jueves, 8 de diciembre de 2011

Capítulo 45


XLV
Narra Michael

Hay ocasiones, en que un segundo te hace notar que has cometido el error más grande de tu vida.  O peor aún… que nunca podrás enmendar ese error. Hay ocasiones en que, al encontrarte de frente con las consecuencias de aquellos mismos errores, te das cuenta de que eres incluso más egoísta de lo que siempre pensaste.

Ahí estaba yo. Flotando entre el Cielo y el Infierno, debatiéndome entre llorar o reír... Entre lanzarme al suelo o echar a correr.

Y ahí estaba ella. Tan adictivamente hermosa como siempre, y más frágil que nunca.

Me mordí un labio, nervioso, en un desesperado intento de reconocer a la frágil y empolvada muñequita de porcelana que tenía enfrente. Detrás de aquellas renovadas murallas y esa expresión de justificada rabia se encontraba la misma Julia de siempre.

No. No era la misma Julia. La miré entonces. La miré con atención. Probablemente aquella era, en realidad, la primera vez que hacía eso.

Miré aquellos dos enormes topacios, resistiendo el impulso de sumergirme en ellos y jamás salir. Ella bajó la vista, y la clavó en la descolorida duela de aquel frío departamento. Fue entonces cuando me tomé la libertad de admirar las consecuencias de mi estupidez.

Reprimí el instintivo impulso de tomarla entre mis brazos, pues parecía que apenas podía sostenerse en pie. Había perdido peso –mucho, siendo franco–, lo que la hacía ver aún más delicada e inofensiva. Su piel, antes dotada de un brillo dorado, lucía pálida, mortecina, casi traslúcida. Llevaba su cabello impecablemente atado sobre la nuca, como toda una bailarina. En sus delgados hombros se dejaban ver una serie de casi imperceptibles manchas blancuzcas, seguramente producto de una anemia, y en su rostro se dejaban ver rastros de la más profunda desolación. <<¿Qué demonios has hecho?>>, me pregunté, a punto de echarme a llorar.

-          ¿Qué haces aquí? –dijo, con un hilillo de voz. Levantó la vista entonces, con una dolorosa dureza en la mirada; la mandíbula apretada y el ceño fruncido eran una muestra más que clara de su rechazo -¿Qué demonios haces aquí? –repitió, casi gritando esta vez.

Y yo, haciendo gala de la estupidez que me había llevado hasta ahí, no respondí. En lugar de ello, me quedé mirando aquel profundo rechazo grabado en sus facciones de niña, esperando encontrar algo más que aquella hostilidad. Pero era como esperar que nevase en verano.

-          Yo… -comencé, después de dudar un millón de veces. Me aclaré la garganta, pero aquel nudo no desapareció.
-          Tú creíste que sería fácil arreglar las cosas. Creíste que sería suficiente con regresar después de siete meses – dijo, haciendo un doloroso énfasis en las dos últimas palabras de aquella oración, después se detuvo, y alzó el mentón con soberbia – Te tengo noticias, las cosas han cambiado.

Aquello era cierto. Todo había cambiado.

Yo había cambiado. Me había convertido en un alma en pena, en menos que un muerto en vida. No era nada. Estaba casi seguro de que, si miraba tras de mí, encontraría los restos de lo que era antes. Antes era feliz, justamente porque ella lo era también. Habían sido sus sonrisas las que me habían hecho sonreír a mí. Había sido su felicidad la que me había regalado un motivo para ver más allá de mis propios problemas. Había sido ella quien me había salvado de mí mismo.

<<Eres un estúpido>>, pensé, por milésima vez desde que había llegado ahí. Siete meses atrás, justo cuando estaba seguro de que podría soportarlo todo con tal de estar a su lado, cuando tomé consciencia de que, quizá, ella no podría soportarlo todo. Con aquella fragilidad y aquel corazón tan herido, ¿quién podría?...

Pero ella había cambiado. Había dejado de ser aquella frágil muñequita de cristal para convertirse en una fría escultura de mármol. Su mirada había dejado de ser cálida, para convertirse en un par de témpanos de hielo.

-          Puedo notarlo –musité, avergonzado. Me aclaré la garganta una vez más, sin lograr que aquel nudo desapareciera. Alcé la vista al techo, esperando a que la respuesta a mis más grandes problemas se encontrara escondida en algún rincón de aquel departamento. Apreté los puños, decidido a no moverme de ahí, de no regresar si no era con ella.

La miré de nuevo, a punto de echarme a llorar. La extrañaba tanto. No podía evitar pensar que merecía eso y más. Aquel rechazo, aquella ira, aquel odio y mucho más. En realidad, no merecía nada.

-          ¿Es necesario que te diga por qué regresé?– pregunté, rogando que Julia tuviese clemencia, y me escuchara –¿Quieres escucharlo, aunque sabes que no lo vas a creer? ¿Quieres que te diga qué me trajo hasta aquí después de tanto tiempo? ¿Es que en realidad no te lo imaginas?

Como si de un sueño se tratase, el tiempo corrió a su gusto, y vi cómo los ojos de Julia se llenaban de lágrimas en cámara lenta, aquello me dolió, y sentí cómo un centenar de cuchillos se clavaban en mi piel. Ella se giró, y se enjugó las lágrimas bruscamente.

-          Soy exactamente lo que no mereces. Podrías construir un puente hasta Plutón si apilaras mis defectos. He cometido el mismo error un millón de veces y, si me dejases, bien podría cometerlo un millón de veces más. Estoy a 100 años luz de ser perfecto y, quizá, incluso más. Pero... –me detuve entonces y, haciendo uso de todo el valor que quedaba escondido tras enorme mi cobardía, la rodeé y me planté frente a ella. Ella me miró; lloraba. –Te amo, Julia. Lo hice desde el momento en que te conocí, y jamás he dejado de hacerlo. Lo he hecho siempre, y nunca dejaré de hacerlo, pues mi vida depende de ello. Lo he evitado con todas mis fuerzas. Es una maldición que no le deseo ni a mi peor enemigo.

Ella me miró, con un puñado de lágrimas resbalando por sus sonrosadas mejillas, y con aquella expresión de desolación que me hizo desear –una vez más–, poder regresar el tiempo.

-          ¿Sabes? –dijo, enjugándose bruscamente las lágrimas, y levantando el mentón, dispuesta a no caer esta vez –Pudiste haber pensado en ello hace tiempo. ¡Debiste haber pensado en ello hace siete meses! –exclamó, y entonces reparé en la esbelta y alargada figura de Alexander, recortada contra la escasa luz de su propia habitación – ¿“Te amo”? Creo que debiste haber pensado en eso antes de usar las palabras de Berry Gordy como excusa para romperme el corazón. Sin embargo, por más que supliqué, dijiste que no era nuestro destino estar juntos. Al parecer, la culpa siempre la tiene el destino.

Tenía razón. Demonios, aquella niña tenía toda la razón. ¿En qué pensaba? Justo entonces, cada una de mis escuálidas esperanzas se destruyeron, aplastadas bajo aquel rechazo, bajo aquella apremiante certeza de que, no importaba lo que hiciera, Julia no volvería a Los Ángeles conmigo.

-           Sé que he cometido el error más grande del mundo. Sé que soy el ser humano más cobarde del universo. Sé que me odias, y que merezco eso y más… -entonces, Julia levantó la vista, y me miró con miedo, como tanto tiempo atrás –Pero también sé que te amo, y que si siete meses y todo el dolor del mundo no pudieron cambiar eso, nada más lo hará.

La miré, me sumergí en aquellas grandes lagunas color caramelo, dejando que todo el dolor contenido en ellas me destruyera. Miré sus delgados brazos colgando impotentes a sus costados, y sus delicadas manos que se movían nerviosamente. De improviso, las ganas de tomarla entre mis brazos fueron irrefrenables. Di un paso al frente, dudando. Ella frunció el ceño una décima de segundo, contrariada. No se movió, eso de alguna manera propia de locos, me alentó.

Un suspiro salió de sus rojos labios, y las lágrimas continuaron resbalando por sus mejillas. Dudando más que nunca, extendí una mano, y enjugué delicadamente sus lágrimas, dejando que aquellos escalofríos que nacían al contacto con su piel recorrieran todo mi cuerpo. Ella cerró los ojos bajo mi contacto, y al segundo siguiente, la sostenía entre mis brazos.

Julia me abrazó como jamás lo había hecho, con desesperación y la certeza de algo más, algo que yo no llegaba a adivinar. Se aferró infantilmente a mi camisa, y yo dejé que me bañara con sus lágrimas. La rodeé suavemente con mis brazos, temiendo que si lo hacía con más fuerza, ella desaparecería.

-          También te amo, Michael –dijo, y sentí que podría volver a vivir aquel millón de años en el infierno sólo para escuchar esas palabras de nuevo –Lo hice antes, lo hago ahora y siempre lo haré. Lo sabías, ¿no es así? Por eso regresaste –continuó, en un tono de infantil esperanza. Mi corazón se estremeció en ese momento, y apoyé mi cabeza en la suya.

Julia se separó de mí, haciendo admirables esfuerzos por dejar de llorar. Me vi tentado a sonreír, pero, muy probablemente, no tenía derecho. Miré a mi alrededor, nervioso, y reparé, sin sorpresa alguna, en el hecho de que Alexander se había ido. Probablemente me tenía tanta simpatía como Julia la tenía hacia Joseph.

En realidad, le debía mucho a Alexander. Había cuidado de ella todo ese tiempo, la había sacado de las sombras a las que yo la arrojé, la había ayudado, la había hecho sonreír. Había hecho todo lo que yo había tenido miedo a hacer, y él había estado ahí cuando ella más lo necesitaba. Alexander era todo cuanto ella necesitaba, todo lo que yo no era y jamás sería, y, al parecer, todo lo que Julia se negaba a aceptar como lo que en realidad merecía.

Una punzada de algo parecido al alivio me invadió cuando Julia me sonrió. Una sonrisa pequeña, efímera, casi demasiado rápida como para poder seguirla con la vista. Aquella sonrisa me hizo volver a creer en el “Quizá”. Pero, como si de un sueño se tratase, aquella sonrisa desapareció, Julia bajó la vista y negó efusivamente con la cabeza.

-          No puedo –murmuró, y pude sentir cómo la sangre escapaba de mi rostro. Me paralicé, como si presintiera que el fin estaba cerca –Esto es… demasiado.

Me dio la espalda y echó a andar hacia una ventana; fui incapaz de seguirla, aunque lo deseaba más que nunca.

-          Cuando… me dejaste… –continuó, casi obligándose a ello –Cuando llegué aquí, estaba convencida de que vendrías, de que en cualquier momento te vería al otro lado de la puerta, esperando por mí. Después, me di cuenta de que jamás regresarías. Tardé una eternidad en convencerme de que no volverías, e incluso después, seguía mirando a la puerta, con la esperanza de que la siguiente persona que tocara a ella serías tú. Tardaste demasiado, Michael.

Julia me miró, clavando sus dolidos ojos en mí. Tenía tantas cosas que decir… pero parecía que nada era suficiente. Era verdad, había tardado demasiado.

-          Hasta hace poco, estaba convencida de que quizá podía vivir una vida sin ti. No una vida feliz, por supuesto, pero una vida, al fin y al cabo –dijo, mostrando una sonrisa que parecía más un gesto de dolor –Y luego regresaste. Justo cuando había perdido las esperanzas. Cuando pensé que lo sabía todo acerca de ti y tu enorme cobardía, regresaste, rompiendo mis esquemas, como acostumbras hacer –continuó, mirándome como si, con mi sola presencia, le estuviese haciendo el mayor daño posible –De cualquier modo, no sé si pueda hacer esto de nuevo.
-          ¿Hacer esto de nuevo? –pregunté, estúpidamente, aunque sabía exactamente a qué se refería -¡No habrá un de nuevo!
-          ¿Cómo puedo saberlo, Michael? –dijo, al tiempo que nuevas lágrimas resbalaban por sus mejillas, clavándose en mi corazón como si de puñales se tratasen –Si no me equivoco, dijiste que me amabas. Pero eso no te detuvo aquella vez. ¿Cómo puedo saber que no sucederá de nuevo, si lo único que tengo es tu palabra, tal como la tuve antes?
   
Miré su temerosa expresión, y acuné su rostro entre mis manos. Me incliné hacia ella, deseando como nunca antes que mi palabra fuera suficiente, pues, además de todo mi amor, era lo único que tenía para mantener conmigo al amor de mi vida.

-          Ven conmigo –murmuré, sintiendo cómo mi fuerza de voluntad se desvanecía bajo su profunda mirada –Ven conmigo; así lo sabrás, pues no estoy dispuesto a cometer el mismo error una vez más. Ya no tengo las fuerzas para estar sin ti un minuto más. Ya no tengo la voluntad para seguir respirando si no es contigo a un lado, y tampoco la tendría para verte marchar una vez más. Te amo, y juro que no te dejaré nunca más. De cualquier modo, no sé si pueda hacer esto de nuevo.

Julia sonrió, y bastó aquello para hacerme respirar otra vez.

-          ¿Vendrás conmigo? –le tendí una mano, con un irrefrenable miedo.
-          Como si tuviera otra opción-dijo, y con ambos brazos rodeó mi cuello, hundiendo su nariz en mi camisa, y llenándose los pulmones con mi perfume –Desafiemos al destino.

“Desafiemos al destino”… Aquellas palabras sonaban tan espeluznantes como esperanzadoras. En los labios de Julia, todo tenía aquel desconcertante doble sentido. Cada palabra dicha por ella tenía el misterioso poder de destruirte por completo o hacerte el ser más afortunado en la faz de la Tierra. Y, en aquellos momentos, nadie era más afortunado que yo…

Levantó la vista, y me regaló la sonrisa más temerosa jamás vista. Como me sucedía a menudo cuando estaba con ella, me perdí en el largo de sus pestañas, y apenas fui consciente del momento en que Julia me besó.

Sí, ella me besó. Fue justo entonces cuando me di cuenta de que, sí, Julia estaba dispuesta a abandonarlo todo de nuevo. Me había perdonado. Ella podía perdonar incluso a la persona que le había destrozado el corazón.

La atraje hacia mí, con ambos brazos alrededor de su cintura. Ella me besaba dulcemente, y luego, más rápidamente, –con ¿urgencia?–, al tiempo que recorría mi rostro con sus delicadas manos y sus pestañas me acariciaban las mejillas como alas de mariposa. Su aroma florar me llenaba los pulmones y la cercanía de su cuerpo comenzaba a convertirse en algo que no tenía el poder de controlar. Ciertamente, aquel poder que ella siempre había ejercido sobre mí amenazaba con convertirse en un demonio disfrazado de tentación.

Aquello bien podía ser demasiado, pero estaba dispuesto a morir en medio de aquel fuego, estaba dispuesto a perder mi voluntad en las interminables llamas de aquel nuevo sentimiento. Pues esta vez duraría por siempre.

Sí. Estaba dispuesto a perderlo todo con tal de ver de nuevo el fuego en aquel par de ojos brillantes. Perdería mi identidad si así lo quería ella. Si permanecer inmerso en aquella locura significaba perderlo todo, lo haría. Pues esta vez sería eterno…





Paraíso.

Michael me sostenía suavemente, mientras sus labios se encargaban de hacerme olvidar incluso mi nombre. Perdida en aquel enfermizo frenesí, me vi tentada a seguirle besando eternamente.

A medida que la rapidez de aquel beso aumentaba, yo perdía el control de mi cuerpo. La fuerza en mis piernas amenazaba con abandonarme, pero poco me importaba. Sólo un beso… Aquella influencia que su perfume ejercía sobre mí comenzaba a ser insoportablemente difícil de combatir.

Y, justo cuando estaba por rendirme ante la misteriosa mirada de mi enemigo, escuché como la puerta se abría con un molesto chirrido, y luego, la profunda voz de Alexander.

-           Bueno, parece que han arreglado ya las cosas –dijo, exhibiendo una sonrisa que ocultaba un gesto de dolor. Me compadecí de él.

Me separé de Michael, quien bajó la vista, al tiempo que se mordía el labio inferior. Irresistible. Tuve que concentrarme para no salir corriendo y estamparme contra sus labios de nuevo.

-          Sí, eso parece –dije mientras caminaba hacia él, sintiéndome una estúpida.
-          Entonces, ¿regresarás a Los Ángeles? –preguntó, y su expresión no dejaba lugar a dudas: desconfiaba de Michael.
-          Sólo si así lo quiere –intervino éste, avanzando hacia nosotros –Yo, por mi parte, no regresaré si no es con ella.
Al escuchar aquellas palabras, me convencí. Regresaría con él. Lo dejaría todo de nuevo, y un millón de veces más, si aquello implicaba que, al final de los mil años de infierno, Michael volvería para susurrarme un glorioso “Te amo”…

Tomé su mano, y entrelacé sus dedos con los míos. No lo dejaría jamás. Incluso aunque así me lo pidiera. Simplemente no lo haría, pues dudaba poder morir dos veces.

Aquello podía no ser eterno, pero, junto a él, sería la mejor no-eternidad jamás concebida. A pesar de todo…

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Chicas:

¡Siento la tardanza! Lamento haberlas hecho esperar tanto, pero justo acabo de salir de unos exámenes, y apenas he tenido tiempo de detenerme a respirar. 
Por otro lado, sé que suelo publicar los martes, pero ahora que he salido de vacaciones quizá pueda publicar más a menudo.

He aquí el capítulo 45.  Michael y Julia vuelven a encontrarse, tal y como tenía que ser. No podíamos esperar otra cosa, pues, tarde o temprano, el destino se encarga de que las cosas vuelvan a la normalidad.

45 capítulos, 35 seguidores y poco más de 12 mil visitas. Todo esto debo agradecérselo sólo a ustedes, lectoras. Son ustedes, a través de sus hermosos comentarios, quienes hacen que todo esto sea posible. 

¡Mil gracias!

3 comentarios:

  1. Queridísima Julia...
    Siii!!! =D Por fin!! He estado muchos capítulos esperando este momento, y temía que saliese mal o que fuese un periodo difícil para ambos y largo... Pero no! Julia, tan linda, perdonó a Michael, me alegro tanto...! :D Y, aunque Alexander antes no me gustaba, ahora me da un poquito de pena...! Pero en fin... Sólo espero que las cosas con Michael vayan perfectas! Mil gracias por publicar, adoro esta novela y el capítulo es perfecto! Un besazo, amiga! :)

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  2. estoy enamorada de este capitulo *¬*
    fue simplemente hermoso!
    me encanto! cada palabra... como siempre tan exacta y bella...
    y ahora que ando de vacaciones también podre pasar mas seguido, espero con ansias los siguientes capítulos...

    saludos
    Sabrina

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  3. esto simplemente se puede describir con una palabra: h.e.r.m.o.s.o
    me encantó, no se que más decir vales oro niña sigue así, lamento no haber comentado antes pero el caso es que lo hice no XD

    adios,besos

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