martes, 15 de noviembre de 2011

Capítulo 44


XLIV

Narra Julia

Desperté, escapando así de una pesadilla más, la milésima del año, al parecer. Abrí los ojos, pero los cerré casi inmediatamente, abrumada por la brillante luz que se colaba de entre las persianas. Maldije al sol en voz baja y me hice un ovillo entre las sábanas.

Agucé el oído. Alexander estaba en la cocina, seguramente empeñado en conseguir que sus “platillos” fuesen comestibles. Un fuerte olor a humo me llenó los pulmones en cuanto desenterré mi rostro de entre las sábanas. Me puse en pie, Alexander había quemado su desayuno de nuevo. Sonreí, me vestí con algo más prudente que mi pijama floreado, y salí de la habitación.

Crucé la sala, y, cuando llegué a la cocina, aquel chico de cabellos negros y sonrisa encantadora mascullaba maldiciones entre dientes, con el ceño fruncido, mientras libraba una encarnizada batalla con la estufa. En el sartén frente a él, yacían tres puñados de cenizas. Alexander pagaba el precio de su recién independencia.

Sucumbí ante la risa al mirar a Alexander, quién también me miró, al tiempo que alzaba las cejas, suplicante y luego molesto.

-          Parece que alguien despertó de buen humor –dijo, cruzándose de brazos.
-          Sí, y parece que no eres tú –respondí, avanzando hasta ponerme frente a él, burlona –Déjame ayudarte. Has dejado la cocina hecha un desastre…  y dudo que esto sea siquiera comestible.

Alexander soltó un bufido, y apoyó la espalda contra la pared, dispuesto a escuchar mientras me observaba mezclar, batir, verter y cocer para obtener una docena de hot-cakes.  

-          ¿Lo ves? No es en absoluto difícil –dije exhibiendo la bandeja repleta, mientras le sonreía burlona.
-          ¿Bromeas? Creo que, si de comida se trata, dependeré de tus habilidades culinarias por el resto de mi vida –respondió, logrando sacarme una serie de risas que me sorprendieron incluso a mí.
-          En ese caso, espero que te gusten los hot-cakes, porque eso es lo que comerás el resto de tu vida.

Desayunamos juntos, sentados alrededor de la pequeña mesa con 4 sillas. Alexander fingía leer las noticias de un periódico del mes anterior, pero siempre mantenía un ojo puesto en mi plato. Al menor ademán de haber quedado satisfecha, me apuntaba con el tenedor, como un padre que amenaza a su hija si no se come las verduras. Al final, y después de una serie de astutos movimientos, él había terminado con mi porción en su plato.

-          ¿Hoy también irás a la Academia? –pregunté, cruzando los dedos por que no fuera así.

Alexander se llevó una mano a la barbilla, pensativo. Frunció el ceño un instante, y murmuró una interminable serie de “Hummms” y “Ahhs”. Después de unos eternos 30 segundos, me miró, mostrándome esa sonrisa que comprobaba el por qué La Toya gustaba de él.

-          No –sentenció, y yo sonreí –No todos los días, (por no decir ninguno), tengo el placer de verte de tan buen humor.
-          Exageras, mi humor no es tan malo.

Esta vez, fue Alexander quien comenzó a reír.

-          No, Julia. No es “tan malo”. ¡Es terrible! –dijo entre risas, ignorando mi gesto de indignación –De hecho estaba considerando mover de lugar a Atila y a Hitler en mi lista negra. Tú ibas a ocupar el primer lugar, por mucho –al escuchar eso, abrí la boca hasta el suelo.
-          Conque eso piensas… Entonces despídete de mis deliciosos hot-cakes. Esto es guerra, Alexander Keynes.

Y con un rápido movimiento, tomé las sobras en mi plato y se las arrojé a Alexander. Le dieron en pleno rostro, con lo que sus risas se detuvieron.

Bastó eso para iniciar una verdadera guerra de comida. Balas de mantequilla, misiles de pan y chorros de miel volaban por el aire. Las risas de ambos empapaban el ambiente. Alexander se refugió tras una silla, y yo establecí mi escondite tras una encimera de la cocina. Aún ahí, no pude escapar de los certeros lanzamientos de Alexander, quien se enfocaba en lanzar pedazos de pan cubiertos de mermelada, y se las arreglaba para que siempre cayeran en mi cabello. Yo, a mi vez, me sentí libre de arrojarle cuanto encontrara, sin pensar en que luego tendría que limpiarlo todo. Así, el cabello de Alexander pronto se vio cubierto de trozos de pan y

Cuando todo un hot-cake bañado en miel le dio en la cara a Alexander, éste declaró su rendición.

-          Ya, suficiente –exclamó, entre risas todavía -¡Me rindo! ¡Tú ganas! Tú ganas, ¿de acuerdo?

Entonces abandoné mi escondite, y miré a Alexander, quien estaba recostado en el piso, partiéndose de risa. Su aspecto era terrible. Tenía manchas de miel y mermelada en la cara y la ropa, así como pedazos de pan en el cabello y harina en las mejillas y las manos.

-          Llorón –dije, frunciendo los labios, saboreando mi victoria. Al instante, Alexander dejó de reír y me miró fijamente. Muy tarde comprendí que planeaba su venganza.

En menos de un segundo, Alexander me había tomado de la cintura, y me llevaba como un costal sobre los hombros. Mi propio cabello cubierto de miel y pedazos de pan me impedí ver, pero intuí que Alexander planeaba vengarse en… ¿el baño?

-          Eso realmente me ha herido. Debiste pensártelo mejor antes de meterte conmigo. Nosotros, los ingleses, somos muy vengativos, no sabemos perder. O, al menos, yo no sé… nunca lo hago.
-          ¡Bájame! ¡Has perdido, acéptalo! ¡Y bájame ya! ¡Eres un tramposo, un vil y despreciable tramposo! –exclamaba, entre risas, golpeando la espalda de Alexander y pataleando inútilmente.
-          Gracias, pero bajarte no es una opción. Mereces esto y más –dijo, al tiempo que me depositaba en el suelo del baño y echaba el cerrojo a la puerta.

Antes de que pudiese planear mi escape, y tan rápido que mis ojos no pudieron seguirlo, Alexander abrió la regadera y el grifo que llenaba la tina, me volvió a tomar de la cintura y, sin consideración alguna, me sostuvo bajo el chorro de agua fría.  

-          ¡No!... ¡Déjame en paz!... ¡Basta!... –intentaba gritar, con chorros de agua entrando por mi boca.
-          No, hasta que retires lo dicho –replicó Alexander, entre risas, empapado hasta los huesos también.
-          ¡Alexander Keynes… pagarás por esto! –entonces, Alexander me sostuvo aún más alto, tomándome del rostro y colocándolo justo frente al chorro de agua,  haciendo gala de su nula clemencia -¡Bien! ¡Retiro lo dicho!
-          Quiero escuchar eso… -dijo, y acto seguido me depositó en el suelo de la bañera
  
Carraspeé dramáticamente, me acomodé el cabello –que, aun así seguía siendo un total desastre–, y lo miré como una orgullosa enemiga, sin querer aceptar que había perdido la guerra.

-          Me rindo –dije, secamente, luchando por contener una carcajada, al tiempo que un inusualmente infantil Alexander me hacía gestos para que continuase –Oficialmente, he perdido. ¡Haz ganado la guerra!
-          Eso era todo lo que quería escuchar –dijo, mostrando una sonrisa absolutamente deslumbrante –No creo que haya sido tan difícil, ¿o sí? –Alexander arqueó una ceja, regocijándose en su victoria –Ahora, deberías bañarte… estás… hecha un desastre. Comenzaré a limpiar el campo de batalla entretanto. 

Alexander salió del cuarto de baño, frunciendo los labios en una sonrisa. Sonreí también. De un momento a otro, me sentía… fuerte. Sí, fuerte, libre, y, extrañamente, incluso feliz. Él lo había logrado. Después de todo, Alexander había logrado sacarme del Infierno. A pesar de mis intentos por permanecer en las sombras, atada a nada más que un nombre y un par de ojos que no volvería a ver, Alexander había hecho todo a un lado, abriéndose paso con codos y rodillas entre la multitudinaria cantidad de errores, miedos, excusas e inútiles barreras en mi vida.

Me había salvado de mí misma y de morir lentamente, torturada por los fantasmas de mi pasado, los cuales, curiosamente, compartían los mismos ojos increíblemente marrones.

Por un momento, me sentí a salvo. Por un momento, sentí que tenía a donde ir. Y, mientras el agua tibia corría por mi espalda, sentí que ya no tenía que escapar. Ya no tenía por qué escapar. Al final, había descubierto que sí se podía vivir con un corazón roto a cuestas… siempre que hubiera alguien que intentara repararlo.

Y Alexander estaba ahí. Con su seriedad recientemente corrompida, su infantil sed de venganza, su impresionante sonrisa y sus ojos avellana. Estaba ahí, siempre dispuesto a fingir que su vida era más miserable que la mía sólo para hacerme sonreír. En realidad, estaba ahí, y eso era lo único que verdaderamente importaba.

Salí de mi habitación, aún con aquella sonrisa que parecía indeleble en mi rostro. Alexander se entretenía barriendo inútilmente el inmaculado piso blanco de la cocina, que contrastaba enormemente con su aspecto de… vagabundo.

-          Lo haré yo, –dije, quitándole la escoba de la mano, intentando no reír ante su gesto de cansancio –aunque no creo que sea necesario. –paseé mi vista por la cocina, la cual nunca se había visto tan limpia. Después lo miré a él, quien aún lucía orgulloso las pruebas de su victoria –En realidad, quien necesita un baño eres tú.

Alexander me deslumbró con una sonrisa torcida, encantadora. Giró sobre sus talones y echó a andar hacia su habitación, son su característico porte al caminar.

Dejé la escoba a un lado, y me senté frente a la ventana. El sol lentamente se ocultaba tras los altos edificios de Nueva York, y bandadas de pájaros se ocultaban entre los árboles de Central Park, que refulgía como una esmeralda entre gigantes de cemento y ríos de asfalto. El bullicio de los autos llegaba hasta mí como murmullos ahogados. Lentamente, comenzaba a desconectarme de la realidad, al tiempo que veía a la Luna aparecer en el cielo, brillando como una luciérnaga en la oscuridad de la noche.

Y ahí estaba. Lo recordaba todo. El tono exacto de su piel. Su peculiar y exquisito aroma. El matiz justo de su iris a la luz del sol. La danza de sus rizos al viento. Lo recordaba todo, incluso cada imperceptible cambio en su tono de voz, cada pestañeo, cada hábito. Recordaba incluso aquella poderosa y atrayente aura como si nunca me hubiera alejado de ella…

Cuando Michael me abrazó, tan fuerte que apenas respiraba, supe que no había fuerza humana que consiguiera separarme de él. Porque encontraría la muerte en el preciso instante que Michael soltara mi mano, me diera la espalda y echara a andar sin decir adiós…

El tiempo había logrado que los recuerdos y yo entablásemos una relación aterradoramente parecida a la codependencia. Sufría, pero, de algún modo patético y masoquista, deseaba aquel sufrimiento. Había un recuerdo en particular que repetía una y otra vez, a menudo involuntariamente. La mayoría de las veces terminaba llorando sin darme cuenta al hacerlo, pues aquel era el recuerdo más nítido, el más doloroso.

-         ¿Eso piensas, entonces? Prometí no dejar de luchar por esto hasta que tú me lo pidieras… -y tuve miedo de pronunciar las palabras siguientes, pero tenía aún más miedo de su respuesta -¿Es lo que estás haciendo?

Miedo. Dolor. Desesperación. Furia. Más miedo. Y más dolor. Pareció entonces que aquello duraba una eternidad, una dolorosa eternidad. El río de lágrimas que resbalaban por mi helado rostro era ahora irrefrenable. Y dolía.

-         Sí –murmuró.

Y mis muros se derrumbaron.
Y mi corazón se rompió…


Apoyé mi mejilla sobre una de mis manos, comprobando así que las lágrimas que humedecían mi mejilla llevaban corriendo una eternidad. Miré de nuevo al atardecer. El sol había desaparecido, oculto tras una docena de rascacielos, su luz llegaba en forma de rayos rojizos que inundaban el departamento, proyectándose sobre mí, dejando una alargada y siempre inmóvil sombra a mis espaldas.

Con la mente atrapada en las diminutas y escasas estrellas que luchaban por aparecer en el cielo, me quedé dormida, aún con un millón de lágrimas ardiendo tras mis pupilas. Aquellas lágrimas que nunca se irían, aquellas que yo había intentado en vano ignorar.

No podía. Simplemente, no podía. Entre oníricos espirales, y en pleno estado de vigilia, deseé despertar de aquella pesadilla. Pues no podía ser cierto.

Estaba muerta, de eso no había duda. Nadie podía vivir sin sol, aire ni agua por tanto tiempo… Estaba muerta, sí. Nadie podía vivir sin corazón… Nunca habría pensado que la muerte dolería tanto… Deseaba vivir, respirar de nuevo, o reencarnar… Cualquier cosa, menos aquello. Aquello era peor que el Infierno… Era incluso peor que una vida sin Michael, pues había sido él mismo quien acabó con todo, quien me había condenado a muerte con una palabra. Había sido él quien me había lanzado directo a las llamas del Infierno, quien me había sacado del Paraíso… Pero había sido un Paraíso falso, construido a base de mentiras, de falsas esperanzas y de sueños infantiles… ¿A quién quería engañar? Michael nunca se habría quedado conmigo, ni aunque ambos lo hubiésemos deseado así. Simplemente, el tiempo y el destino se habrían encargado de eso tarde o temprano… Y había ocurrido tan pronto que apenas había podido ver cómo los pedazos de mi corazón caían al suelo, antes de romperse…

Un golpeteo destruyó la dolorosa paz en que me encontraba y acabó con mi turbulento sueño.

Le siguió un golpeteo aún más fuerte. Y otro… y otro. Y luego, un chirrido… Y nada más.

-          ¿Es demasiado tarde? –dijo una débil y herida voz mil años después.  
-          No. No demasiado…

Abrí los ojos, levanté la cabeza, e inmediatamente deseé jamás haberlo hecho. Algo me golpeó en el pecho, y mientras la sangre abandonaba mi rostro, comprendí que era la certeza de que, si creía conocer el fuego del Infierno, estaba muy equivocada.

 Aquello apenas comenzaba…

-          Hola, Julia.
-          Hola… –temí pronunciar una palabra más, temí que el hechizo se rompiera si lo hacía

Pero, en todo caso, aquello no era un hechizo, era la representación de mis más grandes demonios encarnados en un solo cuerpo.

-          –Hola, Michael.

3 comentarios:

  1. Querida Julia... No, simplemente no puedo esperar ni un minuto más para leer el siguiente capítulo! Dios mío, que pasará? Me has dejado totalmente en ascuas! Espero que la reconciliación de Michael y Julia sea fácil, no me gusta Alexander! =P Yo quiero que Julia se quede para siempre con Michael, a ver si vuelven a estar juntos de una vez!^^ Muchas felicidades guapa, me encanta tu novela, no la dejes por nada del mundo! :D
    Muchos besos! =)

    ResponderEliminar
  2. aaaaaaaaaaaaaaah ! Michael ! Dios!
    Me ha encantado el capitulo <3
    No puedo esperar a leer el siguiente. Cada día me gusta más, Julia.
    Te adoro !

    ResponderEliminar
  3. en este capitulo me has dejado sin palabras... Dios.. es perfecto! muero por saber que sigue en la historia!
    me disculpo de verdad por no haberme puesto al corriente ultimamente... peero se me ha hecho dificil... pero claro que nunca olvidaria esta historia, seguire siendo una fiel lectora jeje impuntual pero lectora XD
    cuidate mucho y espero el siguiente capitulo(:

    Saludos
    Sabrina

    ResponderEliminar

Ya leíste la historia, ya eres parte de este mundo.

¡Escribe un comentario!

No dejes que muera la magia...