aquello dolió– Le hablé de ti.

Y volvió a guardar silencio. Y volví a esperar. Me froté las manos un momento que me pareció eterno. El tiempo parecía estar jugando con mi cordura, ya que pasaba con una lentitud enloquecedora.

-          Le hablé de ti. Y me ayudó a ver las cosas con más claridad. ¿Sabes de qué hablo? –preguntó entonces.
-          Me gustaría saberlo.

Para ser franca, me hacía una clara idea. <<Aquí vamos de nuevo>> pensé.

-          Hay personas que tienen que aprender a amar lo que es bueno para ellos, lo que los protege del sufrimiento. Aunque eso signifique un poco de sacrificio. Tienen que renunciar a aquello que los daña, aunque les dé la ilusión de ser felices. Con el tiempo, cuando hayan aprendido a olvidar aquello a lo que renunciaron, se darán cuenta de que son realmente felices y que en realidad no renunciaron a nada. Todo lo contrario, –se detuvo y me miró como si con el simple poder de su mirada fuera a romperme– ¿Sabes por qué te digo todo esto?

Hipnotizada por su mirada, negué con la cabeza. Repentinamente, se había formado un nudo aún más grande en mi garganta, y me veía incapaz de hablar.

-          Porque es tu caso. Es nuestro caso. –soltó, y me tomó la mano como si no quisiera hacerlo– Sabes que no puedo darte lo que necesitas. Sabes que el verdadero sentido de tu vida va más allá de lo que yo pueda llegar a entender. Sabes que el centro de tu gravedad está lejos de mi alcance. Sabes que tu felicidad está corriendo más allá de las puertas de Hayvenhurst. Sabes que sufrirás si te quedas. Lo sabes todo, y aún así sigues aquí.

Y callé. Su flecha había dado en el blanco. Michael, con unas palabras, hacía que mi pared de piedra se tambaleara, amenazando con caerse a pedazos.

-          Sabes que mereces algo mejor que esto. Lo sabes y al parecer poco te importa. ¿Por qué? Sabes que si miras alrededor encontrarás algo mejor que esto. Y sigues aquí. ¿Por qué? –aquello comenzaba a doler más de lo estrictamente necesario– ¿Qué puedo ofrecerte yo? Si prestas atención, repararás en el hecho de que no puedo darte nada que no tengas ya. Problemas y sufrimiento. ¿Por qué empeñarte en encontrar aquí lo que sólo puedes encontrar fuera? ¿Por qué engañarte a ti misma pensando que encontrarás en mí lo que sólo puedes encontrar en otra persona?

Me mordí el labio con fuerza, hasta sentir el metálico y característico sabor de mi propia sangre.

-          Porque… te amo –fue lo único que atiné a decir. Y sólo Dios sabía cuánto– Y puedes ofrecerme más de lo que crees.

Soltó un bufido bastante audible, como si yo hubiera dicho algo realmente absurdo. Además de ofenderme ligeramente, aquello me golpeó con fuerza.

-          No es cierto. Sólo piénsalo. Y piénsalo bien –dijo, tomándome de las manos con fuerza, clavando en mí sus desesperados ojos– Aquí, escondida en Hayvenhurst, puedo garantizar tu seguridad, pero no puedes permanecer aquí siempre. Y si sales, te toparás de frente con mi mundo. Mi verdadero mundo, ese en el que no te quiero –se detuvo, y bajó la vista un instante, como si soltar aquellas palabras resultara exhaustivo– ¡Si tan sólo entendieras!

Y aquello dolió. Dolió más porque sí entendía.

-          Entiendo –comencé, haciendo mi mayor esfuerzo por controlar los temblores en mi voz– Más de lo que crees. No sólo lo entiendo, lo he visto, Michael, más de una vez. Los portones de Hayvenhurst no siempre logran detener a los periodistas. Sé que si salgo de aquí una legión de periodistas caerá sobre mí. Sé que la gente hablará… ¡Y no me importa!
-          ¡Debería importarte! –exclamó entonces, soltando bruscamente mi mano– No soporto la sola idea de que alguien te haga daño.
-          No lo hagas entonces –le corté– No lo hagas, y déjame caminar directo al fuego. Eso es lo que quiero hacer –yo misma me sorprendí de no temblar internamente al soltar una verdad de ese tamaño– Comienzo a pensar que Berry Gordy no tiene nada que ver en esto. Me hiciste prometer que lucharía hasta el final por esto. Y lo estoy haciendo. Tú prometiste lo mismo.

Aquel dolor comenzaba a expandirse. Era un dolor lacerante, que rozaba cada parte de mi cuerpo, y se deleitaba deteniéndose en mi corazón. En aquel momento, sentí que el fin estaba cerca. Más cerca que nunca.  

-          Lo sé, y no pasa un día sin que me lo recuerde. Te prometí estar contigo siempre, te prometí cuidarte… pero está costando más de lo que imaginé, más de lo que ambos imaginamos jamás.

Se rendía. Así, ante mis ojos, Michael Joseph Jackson se rendía.

Pero yo no. O… quizá no.

-          ¿Y qué significa eso? ¿Que sólo porque sea difícil debemos renunciar a ello? ¿Significa que tengo que sacrificar la mitad de mi corazón para hacer las cosas más fáciles? ¡Sabes que no será así! –había llegado al límite, y comenzaba a gritar como una auténtica demente justo entonces, Michael me miró, resignado, cansado, y mis lágrimas cayeron entonces –Y si eso es lo que piensas… quizá así sea. Pero sólo para ti.

Comencé a caminar al interior de la casa, enjugándome aquellas malditas lágrimas con furia, dispuesta a volver a sentarme en ese sofá y no marcharme de ahí hasta que los pedazos de mi corazón estuvieran repantigados en el suelo.

-         ¡Y no pienso irme, si eso era lo que querías! –grité, justo antes de entrar.
-          No es lo que quiero, es lo que debes hacer –dijo, tomándome firmemente del brazo con el que sostenía la perilla de la puerta.

Y las ganas de estrellar mi puño contra su perfecto rostro fueron casi irrefrenables.

-          ¿Eso piensas, entonces? Prometí no dejar de luchar por esto hasta que tú me lo pidieras… -y tuve miedo de pronunciar las palabras siguientes, pero tenía más miedo de su respuesta -¿Es lo que estás haciendo?

Miedo. Dolor. Desesperación. Furia. Más miedo. Y más dolor. Pareció entonces que tardaba una eternidad, una dolorosa eternidad. El río de lágrimas que resbalaban por mi helado rostro era ahora irrefrenable. Y dolía.

-          Sí –murmuró.

Y mis muros se derrumbaron.
Y mi corazón se rompió.

3 comentarios:

  1. Auch!, dolió :(
    ay, Julia! que triste ! nooooooooooo, pero Michael ! :C pobre julia... aaaaaaaaaaaaaw! que hará ahora ? :O a donde ira! pobre !
    quiero más :)

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  2. No! Dios mío, ¡como dolió este capítulo que tanto esperé! Esto no puede ser verdad... por favor, Julia, las cosas no pueden acabarse así! Michael y Julia se aman, ¡que dejen de buscar excusas tontas y de tratar de separarse de una vez!
    Tu novela es maravillosa, linda. ¡Espero con ansias el siguiente capítulo!

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  3. Hola julia de mi vida
    Amiga hermosa, me produce enorme alegría pasar x aquí , escribirte , saludarte y recordarte una vez mas cuanto te aprecio.
    Es cierto q leer este capitulo me ha destrozado el corazón, pero igual te agradezco que así sea, no hay nada mejor que vivir intensamente con algún relato y bien que lo consigues. uf me hiciste llorar, es que plasmaste tan bien las injusticias que a veces ocurren en la vida , mayormente si de temas amorosos se trata , como ocurrió con Michael y julia , pero ambos se aman y pase lo que pase se que se unirán y serán muy felices (espero, es mi deseo como lectora)...
    Corazón creo que ya has oído esto muchas veces, pero es que es la verdad ,por eso ni yo ni todas quienes estamos enamoradas de tu manera de escribir , nos cansaremos de repetirtelo : ERES GRANDIOSA!! sigue hacia adelante siempre con la meta deseada frente. Aquí me tienes con todo mi cariño y apoyo..
    TE QUIERE MUCHISIMOOOO
    Fiorella

    *espero hallarte en el chat y podamos conversar , lo deseo muchooooo

    Me gusta el nuevo diseño del blog , se ve genial, magnificoooooo

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