XLI
Narra
Michael.
Colgué el teléfono entonces.
Recargué mi espalda contra la pared,
y, simplemente, me derrumbé. Una vez más.
Recordé entonces el momento en que,
armado de un falso valor, tomé el teléfono, con aquellos indescifrables dígitos
grabados a toda prisa en una servilleta usada, y la decisión irrevocable de
escuchar su voz. Esto puede verse
como simple arrepentimiento, pero en aquellos momentos, era puro instinto de
supervivencia.
Habían bastado unas palabras fuera
de lugar de La Toya y una petición (o una humillante súplica) a Berry Gordy y
su capacidad de conseguirlo todo en un tronar de dedos, para obtener el
teléfono del nuevo apartamento de Alexander. Y cuando tuve frente a mí esos
números que parecían trofeos, no dudé en hacer uso del primer teléfono que
encontré.
Cuando el mismo Alexander contestó,
estuve tentado de colgar, aterrado, derrotado y dolido. Ansiaba escucharla a ella. Había tomado el teléfono con el único
objetivo de llenarme los oídos con aquella voz que ni en sueños dejaba de
ejercer su encanto sobre mí, aquella voz dulce, suave, aquella voz que era
seductora a pesar de sus infantiles matices.
La necesidad de saber de ella había
sido más grande que mi miedo, mi cobardía. Y entonces, la dura voz de Alexander
volvió polvo mis esperanzas y mi propio corazón, haciendo que me replantease la
idea de llamar más tarde.
-
¿Cómo
está ella? –pregunté estúpidamente, después de pensar, dudar y temblar mil
veces.
-
No
creo que en verdad te interese, Michael –respondió fríamente, y con todo
derecho.
Por un momento, mientras intentaba
deshacer el nudo en mi garganta, dejé de ser consciente de con quién hablaba, e
incluso de mi mecánica respuesta. Durante aquellos eternos treinta segundos,
intenté prepararme para la dura respuesta que Alexander seguramente soltaría, y
que yo ya me imaginaba.
-
Justo
como debería estar. Intentando olvidarte –dijo por fin.
Entonces sentí como si un camión me
hubiese golpeado. Hice el teléfono a un lado, enjugándome las lágrimas que no
pude evitar derramar.
-
Bien
–respondí, después de suspirar, intentado en vano deshacer el nudo en mi
garganta –Por favor, avísame si lo lograra. Eso significaría que yo también puedo
olvidarla a ella.
Y colgué, haciendo gala de mi enorme
cobardía una vez más.
Descubrí entonces que había cometido
el error más grande de mi vida entera. Haberla dejado ir fue como sacar a un
pez del agua, esperando que se sintiera más cómodo.
Descubrí también que aquel vacío en
mi pecho, aquel profundo dolor que me impedía respirar y que llenaba mis ojos
de lágrimas tenía nombre: impotencia. Comencé creyendo que se trataba de culpa,
pero terminé por concluir que se trataba de la más grande desesperación causada
por la impotencia de no poder dar vuelta atrás al tiempo.
El tiempo, mi más grande enemigo. No.
Sonreí, totalmente frustrado, al darme cuenta de que mi más grande enemigo era
yo mismo. Yo y mi cobardía.
Cargaba con aquella desesperación en
los hombros, día y noche. Los recuerdos parecían salir de las paredes,
dispuestos a enloquecerme de un momento a otro. Pues en todos lados estaba
ella. En el sofocante calor de septiembre, en las polvorientas teclas del piano
de cola, en los libros a medias del estante, en la sonrisa de Janet, y, sobre
todo… en mi mente.
Mi mente. El único lugar en el que
Julia sería eterna. Ahí, su sonrisa sólo se borraba para dar paso a las cientos
de lágrimas que había derramado por mí culpa. En la isla, en el patio, en México,
en el patio de nuevo, y, finalmente, frente a los portones de Hayvenhurst.
Esos pensamientos terminaron por
ocupar todo mi tiempo. Y aun cuando fingía prestar atención a los brutales
regaños de Joseph, los recuerdos de Julia mirándome a hurtadillas, sonriendo y
sonrojándose cada vez que la descubría en el acto lograban sacarme una sonrisa
rota, derrotada. Los recuerdos de sus labios rozando mis mejillas, borrando así
cualquier pensamiento en mi mente siempre lograban que una lágrima terminara
resbalando por mi rostro.
Los días y mi propia apatía habían
alejado a Janet de mí. Aquella pequeña niñita de rizado cabello y ojos curiosos
se había asustado de mi propia estupidez y mi necedad de no reír ni por cortesía.
Al final, después de cansarse de insistir, se había ido, molesta y harta.
Y, en realidad, aquello comenzaba a
hartarme incluso a mí. En ocasiones me
detenía a pensar: ¿Qué pasaría si…? O
incluso, ¿Debería…?. Pero, casi
inmediatamente, esos pensamientos se esfumaban de mi mente, expulsados por
pensamientos como: “No. No quiere verme
más”. O un ocasional: “No. Te odia,
tenlo por seguro”.
Pensamientos propios de un completo
y estúpido cobarde.
Con el paso de los días, comencé a
odiarme. Me odiaba no sólo por haberla dejado, no sólo por haber roto mi
corazón en mil y un pedazos. Me odiaba por haber roto su corazón en mil y un
pedazos. Pues yo sabía que ella me amaba. ¡Demonios, lo sabía! Y ahora,
probablemente me encontraba a años luz de ello. Yo mismo me había encargado de
ello. ¡La culpa era sólo mía y de mi miedo! Miedo de… mí mismo.
Fue como haber descubierto un décimo
planeta. Darme cuenta de que, en realidad, tenía miedo sólo de mí mismo debió
haber sido el descubrimiento de la década. Pues, era cierto. Aquellos “vanos
intentos de protegerla del mundo” se reducían a “vanos intentos de protegerla
de mí”. Y fracasé, pues le hice el daño más grande, la abandoné en un mundo
desconocido, rompiendo mi débil corazón en el proceso.
<<Estúpido>>,
pensaba.
Y en realidad, era mucho más que sólo eso, pues debía estar completamente loco
si planeaba vivir sin oxígeno, sol, agua, con un puñal clavado en medio del
alma, y con la tarea de parecer el Michael de siempre, (obviamente, fracasando
en el intento).
Eran increíbles los esfuerzos que
hacía por no terminar lastimándome a mí mismo en mis momentos de desesperación,
de impotencia. Sin afán de ser presuntuoso, debo decir que eran de admirarse
los esfuerzos que hacía por parecer feliz, aquejado sólo por las interminables
sesiones en el estudio o los ensayos para tal o cual presentación en tal o cual
programa. En realidad, los esfuerzos que hacía sólo para lograr sonreír, le
causarían envidia al mismo Hércules aún después de haber terminado sus doce
trabajos.
Sonreír se convertía en una odisea,
y ser feliz, en un sueño roto por mi propia cobardía.
Incapaz de olvidar, me propuse
ocupar mi tiempo y llenar mi espacio. Así pues, pasaba horas ensayando, aun sin
necesidad o motivo para hacerlo. Entonces, totalmente agotado, me retiraba a mi
habitación, el último lugar en la Tierra en el que quisiera estar, y me
limitaba a cerrar los ojos, apretando con fuerza a la Campanita de plata entre
mis dedos, y respirando su aroma, que
aún parecía fresco en cada rincón de aquel lugar.
Aquello era vivir en el infierno.
-
Vamos,
tienes que salir de ahí –gritaba Katherine, con el oído pegado a la puerta que yo
nunca abría, obligándome a abrir los ojos.
-
Ahora
no, estoy cansado. –mentía, sin molestarme en sonar convincente.
-
Bien
–respondía ella, y yo volvía a cerrar los ojos, olvidándome por completo de la
puerta –Entraré yo, entonces –las llaves entraban, la perilla giraba, y
Katherine me miraba con el ceño fruncido y los brazos cruzados desde el marco
de la puerta.
Miraba a Katherine, que se sentaba a
mí lado y me acariciaba maternalmente la cabeza, mientras me hablaba acerca de
las razones por las cuales dejar de comer no es saludable.
Después de aquella llamada, con el paso de los
días, mi actividad preferida se convirtió en pasar el tiempo frente al teléfono,
esperando a que sonara, y mordiéndome las uñas al saberme demasiado cobarde
como para llamar por mí mismo.
Tatum llegaba cada tres días,
invitada por la misma Katherine, quien creía, en toda su encantadora
ingenuidad, que podría reemplazar a Julia. ¡Como si fuera cierto! ¡Como si un
foco pudiera reemplazar al Sol en el Cielo! Tatum parecía cada vez menos
dispuesta a pasar tiempo con una imitación barata de Michael, quien nunca
respondía a sus preguntas, o, simplemente, no escuchaba las palabras que
aquella dulce niñita tenía para decir. Entonces, Tatum se iba, rechazada,
cansada, derrotada y molesta.
Y aquel 17 de octubre de 1975,
cuando, lentamente, el sofocante calor de septiembre comenzaba a ceder, yo me
entretenía clavando mi vista en el ventanal, sentado en la sala que ahora me
parecía desierta, con una somnolienta Janet recostada contra mí y Katherine, sentada
más allá de la mesita de centro, escudriñando mi rostro con su inquisitiva
mirada, dejando de lado cualquier discreción.
-
Realmente
la amas, ¿cierto? –me preguntó entonces, clavando aún más profundo aquel puñal
en mi corazón.
No respondí. Un simple “sí” no
hubiera bastado para incluir el interminable torrente de sentimientos en los
que la palabra amor se había
convertido. Un simple “no”, hubiera sido decir la mentira más grande del mundo.
La amaba, sí, pero mucho más que sólo eso.
Motivada por el gesto de dolor que
seguramente dejé entrever, Katherine concluyó:
-
En
ese caso, no veo motivos para que continúes aquí –me tomó una mano, y con la
otra, elevó mi barbilla hasta quedar al nivel de su rostro, suspendido a un
palmo del mío –Sabes dónde está, Michael. ¿Por qué no…
-
Porque
no es tan fácil como pareciera –dije, girando el rostro, a punto de echarme a
llorar de nuevo –¿Qué derecho tengo de entrar de nuevo en su vida, una vida que
es perfecta sin mí? ¿Con qué derecho me acerco y pido perdón, cuando sé que no
lo merezco?
Katherine esquivó la mesita de
centro que nos separaba y se sentó junto a mí, dejando que recostara mi cabeza
sobre su hombro.
-
Ella
me odia, Katherine.
-
Te
equivocas.
-
¿Cómo
puedes saberlo?
Y el silencio que se extendió entre
nosotros me pareció eterno.
-
Llamó
anoche.
-
No quiero
escucharte ahora, Alexander –había dicho, justo después de colgar el teléfono,
al descubrir que Michael había llamado –Debiste haberme avisado. Yo… Quizá… -y, sin completar a frase, le cerré la puerta
de mi habitación en la nariz, mientras corría a refugiarme en mi cama.
-
¿Quizá?
¿Quizá qué, Julia? ¿Quizá cambió de opinión y quiere conservarte como su
mascota? ¿O quizá llamó sólo para saludar?
-
¡Olvídalo! –le
grité, por primera vez desde que le conocí.
-
No puedo.
Entonces
caminé con furia hasta la puerta, y la abrí, dispuesta a golpearlo si insistía.
No dijo nada –sabiamente–.
-
¿Qué fue exactamente lo que dijo? –pregunté, mirándolo
seriamente, dejándolo sin escapatoria. Cuando Alexander suspiró, supe que lo
había logrado.
-
Sólo preguntó
por ti. Quería saber cómo estabas.
Me
mordí un labio con fuerza –quizá demasiada–, y comencé a caminar en círculos
por el apartamento, que se veía mucho mejor libre de polvo, y comenzaba a
llenarse de muebles poco a poco. Me detuve, pensando por sólo un instante en la
posibilidad de que…
-
Ni lo
pienses –me paró en seco Alexander, adivinando mis pensamientos.
Entorné
los ojos, y lancé un bufido. Estaba a punto de decir algo cuando Alexander alzó
un dedo y lo colocó frente a mi rostro, acallándome.
-
Han pasado
dos meses desde que… ustedes… ya no están juntos –noté que Alexander luchaba
por escoger las palabras que no supondrían un peligro para mi salud mental –Y casi
uno desde que estás aquí, en Nueva York. Dos meses es una cantidad considerable
de tiempo, y, en mi opinión…
Sacudí
efusivamente la cabeza, descifrando el enigma.
-
Sé
perfectamente a lo que te refieres. Déjate de rodeos, ¿quieres? Michael habría
venido por mí hace mucho, si eso quisiera. Lo entiendo a la perfección.
Alexander
enarcó las cejas, visiblemente sorprendido por el radical cambio en mi tono de
voz. Mejor así. Que se diera cuenta, por fin, de que las cosas estaban
cambiando.
-
Espero que
ahora ya puedas dejarme sola.
Y
lo dejé ahí, parado en plena sala con una mirada de desconcierto en el rostro.
Cerré de un portazo la puerta de mi habitación y me eché a llorar sobre la
cama.
Alexander
sólo había expresado la verdad que yo me empeñaba en negar. Michael no vendría.
Lloré
como no había tenido la oportunidad de hacerlo. Lloré sin tener que ocultar el
rostro entre la almohada para disimular el sonido de mi llanto. Lloré hasta que
creí no tener más lágrimas, e, incluso entonces, seguí llorando. Pues eso era
lo único que podía hacer. Llorar, y rezar por que la muerte fuera menos
dolorosa que eso.
¿Había
sido yo? ¿Había supuesto demasiados problemas para Michael, sin notarlo? ¿Había
sido sólo mi deseo de que Michael me amara como yo a él lo que me mantuvo atada
a él? Recé por que no fuera así.
Perdida
entre telarañas de pensamientos, no fui consciente del momento en que dejé de
llorar. Hecha un ovillo sobre la cama, miré por la ventana hasta que el Sol se
vio reemplazado por las estrellas en el cielo.
-
¿Podrás
perdonarme? –escuché que la voz de Alexander murmuraba. Me retorcí entre las sábanas
hasta que logré vislumbrar su rostro.
No
respondí. Me limité a observar su derrotada y enorme figura a contraluz,
suspendida más allá del marco de la puerta. Alexander suspiró, clavando la
vista en el suelo.
-
Lo llamé. Está
esperando en el teléfono. Por favor, habla con él. No soporto más verte así.
Y fue como haberme estrellado de lleno
contra el piso. Comencé a temblar como si hubiese tomado un baño en plena Antártica,
y tras el escándalo que hacían los latidos de mi propio corazón al correr a
toda prisa, escuché mi inconsciente respuesta afirmativa.
Crucé
la habitación y recibí la luz del único foco de la sala en pleno rostro, antes
de recorrer el apartamento en tres zancadas.
Me
detuve frente al teléfono, casi soltando una carcajada en el proceso por lo ridícula
que me veía: dudando frente al teléfono, mordiéndome los labios como una total
idiota. Deplorable.
-
¿Sí? –pregunté,
después de buscar en vano algo más interesante para decir.
¿Qué
podía decirle? ¿”Hola, soy Julia Gonnet. Quizá no me recuerdes, pero me
abandonaste hace 2 meses y 9 días. Sé que debería odiarte, pero, por más que lo
intente, sé que no lo lograré. También sé que no debería perdonarte; pero aquí
estoy.”?
-
No te pido
perdón. Sé perfectamente que no lo merezco que me persones –dijo aquella voz
que parecía sacada de mis más viejos cuentos de hadas: suave, transparente,
atractiva. Aquella voz que tanto había deseado volver a escuchar, y que ahora sonaba
bañada en llanto.
Volver
a escucharlo fue como despertar de una terrible pesadilla, sólo para darme
cuenta de que mi realidad no era tan diferente.
-
Tienes razón,
pero probablemente cometa la estupidez de hacerlo –dije, comenzando a retorcer
el cable del teléfono, intentando hacer un nudo tan grande como el que se
alojaba en mi garganta.
Michael
calló entonces. Hubo una pausa y creí que mi corazón escaparía de mi pecho si él
no contestaba.
-
¿Me perdonarás,
entonces? –preguntó, como un niñito que se cuestiona si sus padres en realidad
le comprarán su tan deseado juguete.
Respiré
profundamente, dándome el valor para responder:
-
Sí, Michael.
Pero no quiero volverte a ver. Ambos sabemos que es lo mejor, y, además, no sé
si mi corazón resistirá el romperse otra vez.
“You and I walked a fragile line,
I have known it all this time.
But I never thought I’d live to see it break”
Dios mío, Julia! Qué capítulo más hermoso! El peso de mi corazón se alivió un poco, al menos volvieron a hablar! Pero, ¿no habría sido tan fácil decir: sí, te perdono, me estoy muriendo si tí, necesito verte"? Todo es tan complicado...! Pobre Michael... y pobre Julia! Espero que todo se arregle, y muchas felicitaciones!
ResponderEliminarBesos, amiga! :)
Me encanta!, ademas...Michael debe sufrir un poco, no?
ResponderEliminarAdoro la historia absolutamente!
Este capitulo ha estado buenisimo!
No tengo palabras para expresar lo que tu capitulo me hizo sentir.
ResponderEliminarSupongo que Michael merece sufrir por todo lo que hizo que Julia sufriera. Aun asi, este capitulo me encanto, esta tan lleno de emociones, que realmente me saco una que otra lagrima.
Realmente adoro tu historia, es una de las mas orgininales que he leido y me encanta.
Ojala y puedas seguirla pronto.
Por cierto gracias por pasarte a mi novela.
Un beso, Dios te bendiga.
oh julia, no se que decir!!!
ResponderEliminaradoré este capítulo tiene tanto sentimiento,me llegó al corazón, de veras tu nove me encanta cada vez mas, síguela pronto quiero saber que pasará después
cuídate, besos
oh por dios Julia estoy sin palabras me encanto este capitulo tiene un poco de todo XD k estes bien besos
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