martes, 28 de junio de 2011

Capítulo 33

XXXIII

Magia pura.

Ser arrancada dulcemente de mis más profundos sueños por el reconfortante sonido de los delicados nudillos de Michael al golpear la puerta fue como… magia.

Encontrar aquel deslumbrante par de ojos marrones escrutando mi soñolienta expresión, endulzando con su cálida luz los principios de un nuevo día era simplemente, y eclipsando con su brillo al sol que intentaba alzarse sobre el horizonte… magia.

Y sentir sus manos ciñéndome a él, rodeándome con fuerza, capturándome, y el poder enloquecerme con la indescriptible dulzura de su aroma, mientras las manecillas del reloj se detenían, estancadas contra mi propia felicidad… era magia.

Magia. Y Michael sabía exactamente cómo y cuándo hacer uso de ella. Porque precisamente en él residía la fuente de aquella magia. En el brillo de sus preciosas pupilas, en los exquisitos bordes de sus delicadas facciones, en el perlado resplandor de su sonrisa, en la radiante alegría que desprendía a cada paso, a cada respirar.

Magia.

-         Pareciera que un tornado gigante hubiera arrasado con todo por aquí –bromeó Michael, sonriendo ligeramente, mientras yo recogía el desastre que mi infantil desesperación había causado la noche anterior.

Detrás de la juguetona y vivaz expresión en el rostro de Michael, se escondían unas irrefrenables ganas de detener el tiempo, de retrasar el reloj, de volver a aquellos tiempos en que nuestra soledad era nuestra mejor compañía, cuando ser feliz era tan fácil como respirar, incluso en la más inverosímil de las circunstancias. Porque viajábamos directo a la avalancha de problemas que amenazaba con sepultarnos, incapaces de hacer lo contrario.

Y, como siempre me sucedía cuando tomaba de la mano a Michael, el tiempo pasó frente a mis ojos sin que yo lo notase, sin que mis vanos intentos por regresar a Tierra funcionaran. Cuando escapé de mi musaraña de ensoñaciones, Michael me miraba con el ceño fruncido, esperando a que le diera al conductor del taxi indicaciones.

Después de 20 minutos dedicados a mirar por la ventana sin mirar en realidad, llegamos al bullicioso aeropuerto, donde Michael compró un par de boletos para el siguiente vuelo a Los Ángeles. Ya estábamos listos para lanzarnos directo al abismo, sin paracaídas.

-          ¿Tienes miedo? –espetó, sentado junto a mí en el avión una hora después. Aquello sonaba más como una afirmación que como una pregunta.
-          No –negué. Y era verdad.

No tenía miedo. Estaba completamente aterrada.

Ninguno de los dos queríamos admitir que no queríamos llegar a Los Ángeles, que temíamos encontrar un Joseph más molesto que nunca. Michael no quería admitir que no sabía cómo enfrentar al monstruo de la fama conmigo a su lado, que yo no era más que la causa de su montaña de mil problemas. Y yo no quería admitir que quizá ese monstruo era mucho más fuerte que ambos, que mis primitivos instintos de supervivencia podían activarse en cualquier momento… No quería aceptar que podía terminar huyendo.

Y me miró entonces, como sólo él sabía hacerlo. El aire que me rodeaba se tornó insoportablemente caliente, y, en el transcurso de una idea demente, me pareció que, en vez de encontrarme sentada en aquel ruidoso avión comercial, me encontraba flotando entre las nubes, impregnada por la cálida luz que los ojos de Michael despedían.

Michael me miró como si un dolor lacerante lo atacara si no lo hiciera. Me miró como si estuviera presenciando la realización misma de cada uno de sus sueños. Y yo me deleité en la loca idea de que, quizá, así era. La sensación de completa alegría que me invadió cuando pensé que, quizá, la felicidad de Michael residiera en mí fue… abrumadora. Como intentar ser feliz en plena realización de un pecado capital. Porque intentar creerlo me parecía exactamente eso: un pecado.

Cuando, al cabo de un rato, Michael me sacaba del Paraíso al tiempo que cerraba sus ojos, se dedicó a dormitar cómodamente a mi lado. Entonces, mientras miraba superficialmente por la ventana, dí rienda suelta a mis ya desbocados pensamientos…

Resultó casi aterrorizante pensar el gran embrollo en que ambos nos encontrábamos. Aquella dependencia enfermiza, aquella demoledora necesidad del otro… era una locura. Una obra en progreso de dos completos lunáticos. Pero ya no había vuelta atrás. Y casi agradecí aquello.

En aquella frágil burbuja de fantasías era feliz. Porque Michael estaba en ella también. Él mismo había creado aquella burbuja. Fuera de ella, había cientos de problemas, y miles de dudas y miedos. Dentro, sólo había felicidad.

La fuente de mi absoluta felicidad se encontraba latiendo a mi lado, durmiendo cómodamente con una expresión de paz profunda grabada en sus exquisitas facciones. Mi felicidad pendía de un hilo, caminaba insegura por una cuerda floja suspendida en el techo del mundo, porque bastaría un “Adiós” o un “Vete” para que esa felicidad se viera transformada en una inmensurable, enorme, e indeciblemente profunda tristeza.      

El problema de que mi felicidad residiera en Michael era precisamente ése… Michael no estaría aquí siempre. Y yo no era la mejor compañía sobre este planeta. Yo, una insignificante niñita boba de unos miserables 1.50 metros, miedosa hasta la médula, enamorada locamente de su ídolo, apenas capaz de hablar sin ruborizarme. Estaba plagada de defectos, de inseguridades, y Michael bien podía despertar un día, y decidir que yo no era lo que quería de la vida. ¡Y hubiera sido perfectamente aceptable!...

-          Cuéntame sobre tu madre, por favor –la soñolienta voz de Michael, siempre cordial, me sacó bruscamente de mi mar de pensamientos. Me sorprendió tanto que estuviese despierto que tardé un momento en responder.
-          Pues, en realidad no sé mucho –comencé, titubeante, aún conmocionada –Mi padre se negaba a hablarme de ella –Michael permanecía con los ojos cerrados, escuchando con atención, y yo lo miraba, sin saber qué decir –Era española. Mis padres se conocieron en un viaje que él hizo a Madrid. Eran jóvenes, y pronto se enamoraron. Se casaron poco después de conocerse, y decidieron vivir en México. Se amaban mucho, eran algo parecido a “la pareja perfecta”… De ese matrimonio fugaz nací yo meses después… y ya conoces el resto de la historia.

Silencio. Un silencio frío y denso cayendo encima de nosotros. Un silencio tan profundo que podía escuchar los arrítmicos latidos de mi corazón, y la acompasada respiración de Michael golpeándome de lleno con sus cálidas exhalaciones.

Una ola de recuerdos que venía con aquel silencio me golpeó de repente, y me estremecí ante la vívida imagen de mi padre.

Michael tomó entonces mi mano con su característica suavidad, y comenzó a dibujar invisibles círculos infinitos sobre su dorso con sus delicados dedos. Se llevó cada resto de sufrimiento al contacto con mi piel helada, barrió la tristeza que me cubría con sus esbeltos dedos. Y cuando empezó a tararear una cancioncilla de ritmo lento, su magia volvió a obrar sobre mí. Desafiando a mi voluntad, la voz de Michael me acariciaba suavemente, sedándome, haciéndome caer lentamente en un estado de profundo letargo.

Sueño. Un pequeño escape a la realidad inducido por un príncipe de perfecta voz aterciopelada. Un príncipe que últimamente había tomado por hábito el mirarme de reojo, frustrando mis deseos de mirarle eternamente.   

Y me sentí bendecida entonces, al notar que ni en mis más profundos sueños Michael me dejaba escapar. Su influencia, su avasallador poder había llegado a ser tan grande, que si cerraba los ojos, lo único que veía era a él. Porque había entrado sin ser invitado a mi mente, y, al parecer, planeaba quedarse eternamente ahí. Michael habitaba mi mente, danzaba describiendo interminables círculos por cada empolvado y oscuro recoveco de mi cabeza, merodeaba despreocupadamente, sabiéndose dueño de todo cuanto ahí había. Michael había librado una encarnizada batalla con los nativos pensamientos oscuros, con la tristeza y la siempre presente soledad… y había ganado. Había proclamado la victoria adueñándose de cada uno de mis pensamientos, de cada triste memoria, de cada desesperado grito de auxilio, convirtiéndolos en cavilaciones dedicadas exclusivamente a él.

Sueño. En aquel momento, una bendición. Una bendición saber que ni en sueños el cálido brillo del par de estrellas que eran los ojos de Michael dejaría de proyectar su fulgor sobre mí.

Y al despertar de mi breve siesta, aquel miedo enfermizo de perderle me atacó de nuevo. Porque bastaba una mirada para hacerme soñar con la eternidad, con lo imposible.

Me pareció aún más enfermizo el hecho de saber que aquello no era para siempre, y que, quizá, estaba próximo a terminar.

Hasta entonces, había vivido a su lado sabiendo que aquello tenía fecha de expiración. En el momento en que Michael y yo nos tomamos de la mano por primera vez, una pequeña grieta comenzó a abrirse en el suelo, justo entre nosotros. Aquella grieta se hacía más grande y más profunda a cada momento, con cada problema. Esa grieta se agrandaba a cada segundo, separándonos más cada vez…

Para entonces, Michael permanecía separado de mí por un pequeño vacío, fácil de superar. Bastaba dar un paso preciso, para llegar a él…

Pero ambos sabíamos que, con el tiempo, aquella “pequeña grieta”, terminaría por convertirse en un verdadero abismo de proporciones titánicas. La distancia entre ambos sería kilométrica, casi infinita. Y aunque gritáramos desesperadamente, quien se encontraba al otro extremo, no podría escucharnos, aunque alargáramos los brazos hasta sentir dolor, el otro no podría alcanzarnos… Al final, la única manera de estar juntos, sería lanzarnos con los brazos abiertos al abismo, esperando, por obra de un milagro, llegar con vida al fondo.

Y cuando llegáramos al fondo de aquel profundo abismo, –si  es que llegábamos con vida–, nos dedicaríamos a sanar nuestras numerosas heridas, y a intentar perdonarnos por no haber cruzado el abismo cuando aún había tiempo.

Al final, sabíamos que aquel abismo se llamaba “Destino”… Después de todo, el tiempo y el destino se habían proclamado desde el principio como nuestros principales enemigos.

Y, al girar la vista y descubrir la inmensa sonrisa de Michael, y su mirada clavada en nuestras manos unidas, supe que lucharía incansablemente. Incluso arriesgaría mi vida lanzándome directo al vacío… si él prometía venir conmigo.

-         Te quiero –murmuró. Y las piezas de mi corazón volvieron a unirse.
-         Te amo –dije, dejando mi corazón como garantía de la verdad en aquellas dos palabras.
-         Te amo más –dijo, sonriente, mientras golpeaba suavemente la punta de mi nariz con su dedo índice, sin notar la gran mentira que había dicho -¿Sabes? –añadió –Me he dado cuenta de algo. Eres justo la clase de persona que lograría hacerme huir como el cobarde que soy –se detuvo, y miró por la ventana, tomó aire y me miró de nuevo –¡Esa mirada! Cuando me miras así, me vuelvo egoísta. Me dan ganas de abrazarte y no dejarte ir nunca. Esa mirada podría volver loco a cualquiera, lo juro… ¡Y esa sonrisa! Cuando sonríes así, me haces creer que la perfección existe.
-          ¡Claro que existe! –repliqué –No la puedes ver, porque se oculta tras tus pupilas.
-         ¡Pero eres tan obstinada!  Hacerme perder la paciencia es un logro que muy pocos pueden adjudicarse. Tú eres una de ellos –bromeó entonces, dejando que su centelleante risa iluminara la oscuridad que nos rodeaba –Eres irreflexiva, miedosa, tímida, impulsiva, una romántica empedernida…
-          Si enumeraras todos mis defectos, la lista sería interminable –interrumpí.
-          Quizá eso es precisamente lo que me gusta de ti –dijo, mientras me miraba de aquella manera que me hacía incapaz de refutar, que me dejaba indefensa.

Y mi príncipe de hipnotizante voz aterciopelada comenzó a susurrar aquella misma canción a mi oído. Las suaves notas brotaban de sus labios como el canto mismo de un ángel. Y fue imposible resistirme. Me aferré a aquellas notas, que me acariciaban suavemente, barrían mi soledad, arañaban mi cordura, rasgaban mi fuerza de voluntad.

Yo le escuché, saboreando cada trozo de perfección que su voz dejaba escapar. Le escuché, sabiendo que aquella voz estaba grabada en mi memoria de por vida, sabiendo que la reconocería incluso en medio de una bulliciosa multitud.

Y me sentí infinitamente feliz entonces, al saber que presenciaba un milagro de proporciones. Y que ese milagro pudiera repetirse infinidad de veces era… mágico.

-          ¿Te ha gustado? –preguntó Michael con indiferencia, aún sosteniendo mi helada mano entre las suyas, con la mirada clavada en algún punto indefinido en el espacio y la impaciencia grabada en el rostro.
-          Mucho –murmuré, segundos antes de que Michael comenzara a jugar y retorcer una y otra vez las ondas sueltas de mi cabello. Mi paciente angelito comenzaba a desesperarse.

Michael miraba hacia la ventana con gesto impaciente, se frotaba las manos, respiraba profundo, fingía sonreír, tarareaba cancioncillas, y, nuevamente, miraba a la ventana. Un interminable círculo vicioso. Y yo no podía evitar seguir su curso como una autómata.

Infinitas horas de tedio desfilaron ante nuestros ojos, retando a los restos de nuestra cordura. Cuando, por fin, el avión aterrizó en Los Ángeles, y el titilante brillo de las estrellas acompañado de un fresco aire nos dio la bienvenida, Michael y  yo nos tomamos de la mano nuevamente, jurando en silencio un nuevo pacto.

Un millón de “Estoy aquí”, cientos de “No te dejaré”, acompañados de docenas de “Por favor, no me dejes” y miles de “Quédate junto a mí” flotaban libremente en el aire, gritando silenciosamente lo que ninguno de los dos quería decir.

El mismo camino, un nuevo destino. Michael prescindió de los disfraces y se limitó a cargar con mi equipaje sin protestar. Poco después, un taxi nos llevaba justo a donde no queríamos ir. Con la mirada perdida en el paisaje angelino, ambos nos frotábamos nerviosamente las manos, sabiendo perfectamente lo que nos esperaba en cuanto las inmensas puertas de aquella mansión de Encino se abrieran…

-          ¡Michael! –la dulce y aguda vocecita de Janet fue lo primero que mis oídos percibieron al entrar en la casa, y, poco después, esa pequeña muñequita hizo su aparición. Corría hacia Michael con una inmensa sonrisa dibujada en el rostro -¿Por qué te fuiste, Michael? Me dejaste sola, y no te despediste de mí –Michael comenzó a reír animadamente, y me miró con complicidad.
-          Tenía… asuntos urgentes que atender –respondió, abrazándola fuerte.
-         ¡Asuntos que atender! –la inconfundible y siempre iracunda voz de Joseph retumbó en el silencio, haciendo eco en cada rincón de la casa –Y seguro la compañía de esta…  –me miró  de arriba a abajo con repulsión, y yo me limité a cruzarme de brazos y mirarle de la misma forma –señorita… era absolutamente imprescindible.
-        Janet, ve con Julia. En cinco minutos estoy con ustedes –dijo Michael, secamente. Al percibir mi mirada clavada en él, dispuesta a permanecer anclada a su lado, murmuró: -Por favor –Michael me dedicó aquella mirada suplicante de nuevo, y yo obedecí como una autómata.

Tomé a la pequeña Janet de la mano, y juntas caminamos hacia el inmenso patio, mientras escuchábamos los pasos de Michael y Joseph entrar al estudio, encerrando nuevas discusiones y gritos renovados tras sus inmensas puertas de madera.

-          Espero que Michael no tenga problemas –dijo suavemente Janet, con infantil indiferencia  -Joseph está muy molesto.
-          Lo sé –respondí, con la mente a kilómetros de distancia.

Y, al parecer… aún no lo sabía.



















Chicas:

¡He regresado!  Y lo prometido es deuda: aquí tienen el capítulo 33.


Escribir este capítulo ha sido particularmente difícil por diferentes razones. En este capítulo dejo, una vez más, un pedacito de mí. Dejo sueños imposibles, vanas ilusiones. Aquí es donde esos imposibles se vuelven posibles. 

Pongo todas mis esperanzas en que hayan disfrutado esto. Sus "Me encantó" se han convertido mi objetivo, en mi nueva meta.

Y, ya lo saben: necesito sus comentarios. Su valoración, sus opiniones, sus quejas, sus sugerencias serán siempre bienvenidas. Pero necesito de esas opiniones y sugerencias para saber cómo mejorar. Regálenme unos minutos de su tiempo, y un "Me gustó" o bien un "Lo odio". 

Y, para el final, mis eternos agradecimientos a quienes se toman el tiempo de leer y comentar. Mil gracias.

martes, 21 de junio de 2011

Aviso Importante.

Chicas:

Esta es una más de aquellas entradas que odio publicar, pero que, al final, resultan necesarias, incluso benéficas.

Me veo obligada a hacer un alto en la historia. Sé que repito la historia de hace poco, pero creo tener buenas razones. Sé también que a muchas de ustedes esta noticia no les gustará en absoluto, pero intenten comprender.

Últimamente, algunos problemas personales que prefiero mantener en absoluto silencio, me han impedido continuar escribiendo al ritmo de antes.

JAMÁS publicaría un capítulo que no me gustara. O que no hubiera perfeccionado anteriormente varias veces. O que hubiera escrito apresuradamente. Simplemente, busco entregarles perfección en cada capítulo –hasta donde es humanamente posible–.

Esa es una de las razones por las que he de interrumpir la publicación de los capítulos siguientes.

Otra razón, que quizá no represente lo mismo para ustedes que para mí, es la falta de comentarios en las entradas.

Sus comentarios representan su valoración de mi trabajo, de mi esfuerzo, son una muestra de que lo que hago les gusta –o no–. En cualquiera de los casos, su opinión es bienvenida. Pero si no hay opinión en absoluto, siento que el esfuerzo, el pedacito de mí que dejo en cada capítulo no sirve de nada.

Una vez más, espero me entiendan.

El siguiente capítulo será publicado el próximo martes. Espero contar con sus comentarios.

Gracias, y besos a todas.      

martes, 14 de junio de 2011

Capítulo 32

XXXII

Y ahí estaba. Dejándome totalmente paralizada, mi perfecto príncipe de deslumbrante sonrisa tomó asiento frente a mí, decidido a quitarme el aliento con cada tímida mirada que sus profundos y expresivos ojos marrones me dirigían.

Con los acelerados y estridentes latidos de mi corazón de fondo, luchaba por ser capaz de soltar más de tres palabras seguidas sin tartamudear, mientras la arrebatadora sonrisa de Michael volvía trizas mis raquíticos esfuerzos de mantener la compostura. Maldije entonces, en voz baja, los incontrolables temblores de mis manos.

Porque siempre había pensado que el amor existía sólo en los cuentos de hadas, que había sido creado para otros, nunca para mí. Una mirada bastó para que aquella idea se viera reducida a pedazos en el suelo.

-          ¿Y bien? –preguntó entonces, esbozando una sonrisa traviesa -¿Sobrepaso con esto a tu “Príncipe Azul”? –añadió, entornando graciosamente los ojos.
-          ¿Debo responder a eso? –pregunté, pues la verdad era que no sabía cómo hacerlo.

Porque lo había sobrepasado desde la primer mirada.  Michael había hecho a un lado todo, como un tornado, se había llevado cualquier resto de cordura en mi mente, y se había apoderado de cada pensamiento, hasta de la más mínima acción. Mis pasos obedecían a los suyos, y los seguían como una sombra. Mis palabras, mis susurros, esperaban anhelantes llegar a él, y se conformaban con apenas rozar la superficie de su rostro. Mis manos buscaban desesperadamente las suyas, y, cuando por fin conseguían el tan ansiado contacto, se aferraban a ellas como si soltarlas no fuera una opción.

Odié entonces el avasallador poder que Michael ejercía en mí, su subyugante influencia. Odié que bastara una sola mirada para descolocarme, y un mínimo roce para que el oxígeno en el aire se desvaneciera. Odié ser totalmente dependiente de él y haber dejado de ser dueña de mi voluntad…

Sin embargo, amaba necesitar desesperadamente aquellas miradas, aquellos roces. Amaba la tormentosa espera de un “Te quiero” que siempre –tarde o temprano– llegaba. Amaba aquel par de profundas lagunas marrones a las que me había vuelto adicta. Y amaba ser capaz de fundirme en un abrazo, desaparecer en él, enterrar la nariz en su cálido cuello, enloqueciéndome con aquel dulce aroma, y sentir sus manos ceñirse a mi cintura, aferrándome a él, como si su vida dependiera de ello.

-          ¿Sabes?: Esta es mi primera cita formal –confesó entonces, mirando fijamente el salero que descansaba en el centro de la mesa, huyendo así del escrutinio de mi mirada.
-          ¿Sabes? –susurré, alargando una mano para tocarle suavemente, temiendo con ello hacer trizas aquella ilusoria realidad –Esta es mi primera cita.

Las centelleantes carcajadas de Michael llenaron la habitación, e inundaron cada recoveco de mi corazón. Puras, cristalinas, inocentes, me empaparon, y mojaron cada resquicio de mi mente, ahogando cada ínfimo resto de cordura y fuerza de voluntad que me quedaba, y sacando a flote una inmensa sonrisa.

-          Y apuesto a que será la mejor –anunció entonces, guiñando un ojo.

<<Seguro que sí>>, pensé entonces. Porque no importaba si el mundo entero explotaba en aquel preciso instante. No importaba si, fuera de aquella habitación, el mundo comenzaba a caerse a pedazos. No importaba si era la primera cita… y tampoco importaba si era la última, si estaba con Michael, era un hecho que, sí, sería la mejor.

Pues bastaba una fugaz mirada para iluminar la hostil oscuridad que me rodeaba, para que mi corazón emprendiera sus salvajes palpitares, para descolocarme, para enternecerme… para sacarme del juego.

Bajo la tímida mirada de Michael se escondía una historia interminable, un inocente sueño. Detrás de cada palabra se escondía la inagotable magia de su ser: fragilidad y fuerza unidas en una mezcla mortal, poderosa y atrayente. Tras el rojizo velo de su timidez se escondía la más pura y angelical inocencia. Y tras cada suave beso que depositaba en mis sonrojadas mejillas, se hallaba una mortífera combinación de las más adictivas drogas, un fruto prohibido.

Quise convencerme de que aquello no era más que un sueño, para evitar así perder la cordura. Porque seguía sin poder creer que aquel par de brillantes ojos marrones me miraran a mí, y que aquellos melodiosos “Te quiero” que sus labios rara vez dejaban salir estuvieran destinados a mí. Inconcebible. Creerlo me parecía casi un pecado.

Quise convencerme de que “lo bueno nunca dura lo suficiente”, de que “sólo dura lo necesario”… pero si “lo necesario resulta ser siempre”, estaba completamente perdida.   

Porque las miles de lágrimas que derramaría por Michael seguían ahí, esperando para embargarme en el momento menos esperado. El dolor que estaba destinada a sentir se escondía en la oscuridad, listo para atacar, listo para destruirme. Y me ví obligada a esbozar una falsa sonrisa entonces, mientras pensaba que mi cuento de hadas estaba hecho de frágil cristal, y que en cualquier momento podía caerse, y quedar reducido a añicos esparcidos en el suelo.

Pero, mientras mi mirada viajaba directo al par de estrellas que me miraban sonrientes, olvidé lo que pensaba. Olvidé incluso respirar. Y justo cuando mi mirada comenzaba a nublarse a consecuencia de la falta de aire, las centelleantes carcajadas de Michael aparecieron para devolverme a la realidad.

-          ¡Por favor! No es para tanto… sólo me he peinado diferente –murmuró, al tiempo que un delicioso y sutil rubor se apoderaba de su rostro completo. Las tímidas risillas que brotaban de sus delicados labios, al final, lograron que me uniera a ellas.
-          Lo siento –apenas fui capaz de decir, intentando inútilmente esconder mis sonrojadas mejillas, mientras me perdía en el recorrido de sus delicados dedos a través del laberinto de sus rizos negros.
-          No te preocupes. De hecho, resulta encantador mirarte mientras te sonrojas –añadió, esbozando una sonrisa maliciosa.

Y entonces, contener mis nerviosas carcajadas fue imposible.

-          Julia –dijo suavemente, diez minutos después, cuando hube terminado de reír, haciéndome sentir como una estúpida –Tenemos que volver –anunció, cambiando drásticamente de tema.

La sonrisa en mi rostro se quebró, se volvió añicos, se desvaneció en una milésima de segundo, y se transformó en mal disimulado gesto de pura decepción.

-          Yo tampoco quisiera hacerlo, pero me fui sin avisar, dejando unas grabaciones a medias, y la planeación de un disco totalmente paralizada. No quiero imaginar lo molestos que mis hermanos deben estar, y…
-          Eso significa que nos espera un buen castigo cuando lleguemos –le interrumpí, intentando darle un tono burlón a mi voz, parecer menos decepcionada de lo que estaba, sin lograrlo.

Entonces, Michael sonrió a medias, mirándome como un padre que espera causarle el menor daño posible a su hija. Su tierna mirada se cargó de seriedad, y calló un momento, buscando en el fondo de su mente las palabras adecuadas.

-          Quizá algo más que eso –murmuró, con la mirada perdida en la pequeña llama de una vela -¿Sabes? Eres presa fácil para los periodistas.
-          ¿A qué te refieres? –pregunté, sabiendo exactamente a lo que se refería.
-          A preguntas que no desearás responder. A fotos que nunca notaste que tomaban de ti. A nuevos rumores, especulaciones y unas cuantas mentiras. Yo sé lo que es eso. Y apenas comienza… -me explicó, tomándome pacientemente de las manos -¿Sabes? Cuidar mi vida privada es una advertencia que escucho muy a menudo, y que escucharé aún más en los años siguientes. Cuidar mi vida privada significa esconder una parte de mí, la parte de mayor importancia, pero a la que nadie parece importar. Y ahora significa cuidarte a ti, advertirte a lo que te enfrentas.

Michael aumentó la fuerza con la que sostenía mis temblorosas y frágiles manos, y me obligó a sumergirme en sus desesperados ojos, que me miraban implorantes de comprensión.

-          Te encontrarás con rumores ridículos, mentiras impensables… y eso será sólo el comienzo. ¡Imagínate después! Te toparás con gente que creerá esos rumores y mentiras. Y será difícil hacerle frente. Será como entrar de lleno a un banco de arenas movedizas: salir no será fácil.

Y aparecía así un obstáculo más en nuestro camino. Un obstáculo que siempre había estado ahí, y que había pasado desapercibido, que se había ocultado tras la destellante sonrisa de Michael, tras los furiosos ojos de Joseph, y tras las fantasías que me había empeñado en crear a mi alrededor.

-          Quizá se escriban cosas en mi nombre que jamás diré. Y será difícil discernir entre la verdad y la mentira. A veces, incluso a mí me resulta casi imposible distinguir entre lo cierto y lo falso…

Me pareció entonces que los papeles se habían invertido. Siempre había sido yo la diminuta niñita insegura recluida en una esquina, que tenía miedo incluso de su sombra. Siempre había sido yo la que, al final, dejaba salir sus temores, sus interminables inseguridades. Ahora, Michael, con mis manos entre las suyas, me confesaba sus miedos, escondidos tras una verdad difícil de aceptar. Confesaba a medias que tenía miedo. Tras su seria expresión, temblaba de terror, sin querer, o sin poder aceptar que estaba en lo correcto al temer. Y no temía por mí… temía por nosotros.

-          No quiero exponerte a eso –dijo, mientras dejaba escapar todo el aire que había estado conteniendo. Su voz sonó entonces vacía, derrotada, resignada a tener que seguir luchando cuando ya se había cansado de hacerlo –No te saqué de un infierno para arrojarte de lleno a uno aún más grande, y del que será aún más difícil escapar. No puedo. Sufrirás, y no quiero ser el causante de ello.

Y quizá lo que decía era cierto. Pero tras los fatídicos hechos que brotaban de sus exquisitos labios se escondía una verdad incluso más destructiva, casi mortal. Michael tenía miedo, pues sabía que sólo existía una solución para aquellas toneladas de problemas que se abalanzaban sobre nosotros, como una ola gigante antes de estrellarse contra la playa. Tenía miedo, pues sabía que, la única forma de proteger a su frágil e indefensa muñequita de cristal era quitándole su fuente de oxígeno, arrancándola de su lado, para que así, quizá, pudiera seguir viviendo sin tropezar y estrellarse contra el pavimento, manchada por mentiras y verdades imposibles de distinguir.

-          Entonces… -la voz que brotó del centro de mi pecho sonó tan fría y ausente, que me tomó algún tiempo identificarla como mía –Te irás.

¡Dios! El asfixiante nudo que comenzaba a crecer en mi garganta, y las miles de lágrimas que luchaba por contener eran la fatídica prueba de que mi cuento de hadas empezaba a desplomarse, a caerse a pedazos. Mi castillo comenzaba a oscurecerse, a ceder ante el mortal ataque del exterior, ante las batallas del destino, que seguía moviendo sus piezas en aquel interminable juego de ajedrez.

-          Nos iremos. Juntos –musitó suavemente, tomando mi rostro entre sus delicadas manos, y apartando unos cuantos mechones ondulados de mi rostro –Vamos, no me iría, dejando olvidado aquí a mi corazón –y sonrió entonces, borrando con ese simple gesto el dolor que acababa de sembrar en lo profundo de mi alma –Nos iremos. Pero debes prometerme una cosa: no me dejarás solo, lucharás conmigo, siempre. Y si me cansara, si me rindiera y dejara de pelear, pelearás tú por mí.

Y fue como si me hubiera ordenado respirar. Fácil. Fue como si me hubiera pedido tomar su mano. Porque había nacido precisamente para eso. Resultó casi ridículo que pidiera aquello, y creo que incluso sonreí mientras miraba su confundida expresión.

Porque lucharía el cansancio, hasta que cada gota de sangre en mis venas se hubiera desvanecido, hasta caer de rodillas, incapaz de dar un paso más. Me aferraría a él desesperadamente. Lucharía hasta morir… o hasta que él me pidiera que dejara de hacerlo.

-          Es increíble que me pidas eso –musité entonces, soltando sus manos, cerrando los ojos ante el momentáneo dolor de haberlo hecho –Es increíble que no sepas aún que estoy dispuesta a luchar por siempre. ¡Porque te has convertido en lo único importante en mi vida! ¡Porque no tengo otra cosa por la cual luchar! –y alcé los ojos al cielo, rogando que algún día entendiera que tenía mi voluntad entre sus dedos… y tener la fuerza suficiente para soportar el dolor de una batalla perdida –Y si quieres una respuesta, aquí la tienes: sí, Michael. Pues, junto a ti, es lo único que sé hacer. Si estar junto a ti implica luchar eternamente contra el tiempo y el destino, lo haré. Porque poder verte, así, como estás ahora, es lo único que deseo. Y si eso significa tener que pelear contra 20 mil dragones al mismo tiempo sólo con mis puños, lo haré.

Y hubo tantas cosas que quise decir entonces. Tantos “Te amo” contenidos en el nudo que crecía cada vez más en mi garganta. Tantos “No me dejes” encerrados en las cientos de lágrimas que mis ojos ardían por llorar. ¡Tantas confesiones, tantos miedos! Tantas ganas de suplicarle que no me dejase sola, que no me asesinase lentamente, condenándome a su ausencia.

-          ¿Sabes? –dijo, mostrando una deslumbrante sonrisa fuera de lugar que me sacó de mis tinieblas –Eso es de lo más largo que me has dicho jamás.

Sus tintineantes risillas volvieron a llenar el lugar, contagiándome al instante con su repentina alegría.

Y parecía que había esperado años para pronunciar aquellas palabras. Me pareció que hacía siglos que mirar los ojos de Michael era casi imposible sin echarme a llorar. Y no me importaba esperar mil siglos más.

-          ¡Casi lo he olvidado! –exclamó Michael, sacándome bruscamente de mi musaraña de ensoñaciones, mientras se ponía de pie y rebuscaba infantilmente entre los bolsillos de su camisa y sus pantalones negros.

Cuando por fin encontró lo que tan desesperadamente buscaba, sacó pequeña cajita negra, y la puso ante mis ojos como si de un trofeo se tratase.

-          He esperado algún tiempo para entregarte esto –dijo, mientras colocaba sobre mi mano aquella ligerísima cajita –Supongo que no tendré que esperar más.

Y cuando abrí curiosa mi pequeño regalo, una diminuta figura alada bañada de diamantes saltó a mi vista. Una hadita de plata, con sus alas salpicadas de delicados y minúsculos diamantes, que era simplemente hermosa. De una delgada cadena plateada, colgaba Campanita, y me miraba lista para cubrirme de polvo de hadas de un momento a otro.

-          Es… -comencé a decir, pero la tierna mirada de Michael clavada sobre mí, expectante, me detuvo inmediatamente –Es hermosa. Yo…
-          Claro que puedes aceptarla. Y lo harás –dijo, como si leyera mis pensamientos. Y, embriagado de entusiasmo, se colocó tras de mí y retiró mi cabello con delicadeza, para después rodear mi cuello con aquel collar.

Se alejó de mí tres pasos, y se dedicó a mirarme largamente. Como si de su creación se tratase, me miró con orgullo y ternura. Cuando el típico rubor comenzó a ascender por mis mejillas, no me quedó opción más que huir:

-          Vamos, que no es para tanto –murmuré, al tiempo que le rodeaba con mis brazos, deleitándome ante el cálido contacto de la piel de su espalda contra mis heladas manos.

Y así era como debía ser. El sol girando despreocupadamente, y yo, una diminuta e insignificante estrella, anclada a su gravedad. Sus manos alrededor de mi cintura, su corazón latiendo armoniosamente junto a mis oídos, fascinándome con su rítmica cadencia, y sus dulces besitos recorriendo mi frente y mis mejillas… Tal como debía ser.

Michael me alimentaba, me mantenía respirando a base de simples gestos, de fugaces miradas, sin darse cuenta. Sin decir una palabra, iluminaba las más frías tinieblas con una sonrisa.

Y cuando murmuró “Te quiero”, estrellando su cálido aliento contra mi cabello, sentí que nada podría salir mal entonces. Que se secaran los mares, que se extinguieran los amaneceres. ¡Que lloviera, que nevara!...

Que se detuviera el reloj, para que así Michael me siguiera estrechando entre sus brazos de por vida.

La sonrisa que esbocé entonces, me pareció insuficiente para capturar la felicidad que sentía. Como una tonta, abracé con más fuerza aún a Michael, casi haciéndole daño.

-          Gracias –susurré a su oído, separándome de él y poniéndome de puntillas –Gracias, gracias.
-          No agradezcas, pequeña –murmuró, inclinándose para quedar al nivel de mi rostro.
-          Gracias por esto, por estar aquí –continué, ignorándole –Pedirme que no agradezca es como pedirme que deje de respirar: lo haré, tarde o temprano. Porque me sacaste de las tinieblas, te llevaste mi soledad… y me enseñaste a creer en las hadas. Me mostraste la luz en los momentos más oscuros. Tú, el sol, te fijaste en mí: una diminuta luciérnaga de escaso brillo. Gracias, porque estás aquí, ahora. Y sé que estarás aquí… siempre.

Y, mientras Michael me abrazaba de nuevo, supe que aquella era una innegable verdad más. Uno más de los hechos de la vida. Una ley, un mandamiento.

-          Siempre.

Entre centelleantes carcajadas, entre sonrisas que eclipsaban al mismo sol, entre la danza de sus rizos, transcurrió el resto de la noche.

Era increíble cómo sólo él era capaz de encerrar niveles tan grandes de felicidad. A él se reducían mis deseos, mis expectativas. Alrededor de él volaban mis ilusiones, mis ansias. Él expulsaba mis miedos y mis dudas. Y sólo él era capaz de hacerme llorar y reír al mismo tiempo.

¡Y qué maravillosa sensación de sentirme feliz por fin!

Y, cuando Michael me dejó en la puerta de mi habitación, y yo me perdía en la exquisita curvatura de sus mejillas a contraluz y el mágico resplandor de sus perfectas pupilas, deseé que no se fuera. Deseé no tener que dormir entonces, y que amaneciera justo en aquel momento, para seguir  mirándole… siempre.



















Chicas:

Como habrán notado, hubo un ENORME cambio en el diseño del Blog. Es mucho más sencillo que el anterior. Espero les guste, y si no,háganmelo saber. Sus críticas serán siempre bienvenidas.

Hoy he de decirles lo mismo de siempre: GRACIAS a todas por los bellísimos comentarios que dejan. Son mi alimento, mi combustible. Sin ustedes, esta historia se hubiera cancelado largo tiempo atrás.

Y, disculpen mi insistencia, pero necesito sus comentarios. Son de VITAL importancia para mí. Son mi alimento, mi combustible. Me ayudan a saber si lo hago bien, o si lo hago mal, y cómo mejorar. Porque esta historia es de ustedes.

Y a las que no dejan sus comentarios, también les agradezco por leer.

Mis agradecimientos una vez más. A todas.

Saludos, y muchos, muchos besos!