jueves, 12 de abril de 2012

Capítulo 51 (segunda parte)


Parte II

<<El final>> 

Dicen que ningún atardecer es igual a otro, que jamás se verán dos puestas de sol iguales. En ese preciso instante, al final, decido que es cierto. Desde mi ventana, el frío atardecer del 3 de octubre de 1976, manchado de dolor y llanto, me parece el más hermoso que vi jamás.

-          ¿Lo has leído alguna vez? –le pregunto con apenas un débil susurro. Michael, suspendido a un paso del enorme librero, examina el tomo de María, como si aquel simple gesto le permitiera volver el tiempo atrás.
-          No –responde, volviendo la vista hacia mí, para separarla medio segundo después, dolido, esbozando una exquisita mueca de tristeza.
-          Es nuestra historia –añado, esbozando una sonrisa que sólo yo puedo ver.

La imagen de mi propia letra llenando una carta me asalta, y recuerdo entonces aquella despedida que yace entre las páginas de un libro. Repito esas palabras en mi mente, queriendo comprobar que no las he olvidado, y que aún podría susurrarlas a Michael segundos antes de partir. Sé que no lo haré, pues las lágrimas me robarían las palabras. Sé, de igual forma, que lo único que alcanzaría a murmurar sería aquel perdón que nos duele a ambos, aquella disculpa que quedará colgando del silencio, y que le deberé siempre.

Fijo la vista en las nubes pintadas de naranja, deseando deshacerme de mil y un recuerdos. Clavo mi vista en el lejano horizonte, esperando encontrarme con un milagro colgando ahí. No encuentro nada, así que cubro mi rostro resignado con las sábanas, para que Michael no me vea llorar más.
Cierro los ojos, capturando en mis pestañas un par de lágrimas que he decidido no derramar, temiendo que Michael pueda llegar a presentirlas cayendo por mi rostro. Me muerdo un labio, atrapando un millón de murmullos que arden en mi garganta, y siento los latidos desbocados de mi cansado corazón martillear mis sienes. Temo que Michael los escuche, pues, en medio de aquel silencio, son sus respiraciones lo único capaz de romper la barrera del sonido entre nosotros.

A lo lejos, como si me encontrarla al otro lado de un túnel, escucho cómo Michael tararea una canción; sus suaves notas rompen el silencio como diminutos granos de arena al estrellarse contra el suelo de mármol. La reconozco de inmediato. Fue una de tantas que cantaba en aquella isla. Sus palabras llegan de nuevo hasta mí, y descubro el llanto escondido tras la voz firme de Michael.

Me llevo las manos a los oídos, dispuesta a enterrar aquella canción de nuevo entre mis polvorientos recuerdos. Al poco rato, cansado de luchar contra el llanto, Michael calla.

Pasa el tiempo, y, a través de las sábanas, soy testigo de cómo el sol desciende por el cielo; siento cómo mis propias lágrimas, aún a mi pesar, descienden por mi rostro, dejando marcas que arderán ahí eternamente.

A pesar del ruido de mis sollozos ahogando mis pensamientos, escucho cómo Michael se acurruca en aquel sofá que ya ha memorizado la forma de su cuerpo. Se gira una y otra vez, intentando, al igual que yo, ahuyentar a aquella bandada de recuerdos que amenazan con destruirnos; sin embargo, ya somos prisioneros de nuestros propios fantasmas, que nos acechan eternamente.

Siento cómo, lentamente, el letargo comienza a hacer estragos en mí, cómo las huellas del cansancio se abren paso desde mi pecho. Me obligo a no dormir, temerosa de mis propios sueños, pero al sentir unas enormes ganas de cerrar los ojos sé que algo anda mal. Lo comprendo de inmediato y un miedo enloquecedor se cierne sobre mí…

Recuerdo que alguna vez escuché a alguien decir que uno sabe cuando llega el momento. Y ya ha llegado. Ella está aquí. Puedo sentirla…

Un paralizante frío se extiende por mi cuerpo, apoderándose a cada segundo de los últimos jirones de mi voluntad, como la innegable certeza de que mis latidos están contados, de que ya no tengo tiempo. Sin embargo, no siento miedo. En realidad, ya no siento nada. Sólo esta paz de saber que yo me voy, pero él se queda, y que no será él quien romperá aquella promesa de la que ambos vivíamos.  

Miro a un lado; después de todo, Michael sigue aquí. Dormita acurrucado en el sofá junto a mi cama. Miro su calmada expresión, y de inmediato comprendo que no lo necesito, pues cada centímetro de su rostro está grabado para siempre en mi memoria.

-          ¿Michael? –murmullo, con la garganta destrozada. Al final, ya me he resignado a no poder obtener más que este susurro febril, derrotado. No responde. Por un momento, temo que no me escuche.

Me detengo un segundo en su rostro. Bajo sus ojos se han pintado unas profundas marcas violeta, luce más cansado que nunca. Me parece incluso que aquellas marcas, producto del paso del tiempo, se han materializado sólo ahora. Al final, suspiro, frustrada, sintiendo cómo la vida se me va con cada respirar. Entiendo que estos son mis últimos momentos.

-          ¿Sí? –responde al fin, abriendo los ojos y hablando con apenas un hilillo de voz. Se acerca, con el rostro crispado en una mueca de dolor, y me toma suavemente de la mano.

Lo miro y dejo caer una lágrima, muy a mi pesar. Recuerdo lo que parece cada instante vivido a su lado, lo que, al final, no es más que mi vida entera. Recuerdo su sonrisa, y mi corazón se detiene al entender que no la veré más. Justo en este momento, comprendo cuánto lo amo, y que nunca habría podido decirle lo mucho que lo necesito, lo mucho que me hará falta. Se me corta la respiración y no consigo ahogar un sollozo al desear tener el tiempo para gritarle que lo único que me queda es este miedo de que llegue a olvidarme.

-          ¿Recuerdas el día en que nos conocimos? –pregunto, con un nudo en la garganta, al tiempo que uso mis últimas fuerzas para no llorar, pues Michael adivinaría el miedo en aquellas lágrimas.
-          Por supuesto –responde, esbozando una falsa sonrisa tintada de tristeza. Con suavidad, acomoda un mechón de cabello que ha caído sobre mi frente helada –Tenías sólo 15 años y me mirabas como si quisieras saberlo todo de mí. La primera vez que te vi, llorabas mientras leías el final de “María”.

Sonrío a duras penas. Busco desesperadamente un refugio, un lugar para huir de su mirada, pues presiento que, bajo su escrutinio, terminaré por confesárselo todo en silencio. Miro al estante, el libro sigue ahí, empolvado y amarillento. Entre sus páginas permanece oculta aquella nota, aquella despedida que yo no puedo pronunciar.

-          ¿Leerías un poco para mí? –suplico, al tiempo que miro al techo, pidiendo su perdón en silencio. Espero que me perdone por no haber podido susurrarle un simple “Adiós; te amo”.

Michael camina hacia el estante. A pesar de llevar sobre sus hombros una eternidad en vela, no ha perdido aquella forma de caminar que siempre envidié.

Ahora, puedo sentir cómo, lentamente, desaparezco. Mi corazón late muy lento ahora, aun negándose a dejar de hacerlo.

Cierro los ojos, suspirando de nuevo, sintiendo cómo este momento se me escapa de las manos a cada instante, a cada segundo. Este es el final. Aquí termina todo, y este es el momento que me llevaré conmigo, grabado con fuego en mi inconsciente, por toda la eternidad.

Me parece imposible recordar cada sonrisa, cada instante en que fui feliz. Lo fui siempre, supongo. Siempre a su lado. Recuerdo cómo siempre deseé tener más tiempo a su lado. Ahora, ya no quiero más, ya no quiero seguir colgando de cara a este abismo. Quiero caer ahora.

Comprendo ahora cuánto duele amar a alguien, cuanto dolerá el no verlo nunca más.

Cierro los ojos, sabiendo que no volveré a abrirlos, y resignándome ante tan fatídica idea. En mi mente, retrocedo en el tiempo. Evoco aquellos días en los que sólo éramos él y yo. Recuerdo las olas chocando contra la costa de aquella isla, y casi puedo sentir la salada brisa revolotear entre mis cabellos.

Escucho los pasos de Michael dirigirse hacia mí, y detenerse a un par de centímetros de la cama. Y luego, no oigo nada más…

Abro los ojos y veo el inmenso mar expandirse infinitamente frente a mí. Siento la arena bajo mis pies descalzos, el viento juguetear a mí alrededor y el sol chocar de lleno contra mi rostro. Me siento en paz, me siento a salvo. A salvo de todo, de todos. 

Sin embargo, falta algo. A pesar de todo, no estoy completa. Intento desesperadamente recordar. Un rostro asoma a mis pensamientos, pero, a pesar de mis intentos, no consigo recordar su nombre, aunque la belleza de sus ojos marrones me abruma.  

De pronto, una intensa luz suplanta al sol en el cielo, una luz que parece salir de la nada y, al mismo tiempo, abarcarlo todo. Es blanca, y, a pesar de ello, cálida. Justo en ese momento, lo comprendo. Esto es todo. El nombre de aquel muchacho me golpea como la única cosa que vale la pena recordar.

<<Michael>>, le llamo, sabiendo que no responderá.

Repito su nombre, una y otra vez en mi mente. Evoco su recuerdo por un instante que me parece infinito. Me desgarro la garganta al pedirle perdón un millón de veces. Antes siquiera de comprenderlo, descubro lágrimas en mi rostro. Ya no hay tiempo.

Mientras aquella luz se apodera de mí y de todo, lo entiendo: ya no hay tiempo.

Ya no hay tiempo de huir, ni de mirar atrás.

Ya no hay tiempo ni de murmurar un: “Te amo con mi vida. Te amaré por siempre”, aunque él ya lo sepa.

Desaparezco, con su rostro en la mente y su nombre entre los labios.

Michael… te amo.




















***

Un millón de años después, durante una tarde de lluvia otoñal, me sorprendí perdido justo en medio del cementerio, mirando al nublado horizonte entre un laberinto interminable de cruces, tumbas y mausoleos imposibles, un bosque plagado de lápidas que me mostraban rostros vacíos y personas sin vida en las que Julia acababa de convertirse. En el aire se respiraba un inconfundible olor a muerte y dolor que amenazaba con acabar con mi cordura. Metros más allá, bajo la lluvia, las siluetas de una docena de alargados y difusos fantasmas vestidos de negro me herían con sus murmullos y lamentos lanzados a un cielo que no respondía más que con un relámpago ocasional, como si también él llorara por Julia.

La mano de una muchacha sin rostro ni voz sostenía la mía con demasiada fuerza, como si supiera que yo no era capaz de acallar mis propias lágrimas. Murmuraba algo que yo no alcanzaba a escuchar, a pesar de la corta distancia. Las despedidas suaves, aunque huecas por el dolor, de una mujer mayor caían como la lluvia misma sobre aquella infinita fosa de mármol en la que tres enterradores empujaban un pequeño ataúd manchado de lluvia, soledad y llanto.

El aguacero resbalaba por mi rostro, ocultando mis lágrimas de furia y miedo, y, en medio del silencio yo creía escuchar la débil voz de aquel ángel llamarme, suplicarme que la liberase de su eterna condena de soledad y olvido. Yo sólo atinaba a temblar, mientras intentaba inútilmente pronunciar su nombre a pesar de todas aquellas lágrimas que me apresaban la garganta.

Hundí una mano en mi bolsillo, y encontré aquella arrugada nota que Julia me había dejado. Pasé un par de dedos sobre ella, sabiendo que había memorizado cada “Perdón” y que me había tatuado cada “te amo” en la mente…

De aquella tarde sólo recuerdo las sombras de los árboles y aquel olor a tierra fresca bañada de lluvia que lo impregnaba todo de muerte y vacío, ese olor que llevaría en mi mente hasta el final de los días.

Decidí que no quería  volver. No quería tener que enfrentarme a su fantasma merodeando sin permiso por mi habitación, ni a su aroma flotando en el aire, ni a su voz resonando en cada rincón de la casa; no quería volver, pues sabía que al mirarme en el espejo, la visión de su rostro reflejado en mis pupilas acabaría conmigo.      

Di media vuelta, y Tatum no soltó mi mano. Caminamos en silencio bajo la lluvia, entre tumbas y cruces condenadas al olvido. Un relámpago cruzó el cielo de la tarde, y justo en ese momento, por azar, volví la vista y la encontré a ella.

Estaba allí, suspendida junto a una lápida sin nombre. Me miraba como antes, como siempre. Sonreía ligeramente, como si deseara que yo lo hiciera también. Vestía el vestido marfil que llevaba el día que la conocí. Repentinamente, sin aviso, dio la vuelta y echó a andar hasta perderse entre la muchedumbre congregada alrededor de su propia tumba.

Bajé la vista, y descubrí que Tatum me miraba y que lo único que veía en mis ojos era el reflejo de Julia. La llevé de la mano, deseando llegar hasta el horizonte. El sol se ocultaba ya, y lo único que quería encontrar al llegar al atardecer era a ella.

Me giré de nuevo, pero Julia ya no estaba ahí. La encontraría ahí, donde Dios extiende los dedos para pintar el atardecer. 

6 comentarios:

  1. Tan hermoso... me salieron lagrimas,
    pero para mi este no es el final, es el comienzo... esta historia siempre vivira...
    GOOD BLESS YOU

    Sabrina

    ResponderEliminar
  2. QUE CAPITULO TAN DURO, ME ENCANTA TU HISTORIA AH CIERTO SOY NUEVA QQUI Y QUIERO QUE SEPAS QUE MI HERMANA Y YO SIEMPRE COMENTAMOS PUEDES VER NUESTRA CUENTA EN TUS SEGUIDORES DICE DIANA A TODOS LOS QUE SEGUIMOS LES COMENTAMOS PLIS NO TARDES MUCHO EN PUBLICAR SI SOY ALGO IMPACIENTE BESOS CUIDATE MUCHO BAY, SI LEES ESTO PORFAVOR PIDO ME RESPONDAS ME DARA MUCHO GUSTO ATTE DIANA...

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Diana, pero claro que he visto sus comentarios! Siempre me alegran los días.

      Me emociona tener nuevas lectoras, y me llena de alegría que esto les guste. Lo hago con mucho cariño para todas ustedes.

      Lamentablemente, esta historia ha llegado a su fin, y lo único que resta publicar es un capítulo "sorpresa" que, espero, no tarde mucho en llegar.

      Les agradezco mucho su apoyo, son increíbles.
      Muchos besos!

      Eliminar
    2. GRACIA JULIA POR CONTESTAR, ESCRIBES HERMOSO ESPERO HAGAS OTRA NUEVA NOVELA NO TAN TRAGICA PLIS HAZ OTRA VOY EN EL CAP. 19 ESPERO TERMINAR PRONTO TE PIDO LA SEGUNDA. GRACIAS DE NUVO CUIDATE BESOS ATTE DIANA...

      Eliminar
  3. dios mio!! creo que estoy llorando!!! esto me ha dejado sin palabras fue hermosooo!!!no puedo creer que se ha terminado, voy a extrañar esta novela, tienes que hacer mas!! tus historias son mágicas y cautivadoras, continua te estaré apoyando siempre
    pd: lamento comentar tan tarde me desconecté de internet por un largo tiempo, pero me alegra leerte y promento hacerlo con tus próximos proyectos

    ResponderEliminar
  4. HOLA¡¡ JULIA, PERDON POR MOLESTARTE PERO ESTOY ESPERANDO EL CAPITULO SORPRESA¡¡ OJALA LO PUBLIQUES PRONTO SSII??
    TE QUERIA DECIR QUE ABRI UN BLO DE MIKE¡¡ Y PENSÉ EN INVITARTE *_*... TE DEJO LA URL:
    http://michael-foralltimediana.blogspot.mx/. ME ENCANTARIA VERTE ALLI.
    ESPERO NO TE HAYAS OLVIDADO DE MI, TE COMENTE EN LOS ULTIMOS CAPITULOS DE ESTA HERMOSA HISTORIA♥♥♥
    CUIDATE MUCHO JULI, A VER SI ME DAS TU LINDISIMA OPINION DEL BLOG ^^. ATTE DIANA...

    ResponderEliminar

Ya leíste la historia, ya eres parte de este mundo.

¡Escribe un comentario!

No dejes que muera la magia...