martes, 16 de agosto de 2011

Capítulo 38

XXXVIII

Narra Michael

“There goes the sunshine,
here comes the rain...”

Los días pasaron –¿o eran sólo horas?–, burlándose descaradamente de mí. Parecía que el dolor y el miedo se alojaban en mi habitación, me tomaban de la mano, y me guiaban directo al mismo Infierno. Un Infierno donde sólo había recuerdos. Un Infierno inusualmente frío. Un Infierno del que, curiosamente, no quería escapar, pues estar en él significaba, de algún modo propio de locos, estar con ella.

Había pasado todo un mes. Y a cada día que pasaba me convencía más de lo estúpido que era. Un estúpido de campeonato.

En realidad, era más que un estúpido si pensaba que con sólo decir “Adiós” y ver cómo ella se alejaba sin mirar atrás, la mole de problemas que caerían sobre mí desaparecería. Era un cobarde mayor si pensaba que podría seguir viviendo como si jamás la hubiera conocido. Y ahora, a duras penas tenía las fuerzas para recoger el oxígeno del aire, pues había dejado que su fuente se escabullera más allá de las puertas de Hayvenhurst. ¡Y lo peor era que lo había hecho a propósito! ¡Había acabado con mi propia vida a propósito!

Y entonces, mientras ella cruzaba las puertas de Hayvenhurst, acompañada de Alexander, la cuerda floja sobre la que nos balanceábamos se rompió. Se rompió, y caí directo y sin escalas a la realidad. Una realidad donde no quería estar, pues era más fría y gris sin ella. Una realidad que siempre había estado ahí, opacada por el brillo de su castaño cabello. Siempre había estado ahí, pero ambos habíamos tomado la decisión equivocada al ignorarla.

En aquella realidad, me enfrentaba a la dura tarea de fingir a diario que nada iba mal, cuando todo en mi interior era un desastre. Me veía obligado a sonreír como si en realidad tuviera motivos. Me veía obligado a cantar como si en verdad tuviera inspiración. La parte más dura del Infierno era fingir que no vivía en él.

 A veces, mientras me encontraba rodeado de personas que me sonreían y esperaban verme sonreír, el agujero en mi pecho parecía llenarse, parecía dejar de doler un momento. Pero sabía muy bien que era sólo una ilusión.

Tatum había reaparecido, y cada dos días intentaba hacerme sentir mejor a base de dirigirme coquetas miradas con sus bonitos ojos verdes. Y, momentáneamente, lo lograba. Sólo entonces, aquella herida parecía dejar de doler.

Pero Tatum se iba. Y los recuerdos llegaban. Entonces, un cruento debate se desarrollaba en mi interior. La opción de quedarme solo tenía dos variantes: o me regodeaba en mi miseria, reproduciendo una y otra vez su sonrisa en mi mente; o aquellos recuerdos terminaban torturándome hasta tan grado que decidía abrir los ojos y escapar a la verdadera realidad… aunque para entonces había dejado de percibir la diferencia entre el Infierno y la Tierra.

Aun cuando no la recordaba voluntariamente, era imposible no sentir su presencia donde antes sólo había estado ella. Era imposible dejar de percibir su voz cuando eso era lo único que quería oír. Y el simple hecho de intentarlo me parecía un duelo frente a frente con la locura. Y la locura siempre ganaba. Pues yo era débil.

Y estar sentado bajo aquel viejo jacarandá no era lo mismo si aquella testaruda niña de infinitas pestañas no estaba ahí.

-    Michael…– murmuró Tatum a mi lado, con el rostro apoyado en una mano, y mirándome fijamente.
-     ¿Pasa algo?– pregunté estúpidamente.
-     Eso mismo me preguntaba –respondió, con su infantil vocecilla.

Sí. Pasaban mil cosas. Pero darle cuerda a mi millón de recuerdos y confesiones no era una buena idea.

-    No es nada –musité, poniéndome en pie y ofreciéndole una mano a Tatum– Vamos.

Quería alejarme. Quería escapar. Aquel árbol traía más recuerdos de los necesarios. En realidad, aquella vida traía más recuerdos ahora, pues estaba más vacía que nunca.

-     ¿Irás al estudio también hoy? –preguntó entonces, ayudándome infinitamente en mi intento de mantenerme ocupado, para no caer de nuevo en aquel abismo del que casi nunca escapaba.
-    Sí. Al parecer, las grabaciones de este disco no terminarán nunca –respondí, mecánicamente –Pero puedes acompañarme, si quieres.

Y Tatum no respondió. Bastó ver el instantáneo brillo que sus ojitos despidieron entonces.

Vaya, sí que me quieres –bromeé sin intención.

El rubor que ascendió por el rostro de Tatum fue tal, que al poco tiempo también sentí cómo mi propio rostro se teñía de escarlata.

Por un momento, creí estúpidamente que todo podía volver a ser como antes. Por un momento, creí que en realidad podía olvidar. Pero olvidé un insignificante detalle… olvidar a Julia era más que imposible, lo había comprobado cientos de veces. Intentar olvidarla era como intentar olvidar que sobre mi cabeza había un cielo. Imposible, demente, inútil e imposible de nuevo.

-    Tatum, ¿qué tal si me esperas en la sala antes de ir al estudio? Tengo que… Ir a buscar algo –y, en realidad, lo único que necesitaba buscar eran los restos de mi propio corazón.

Sin darme el tiempo de escuchar su respuesta, di media vuelta, y eché a andar con dirección a la casa, cruzando aquel jardín que casi maldecía por traerme una cantidad enormemente dolorosa de recuerdos felices que sólo conseguían aumentar mi tristeza.

Sólo tenía una idea en mente: escapar. Me había convertido simplemente en un pequeño trozo de carbono en pleno estado de oxidación, y me arrastraba impotentemente por los pasillos de aquella casa que a duras penas reconocía como mía.

Me pareció que perdía mi voluntad. Pues mis pasos me pusieron frente a frente con una puerta que parecía más infranqueable que la Muralla China. Era la puerta de la habitación de Julia. Y sin ella ahí, se convertía inmediatamente en mi Infierno personal.

Como un autómata, corrí la cerradura y entré. En cuanto lo hube hecho, un dulce aroma a jazmín, fresas e inocencia me golpeó tal como lo hubiera hecho un camión a máxima velocidad.

Casi inmediatamente, me encontré buscándola como un verdadero idiota, sabiendo que ahí no encontraría más que dolorosos recuerdos, mientras tropezaba con los trozos de mi corazón y mi cordura.
Como buen masoquista que era, me detuve un momento a liberar un poco de mi dolor interno en forma de recuerdos lanzados contra la ventana a través de la cual Julia tantas veces me había mirado, mientras yo fingía no darme cuenta.

Cuando sentí que unos ardientes lagrimones comenzaban a resbalar por mi rostro y mi respiración comenzaba a entrecortarse, decidí que había recibido una dosis suficiente por aquel día –y quizás para toda la vida–.

Decidido a borrar aquellos humillantes lagrimones que eran, en realidad, una prueba más de lo débil y estúpido que era, me topé con un insignificante objeto que destruyó las últimas fibras de mi corazón.

La había dejado. Julia había dejado a Campanita.

Con una rodilla apoyada en el suelo, y sintiendo cómo los últimos restos de mi cordura y felicidad desaparecían, recogí aquel pequeño dije del suelo, sabiendo que sostenía en mi mano una última esperanza de volver a verla.

Y lo que más dolió entonces fue darme cuenta de que siempre lo había sabido. Lo había dicho tiempo atrás, y me empeñé en olvidarlo. “Quizá ella sea mi destino, pero yo no el de ella” Ahí estaba todo. Ese era el punto que ambos habíamos querido olvidar. Y lo habíamos conseguido… hasta que despertamos del sueño, nos topamos de frente con la realidad, y recordamos que el día y la noche sólo están juntos un efímero momento.

Caí de rodillas, al no poder más con mi propia vida. Deseé morir ahí, con su recuerdo fresco en mi mente, viéndola tan bella como siempre, pero, al parecer, no tenía tanta suerte.

Y, quizá, no tenía que esperar tanto para morir. Quizá ya lo había hecho. Sí, lo hice justo cuando cometí el error más grande del mundo. Morí en el momento en que la dejé ir.

¿Qué me quedaba ahora? ¿Qué se supone que se hace después de perder el corazón? ¿Acaso debía presentarme después de todo un mes, murmurar un estúpido, “Lo siento, pero ha sido más difícil de lo que pensé”, cruzarme de dedos y esperar a que me perdonara? Podía morir de ganas por hacerlo… pero mi amigo el orgullo no era tan generoso.

En realidad, sólo el orgullo me mantenía vivo, vivo y a la espera de morir, lo cual no era estar vivo.

Pero ni la muerte me parecía tan exquisita como una vida llena de recuerdos. Una lluvia de imágenes cada vez más borrosas que me mantendrían vivo hasta que aquellas imágenes estuvieran tan empañadas por el tiempo que fueran sólo un juego de luces en la mente de un anciano.

Hasta el final de mis días la amaría, pues para ello había nacido. La amaría hasta el final, pues ese era mi destino.


“What can I do, but wait for you?”








“Pensar que Michael podría olvidarla quizá había sido un error. Quizá en realidad la amaba. En ese caso, cualquier intento que yo hiciese por cambiar la realidad sería en vano. En poco tiempo, había aprendido que el verdadero amor es irreversible. Mi propia experiencia me lo decía. Pues yo amaba a Michael. Le amaba verdaderamente.

Quizá muchos pensarán: “Venga, niña. Tienes 13 años, ¿qué puedes saber tú del amor?”. La respuesta es simple: todo.

Después de ver distintas fases y presentaciones del mismo sentimiento, sabía muy bien que Michael y yo nos encontrábamos en la misma situación, aunque en dimensiones diferentes. Yo le amaba, él a mi no. Punto final.

Pero también sabía que una persona puede aprender a amar con el paso del tiempo. Y Michael podía hacer lo mismo.

Quizá era una tonta al aferrarme a un imposible, pero, ¿qué otra cosa podía hacer?

Y entonces, con medio rostro asomado a través de aquella puerta, mientras veía cómo Michael se desplomaba impotentemente, me hice una promesa: Ayudaría a Michael a olvidar. Me conformaría con los mínimos restos de amor por ella que él dejaba caer al suelo, los recogería y los tomaría como míos, pues esa era mi única salvación.

Le tomaría entre mis brazos, intentando inútilmente curar su corazón mientras el mío se rompía a pedazos.

Yo no cometería el mismo error que Julia. Yo no me soltaría a él por nada. Pero, en el fondo, la admiraba. El simple hecho de intentar vivir sin él era digno de admiración

 Si tan sólo pudiera hacerle ver…”








Chicas!:

¡Es martes, es martes!

¿Acaso creían que las dejaría sin capítulo otra semana? Gran error.

Seguro se preguntarán... "¿Una parte narrada por Tatum?"  Y créanme que tiene su razón de ser. Esa pequeña y en ocasiones detestable niñita nos abrirá un mundo desconocido. Nos hará ver lo que ni Michael ni Julia pueden ver. Esa clase de cosas que son tan dolorosas de ver como de vivir...

Y, sin más, agradezco infinitamente a mis fieles lectoras. Niñas, las amo. Gracias por su apoyo. Gracias por estar aquí siempre. Gracias por nunca dejar las entradas sin al menos un comentario. ¡Gracias!

¡Un beso a todas!

3 comentarios:

  1. Pero que triste !
    Michael está viviendo las consecuencias de sus actos ... me alegra, debe aprender a valorar lo que tiene.
    Julia!, me ha encantado el capi !
    Un beso!

    ResponderEliminar
  2. Julia! Dios, lo mismo digo, qué capítulo tan triste...! Me da lástima Michael, ¿por qué no va a recuperar a Julia de una vez, a que espera? :P Y Tatum, que siempre le tuve antipatía, ahora me dio un tanto de lástima, la entiendo perfectamente... Me encanta la manera de la que escribes, transmites muchas emociones con cada capítulo! Un beso guapa! :)

    ResponderEliminar
  3. Primero quiero pedirete una disculpa porque no me habia tomado el tiempo suficiente para comentar, pero te hago saber que trato de seguir tu novela al pie de cada capitulo y este...
    ME ENCANTO! Ya esperaba que Tatum se escabullera entre las rejillas del sufrimiento de Mike...
    Esperare el siguiente capitulo, y de nuevo te dire, tu historia es MAGNIFICA! no pares de escribir n.n

    saludos
    Sabrina

    ResponderEliminar

Ya leíste la historia, ya eres parte de este mundo.

¡Escribe un comentario!

No dejes que muera la magia...