XLVII
Narra
Julia
-
Vamos,
despierta ya –escuché que alguien murmuraba. Luego, unos ligeros golpecitos lograron
que, por fin, abriera los ojos. Michael estaba ahí, recostado junto a mí en
aquella enorme cama con dosel.
Sonreí, agradeciéndole en silencio
por poseer una sonrisa tan maravillosamente adictiva como aquella. Aquel
despertar, definitivamente, parecía más un milagro.
-
¿Cuánto
tiempo he dormido? –pregunté, después de buscar, sin éxito, algo más
interesante para decir. Me desperecé, Michael hizo un tierno mohín, y acto
seguido plantó un dulce beso en mi frente. Sí, un milagro.
-
No
sé. Poco más de catorce horas –respondió, aún con los labios tensados en
aquella maravillosa sonrisa, pasando por alto mi gesto incrédulo.
Michael se puso en pie y, de un
golpe, corrió las cortinas, dejando entrar la luz del sol, que ya estaba en su
cenit. En aquel momento, estúpidamente, caí en la cuenta de que me encontraba
de regreso en Hayvenhurst. Sonreí, pues todo aquello me parecía absurdo.
-
¿A
qué hora hemos llegado? -pregunté, pues no recordaba nada.
-
Muy
tarde –dijo simplemente, y yo odié la vaguedad de aquella respuesta. Michael
quizá se dio cuenta, así que continuó: -Cuando llegamos aquí, ya nadie estaba
despierto, y tú apenas eras capaz de mantenerte en pie.
-
Entonces,
¿nadie sabe que regresamos?
-
Lo
saben. A diferencia de ti, yo sí me he despertado temprano.
Michael se acercó de nuevo, y se
quedó suspendido a medio metro de aquella cama. Pareció tomar aire para decir
algo, pero en aquel momento, Rebbie entró por la puerta.
-
Veo
que ya has despertado… ¡Creí que nunca lo harías! –Rebbie me miró, tan
sonriente como siempre. Tan alegre como sólo ella era –¿A qué esperas? Ven, que
siete meses es mucho tiempo –dijo, al tiempo que extendía los brazos,
invitándome a refugiarme ahí.
Dubitativa, abracé a Rebbie, quien
no paraba de hacerle gestos a Michael, haciéndole reír.
-
Pero,
¿qué demonios llevas puesto? –exclamó, lanzándole una despectiva y casi
asqueada mirada a los pantalones vaqueros que llevaba desde el día anterior –No
te preocupes, hemos guardado toda la ropa que dejaste aquí… Aunque,
probablemente, tenga que arreglarla… ¿Es que no comiste durante todo este
tiempo?
Me vi tentada a responder, pero me
limité a mirar a Michael, quien, a su vez, miraba mi ropa divertido, como si
intentase desesperadamente encontrar aquello que aterrorizaba a Rebbie.
-
Vamos,
ponte un lindo vestido y baja a la cocina, Katherine está impaciente por verte
de nuevo –me dijo, al tiempo que dejaba que Rebbie se encargara del desastre en
que me había convertido.
Después de haberme enfundado en un
ligero vestido blanco, Rebbie me tomó de la mano y casi me arrastró escaleras
abajo. Avancé por el pasillo que conducía a la cocina y encontré a Katherine,
con aquella mirada siempre maternal, charlando con Janet, que parecía haberse
transformado por completo durante mi ausencia.
En cuanto crucé la puerta, ambas
levantaron sus castaños ojos hacia mí, y, de improviso, el rostro de ambas se
iluminó con una sonrisa, al igual que el mío.
-
¡Julia!
–exclamó Janet, al tiempo que corría hacia mí y se aferraba a mi cintura,
dejando que sus interminables rizos negros ocultasen su carita.
Katherine me miraba desde lejos,
sonriente. En aquel momento, Michael cruzó la puerta, haciendo pedazos aquel
estúpido pensamiento que decía que la perfección no existía. Sí, existía; y
tenía la más tierna sonrisa jamás vista grabada en los labios.
-
¡Yo
también he vuelto! –exclamó Michael, reclamando la atención de Janet –Vamos, yo
también merezco un abrazo, ¿o no?
Y entonces, con facilidad, Michael
alzó a Janet en brazos, para deleite de la niña, cuya enorme sonrisa dejaba ver
que no había nadie en el mundo a quien profesara tanto amor como a él.
- Me
alegra que regresaras, cielo –murmuró Katherine, posando una mano sobre mi
hombro –Michael te necesitaba aquí. Y todos nosotros también.
- Sí,
te necesitaba –intervino Michael, deslumbrándome con el brillo de su mirada,
sacándome del juego, sin necesidad de decir una palabra.
-
Yo
también a ti –confesé, perdida en sus ojos, olvidando por un momento que Janet
continuaba colgada de Michael, y que Katherine nos miraba, suspendida a medio
metro de nosotros. Uno más de los efectos de su mirada. El menos humillante,
quizá.
Como era costumbre en él, Michael
decidió saltarse el desayuno, y dar un paseo por el patio como si no lo hubiera
recorrido ya un millón de veces. Pero aquel día, se veía diferente. Más
brillante, más alegre, más todo... Pues Michael estaba ahí.
Y estuvo ahí durante las siguientes semanas...
Junto a él, apenas era consciente de
cuándo terminaba un mes y empezaba otro. Era como si, junto a él, el tiempo no
importara, como si no necesitara medir el tiempo nunca más, pues estaba segura
de que aquello duraría por siempre.
Todos los días, nos sentábamos bajo
aquel enorme jacarandá y yo escuchaba a Michael describir lo mucho que habían
cambiado las cosas durante aquellos siete meses. Le agradecía silenciosamente
que omitiera la parte de la historia que ambos conocíamos…
Supe por Michael que The Jackson 5
habían cambiado de sello discográfico, Jermaine se había quedado en Motown, se
había casado, y había sido sustituido por Randy; The Jackson 5 eran ahora,
simplemente, The Jacksons, y que esperaban poder tener más libertad creativa
ahora. Sin embargo, Michael no parecía estar totalmente satisfecho con aquello,
pero, de cualquier modo, no dijo nada más sobre el asunto.
Y, poco tiempo después, aprendimos
que no era necesario decir nada. Aprendimos a remplazar las palabras. Bastaba
una mirada, un gesto, para darme cuenta de que no había otro lugar donde
quisiera estar. Bastaba un ligero apretón de manos para saber que deseaba que
aquello fuese eterno, y que nunca en mi vida había sido más feliz.
Pues era feliz. Feliz como nunca
había sido y como siempre esperé ser. Total y absolutamente feliz. Michael
había hecho milagros.
-
¿Recuerdas
aquella isla? –preguntó aquel día, mientras los últimos rayos de sol nos
cubrían con su luz ambarina.
-
Claro
que la recuerdo. Nos conocimos ahí. –respondí, sin poder evitar sonreír
–Horrible –bromeé, y Michael dejó escapar unas risillas que flotaron en el aire
como burbujas, antes de romperse y dejarnos en el silencio.
-
A
veces quisiera volver –confesó, bajando la mirada –Todo era más fácil entonces,
cuando sólo éramos tú y yo. Nada más.
Sí. Él y yo. Nada más. Como ahora.
-
¿Recuerdas
cuando decidiste ir conmigo a México? –pregunté pasado un rato, disfrutando de
aquellos vistazos al pasado -¡Estaba aterrada! No sabía qué podía pasar
después…
-
Yo
sí –respondió, muy seguro, esbozando una inmensa sonrisa –Sabía que tu padre
podía decir y hacer cualquier cosa, pero yo no iba a regresar si no era contigo
a mi lado.
Y así, como por arte de magia, mi
corazón inició sus acostumbradas carreras, y la sangre coloreó mis mejillas.
Michael volvió a guardar silencio,
mientras la oscuridad tomaba su lugar en el cielo. Me miró a los ojos, y una vez
más sentí que me perdía en el interminable laberinto de su mirada, un laberinto
en el que llevaba atrapada toda una eternidad. Y nunca saldría.
-
¿Sabes?
El día que te marchaste me di cuenta del poder de las palabras. –murmuró, como
si llevara toda su vida esperando por soltar aquellas palabras –Supe al
instante que te había hecho un daño probablemente irreparable. Vi en tus ojos
que creíste cada palabra que dije, que creías que ya no te quería. Repentinamente,
me pareció la idea más ridícula jamás concebida. Como si hubiera forma alguna
de que eso pudiera suceder.
-
¿Qué
debía creer entonces? Deberías saber que mientes terriblemente mal… Y aquel día
no me pareció que mintieras.
Calló, bajó la mirada de nuevo, y
entonces comprendí que, quizá, hice mal. Había pasado mucho tiempo. O eso me
parecía a mí. Una breve mirada a mi alrededor confirmó mis sospechas. El verano
había llegado. Y yo llevaba tres meses en Hayvenhurst.
-
Perdón
–susurré, temiendo que Michael no hubiese escuchado.
-
¿Perdón?
¿Por qué?
-
Al
parecer, me gusta regresar a ese momento… Sólo olvida lo que dije.
Michael negó con la cabeza, al mismo
tiempo que esbozaba una deslumbrante sonrisa. Tomó mi mano, y me llevó hasta el
salón donde descansaba aquel enorme piano de cola, tan reluciente como antes.
Me senté ante él, cerré los ojos, y
comencé a acariciar aquellas teclas de mármol con Michael sentado junto a mí.
Luego, sin darme cuenta, mis dedos flotaban, tocando aquella misma melancólica canción,
aquella que creía haber olvidado.
Ahí, en medio de la oscuridad, sólo
se escuchaban aquellas tristes notas, que ya no tenían razón de ser. Las
acompañaban nuestras respiraciones, y un puñado de sonrisas ocultas. Esta vez
no lloré.
Abrí los ojos, y lo que vi me
sorprendió. O, para ser más exacta, lo que no
vi. Frente a mí estaba aquel mismo piano con mis manos sobre él, pero todo
aquello aparecía desdibujado, como si un grueso velo lo cubriese todo. Me froté
los ojos un instante; ocurrió lo mismo. Michael puso una mano sobre mi hombro,
y yo levanté la vista quizá demasiado rápido, pues su figura se duplicaba en un
segundo y se nublaba al otro. Aquello no era normal. Aunque, quizá, sólo estaba
cansada. Intenté convencerme de ello… y a Michael también.
-
¿Qué
pasa? –preguntó, cuando, eventualmente, aquel velo desapareció y todo resultó
tan claro como siempre.
-
Nada
–Michael frunció el ceño. Por supuesto, no iba a creerme tan fácilmente –Estoy
cansada, es todo –añadí, intentando sonar convincente.
Tal vez funcionó. Tal vez no.
-
¿Qué
tienes? –preguntó de nuevo, confirmando mis sospechas.
-
Un
dolor de cabeza, es todo. –dije, incluso antes de caer en la cuenta de que era
cierto. Era tolerable, pero no dejaba de doler –Creo que debo descansar,
Michael. Buenas noches.
Michael tomó mi mano, depositó un
suave beso sobre mi frente, y me despedí de él.
Tomé un baño, confiando en que así
el dolor desaparecería. Pero no. Era persistente. De igual forma,
ocasionalmente, las alteraciones visuales volvían. En ocasiones veía doble, en
otras todo parecía borroso, y en otras más, oscuro. No sé cuánto tiempo pasé
bajo el chorro de agua, esperando que aquello se detuviera. Eso definitivamente no era normal. Aquello
podía ser malo.
Salí de la ducha, y un par de
minutos después, Michael asomó la cabeza por la puerta.
-
Supuse
que estarías despierta. Deberías saber
que mientes terriblemente mal... –dijo, imitándome.
Michael cruzó la habitación y se
metió bajo las sábanas, abrazándome suavemente. Supe entonces que Michael sabía
que no era un simple dolor de cabeza. Pero también sabía que no iba a decirle
nada. Sin embargo, se quedó ahí, temblando conmigo, compartiendo aquella
incertidumbre oculta por una sonrisa fingida.
Intenté dormir, pero aquel dolor dio
paso al miedo. Tenía miedo de saber lo que aquello era en realidad.
Sé que dormí porque, por la mañana,
Michael continuaba ahí, hecho un ovillo al otro extremo de la cama. Pero el
dolor también seguía ahí, insistente, incluso más fuerte. Me puse en pie y me
dirigí al cuarto de baño, con la estúpida idea de que aquello desaparecería
después de un rato. Cuando comprendí que eso no sucedería, decidí que debía
deshacerme de aquella migraña inmediatamente. Ya era demasiado.
-
¿Pasa
algo? –preguntó Michael, somnoliento, cuando azoté la puerta del baño.
-
No-pasa-nada
–casi grité, e inmediatamente salí de la habitación dando grandes zancadas.
Michael abrió los ojos como platos,
pero decidió que no era buena idea intervenir. Bajé corriendo las escaleras, en
busca de Rebbie, pero, en lugar de encontrarla, ella me encontró a mí.
-
¿Pasa
algo? –repitió la pregunta de Michael.
-
Bueno…
sí –contesté, intentando ser amable– No me encuentro muy bien…
Y, después de 20 eternos minutos de
describir a Rebbie aquel dolor que punzaba como alfileres y que aumentaba con
el tiempo, conseguí un par de analgésicos que me parecieron la gloria. Sin
embargo, y a pesar de que opuse resistencia, Rebbie insistió en que era mejor
llamar a un doctor, pues mis alteraciones visuales no le parecían normales. Por
supuesto, Michael coincidió con ella.
Poco después, un doctor bajito y
regordete cruzaba la puerta de mi habitación. Justo entonces, aquel mal presentimiento
volvió a hacerse presente y aquel miedo volvió a golpearme.
El doctor hacía preguntas que yo
intentaba responder con coherencia, y a menudo fruncía el ceño ante mis
respuestas, lo que no hacía más que preocuparme. El examen fue rápido, y la
ausencia de fiebre intrigó al doctor, quien esperaba que se tratase de una
infección. Al llegar a este punto, temí ser víctima de un ataque de nervios.
Al final, hizo su estetoscopio a un
lado y frunció el ceño de nuevo. Me miró largamente, y a continuación, tomó a
Rebbie del brazo, pues quería hablar con ella.
A pesar de la distancia, agucé el oído,
y escuché cómo el doctor murmuraba:
-
Esto
puede ser malo…
En aquel momento lo supe. Aquello no
era malo. Era lo peor.
El principio del fin…
So, is it over?
Is this really it?
Creo que Julia lo ha dejado más que claro. Bien dicen que todo final tiene su principio. Aquí comienza el final...
Sin embargo, aún nos falta mucho que ver, este par aún tiene mucho por vivir, y nosotros tenemos muchas lágrimas por derramar. Sí, puede que el final se acerque, pero aún queda un largo camino que recorrer...
Una vez más, les doy las gracias a esas personitas maravillosas que me han apoyado desde siempre. Mil gracias.
Julia!
ResponderEliminarMuchísimas gracias por publicar de nuevo, he revisado a diario para ver si subías el capítulo! Y, sinceramente, me ha encantado( como siempre :D ) pero la verdad es que ahora me he quedado bastante preocupada... Que significa este improvisto, qué le pasa a Julia? Cómo que el principio del fin? Espero que no sea nada que Michael no pueda arreglar!^^
Muchos besos, artista! :)
umm creo imaginarme lo que ese dolor de cabeza significa...
ResponderEliminarespero equivocarme...
si esto es el principio del fin... um, espero que lo demas sea un poco mas positivo jeje..
me encanta tu historia:D
sesuire al tanto n.n
saludos
Sabrina