domingo, 12 de febrero de 2012

Capítulo 48


XLVIII

Narra Julia

Agosto de 1976.

Unas suaves notas flotaban en el ambiente, rompiendo el silencio de la tarde de forma magistral.

Pero no era yo quien tocaba.

Michael estaba sentado al piano, mirando al frente, con el ceño fruncido en un exquisito gesto de concentración. Estaba absorto, totalmente ausente, transportado mil metros más allá del cielo por el bello sonido de la música que él mismo creaba. Y yo, de pie a tres centímetros del piano, luchaba por no salir disparada a la estratósfera.

Le miré entonces, sintiéndome libre de escrutar cada centímetro de su rostro, sabiendo que nunca más vería un rostro más bello o un par de ojos más melancólicos. Le miré, aprovechando cada segundo, llenándome las pupilas con el tono canela de su piel.

Unos rayos de luz ambarina incidían sobre sus rizos negros, confiriéndoles un brillo casi celestial. Observé cómo sus facciones se acoplaban magníficamente una a la otra, creando así un rostro ridículamente cercano a la perfección. Era totalmente injusto. Miré cómo Michael entornaba los ojos ocasionalmente, como si resguardara un secreto, y cómo  mordía su labio inferior a intervalos. Conté cada una de sus infinitas pestañas, y me perdí en el brillo dorado de sus ojos a la luz del atardecer. Miré su piel, el resplandor y la calidez que parecía desprender, y, súbitamente, quise tocarla, quise perderme ahí.

Quise sentir el abrazo de Michael a mí alrededor, quise recorrer aquel insondable camino que había visitado sólo en mi imaginación, quise develar cada uno de sus misterios, pues sabía que debajo de su melancólica expresión había secretos que jamás llegaría a conocer. Sin embargo, por un momento, deseé hacerlo…

Repentinamente, Michael me miró. Me tomó un minuto el darme cuenta de que había dejado de tocar.

-          ¿Qué te parece? –preguntó, dedicándome un amago de aquella sonrisa tímida que tanto me gustaba.
-          Magnífico –contesté, sin saber muy bien a qué me refería.

Michael sonrió aún más, y después plantó un dulce beso sobre mi cabello castaño.

-          ¿En qué piensas? –inquirió, tornándose serio, momentáneamente preocupado. Sonreí.
-          En nada. Sólo te miraba –bajé la vista, intentando ocultar el rubor que súbitamente se había alojado en mis mejillas.

Michael sonrió de nuevo, iluminando la habitación con aquel simple gesto.

Me miró fijamente, como pocas veces hacía, desvaneciéndolo todo a mí alrededor, deteniendo el tiempo con el simple poder de su mirada. Caí en la cuenta de que jamás vería de nuevo unos ojos más enigmáticos, más melancólicos, o simplemente, más transparentes.

Ahí radicaba el poder de su mirada, en develar todo cuanto él quería. Su mirada reflejaba toda la inocencia de un niño, y la fuerza de cualquier adulto. Ambas cosas, descubiertas en los ojos de Michael, resultaban ser una combinación letal, capaz de dejar a cualquier persona sin armas… O sin voluntad para contrariarlo, en mi caso.

Michael continuó escrutando mi rostro, como si ocultara algún secreto. Y yo lo miré también, siguiendo los lentos movimientos de sus pupilas al recorrer mi cara. Miré el brillo dorado de sus ojos marrones al atardecer, a la espera de que, en un descuido, revelaran el magnífico secreto que ocultaban.

Me pareció esperar siglos anclada a la luz de sus ojos, y justo cuando me disponía a dejar de buscar lo que seguramente jamás encontraría, sucedió algo. Apareció aquel brillo que, a mis ojos, revelaba el secreto mejor guardado del mundo.

En los ojos de Michael se encendió una nueva luz, totalmente distinta a cualquier otro brillo que yo hubiese visto escapar de sus ojos. <<Fuego…>>, pensé, incapaz de apartar mi vista de él.

Y como por arte de magia, y como hacía tanto tiempo no sucedía: Michael se puso en pie y, súbitamente, me besó.

Sus labios apenas rozaban los míos, pero eso ya bastaba para que mis rodillas perdiesen toda su fuerza. Se desencadenó una tormenta en mi interior, y me arrojé de lleno al frenesí que se iniciaba con su sola cercanía, pero que se veía acrecentado con aquel beso. Sentí sus pestañas acariciar suavemente mi rostro, y casi podía oír el repiquetear de mi corazón en mi pecho. Como si tuviesen vida propia, mis manos rodearon su cuello, acercándolo aún más a mí…

En aquel torbellino, sentí sus manos estrechar mi cintura y sus labios buscar con más urgencia los míos, como si temiese que aquel momento fuera a desvanecerse de un momento a otro (y, quizá, así era). De repente, sentí miedo. Sentí miedo de morir ahí, consumida por las llamas en sus ojos. Sin embargo, supe de inmediato que no habría lugar más hermoso para perder la vida que entre sus brazos.

-          Te amo… -susurró a un centímetro de mis labios.

<<Te amo…>>.  Aquellas palabras quedaron grabadas con fuego en mi mente y supe que hubiera atravesado el techo si Michael no me hubiese estrechado contra él.

Aquello amenazaba con convertirse en una verdadera lucha. En aquel baile, cada uno competía por el control, por no perder nuestra voluntad en brazos del otro, y ese torbellino en que flotábamos se tornaba, a segundos, increíblemente grandioso o totalmente aterrador, suave o intenso. El tiempo jugaba con nosotros a su antojo, haciendo que aquel momento pareciese efímero o eterno.

Después de lo que me parecieron tres segundos, Michael se separó de mí. Su agitada respiración me daba de lleno en el rostro, amenazando con desatar de nuevo aquella locura. Suspiré, totalmente confundida.

Michael se mordió el labio inferior, como si estuviese decidiendo si aquello había sido un error, y me miraba como si esperase que lo decidiera yo. Yo, por mi parte, era un manojo de nervios. Pasé una mano por mi cabello, intentando calmar los rápidos latidos de mi corazón.

Continué escrutando la expresión de Michael, y él me miraba a su vez como si no quisiera hacerlo en realidad. Retrocedió dos pasos, y metió ambas manos en los bolsillos de sus pantalones. Después, simplemente, depositó un insulso beso sobre mi frente, dio la vuelta y desapareció por la puerta del gran salón.

Lo observé alejarse, confundida, mientras las últimas luces del atardecer se colaban por la ventana. Miré su esbelta figura recortada contra el marco de la puerta, segundos antes de desaparecer, y la larga sombra que dejó tras él.

Intenté discernir el torrente de sensaciones que me embargaron entonces, y descubrí que no sabía qué me dolía más: el que Michael se hubiese ido de ese modo, o la reaparición de aquel punzante dolor en mi cabeza, que parecía llevar alojado ahí toda una vida.

Me llevé una mano a la cabeza, intentando desesperadamente que aquel dolor desapareciera, al tiempo que un torrente de recuerdos me atacaba...

Algún tiempo atrás (a mí me parecía un año, pero probablemente no eran más que unas semanas, quizá un mes), después de mis constantes insistencias, Rebbie decidió que los analgésicos del doctor familiar no eran suficientes…

-          Michael no puede saber de esto –había amenazado en el auto de Rebbie, frotándome nerviosamente las manos, víctima de un frío letal. –Si pregunta algo, sólo te acompañé de compras, ¿de acuerdo?

En realidad, era algo más complicado que eso. Y mucho menos soportable…

Recordé el miedo que sentía, aquellas profundas ganas de no creer en nada más que en el presente. Recordé cómo una punzada de dolor me recorrió al pensar en lo que podía pasar y cómo la sangre escapó de mi rostro al caer en la cuenta de que yo ya lo sabía. 

Rebbie aparcó el auto en aquel pequeño estacionamiento vacío. Cuando alejó las manos del volante, pude ver que temblaba. Estaba tan nerviosa como yo.

-          No tienes que hacer esto –dijo, frotándose las manos –Quizá estaba sólo exagerando y esto no es necesario después de todo.

Sin embargo, y aunque no quisiéramos creerlo, ambas sabíamos que sí, era necesario.

Bajé del auto, y, extrañamente, un viento helado me azotó el rostro, a pesar de encontrarnos en pleno mes de junio. Intenté desesperadamente convencerme de un ridículo y absolutamente inexistente cambio de temperatura. Intenté dirigir fuerza a mis rodillas, pero estas simplemente parecían decididas a no moverse. Intenté encarar aquello, pero sólo conseguí un nudo en la garganta.

Ausente, casi muerta tras mi calmada expresión, entré a aquel pequeño edificio de la mano de Rebbie, e inmediatamente, un fuerte olor a alcohol me llenó los pulmones. Rebbie intercambió unas palabras con la recepcionista, una mujer menudita y de lindas facciones latinas. 

Crucé un largo pasillo, con Rebbie a un lado. Me detuve frente aquella puerta marcada con un conjunto de difusas letras doradas que anunciaban:


Doctor James Webber
Neurólogo

Aquella puerta me pareció entonces una muralla impenetrable, me pareció que marcaba el final del presente y el inicio del futuro, sin saber que, en cierto modo, así era. Permanecí suspendida ahí, esperando a que algún improbable milagro sucediera. Rebbie percibió mi miedo (quizá por que ella estaba tan asustada como yo), y abrió la puerta ella misma.

A pesar de su inicial sorpresa, pues normalmente atendía a pacientes de mayor edad, el Dr. Webber resultó ser una persona amable. Su cabello canoso y sus lentes con armazón de oro le conferían un aura tranquilizante, algo bastante necesario en su profesión, pensé. Me hizo una serie de preguntas: ¿Cuándo aparecieron los síntomas? ¿Te sometes a un stress constante? ¿Podrías describir el dolor? El dolor, ¿viene y se va?... A esas siguieron un millón más.

Sin embargo, el Dr. Webber no parecía ser como el regordete doctor que Rebbie había llevado a Hayvenhurst una semana atrás, y no lo era. El Dr. Webber iba más allá. Mucho más allá, en mi opinión…

-          ¿Sabes de alguien en tu familia que tenga o haya tenido… cáncer?

Ahí terminaba mi conexión mental con la realidad. Intenté desesperadamente detener aquellas lágrimas que ardían en mis ojos, pero fue inútil. Intenté enfocar la imagen del doctor frente a mí, pero todo parecía repentinamente difuso, empañado por la fría imagen de un futuro cada vez más corto, de un final sorpresivamente cada vez más cercano.

Cáncer…

-          Mi madre –me escuché responder, sin sorprenderme siquiera por aquel débil y roto susurro que pretendía ser mi voz.

Sí, mi madre, quien había muerto. Ella, quien había sido condenada, años atrás, obligada a renunciar a todo cuanto había alcanzado. Ella, un ángel inocente, lanzado al fuego, atada a un enemigo invisible que habitaba en ella misma. Ella, una princesa enamorada, obligada a abandonar en la Tierra al amor de su vida, mientras ella emprendía un doloroso camino hacia el Cielo. Ella, dispuesta a dar su vida por el diminuto ser al que nunca vio, que vivía de ella misma, fruto de su amor y sus más grandes esperanzas…

Alguna vez escuché a alguien decir que las más memorables historias están destinadas a repetirse. Quizá yo era la prueba viviente (no por mucho) de aquello. Quizá todo esto no era más que el viejo juego del destino, que nunca se cansa de jugar con nosotros, de intrincar caminos, de terminar historias para empezar otras.

Dicen que todo, real o imaginario, tiene su final. Pero, ¿y si esto no era nada más que el principio? ¿Cómo podían terminar las cosas así? Me negué a creer que los finales fueran reales. No, los finales, felices o dramáticos, no existían. Como el interminable ir y venir de las olas, cada historia se entretejía con otras, en una inmensa red llamada Destino, que se extendía hasta el infinito, intrincándose, mezclándose, hasta asegurar su eterna existencia.

Eso ocurriría con nosotros. Quizá yo no había sido más que un preámbulo en la historia de amor de Michael. Quizá aquellos infinitos meses de felicidad y pesadillas habían sido sólo el prólogo de su historia. Pero, sin importar lo que sucediera, “nosotros” seríamos eternos. Nuestras almas vivirían por siempre, entrelazadas por el irrompible lazo del amor, pues no había unión más pura, eterna y mágica que el amor mismo. Sí, probablemente yo dejaría de existir, y, con el tiempo, quizá incluso desaparecería de la mente de Michael, empañada por la aparición de un nuevo amor, pero el simple hecho de haberme cruzado en su camino aquel 9 de Junio de 1975, me hacía eterna.

Sería eterna, pues Michael estaba destinado a serlo, estaba segura. Yo me iría, y quizá mi partida no tuviese más consecuencias que un par de lágrimas derramadas, pero Michael sería eterno. Sí, quizá después de mucho tiempo, él me recordaría sólo como “Julia, una buena chica… Tuvo un final trágico… Las cosas no tenían que ser así”.

Y quizá yo sufriría antes de alcanzar la eternidad. Quizá el dolor sería más del que yo pudiese imaginar, pero poco me importaba. Después de todo, dentro de mí, yo sabía que justamente así serían las cosas.

    
Ese día, después de haber rechazado las quimioterapias y demás procesos que prometían regalarme unos meses más a cambio de convertirme en un saco de huesos, gris, inútil y desprovisto de cabello, el regreso a Hayvenhurst me pareció más largo y frío que el mismo camino al infierno. Como era habitual, Michael llenaba mis pensamientos, pero de una forma muy distinta ahora…

Su mirada invadía mis pensamientos una vez más, pero esta vez se veía empañada por mis lágrimas, pues con cada día que pasara, tendría menos oportunidades para sumergirme en el marrón de sus pupilas. El aire parecía escapar de mis pulmones al pensar en él, y no por las razones de antes. Mirarlo a la cara de nuevo iba a ser una de las cosas más difíciles que haría en mi vida.

-          Hola, pequeña –murmuró Michael cuando llegué a casa, antes de posar un dulce beso sobre mi frente -¿Qué pasa? –preguntó al ver mi sombría expresión y las lágrimas en el rostro de su hermana.

Pero no fue necesario añadir nada. <<Lo sabe. Lo sabe todo…>>, pensé. Y era cierto. Me estrechó en sus brazos con fuerza, como nunca antes había hecho. Me apretó contra su pecho, con el propósito de no dejarme ir, como si ya no temiese romperme. Yo me aferré a él, mientras dejaba salir todas aquellas lágrimas que inútilmente había intentado contener.

Lloré por mí, por todo cuanto no vería nunca, por todo cuanto alguna vez quise ver. Lloré por todas aquellas veces en que, sin saber que el final estaba cerca, murmuré un simple “Te quiero”, cuando debí haber demostrado todo mi amor por él.

¿Lo había decepcionado acaso? ¿Alguna vez le había fallado? Estaba segura de que sí, pero lloré por no poder recordar cuántas veces. Le pedí perdón en silencio, aferrada a él como estaba, deseando no tener que soltarlo jamás. ¿Recordaría acaso todas las veces que le había dicho “Te amo”? ¿Habría llegado a entender que no me alcanzaría el tiempo para terminar de decírselo?

Sentí sus lágrimas mojarme, como puñales clavándoseme en el corazón. Justo entonces, comenzó a apagarse el sol, comenzó a terminarse el aire. Miré a Michael, y en aquel momento, supe que ya había comenzado a morir.  


Él me miró con un dejo de esperanza tras el velo triste de sus ojos, como si gritara <<Podemos superarlo. Puedo arreglarlo>>. Pero no podía. Nadie podía hacer nada. Sin palabras yo sólo respondí <<No, no puedes…

Ha pasado un mes desde todo aquello.

Desperté de mis ensoñaciones, y descubrí que aún continuaba suspendida en medio del salón, quizá esperando a que el tiempo diera vuelta atrás para que así pudiese besar a Michael en cada oportunidad que tuve y no aproveché.

Subí cansada las infinitas escaleras, y me refugié en mi habitación. El espectáculo era deprimente.

Lloré como no había tenido la oportunidad de hacerlo, mientras aquel millón de pastillas analgésicas eran testigo de cómo me derrumbaba. Caí de rodillas al suelo, sintiendo cómo mi fuerza de voluntad se hacía añicos, y viendo cómo mi estúpido optimismo se derretía frente a mis ojos.

Estaba furiosa. Una pregunta rondaba mi mente, y no tenía respuesta. “¿Por qué?”, gritaba mi mente, y, sin ser verdaderamente consciente, también mi garganta, como el único remedio que quedaba para calmar mi impotencia.

De repente, aquellas pastillas me parecieron demonios, espectrales figuras que se burlaban de mí, una estúpida que no podía hacer nada contra ellos. Las tomé con ambas manos, y las arrojé por toda la habitación, con la vista empañada de lágrimas, mientras continuaba maldiciendo a mi desgracia.

Presa de aquella locura que sólo la más profunda tristeza puede crear, me encerré en el cuarto de baño, dispuesta a no saber nada más del mundo. Me miré al espejo. Frente a mí se encontraba una niñita increíblemente delgada, con unos profundos surcos violetas debajo de los ojos y la piel pintada de un tono mortecino. Esa no era yo. Me eché a llorar de nuevo, incapaz de hacer cualquier otra cosa.

Aquella no era yo. Aquello no tenía que estar sucediendo. Era totalmente injusto. Lancé mi puño al frente, en un desesperado intento por destruir aquel fantasma de lo que antes fui. El espejo se rompió en mil pedazos frente a mis ojos, y un millón de alfileres se me clavaron en la piel.

Miré ausente la docena de hilos de sangre que brotaban de mi mano, y que llegaban describiendo un irregular camino hasta mi antebrazo. Al igual que aquella sangre, mis lágrimas parecían decididas a no dejar de brotar.

Agotada, y totalmente indiferente, me dirigí a aquella cama en la que estaba dispuesta a morir. Sin embargo, suspendido en la puerta de la habitación, estaba Michael.

Como si de un sueño se tratase, a medida que todo se tornaba borroso, noté cómo Michael corría hacia mí y me tomaba entre sus brazos segundos antes de caer de bruces al suelo.

-          ¿Qué has hecho? –preguntó, en un susurro aterrado.
-          ¿Por qué? ¿Por qué, Michael? –fue lo único que respondí. Sólo eso, una y otra vez, mientras todo desaparecía.

Me perdí en sus ojos, en sus pupilas dilatadas por el pánico. Lentamente, todo se tornó negro, y antes de desmayarme, escuché cómo Michael murmuraba:

-          No lo sé, pequeña. Quizá porque amores como estos son posibles sólo más allá de la muerte.  

5 comentarios:

  1. :O noooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooo D: !!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!

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  2. Oh no Julia!!!!!! :( :( :( No me lo puedo creer!! No puede ser verdad... No te imaginas la desazón que siento tras leer este capítulo! Dios mío, pobre Julia! Es que las desgracias no acaban nunca? Y el final está cerca...! Es una novela demasiado hermosa, espero que no pase lo peor... No puedo esperar para el siguiente capítulo! Mil gracias por publicar!

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  3. OH, DIOOSS! Por qué nos dejas así!?!?

    QUIERO LEER MÁAAAAAAAAAAAAAAAAS <3
    Me ENCANTÓ este capítulo D':

    Espero publiques pronto!!!!!

    ESTO ES GENIAAAAAAALL!!!!

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  4. Me ha encantadooooooooooo <3
    Perdona por haber tardado en comentar, no había tenido tiempo :3

    Espero actualices pronto!

    Besos, Julia n_n♥

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  5. noooooooooooooooo ! que?! Julia ............no!!!!!!1
    me has matado ! el capítulo estuvo buenisimo! lejos, de los mejores linda !

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Ya leíste la historia, ya eres parte de este mundo.

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