miércoles, 2 de noviembre de 2011

Capítulo 43


XLIII

Narra Michael

Un rayo del sol se coló entre las cortinas, y su luz dorada me dio de lleno en el rostro, despertándome. Lancé un furibundo vistazo al reloj… 8:05 a.m. Poco más de tres horas de sueño, lo cual ya podía considerarse un verdadero milagro.

Me senté en el borde de la cama, apoyé mis codos sobre mis rodillas y me llevé ambas manos a la cabeza, la cual parecía poder estallar en cualquier momento, aunque, siendo honesto, aquello hubiera sido un alivio.

La noche anterior la había pasado en vela, mirando por la ventana. Había hecho un millón de confesiones a la luna, en silencio. La había mirado hasta cansarme, consolándome con el hecho de que si Julia levantaba la vista, vería aquella misma luna. Esta me miró a su vez, con lástima de aquel loco que lloraba como un niño al darse cuenta de que había destruido su mundo con sus propias manos.

Aún después de comprender que el brillo de aquella luna no se asemejaba ni ínfimamente al de los ojos de Julia, la seguí mirando. Y la miré hasta que comenzó a descender en el horizonte…

Noches de insomnio como esa había habido muchas. Pero aquella fue diferente. Esa noche derramé las miles de lágrimas que guardaba desde aquel fatídico agosto, ya 7 meses atrás. Cuando desperté, aún tenía los ojos irritados, y mi almohada continuaba húmeda.

Abandoné la cama, sin querer hacerlo en realidad, aún con una mano en la cabeza, temiendo que en cualquier momento fuera a caerse. Me arrastré sin ánimos por mi polvorienta habitación, casi cayendo de bruces al suelo en el intento de pensar y andar al mismo tiempo. En el cuarto de baño, mojé mi rostro, y procedí a saludar al cadáver que me miraba desde el espejo. Unos profundos surcos morados rodeaban mis ojos, producto de las acumuladas noches sin sueño. Suprimí instantáneamente el arranque de auto-compasión que comenzaba a escapar en forma de nuevas lágrimas, y que, al final, convertí en la más pura ira.

Y así, furioso con el mundo y conmigo mismo por sobre todo, después de haberme enfundado en la primera camisa y el pantalón más limpio que pude encontrar en el desorden de mi armario, salí al corredor, donde los chispeantes ojos de Janet me recibieron casi inmediatamente.

-          ¿Estás enfermo, Michael? –preguntó, extendiendo sus manitas hacia mi rostro –Te ves realmente mal –sonreí sin ganas, y ella me dirigió una mirada desconfiada.
-          Estoy bien, Janet –respondí, con un tono tan seco que era imposible creerme. Ella me miró con desconfianza, sin creer ni una sola palabra.
-          Si tú lo dices… -dijo, frunciendo el ceño en gesto encantador. Hizo ademán de girarse, pero casi de inmediato, me miró de nuevo –Casi lo olvido, Tatum está en la sala. Te está esperando.

Lancé un suspiro de rendición, y observé cómo Janet se adentraba de nuevo en su habitación, seguramente dispuesta a reanudar algún juego que había dejado inconcluso. Haciendo un esfuerzo titánico, puse mi mejor cara y bajé uno a uno los escalones, sin prisa alguna.

-          Hola, Tatum –saludé. Esta vez, no fue necesario fingir una sonrisa, Tatum me miraba risueña.
-          Hola. Perdón si has tenido que despertarte por mí.
-          Nada de eso –aseguré –Pero ahora tienes que acompañarme mientras desayuno, muero de hambre. Si deseas, podemos dar un paseo por el jardín después.

Tatum me miró con curiosidad mientras, a una velocidad record, engullía un puñado de galletas, bajo la mirada acusadora de mi madre.   

Pasamos al jardín, donde una fragancia a tierra mojada y luz de sol me recibió en cuanto crucé la puerta de la mano de Tatum.

Marzo había llegado, y con él, la primavera. Los árboles lentamente despertaban de su largo sueño; las presumidas flores abrían sus botones, regalándonos así una hermosa vista del jardín de Hayvenhurst. Los rayos de sol presumían de su luz dorada, y los animales danzaban, festejando a la primavera.

Cerré los ojos entonces, disfrutando el sumergirme en un doloroso recuerdo. Había aprendido a disfrutar de esa sensación de vacío en mi pecho que se acrecentaba cuando algún recuerdo me golpeaba, lo cual, evidentemente, sucedía más a menudo de lo que me hubiese gustado.

Tatum se sentó en el borde de aquella fuente que tantas lunas atrás había presenciado la caída de todas mis barreras, mi rendición ante mi más grande enemiga. Me senté a su lado, respondiendo ante su invitación.
Y ahí estábamos. En un abrir y cerrar de ojos, nos encontrábamos de nuevo en aquella fiesta que celebraba mi regreso del mismo Cielo. Julia, sentada junto a mí, me miraba con sus hermosos ojos abiertos de par en par, anhelante. Ambos nos mirábamos, como cazador y presa, esperando a que el otro hiciera el primer movimiento.

Al final, yo me había rendido. Dejé de lado mis propios miedos innecesarios y me entregué al frenesí de la nueva droga que había encontrado en sus labios de niña…

-          ¿Realmente la amas, cierto? –preguntó Tatum entonces, rompiendo en pedazos mis ensoñaciones; y cuando me giré hacia ella, descubrí que lloraba –Aún después de tanto tiempo…

La amaba, sí. Una más de las verdades del universo. Un hecho innegable más. Una verdad comparable a decir que el sol salía de día… O que yo estaba muerto desde aquel agosto.

-          Sí –respondí, sintiendo todo el peso de esa respuesta en mi pecho, clavándose como un puñal ardiendo –Aún después de todo este tiempo. La amo, Tatum, lo cual, probablemente, me convierte en el estúpido más grande del mundo.

Tatum se levantó, y me miró con sus infantiles ojos verdes abnegados en lágrimas. Me miró un instante que me pareció eterno. Yo la miré también, y cuando me sumergí en sus ojos color esmeralda, descubrí cada una de sus inocentes esperanzas destruyéndose, una a una, más allá del brillo franco de su iris. Cada uno de sus sueños rotos, sin que yo detuviera aquella catástrofe.

Y en realidad no podía. Tatum se derrumbaba ante mí –por causa mía, para variar–, y yo no podía salvarla, pues yo mismo necesitaba ser salvado. Y sólo la chica del otro lado de la luna podía hacerlo. 

Se acercó lentamente a mí y me besó en los labios. Un sólo beso, tímido, rápido, casi  efímero, y sin ninguna otra intención más que la de despedirse. Un beso vacío, sin embargo.

-          Entonces, deberías ir por ella –murmuró antes de darse la vuelta y alejarse –Al menos, eso haría yo.

La vi alejarse hasta que cruzó los portones de Hayvenhurst y subió a un auto negro.

Y justo en el momento en que la cabecita de Tatum, cubierta de cabellos color trigo se ocultó tras los vidrios tintados del auto de su padre, me di cuenta de lo mucho que le debía a aquella niña. Había estado conmigo incluso cuando yo no lo quería así. Me había obligado a sonreír cuando sólo quería llorar. De cierto modo, Tatum me había mantenido vivo, despierto. Ella me había atado a una realidad en la que no quería estar, pero, de no haberlo hecho, probablemente las cosas hubieran resultado bastante diferentes…

Y, en realidad, hasta ese momento, me había negado a ver algo bastante obvio. Tatum, en su inocencia, había esperado a que yo viera en ella lo que ella veía en mí, aún a sabiendas de que eso nunca ocurriría. Ahora se había ido. Yo la había alejado. Al parecer, dos corazones rotos y un millón de lágrimas no eran suficientes…

Me arrastré hacia el interior de la casa, olvidando en un instante que el sol estaba brillando.

Me dejé caer en el sofá de la sala de estar, intentando por todos los medios reprimir aquel torrente de lágrimas que amenazaba con brotar de mis ojos. Repasé en ese momento la lista de las víctimas que mi miedo había dejado a su paso: Julia, Tatum, yo mismo… Me había convertido en una completa amenaza.

Pasaron horas, aunque bien pudieron haber pasado siglos. No me moví. Seguí mirando a todos lados y a ningún lugar en especial, como si en las diminutas motas de polvo o en las imperceptibles grietas de la pared se hubiera escondido el motivo de mi existencia.

Y, como siempre hacía pasado un rato, miré a la puerta, depositando en aquella muralla de caoba mis escuálidas esperanzas; pues, aun después de tanto tiempo, dentro de mí, seguía esperando a que Julia regresara y se arrojara a mis brazos, perdonándome en un instante, borrando de mi memoria los siglos de infierno sin ella.

-          Michael…

Separé mi vista de la puerta entonces, y la clavé en el frío piso de mármol, buscando en los abandonados y polvorientos resquicios de mi mente el rostro de la propietaria de aquella voz.

-          Michael –dijo la serena voz de Rebbie tras de mí.

Cuando me giré, mi hermana mayor me miraba con los brazos cruzados, seriamente, y una expresión de súplica en los ojos. Una bella ironía. Sus cálidos y hermosos rasgos contrastaban con la frialdad de sus gestos. Los labios apretados, los ojos fijos en mí, los brazos sobre el pecho y los puños apretados.

-          Ella no vendrá –dijo, avanzando hasta quedar a un palmo de mí. Me tomó de la barbilla, maternalmente, poniendo frente a mí su mirada insoportablemente franca y hermosa –Debes ir tú a buscarla.
-          ¿Para qué? –exploté en un instante, desviando la vista, con el ceño fruncido –Me cerrará la puerta en la cara al verme.
-          Eso no tiene sentido –resolvió, con un bufido, como si fuera la idea más ridícula jamás dicha.
-          Claro que lo tiene. Me odia, ¿lo olvidas?
-          No, no lo tiene. Te ama, ¿lo olvidas?

La miré de nuevo, clavando mis torpes miedos en sus brillantes ojos. Ella se sentó junto a mí, y me tomó de la mano.

-          ¿Por qué sigues aquí, Michael? –preguntó, arqueando ambas cejas, en un gesto suplicante.

<<No lo sé. Por estúpido, quizá>>

-          ¿Recuerdas cómo sonreía cuando te tenía cerca? ¿Recuerdas cómo te miraba a hurtadillas, sonrojada hasta los huesos; cómo se quedaba callada, para oír mejor tu voz o cómo se quedaba inmóvil, conteniendo el aire desde el momento en que te ibas hasta el momento en que volvías a cruzar la puerta? ¿Recuerdas todo lo que abandonó para venir aquí, exponiéndose a un nuevo mundo igualmente lleno de dolor y miedo? ¿Acaso no te demostró suficientes veces lo mucho que te amaba?

Bajé la vista, avergonzado, pues aquello me había golpeado con más fuerza que un camión en movimiento. Respiré profundamente, intentando deshacer el ya permanente nudo en mi garganta. No pude. Llevaba una eternidad alojado ahí.

-          ¿Acaso no llegaste a comprender que te ama, y que nunca dejará de hacerlo? –dijo, obligándome a mirarla de nuevo, como le encantaba hacer –Le fallaste, Michael. Si no ha vuelto es porque, al dejarla sola en la oscuridad, rompiste su corazón, defraudaste la confianza que tenía en ti (la cual era total). Esa niñita confiaba ciegamente en que tú la salvarías; no reparó en la posibilidad de perderte, mucho menos en la posibilidad de que serías precisamente tú quien acabaría con todo su mundo. Simplemente, cuando la trajiste aquí, Julia desechó cualquier estilo de vida donde no estuvieses tú, donde tú no fueses el centro. Ella te amaba, Michael. Hasta con el aire que respiraba… Y tú le cortaste el aire, sin explicaciones.

Rebbie calló, posando una de sus suaves manos sobre mi hombro, describiendo impaciente irregulares círculos sobre la tela azul de mi camisa. Yo miré al frente, intentando desesperado encontrar un nuevo significado en aquellas palabras que yo ya sabía de memoria, un significado que me dijese que yo no era aquel terrible monstruo que en verdad era.

-          Dime ahora: ¿Quién regresaría, exponiéndose de nuevo a la posibilidad de verse lanzado al abismo en cualquier momento? ¿Quién confiaría ciegamente en el asesino que, tiempo atrás, intentó acabar con él? Julia podrá ser muchas cosas, pero no es tonta. Sabe que el peor de los sufrimientos sólo se sufre una vez. Sabe que, si regresa, ese mismo sufrimiento puede volver, y no irse jamás.

Francamente, comenzaba a odiar esa capacidad de Rebbie de hacerme ver todo tan brutalmente claro con sólo unas cuantas –y dolorosas– palabras.

-          ¿Qué quieres decir con eso? Que Julia nunca volverá, ¿es eso?
-          Que, si verdaderamente la amas, debes volver a ganarte esa infinita confianza que Julia tenía en ti, por difícil que sea, por mucho que tarde. Ella te ama. Y ya te ha perdonado, ¿lo olvidas? ¡Perdonó incluso que rompieras su corazón en mil y un pedazos! Pero el tiempo es caprichoso, Michael, y, si así lo quiere, puede hacer que un segundo marque la diferencia entre un: “Aún a tiempo”, y un fatídico: “Demasiado tarde”.

Cuando Rebbie calló, por mi rostro pasó todo un desfile de expresiones: desolación, miedo, impotencia, incredulidad y, finalmente, comprensión.

Comprendí, finalmente.

Observé los profundos y maternales ojos de Rebbie una milésima de segundo. ¡Cuánto le debía! Alargué una mano, hasta tocar su mejilla.

-          Gracias…

Con una sonrisa inmensa, apartó de un manotazo mi propia mano, riendo al final.

-          No  es nada. Ya tendré ocasión de cobrarle el favor –sonrió, denotando una dosis de bendita complicidad en la voz.

Instintivamente, escondí mis manos en los bolsillos, dándole un millón de vueltas a la estupidez que estaba por hacer. <<Y aquí vas de nuevo… Eres un completo egoísta, Michael Jackson”>>, pensé entonces. Aunque, en realidad, aquello fuera el acto menos egoísta que cometería en mi vida entera.

En el fondo de mis bolsillos, encontré al menos media docena de billetes de 100 dólares. Y, curiosamente, fue aquel insignificante y casi demente detalle  lo que le dio sentido a toda aquella locura.

Me levanté de un salto, y miré a Rebbie, suplicante.

-          No te preocupes por Joseph, lo tengo cubierto.

<<Joseph no es lo que preocupa…>>

Y no. En aquel momento, todo me preocupaba, menos Joseph Jackson. Un resplandor plateado, y apenas tuve tiempo de extender la mano antes de que las llaves del auto de Rebbie se estrellaran contra mi rostro.

-          ¿Pero qué sigues haciendo aquí? –exclamó ella, haciendo gestos frenéticos para hacerme reaccionar.

Y funcionó.

Apenas tuve tiempo de murmurar un estúpido “Adiós”, antes de adentrarme en aquella cálida noche de marzo, abrir la portezuela del afeminado coche de Rebbie, maldecir un millón de veces a mi suerte y echar a andar el auto.

Y me maldije incluso más veces a mí mismo. Habían pasado siete meses. ¡Siete meses! Una infinidad de cosas podían ocurrir en 213 días. Un escalofrío me recorrió la espina dorsal cuando me detuve a pensar en cada una de las posibilidades que yo mismo había dejado al azar. Ella podía haberme olvidado. O podía comenzar a odiarme. O haberse enamorado de Alexander. Decidí reprimir este último pensamiento, pues era demasiado doloroso, y podía hacer que un cobarde como yo se arrepintiera en un segundo.

Pues eso era: un cobarde. Un masoquista, un estúpido. E incluso todos esos términos habían resultado insuficientes para describirme. Era simplemente eso, un cobarde. Había tenido miedo de mí. ¡Sólo de mí! Había tenido miedo de ser tan ridículamente estúpido como realmente era y romper su corazón. Al final, eso mismo había hecho, convencido de que, si dejaba pasar más tiempo, romper el lazo que me unía con aquella frágil muñequita de porcelana sería totalmente imposible. Sí, imposible, y entonces sería igualmente imposible detener la montaña de problemas que caerían sobre sus hombros. Todos problemas míos, curiosamente.

Pero ahora no era el miedo lo que me motivaba. Era la necesidad. La más pura necesidad de respirar su perfume florar, de mirar en sus dulces ojos color topacio. La simple necesidad de recuperar la mitad de mi alma, de volver a ver el sol cada que levantaba la vista. La necesidad de sentirme vivo…  

Tembloroso, agitado, y con una mínima idea de lo que estaba haciendo caí en la cuenta de que era un completo demente en cuanto visualicé el letrero luminoso del aeropuerto de Los Ángeles.

Eché a correr, sin dirección alguna, quizá creyendo que llegaría a Nueva York corriendo.

Cuando mi carrera contra el tiempo terminó, un bonito rostro malhumorado y de facciones latinas me recibió en el mostrador.

-          Un boleto para el siguiente vuelo a Nueva York –fue lo único que alcancé a decir.

Y, a decir verdad, aquellas simples palabras parecían contener mi destino en ellas…












***




Antes que nada, debo decir que siento muchísimo la tardanza en publicar, tenía la intención de hacerlo ayer mismo, pero el tiempo se ha convertido en mi peor enemigo. Añadido al hecho de que este capítulo ha costado mucho más de lo esperado. He vuelto a escribirlo, al menos, 3 veces, pues, aún después de mil y un correcciones, el resultado inicial no terminó por complacerme. 

¡Pero aquí está! Tienen frente a ustedes el capítulo 43 de esta historia.

Este capítulo tan esperado, en el que al fin los miedos se desvanecen, quizá expulsados por otros miedos aún más fuertes... 

Guardo las esperanzas de haber cumplido sus expectativas, realmente lo deseo así.

¡Saludos!

Espero sus comentarios.  

2 comentarios:

  1. Queridísima Julia! Realmente me ha encantado este capítulo! Por fin Michael reacciona!^^ Solo espero que no sea demasiado tarde... Ojala y que Julia no se haga demasiado de rogar! :D Que bien que Rebbie y Tatum le abrieron los ojos a Michael! No puedo esperar para leer el siguiente...! No lo dejes por favor!^^ Un beso amiga! :)

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  2. Me encanto!, te ha quedado genial Julia!
    Dios!, volverán a verse al fin!
    No puedo esperar a leer el siguiente!, que dirá Julia? le perdonara inmediatamente? :O Y Alexander...pobre de él !
    Ay!, no tardes por favor !

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