XL
Narra
Julia
Cerré aquél cuadernillo al tiempo
que lanzaba un suspiro, declarando así mi rendición. En él sólo se leían las
palabras “Querido diario…”. De
repente, no tenía nada que decir. O, en realidad y para ser más precisa, no
quería decir nada.
Me acurruqué en aquel incómodo
asiento de avión, y miré al mar de nubes que se extendía más allá de la
diminuta ventanilla por la que me asomaba. Inmediatamente, retiré la vista,
totalmente aturdida, mientras un escalofrío recorría mi espina dorsal al
traerme recuerdos que ahora luchaba por borrar.
Al mirar a mi lado, descubrí que
Alexander me miraba –¿Cuánto tiempo llevaba haciéndolo?– con aquella seria
expresión tan propia de él. Me obligué a esbozar una insulsa sonrisa, y el casi
imperceptible cambio en su rostro me dijo que no se había creído ni la mitad de
aquel gesto. Usando toda mi fuerza de voluntad, sonreí más ampliamente. Al
final, conseguí que me dedicara una sonrisa torcida, esa que me hacía entender
por qué La Toya no podía parar de mirarlo.
-
Vamos,
que no engañas a nadie– murmuró, y yo suspiré, derrotada.
Era verdad.
-
¿Acaso
es tan obvio?– cuestioné estúpidamente, cruzándome de brazos.
Pero él no respondió. En lugar de
ello, se echó a reír.
-
Perfecto–
mascullé, malhumorada.
Él paró de reír inmediatamente, y me
miró, cambiando su sonrisa por una seria expresión.
-
Si
no querías venir, pudiste habérmelo dicho. Pudimos quedarnos en Los Ángeles, y…
-
No.
Eso sería cruel –le interrumpí, casi harta de la lástima que Alexander no
paraba de demostrarme– Además, confío en que Nueva York será divertido…– añadí,
encogiéndome de hombros, y poniendo toda mi esperanza en aquellas palabras.
Alexander continuó escudriñando mi
rostro, mientras yo fingía alisar mi vestido, pasándole las manos una y otra
vez obteniendo un resultado incluso peor que al inicio.
Me detuve en seco y contuve la
respiración cuando Alexander tomó mi mano entre las suyas. Aquello comenzaba a
dejar de gustarme.
-
Seguro que sí –susurró, al tiempo que me dedicaba
una sincera sonrisa.
A duras penas contuve las ganas de
echarme a llorar. Suspiré profundamente, intentando acabar con aquellas
incontrolables sacudidas en mi pecho y con las ardientes lágrimas que luchaban
por escapar de mis ojos. Pero aquel maldito nudo en mi garganta no cedió, y, al
cabo de unos minutos, me vi obligada a girar la cabeza, para ocultar las
humillantes lágrimas que resbalaban por mis mejillas.
-
Perdón
–murmuró Alexander, con un tono de vergüenza en la voz, al tiempo que soltaba mi
mano.
Justamente ahí residía el problema.
Ese era el centro de mis más grandes males. Él quería acercarse, quería ayudar,
y entonces mis demonios internos hacían su aparición, alejándolo de inmediato.
Alexander se acercaba, yo me alejaba. Me hablaba, yo callaba. Quería abrirme
los ojos, cuando yo sólo quería cerrarlos. Alexander intentaba hacerme sonreír
cuando lo único que me creía capaz de hacer era llorar. En realidad, al llegar
a ese punto, lo único que quería era que mis lágrimas se acabaran, para poder
cerrar los ojos, recostarme y rezar por que un futuro más allá de la muerte
fuera mejor que aquella vida vacía.
Dudosa, estiré una mano hacia él y
entrelacé mis dedos con los suyos, apretando ligeramente su mano. Entonces,
mientras el rostro de Alexander se iluminaba, caí en la cuenta de que sólo le
tenía al él. Ni el monstruo debajo de mi cama, ni los demonios del pasado, ni
los fantasmas del presente. Sólo él y yo… y los miedos del futuro. Un futuro en
el que, invariablemente, estarían presentes los recuerdos, pues de ellos vivía.
Mi cabeza encontró un espacio en su
hombro, y ahí derramé unas lágrimas más, que lloraban por la presencia de lo
que necesitaba… y la falta de lo que realmente quería. Bajé la vista, y,
mirando nuestras manos entrelazadas en un sincero y puro gesto que quizá
significaba mucho más para él que para mí, sucumbí al sueño.
En mis sueños me perdí entre un
remolino de sucesos pasados, un interminable espiral de colores e imágenes que
contenían el intrincado e y entonces totalmente inexistente sentido de mi vida.
Entre esas imágenes, resaltaban –obviamente– un par de ojos oscuros. Los únicos
en que realmente deseaba perderme. Los únicos por los que un segundo valía la
pena. Los únicos que podían hacerme llorar y reír al mismo tiempo, y morir y
vivir en un segundo. Encontré lo que tanto ansiaba, y lo que me habían
arrancado con la crueldad de un: “Lo
siento, pero esto es más difícil de lo que pensé. Quizá no te amo lo
suficiente”. Pero también encontré entre ese río de dolor y recuerdos, un
nuevo par de ojos… esta vez, color avellana, que me prometían no soltar mi mano
aunque eso significara caer conmigo al abismo.
-
Julia…
Vamos, Julia… -escuché una voz a lo lejos. Intenté apartarla de mi mente, pero
siempre regresaba –Vamos, despierta ya, pequeña dormilona.
Abrí los ojos como platos, lo que
seguramente causó gracia a Alexander, quien me miraba, apenas conteniendo la
risa.
-
Hemos
llegado. Bienvenida a Nueva York –proclamó, luciendo una sonrisa inmensa.
Estaba visiblemente exultante.
Al parecer, Alexander se había hecho
la costumbre de llevarme de la mano, como si temiera que pudiese perderme,
pero, sorprendiéndome a mí misma, no me opuse. Dejé que apretara tiernamente mi
mano, y me ayudara a descender del avión.
Sólo soltó mi mano para sostener el
equipaje, y aunque apenas podía con todo, se opuso a que le ayudase. Después de
cruzar el bullicioso aeropuerto en un tiempo que me pareció eterno, Alexander
se dio a la misión imposible de encontrar un taxi.
Yo estaba totalmente perdida.
Ausente. Paseaba la vista por las sucias y atiborradas calles que no tenían
significado alguno para mí y que guardaban mis más grandes esperanzas de
sobrevivir en un mundo sin sol. El sonido de los autos, los simultáneos gritos
malhumorados de cien mil personas en las calles y uno que otro rascacielos en
construcción servían para ahogar los desesperanzados suspiros que nunca
terminaban de escapar de mis labios, junto con un nombre que hubiera deseado
odiar, pero que amaba aun en contra de mi voluntad.
-
Impresionante,
¿verdad? –susurró a mi oído, sacándome de mis pensamientos.
Tenía razón. La vista de la ciudad,
con su millón de luces, sus bulliciosas calles atestadas de gente con mirada
ausente, sus rascacielos inmensos y su glamour siempre presente, era
simplemente impresionante.
Aturdida, me limité a asentir,
causando la risa de Alexander.
-
Es…
increíble –dije en un susurro que casi se ahogó entre los sonidos de los autos
al pasar.
-
Y
aún no has visto nada. –dijo Alexander, visiblemente emocionado– Prometo
llevarte al World Trade Center; a Central Park; subiremos a lo más alto del
Empire State…
Dejé de escucharlo.
Mi mente se centró en algo más
importante. En algo infinitamente más importante. Alexander dejó de existir, de
un momento a otro. Y descubrí que estaba sola.
Y, recapitulando, descubrí que
siempre lo había estado.
Bueno, siendo justa… no siempre.
Michael había estado ahí. Había
sabido cómo llenar los huecos entre mis dedos con los suyos propios. Me había
enseñado a ver más allá de mis propios problemas, y descubrir que el mundo, al
fin y al cabo, no era a blanco y negro.
Había llegado para pintar mi cielo
de azul, y se había ido para convertirlo en una tormenta.
Y, lamentablemente, aunque luchara
con todas mis fuerzas (que no eran muchas, para ser honesta), aquellas nubes
negras nunca se borrarían de mi oscuro cielo.
Aquello me aliviaba, de alguna
manera propia de locos, pues sabía que su recuerdo estaba asegurado por siempre
en mi memoria. Sería como respirar. Involuntario, necesario, y duraría hasta la
muerte.
Una lágrima cayó por mi mejilla en
el momento exacto en que descubrí que jamás olvidaría sus ojos, su sonrisa, su
aroma o su forma de moverse. Hasta esos imperceptibles e involuntarios gestos
suyos habían quedado grabados con cincel en la parte más profunda de mi
memoria. Hasta el sonido de sus pasos al caminar y el brillo de su cabello al
sol serían eternos en mi mente.
Y ahora se había ido, dejándome más
sola y vacía que al principio, aunque antes pensara tercamente que eso era
imposible. En realidad, si me detenía a pensarlo era bastante lógico, y tuve
que contener una carcajada de frustración al caer en la cuenta de que, cuanto
más ames a una persona, tanto más grande será el espacio vacío que ésta deje en
tu corazón.
Y yo no sólo amaba a Michael. Lo
necesitaba. Lo necesitaba como al agua. No. Lo necesitaba como al aire. Y ahora
me veía obligada a vivir atada a un tanque de oxígeno. Pues, aunque sonase
cruel, eso mismo era Alexander. Un sustituto. Él intentaría llevarse el dolor
de mi vida, hacerme feliz, y, probablemente, sólo conseguiría hacerme sonreír
ocasionalmente. Una sonrisa vacía. Una triste imitación de la sonrisa que le
hubiese dirigido a Michael.
Pero ahora, al pensar en él, sólo
lograba que más lágrimas resbalaran por mi rostro, aun cuando creía ya se
habían acabado.
Demasiado ausente como para darme
cuenta de lo que ocurría a menos de tres metros de mí, apenas fui capaz de
alargar una mano y tomar la de Alexander para bajar de aquel taxi y lanzarme de
lleno a las aceras de Manhattan. Sintiendo apenas cómo mis pies se arrastraban
mientras subían unas interminables escaleras, a duras penas percibí cómo
Alexander abría una puerta y, sonriente, me mostraba un apartamento casi vacío.
Pequeño, polvoriento y vacío. No
demasiado diferente de mi primer hogar. Ahora, esa sería mi casa.
-
Sé
que no es mucho –dijo Alexander, sonriendo como si su vida dependiera de ello
–Y, en realidad, no es nada si lo comparas con… –maldita sea, había dado en el
blanco –Con como vivías antes– corrigió demasiado tarde.
Y parecía que ver sus ojos marrones
cada milésima de segundo en mi mente no era suficiente. Ahora, también tenía
que soportar que Alexander lo trajera a colación. Aquello podía ser más de lo
que podía soportar.
-
Es
perfecto –dije, y era verdad.
Era perfecto. Austero, simple. Sin
extravagancias ni lujos. Totalmente distinto de Hayvenhurst. Y, al pensarlo con
detenimiento, no sabía si eso era bueno o malo.
-
Soy
un estúpido –soltó Alexander de improviso, golpeando su frente con su mano
derecha –Seguro estás más que cansada.
-
En
realidad, yo no… -comencé a protestar.
Me miró como un padre que sorprende
a su hija mintiendo por milésima vez.
-
Recuerda
que no logras engañarme. Eres un libro abierto, Julia –dijo, sonriendo
condescendientemente –Vamos, cruzando esa puerta está tu habitación. Espero no
te moleste el polvo. Ya habrá tiempo para limpiar este desastre y… comprar
algunos muebles.
Sin prestar atención a sus palabras,
me dirigí como la total autómata que era a mi habitación. Un cuarto cuadrado,
pintado de un azul casi blanco, con sólo una cama, una mesita de noche, un pequeño
escritorio y una diminuta repisa. Perfecto. En realidad, no necesitaba más.
Me recosté en la cama, absolutamente
cansada.
Cansada de fingir. Cansada de
recordar. Cansada de esperar y de vivir. Cansada de llorar.
Cansada de todo.
Pero, por más cansada que estuviera,
dormir me parecía un imposible, como ver en la oscuridad.
En aquel momento, antes incluso de
darme cuenta del torrente de lágrimas que ya corrían por mis mejillas, decidí
que era tiempo de continuar torturándome con recuerdos. Dejar que avanzaran más
allá de mi memoria y traerlos a la realidad.
Tomé el pequeño cuadernillo aún
vacío, y comencé…
Intentaría escribir lo que sentía.
El dolor, la angustia, la desesperación. Plasmaría el miedo, el frío y la
soledad. Cada recuerdo, cada ínfima memoria encontraría su lugar en aquellas
páginas.
Pero, incluso antes de comenzar, me
di cuenta de que jamás terminaría…
Habíamos
llegado.
Lo
que creía sería un beneficio, quizá estaba perjudicando a Julia. Apenas había
sido capaz de decir 5 palabras desde que llegamos. Palabras más frías que la
misma nieve.
Y
comenzaba a odiarme a mí mismo, pues sabía que no podría desterrar aquel frío
que Michael había dejado aunque lo intentara eternamente.
Me
senté sobre una de las tres sillas de aquel apartamento. Miré a mí alrededor, y
sonreí, orgulloso de mi propio logro. Aquel austero y diminuto universo era mí
logro. Miré por una ventana, sin dejar de sonreír, pensando en la posibilidad
de que Julia tal vez sería capaz de olvidar. Quizá era más fuerte de lo que
ella misma pensaba…
El
polvoriento teléfono comenzó a sonar. Lo miré extrañado, como si aquel artefacto
ocupara un espacio que no le correspondía. Resignado, descolgué.
-
¿Diga? –inquirí,
frunciendo el ceño ante una estática que no cedía.
A
pesar del ruido, comprendí que nadie respondió.
-
¿Quién es?
¿Qué se le ofrece? –pregunté, apoyando mi espalda contra la pared, comenzando a
perder la paciencia.
Nada.
Me dispuse a colgar, pero una voz me detuvo.
-
¿Cómo está
ella? –dijo el extraño.
Pero
no era un extraño.
-
No creo que de
verdad te interese, Michael –respondí con fiereza ante el causante de mis mil
males y el millón de lágrimas derramadas por Julia.
-
Te
equivocas. Me interesa, mucho. Por favor, dime cómo está.
<<Mal>>
-
Justo como
debería estar. Intentando olvidarte.
Después
de una pausa, en la que pude escuchar cómo Michael intentaba inútilmente
contener las lágrimas, dijo, con una voz que delataba su llanto:
-
Bien. Por
favor, avísame si lo lograra. Eso significaría que yo también puedo olvidarla a
ella.
Y
colgó.
Chicas. Lamento muchísimo este atraso. Nueva ciudad, nuevas personas, nueva escuela. Esto me absorbe increíblemente.
Agradeceré rápidamente a todas aquellas que me han alentado a continuar. Gracias. Ustedes mantienen con vida esta historia. No me alcanzarían las palabras para agradecerles.
Y la petición que he repetido un 40 veces. Por favor, comenten. Necesito sus comentarios.
Hemos llegado al capítulo 40. Esperemos haya otros 40. Eso dependerá de ustedes, lectoras.
¡Un beso enorme a todas y cada una! ¡Gracias!
Nooo! :( Oh Alexander, que egoista es! Como se le ocurre decirle eso al pobre Michael? Me imagino lo mal que se tiene que haber quedado... Y una cosa desencadenará a la otra... Puf, sólo espero que esta pesadilla acabe pronto y bien! Tus capítulos me transmiten muchas cosas, querida Julia, tienes el poder de hacer que me sienta como tú quieres! Mucho ánimo! Besos :)
ResponderEliminarJulia, por favor continua con la historia!
ResponderEliminarcréeme te comprendo en eso de que se te absorbe el tiempo, te comprendo perfectamente...
pero espero que eso no vaya a impedir que sigas con tu novela, es muy muy hermosa n.n
quiero saber que es lo que pasara...
Michael! necesito saber de el D:
Espero el siguiente capitulo
Saludos
Sabrina
Oh pero que triste capitulo ): Julia admiro la manera en la que escribes, con cada letra, cada palabra que leo, amo mas tu novela.
ResponderEliminarComprendo que estas ocupada, obviamente todas tenemos una vida fuera del mundo de la escritura, yo me incluyo ahi.
Muchas gracias por haber pasado a comentar mi novela, yo no habia podido comentar la tuya por falta de tiempo, problemas personales, enfermedades, tareas... Bueno, un sinfin de cosas.
Pero te doy mi palabra de que me pasare mas seguido por aqui.
Un beso enorme.
Hola preciosa
ResponderEliminarWuaw este capìtulo me ha hecho derramar tantas lagimas , y no te miento lo digo en serio , la verdad es que al leer me sentí como julia , q digo , lo que ahora estoy viviendo es justo como ella , tengo a alguien conmigo q es tan gentil y bueno como Alexander pero extraño tanto a otra persona , lo nesecito como al gua , al aire ...entonces al leer sencillamente no pude controlarme .
gracias amiga , cada expresión que usas es tan precisa , encuentras el modo exacto de hacerme parte de la historia , de invadirme con cada emoción de los protagonistas. Ni yo misma hallaba las palabras claves para explicar como me siento, pero al leer tu relato ...las encontré...
Mas que coraje me dio harta pena lo que dijo Michael cuando habló con Alexander ¿acaso será fácil olvidar? No lo es, si esa persona ha dejado una huella profunda en tu corazón, y eso fue lo q pasó con ellos,
¡Oh Dios! parece un sueño horrible, una cruel pesadilla. Ojala julia y yo podamos salir de esto , podamos hallar, al fin, la felicidad , porque no hay otro lugar para nosotras que junto a quienes amamos...
Esperare leer mas ok
Sigue adelante mi magnifica escritora, eres GENIAL!!!
Ya te adaptaras a tu nueva ciudad y escuela, solo es cuestión de tiempo si? Cuidate muchisimoo
Y no olvides que q te aprecio con todo el corazón
Gracias
Bye
te quedó maravilloso!!!
ResponderEliminaraunque debo admitirte que me hizo sentir un poco triste pero igual sigue fantástico, sigue así, eres una maravillosa escritora y no te preocupes por lo que te aqueja ya veras que todo será una maravillosa aventura :)
adiós, besos