XLVI
Narra Julia
Caminábamos
por Central Park, Michael me llevaba del brazo, como si quisiera recorrer sus
320 Hectáreas esa misma tarde. El sol comenzaba a descender en el cielo,
proyectando haces de luz rojiza sobre todo lo que tocaba.
Y
ahí, bañada de aquella luz y de esperanzas renovadas, miré a Michael. Miraba al
frente, y no parecía particularmente interesado por nada y ocasionalmente
fruncía el ceño, para luego dirigirle radiantes sonrisas a la nada.
-
Es una trampa –dijo, mirándome fijamente al
tiempo que se detenía –Sí. Es una trampa –declaró, al parecer, orgulloso de su
descubrimiento. Ignoró mi gesto incrédulo y continuó: –¿Sabes? Las personas
normalmente no consiguen cosas como esta tan fácilmente. Nos han tendido una
trampa.
- ¿Cosas como esta? –pregunté, aún confundida.
Michael bajó la mirada y apretó mi mano entonces, y comprendí –Oh, vaya.
Sonrió
entonces, y posó un dulce beso sobre mi frente, sin dejar de tomarme la mano.
Tenía que aceptar que, probablemente, Michael tenía razón. Para ser feliz,
había que sufrir. Cosas como la felicidad nunca
se obtienen fácilmente.
Y
entonces recordé…
Aquello
no había sido fácil. Vivir sin sol, aire o razón alguna no había sido un logro
del que me sintiera particularmente orgullosa. Al contrario. Aquellos infinitos
meses de infierno y dolor, probablemente, habían sido un merecido castigo. Un
castigo por haber querido burlar al destino. Sí, quizá todo aquello no había
sido más que mi culpa.
Debí
haberle hecho saber que no podía vivir una vida en la que él no fuese el sol alrededor del
cual yo rotaba. Debí haber tomado su mano en el momento exacto en que Michael
me destruyó por completo al murmurar aquel fatídico “Sí” que hizo añicos mis
esperanzas, mis ilusiones y mi corazón. ¡Debí haber esperado a las afueras de
Hayvenhurst, aunque eso significase la muerte!
Sí.
Aquel tiempo había sido vivir en el mismo infierno. Como vivir sin hacerlo en
realidad, pues no había motivos para hacerlo.
Incluso
antes de haberme estrellado de lleno contra la realidad, todo había sido
difícil…
Recordé
a Joseph y sus llameantes ojos color avellana, capaces de aterrorizarme casi
tanto como los de mi padre. Recordé a Tatum y su increíble capacidad de lograr
que desconfiara de Michael y de mí misma. Recordé a mi padre, con quien había
dejado de hablar un año atrás. Recordé incluso a La Toya, quien, probablemente,
me odiaba por haber seguido a Alexander hasta Nueva York…
Todos
ellos, en algún momento, habían sido un problema. Cada uno, a su manera, se
había convertido en una montaña más que escalar, en un muro más que derribar.
- ¿Fácil? –murmuré, apretando su mano en un
desesperado intento de lograr que me mirara por más de medio segundo–¿Quién ha
dicho que fue fácil? Estos últimos meses no fueron precisamente unas
vacaciones. Fue vivir en el mismo infierno. Fue como haber estado en el Cielo…y
luego abrir los ojos –Michael bajó la vista, y luego me miró fijamente. Sus
ojos marrones, expresivos y profundos volvieron a obrar su millón de
humillantes efectos sobre mí. –Pero todo eso ha terminado. Estamos aquí, ¿no es
así?
Dejar
de mirarlo se convirtió en un imposible. El brillo de su piel oscura bajo la
luz rojiza y sus rizos danzando en el fresco viento de primavera no parecían
más que un idílico sueño. Entrelacé mis
dedos entre los suyos, esbeltos y cálidos; y me aferré a él como si mi vida
dependiera de ello, pues, en cierto modo, así era.
-
Eso no fue sólo difícil, Michael. Tampoco la
muerte… fue una vida sin ti, lo que es aún peor.
Volvió
a bajar la mirada, y soltó mi mano. Tuve la dolorosa sensación de que, si
parpadeaba, Michael desaparecería. Un infundado pánico se apoderó de mis
fuerzas, y me vi paralizada, temblorosa e incapaz de hablar, suspendida a medio
metro de él, quien aún no se atrevía a mirarme.
-
¿Sabes? –dijo, finalmente. Su voz sonaba
vacía, y entre cada palabra, se asomaba un dejo de rendición. Entonces, aquella
sensación de miedo no hizo más que acrecentarse –Durante todo este tiempo,
siempre tuve la esperanza de… Siempre supe que tú encontrarías la manera de seguir
viviendo, de ser feliz. Yo, en cambio, supe desde el momento en que cruzaste
los portones de Hayvenhurst, que me había condenado a mí mismo a una muerte
lenta y dolorosa.
Michael
levantó la vista entonces, y descubrí que en sus ojos brillaba un pobre
sustituto de alegría, como si deseara hacerme sonreír a pesar de estar
sufriendo por dentro.
-
Por fortuna, mi masoquismo tiene límites
–dijo, sonriendo esta vez – Aunque, claro está, a veces ni el miedo ni la
insensatez saben de eso.
Me
tomó la mano de suavemente, como sólo él sabía hacer, y echamos a andar de
nuevo, bajo la sombra de un millón de olmos. Entonces, reprimir las ganas de
suspirar fue imposible. Aquello era aterradoramente parecido a la perfección.
Michael
caminaba a mi lado, con la vista al frente. Ocasionalmente, él también
suspiraba, para luego apretar suavemente mi mano y posar tiernamente un beso
sobre mi frente. Luego, como embargado por algún recuerdo, sonreía, regalándome
aquel pedacito de cielo, aquella pequeña dosis de mi más grande adicción.
-
¿Sabes? –preguntó, y yo alcé la vista, sin
poder evitar sonreír –La única vez que había estado aquí, mis hermanos y yo
actuamos en el Apollo Theater. Eso fue hace una eternidad… Antes de que
cualquiera de nosotros tuviera la más mínima idea de lo que llegaríamos a ser…
–Michael miró al frente, y su vista naufragó entre los últimos rayos de sol de
la tarde. Sonreía, embargado por el recuerdo –¡Los aplausos del público eran
atronadores! ¡Debiste haberlo visto! Yo era feliz, sonreía, pues tenía un
presentimiento. En el momento en que dejé el escenario supe que, después de
aquella noche, todo sería diferente, todo sería mejor. Y tengo el mismo
presentimiento justo ahora.
Entonces
aprisionó suavemente mi rostro entre sus cálidas manos. Se acercó lentamente a
mí, como si temiese romper aquel hechizo en el cual flotábamos ambos. El
enervante aroma cálido de su aliento me daba de lleno en el rostro,
embriagándome con su dulzura. Michael me regaló aquella sonrisa franca que
tanto me gustaba, y finalmente, después de haber contado cada una de sus
infinitas pestañas, me besó.
Destruyó
cada insignificante rastro de duda que quedaba en mí al contacto con mis
labios. Me besaba dulcemente, con suavidad y lentamente. Llevé ambas manos a su
cuello, y, perdida en aquel frenesí, comencé a retorcer sus rizos.
Michael
rodeó mi cintura con ambas manos, atrayéndome hacia él mientras el tiempo se
detenía y el espacio perdía su forma. Todo a nuestro alrededor se desvanecía, aparecía
de nuevo, giraba rápidamente y se detenía, al ritmo de sus besos. Yo,
desaparecía gradualmente tras las delicadas caricias que Michael dejaba correr
por mi helado rostro.
De
nuevo aquellos escalofríos, aquellos irrefrenables temblores. Y, por primera
vez, aquellas ansias, aquella urgencia, aquella necesidad. Sin darme cuenta en
realidad, me sorprendí perdiendo mi identidad en brazos de Michael, con mis
manos alrededor de su rostro y mis suspiros flotando en el aire.
Michael recorría mis labios con
suavidad, borrando con su delicado contacto mis miedos, mis dudas, y dejando en
su lugar confusión, y un corazón que latía a niveles imposibles. Deseé hacer
eterno aquel beso. Deseé que aquel fuego, aquellas llamas que comenzaban a
envolverme no se apagaran jamás. Deseé por milésima vez que Michael no
dejara de estrecharme entre sus brazos jamás, que el dulce y adictivo sabor de
sus besos jamás dejara mis labios.
Motivadas por aquella adicción
recién descubierta, mis manos descendieron, y se posaron en su espalda cubierta
por aquel repentinamente innecesario abrigo. Michael me atrajo aún más hacia
él, y creí que, de un momento a otro, moriría de amor entre sus brazos.
Y, mientras flotaba a centímetros
del Paraíso, sentí cómo el rostro de Michael se tensaba bajo mi contacto, cómo
fruncía el ceño y lentamente se alejaba de mí.
Aún con sus manos alrededor de mi
cintura, me miró, con el ceño fruncido en un exquisito gesto, la respiración
agitada y una expresión de sorpresa grabada en sus ojos, que fue casi
inmediatamente remplazada por una pequeña sonrisa, torcida, hermosa.
-
No
voy a irme, nunca… –dijo, con aquella
voz tan parecida al trinar de las aves, el sonido más dulce que mis oídos
hubiesen percibido jamás. Me esforcé por ignorar el hecho de que, por algún
motivo, él se había apartado de mí –Tampoco voy a permitir que te alejes.
-
Lo
sé. –respondí, sonriendo, aún prendada del mágico brillo de sus ojos –De
cualquier forma, no dejaré que lo hagas –concluí, encogiéndome de hombros.
Michael sonrió, dejando escapar unas
risillas ahogadas de entre sus labios.
-
Y,
por lo que he escuchado de Rebbie últimamente, tampoco ella. Me mataría si no
regresaras a casa conmigo. Ya la conoces. Es una de esas personas que,
increíblemente, siempre tienen la razón.
-
Bueno,
Rebbie es… Rebbie. Aunque no la tuviera, se encargaría de hacerlo.
Y, entonces, Michael, riendo, volvió
a tomarme de la mano, sonriéndome como si la vida se le fuera en ese gesto.
Echamos a andar mientras las primeras estrellas se alzaban tímidamente en el
cielo, mientras el canto de las aves lentamente se apagaba, mientras la luna
ocupaba su lugar como la reina de la noche… y mientras las piezas faltantes en
el rompecabezas encajaban.
A partir de ahora, todo comenzaba.
Nada había terminado, al contrario. En el momento exacto en que Michael cruzó
aquella puerta, pidiendo perdón, lo supe. No tenía que pedirlo, lo había
perdonado desde el primer momento. Y era justo ahora cuando mi “Felices para
siempre” comenzaba. No me importaba lo que sucediera después…
El mundo podía caerse a pedazos,
podía arder la tierra, mi corazón podía romperse en mil pedazos una y mil
veces, nada importaba ya. Michael podía destruirme, podía lastimarme, él podía
hacer lo que quisiera con mi corazón, y yo no opondría resistencia alguna.
Michael podía romperlo, rasgarlo, ilusionarlo y luego romperlo de nuevo, y yo
lo perdonaría las veces que así lo pidiera. ¿Qué otra cosa podía hacer? ¿Acaso
tenía opción?
Michael
lo era todo. Era el principio y el fin. La causa y la consecuencia de cada
acción. No me importaba quién estuviese detrás de él, ni qué intentase. No me
importaba si Michael se dedicaba a romperme el corazón por el resto de su vida.
No me importaba. Lo perdonaría una y mil veces.
Lo
amaba, y eso era lo único que me importaba, lo único de lo que estaba segura.
Cada latido de mi corazón, cada respiración y cada paso que daban eran gracias
a él. En aquel momento, caí en la cuenta.
Sí,
Michael lo era todo. Y yo sólo era una estrella pequeñita en su universo. Pero,
¿qué importaba, si él estaba en el mío? La magnitud de aquel amor que sentía
por él me embargó. Caí en la cuenta de que lo amaba como jamás creí poder amar
a nadie. En realidad, comenzaba a dudar que aquello pudiera llamarse
simplemente “amor”.
Era
algo increíblemente grande, indescriptiblemente profundo. Vivía gracias a ello…
Simplemente, lo era todo. Todo cuanto hacía estaba guiado por aquella fuerza, y
siempre tenía el mismo fin, un único motivo: Michael. Pues era él quien me
mantenía viva. Aún lejos, sabía que, si Michael respiraba, así lo haría yo,
pues el simple hecho de saber que alguna vez pude perderme en el marrón de sus
ojos era suficiente.
E,
incluso ahora, seguía siendo él quien, suplantando a la gravedad, me mantenía
en la Tierra, quien seguía quitándome la respiración con cada sonrisa, y quien
me hacía enrojecerme hasta enfurecer cada vez que tomaba mi mano. Él era la
única persona –estaba segura– que podía lograr que mi corazón latiera tan
increíblemente rápido con una sola mirada.
-
¿Sabes? –murmuró, rompiendo mis pensamientos
en mil pedazos, recordándome así cuánto extrañaba aquella clase de hermosas
interrupciones –Esto va a ser difícil. Me refiero a… regresar.
-
Lo sé –respondí, encogiéndome de hombros,
sonriente.
Por
primera vez, no fue difícil hacer a un lado su pesimismo a un lado. Simplemente,
sonreí, aun sabiendo que todo aquello era verdad, pues, en realidad, ya no me
importaba. No si Michael estaba ahí, después de todo
-
Sé que habrán tiempos difíciles y que, quizá,
pasado algún tiempo, uno de nosotros, o incluso ambos, querremos… alejarnos,
pues, quizá, sea más difícil de lo que esperamos. Lo sé –me acerqué a él,
disfrutando enormemente aquella quemante cercanía –Pero también sé que, si no
tomo tu mano ahora y te obligo a quedarte conmigo para siempre, simplemente me arrepentiré
todo el tiempo que me queda de vida. Y tú también, pues ambos sabemos que, a pesar de todo, estamos destinados a estar
juntos.
Michael
me miró, mostrando aquella sonrisa dudosa, listo para lanzarse a soltar mil
excusas más. Lo detuve al vuelo.
-
¡Y no lo digo sólo yo! Lo dicen ellas –con mi
dedo índice, señalé al cielo, donde las primeras estrellas se asomaban con osadía
entre las nubes –No las desafíes. Ellas siempre tienen la razón.
-
Entonces, ¿estás dispuesta a soportalo todo de
este monstruo que, a pesar de cometer las más impensables estupideces, te ama
con todo su corazón?
Sí.
Un millón de veces sí. En esta vida y en las que vinieran.
-
Sí. –respondí simplemente, tomando su mano
entre las mías –Lo peor que jamás hayas hecho o el pensamiento más oscuro que
hayas tenido no me importan. Y, lo que es más importante aún, estaré aquí
siempre, no importa cuántas estupideces cometas. Siempre.
Y
Michael sonrió entonces, elevándome a la estratósfera con aquel simple gesto. Se
acercó a mí, apartó mi cabello y me susurró al oído:
-
¿Siempre?
Me
besó de nuevo, y mis barreras cayeron.
Y
mi corazón sanó…
Ahí estábamos de nuevo.
Mientras sobrevolábamos alguna parte del centro
de los Estados Unidos, miré hacia mi izquierda, y ahí estaba ella. Con la
mirada fija en el millón de nubes a nuestro alrededor, frotándose nerviosamente
las manos, víctima de un miedo nunca superado y totalmente justificado. Ahí
estaba. Un milagro.
En aquel momento, me sentí seguro. Seguro de
que, esta vez, todo saldría bien. Seguro de que la amaba como nadie jamás hubo
amado alguien. Seguro de que, pasara lo que pasara, no la dejaría ir una vez más.
Si bien hay quienes dicen que el amor es, por
definición, algo finito, en aquel momento me sentí libre de desafiar aquella
regla.
Sí. Aquello iba a durar por siempre. Y
nuestro “Por siempre” empezaba justo ahí. No era el fin, nunca lo fue. Era sólo
el principio…
Querida Julia,
ResponderEliminarpor fin otro capítulo! =D De nuevo, me encanta!^^ Me alegra saber que todo vuelve a estar genial entre Julia y Michael, y que ahora es un sincero "para siempre" ¡Y que bonitos los besos, las palabras, las caricias! Estoy en una nube después de leer, continúa pronto, por favor! Me encanta esta novela, me atrevería a decir que es mi favorita! =D Muchos besos :)
PFF! Pedazo de capítulo ! me encanto!
ResponderEliminarYa imagino a La Toya... :/ pobre ...
Julia no puedo esperar por leer más! publica pronto !
Te agradezco el lindo comentario que habías dejado en mi novela (Homeless Heart) fue hace 4 meeses, pero es que no había tenido oportunidad de responder :( de hecho hasta ahora volví a subir otro, y recién lo leí y tenía que darte las gracias :)
ResponderEliminarme ha llamado la atención tu manera de redactar tu novela, de verdad es hermosa, llevo unos cuantos capítulos leidos y de te doy mis felicitaciones, tienes un gran talento :) ¡Seguiré leyendo por que me ha encantado!
Un beso ^^ que estés muy bien <3