XLV
Narra
Michael
Hay ocasiones, en que un segundo te
hace notar que has cometido el error más grande de tu vida. O peor aún… que nunca podrás enmendar ese
error. Hay ocasiones en que, al encontrarte de frente con las consecuencias de
aquellos mismos errores, te das cuenta de que eres incluso más egoísta de lo
que siempre pensaste.
Ahí estaba yo. Flotando entre el Cielo
y el Infierno, debatiéndome entre llorar o reír... Entre lanzarme al suelo o
echar a correr.
Y ahí estaba ella. Tan adictivamente
hermosa como siempre, y más frágil que nunca.
Me mordí un labio, nervioso, en un
desesperado intento de reconocer a la frágil y empolvada muñequita de porcelana
que tenía enfrente. Detrás de aquellas renovadas murallas y esa expresión de
justificada rabia se encontraba la misma Julia de siempre.
No. No era la misma Julia. La miré
entonces. La miré con atención. Probablemente aquella era, en realidad, la
primera vez que hacía eso.
Miré aquellos dos enormes topacios,
resistiendo el impulso de sumergirme en ellos y jamás salir. Ella bajó la
vista, y la clavó en la descolorida duela de aquel frío departamento. Fue entonces
cuando me tomé la libertad de admirar las consecuencias de mi estupidez.
Reprimí el instintivo impulso de
tomarla entre mis brazos, pues parecía que apenas podía sostenerse en pie. Había
perdido peso –mucho, siendo franco–, lo que la hacía ver aún más delicada e
inofensiva. Su piel, antes dotada de un brillo dorado, lucía pálida, mortecina,
casi traslúcida. Llevaba su cabello impecablemente atado sobre la nuca, como
toda una bailarina. En sus delgados hombros se dejaban ver una serie de casi
imperceptibles manchas blancuzcas, seguramente producto de una anemia, y en su
rostro se dejaban ver rastros de la más profunda desolación. <<¿Qué demonios has hecho?>>, me
pregunté, a punto de echarme a llorar.
-
¿Qué
haces aquí? –dijo, con un hilillo de voz. Levantó la vista entonces, con una
dolorosa dureza en la mirada; la mandíbula apretada y el ceño fruncido eran una
muestra más que clara de su rechazo -¿Qué demonios
haces aquí? –repitió, casi gritando esta vez.
Y yo, haciendo gala de la estupidez
que me había llevado hasta ahí, no respondí. En lugar de ello, me quedé mirando
aquel profundo rechazo grabado en sus facciones de niña, esperando encontrar
algo más que aquella hostilidad. Pero era como esperar que nevase en verano.
-
Yo…
-comencé, después de dudar un millón de veces. Me aclaré la garganta, pero
aquel nudo no desapareció.
-
Tú
creíste que sería fácil arreglar las cosas. Creíste que sería suficiente con
regresar después de siete meses –
dijo, haciendo un doloroso énfasis en las dos últimas palabras de aquella
oración, después se detuvo, y alzó el mentón con soberbia – Te tengo noticias,
las cosas han cambiado.
Aquello era cierto. Todo había cambiado.
Yo había cambiado. Me había
convertido en un alma en pena, en menos que un muerto en vida. No era nada. Estaba casi seguro de que, si
miraba tras de mí, encontraría los restos de lo que era antes. Antes era feliz,
justamente porque ella lo era también. Habían sido sus sonrisas las que me
habían hecho sonreír a mí. Había sido su felicidad la que me había regalado un
motivo para ver más allá de mis propios problemas. Había sido ella quien me
había salvado de mí mismo.
<<Eres
un estúpido>>,
pensé, por milésima vez desde que había llegado ahí. Siete meses atrás, justo
cuando estaba seguro de que podría soportarlo todo con tal de estar a su lado,
cuando tomé consciencia de que, quizá, ella
no podría soportarlo todo. Con aquella fragilidad y aquel corazón tan
herido, ¿quién podría?...
Pero ella había cambiado. Había
dejado de ser aquella frágil muñequita de cristal para convertirse en una fría
escultura de mármol. Su mirada había dejado de ser cálida, para convertirse en
un par de témpanos de hielo.
-
Puedo
notarlo –musité, avergonzado. Me aclaré la garganta una vez más, sin lograr que
aquel nudo desapareciera. Alcé la vista al techo, esperando a que la respuesta
a mis más grandes problemas se encontrara escondida en algún rincón de aquel
departamento. Apreté los puños, decidido a no moverme de ahí, de no regresar si
no era con ella.
La miré de nuevo, a punto de echarme
a llorar. La extrañaba tanto. No podía evitar pensar que merecía eso y más.
Aquel rechazo, aquella ira, aquel odio y mucho más. En realidad, no merecía
nada.
-
¿Es
necesario que te diga por qué regresé?– pregunté, rogando que Julia tuviese
clemencia, y me escuchara –¿Quieres escucharlo, aunque sabes que no lo vas a
creer? ¿Quieres que te diga qué me trajo hasta aquí después de tanto tiempo?
¿Es que en realidad no te lo imaginas?
Como si de un sueño se tratase, el
tiempo corrió a su gusto, y vi cómo los ojos de Julia se llenaban de lágrimas
en cámara lenta, aquello me dolió, y sentí cómo un centenar de cuchillos se
clavaban en mi piel. Ella se giró, y se enjugó las lágrimas bruscamente.
-
Soy
exactamente lo que no mereces. Podrías construir un puente hasta Plutón si
apilaras mis defectos. He cometido el mismo error un millón de veces y, si me
dejases, bien podría cometerlo un millón de veces más. Estoy a 100 años luz de
ser perfecto y, quizá, incluso más. Pero... –me detuve entonces y, haciendo uso
de todo el valor que quedaba escondido tras enorme mi cobardía, la rodeé y me
planté frente a ella. Ella me miró; lloraba. –Te amo, Julia. Lo hice desde el
momento en que te conocí, y jamás he dejado de hacerlo. Lo he hecho siempre, y
nunca dejaré de hacerlo, pues mi vida depende de ello. Lo he evitado con todas
mis fuerzas. Es una maldición que no le deseo ni a mi peor enemigo.
Ella me miró, con un puñado de
lágrimas resbalando por sus sonrosadas mejillas, y con aquella expresión de
desolación que me hizo desear –una vez más–, poder regresar el tiempo.
-
¿Sabes?
–dijo, enjugándose bruscamente las lágrimas, y levantando el mentón, dispuesta
a no caer esta vez –Pudiste haber pensado en ello hace tiempo. ¡Debiste haber pensado en ello hace siete
meses! –exclamó, y entonces reparé en la esbelta y alargada figura de
Alexander, recortada contra la escasa luz de su propia habitación – ¿“Te amo”? Creo
que debiste haber pensado en eso antes de usar las palabras de Berry Gordy como
excusa para romperme el corazón. Sin embargo, por más que supliqué, dijiste que
no era nuestro destino estar juntos. Al parecer, la culpa siempre la tiene el
destino.
Tenía razón. Demonios, aquella niña
tenía toda la razón. ¿En qué pensaba? Justo entonces, cada una de mis
escuálidas esperanzas se destruyeron, aplastadas bajo aquel rechazo, bajo
aquella apremiante certeza de que, no importaba lo que hiciera, Julia no
volvería a Los Ángeles conmigo.
-
Sé que he cometido el error más grande del
mundo. Sé que soy el ser humano más cobarde del universo. Sé que me odias, y
que merezco eso y más… -entonces, Julia levantó la vista, y me miró con miedo,
como tanto tiempo atrás –Pero también sé que te amo, y que si siete meses y
todo el dolor del mundo no pudieron cambiar eso, nada más lo hará.
La miré, me sumergí en aquellas
grandes lagunas color caramelo, dejando que todo el dolor contenido en ellas me
destruyera. Miré sus delgados brazos colgando impotentes a sus costados, y sus
delicadas manos que se movían nerviosamente. De improviso, las ganas de tomarla
entre mis brazos fueron irrefrenables. Di un paso al frente, dudando. Ella
frunció el ceño una décima de segundo, contrariada. No se movió, eso de alguna
manera propia de locos, me alentó.
Un suspiro salió de sus rojos
labios, y las lágrimas continuaron resbalando por sus mejillas. Dudando más que
nunca, extendí una mano, y enjugué delicadamente sus lágrimas, dejando que
aquellos escalofríos que nacían al contacto con su piel recorrieran todo mi
cuerpo. Ella cerró los ojos bajo mi contacto, y al segundo siguiente, la
sostenía entre mis brazos.
Julia me abrazó como jamás lo había
hecho, con desesperación y la certeza de algo más, algo que yo no llegaba a
adivinar. Se aferró infantilmente a mi camisa, y yo dejé que me bañara con sus
lágrimas. La rodeé suavemente con mis brazos, temiendo que si lo hacía con más
fuerza, ella desaparecería.
-
También
te amo, Michael –dijo, y sentí que podría volver a vivir aquel millón de años
en el infierno sólo para escuchar esas palabras de nuevo –Lo hice antes, lo
hago ahora y siempre lo haré. Lo sabías, ¿no es así? Por eso regresaste
–continuó, en un tono de infantil esperanza. Mi corazón se estremeció en ese
momento, y apoyé mi cabeza en la suya.
Julia se separó de mí, haciendo
admirables esfuerzos por dejar de llorar. Me vi tentado a sonreír, pero, muy
probablemente, no tenía derecho. Miré a mi alrededor, nervioso, y reparé, sin
sorpresa alguna, en el hecho de que Alexander se había ido. Probablemente me
tenía tanta simpatía como Julia la tenía hacia Joseph.
En realidad, le debía mucho a
Alexander. Había cuidado de ella todo ese tiempo, la había sacado de las
sombras a las que yo la arrojé, la había ayudado, la había hecho sonreír. Había
hecho todo lo que yo había tenido miedo a hacer, y él había estado ahí cuando
ella más lo necesitaba. Alexander era todo cuanto ella necesitaba, todo lo que
yo no era y jamás sería, y, al parecer, todo lo que Julia se negaba a aceptar
como lo que en realidad merecía.
Una punzada de algo parecido al
alivio me invadió cuando Julia me sonrió. Una sonrisa pequeña, efímera, casi
demasiado rápida como para poder seguirla con la vista. Aquella sonrisa me hizo
volver a creer en el “Quizá”. Pero, como si de un sueño se tratase, aquella
sonrisa desapareció, Julia bajó la vista y negó efusivamente con la cabeza.
-
No
puedo –murmuró, y pude sentir cómo la sangre escapaba de mi rostro. Me
paralicé, como si presintiera que el fin estaba cerca –Esto es… demasiado.
Me dio la espalda y echó a andar
hacia una ventana; fui incapaz de seguirla, aunque lo deseaba más que nunca.
-
Cuando…
me dejaste… –continuó, casi obligándose a ello –Cuando llegué aquí, estaba
convencida de que vendrías, de que en cualquier momento te vería al otro lado
de la puerta, esperando por mí. Después, me di cuenta de que jamás regresarías.
Tardé una eternidad en convencerme de que no volverías, e incluso después,
seguía mirando a la puerta, con la esperanza de que la siguiente persona que
tocara a ella serías tú. Tardaste demasiado, Michael.
Julia me miró, clavando sus dolidos
ojos en mí. Tenía tantas cosas que decir… pero parecía que nada era suficiente.
Era verdad, había tardado demasiado.
-
Hasta
hace poco, estaba convencida de que quizá podía vivir una vida sin ti. No una
vida feliz, por supuesto, pero una vida, al fin y al cabo –dijo, mostrando una
sonrisa que parecía más un gesto de dolor –Y luego regresaste. Justo cuando
había perdido las esperanzas. Cuando pensé que lo sabía todo acerca de ti y tu
enorme cobardía, regresaste, rompiendo mis esquemas, como acostumbras hacer
–continuó, mirándome como si, con mi sola presencia, le estuviese haciendo el
mayor daño posible –De cualquier modo, no sé si pueda hacer esto de nuevo.
-
¿Hacer
esto de nuevo? –pregunté, estúpidamente, aunque sabía exactamente a qué se
refería -¡No habrá un de nuevo!
-
¿Cómo
puedo saberlo, Michael? –dijo, al tiempo que nuevas lágrimas resbalaban por sus
mejillas, clavándose en mi corazón como si de puñales se tratasen –Si no me
equivoco, dijiste que me amabas. Pero eso no te detuvo aquella vez. ¿Cómo puedo
saber que no sucederá de nuevo, si lo único que tengo es tu palabra, tal como
la tuve antes?
Miré su temerosa expresión, y acuné
su rostro entre mis manos. Me incliné hacia ella, deseando como nunca antes que
mi palabra fuera suficiente, pues, además de todo mi amor, era lo único que
tenía para mantener conmigo al amor de mi vida.
-
Ven
conmigo –murmuré, sintiendo cómo mi fuerza de voluntad se desvanecía bajo su
profunda mirada –Ven conmigo; así lo sabrás, pues no estoy dispuesto a cometer
el mismo error una vez más. Ya no tengo las fuerzas para estar sin ti un minuto
más. Ya no tengo la voluntad para seguir respirando si no es contigo a un lado,
y tampoco la tendría para verte marchar una vez más. Te amo, y juro que no te
dejaré nunca más. De cualquier modo, no sé si pueda hacer esto de nuevo.
Julia sonrió, y bastó aquello para
hacerme respirar otra vez.
-
¿Vendrás
conmigo? –le tendí una mano, con un irrefrenable miedo.
-
Como
si tuviera otra opción-dijo, y con ambos brazos rodeó mi cuello, hundiendo su
nariz en mi camisa, y llenándose los pulmones con mi perfume –Desafiemos al
destino.
“Desafiemos al destino”… Aquellas
palabras sonaban tan espeluznantes como esperanzadoras. En los labios de Julia,
todo tenía aquel desconcertante doble sentido. Cada palabra dicha por ella
tenía el misterioso poder de destruirte por completo o hacerte el ser más
afortunado en la faz de la Tierra. Y, en aquellos momentos, nadie era más
afortunado que yo…
Levantó la vista, y me regaló la
sonrisa más temerosa jamás vista. Como me sucedía a menudo cuando estaba con
ella, me perdí en el largo de sus pestañas, y apenas fui consciente del momento
en que Julia me besó.
Sí, ella me besó. Fue justo entonces cuando me di cuenta de que, sí,
Julia estaba dispuesta a abandonarlo todo de nuevo. Me había perdonado. Ella
podía perdonar incluso a la persona que le había destrozado el corazón.
La atraje hacia mí, con ambos brazos
alrededor de su cintura. Ella me besaba dulcemente, y luego, más rápidamente,
–con ¿urgencia?–, al tiempo que recorría mi rostro con sus delicadas manos y
sus pestañas me acariciaban las mejillas como alas de mariposa. Su aroma florar
me llenaba los pulmones y la cercanía de su cuerpo comenzaba a convertirse en
algo que no tenía el poder de controlar. Ciertamente, aquel poder que ella
siempre había ejercido sobre mí amenazaba con convertirse en un demonio
disfrazado de tentación.
Aquello bien podía ser demasiado,
pero estaba dispuesto a morir en medio de aquel fuego, estaba dispuesto a
perder mi voluntad en las interminables llamas de aquel nuevo sentimiento. Pues
esta vez duraría por siempre.
Sí. Estaba dispuesto a perderlo todo
con tal de ver de nuevo el fuego en aquel par de ojos brillantes. Perdería mi
identidad si así lo quería ella. Si permanecer inmerso en aquella locura
significaba perderlo todo, lo haría. Pues esta vez sería eterno…
Paraíso.
Michael
me sostenía suavemente, mientras sus labios se encargaban de hacerme olvidar
incluso mi nombre. Perdida en aquel enfermizo frenesí, me vi tentada a seguirle
besando eternamente.
A
medida que la rapidez de aquel beso aumentaba, yo perdía el control de mi
cuerpo. La fuerza en mis piernas amenazaba con abandonarme, pero poco me
importaba. Sólo un beso… Aquella influencia que su perfume ejercía sobre mí
comenzaba a ser insoportablemente difícil de combatir.
Y,
justo cuando estaba por rendirme ante la misteriosa mirada de mi enemigo,
escuché como la puerta se abría con un molesto chirrido, y luego, la profunda
voz de Alexander.
-
Bueno, parece que han arreglado ya las cosas
–dijo, exhibiendo una sonrisa que ocultaba un gesto de dolor. Me compadecí de
él.
Me
separé de Michael, quien bajó la vista, al tiempo que se mordía el labio
inferior. Irresistible. Tuve que concentrarme para no salir corriendo y
estamparme contra sus labios de nuevo.
-
Sí, eso
parece –dije mientras caminaba hacia él, sintiéndome una estúpida.
-
Entonces,
¿regresarás a Los Ángeles? –preguntó, y su expresión no dejaba lugar a dudas:
desconfiaba de Michael.
-
Sólo si así
lo quiere –intervino éste, avanzando hacia nosotros –Yo, por mi parte, no
regresaré si no es con ella.
Al
escuchar aquellas palabras, me convencí. Regresaría con él. Lo dejaría todo de
nuevo, y un millón de veces más, si aquello implicaba que, al final de los mil
años de infierno, Michael volvería para susurrarme un glorioso “Te amo”…
Tomé
su mano, y entrelacé sus dedos con los míos. No lo dejaría jamás. Incluso
aunque así me lo pidiera. Simplemente no lo haría, pues dudaba poder morir dos
veces.
Aquello
podía no ser eterno, pero, junto a él, sería la mejor no-eternidad jamás
concebida. A pesar de todo…
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Chicas:
¡Siento la tardanza! Lamento haberlas hecho esperar tanto, pero justo acabo de salir de unos exámenes, y apenas he tenido tiempo de detenerme a respirar.
Por otro lado, sé que suelo publicar los martes, pero ahora que he salido de vacaciones quizá pueda publicar más a menudo.
He aquí el capítulo 45. Michael y Julia vuelven a encontrarse, tal y como tenía que ser. No podíamos esperar otra cosa, pues, tarde o temprano, el destino se encarga de que las cosas vuelvan a la normalidad.
45 capítulos, 35 seguidores y poco más de 12 mil visitas. Todo esto debo agradecérselo sólo a ustedes, lectoras. Son ustedes, a través de sus hermosos comentarios, quienes hacen que todo esto sea posible.
¡Mil gracias!
Queridísima Julia...
ResponderEliminarSiii!!! =D Por fin!! He estado muchos capítulos esperando este momento, y temía que saliese mal o que fuese un periodo difícil para ambos y largo... Pero no! Julia, tan linda, perdonó a Michael, me alegro tanto...! :D Y, aunque Alexander antes no me gustaba, ahora me da un poquito de pena...! Pero en fin... Sólo espero que las cosas con Michael vayan perfectas! Mil gracias por publicar, adoro esta novela y el capítulo es perfecto! Un besazo, amiga! :)
estoy enamorada de este capitulo *¬*
ResponderEliminarfue simplemente hermoso!
me encanto! cada palabra... como siempre tan exacta y bella...
y ahora que ando de vacaciones también podre pasar mas seguido, espero con ansias los siguientes capítulos...
saludos
Sabrina
esto simplemente se puede describir con una palabra: h.e.r.m.o.s.o
ResponderEliminarme encantó, no se que más decir vales oro niña sigue así, lamento no haber comentado antes pero el caso es que lo hice no XD
adios,besos