lunes, 30 de mayo de 2011

Aviso importante.

Chicas:

Lamento informarles que la publicación del capítulo 31 -el cual pensaba publicar mañana- será retrasada hasta nuevo aviso.

Una serie de problemas con mi computadora -la cual está muerta, oficialmente- ocasionaron este retraso.

Si se preguntan cuándo podrán encontrar el capítulo 31, he de responderles con total sinceridad: no lo sé. Esperemos que este problema se resuelva pronto.

Así que, si no saben de mí en algún tiempo, por lo menos, ahora sabrán que no he muerto. Disculpen si dejo de comentar en ciertos blogs, espero pronto poder hacerlo.

Desearía nunca haber publicado esta entrada, pero sé que cuento con su comprensión y apoyo, y les agradezco infinitamente a todas y cada una.

Y bueno, esto es todo. Aquí les dejo mi excusa por mi futura ausencia.

Me retiro, escribir en esta pequeña pantalla es bastante incómodo :P

martes, 24 de mayo de 2011

Capítulo 30

XXX

Mientras las palabras de mi padre, y mis propias palabras rondaban mi mente, creando infinitos y dolorosos espirales, miraba con atención a Michael, quien se ocupaba dejando escapar toda su infantil y tierna curiosidad, al tiempo que recorría mi pequeña habitación.

-          El sueño de toda niña –murmuró sonriente, parado frente a los estantes repletos de fotografías, juguetes, muñecas y ositos de felpa.   

<<Pero, ¿a qué precio?>> me abstuve de decir.

Si bien Michael no había entendido una sola palabra de las confesiones, el  dolor y los gritos proferidos apenas unos minutos antes, se formaba una clara idea del significado de aquellos gritos y lágrimas.

Y quizá, contrario a lo que quería creer, Michael no era tan ajeno a mis problemas. Finalmente, mi padre era la representación exacta de Joseph. Finalmente, Michael había sufrido lo mismo…

Porque, al mirarlo atentamente, pude derribar los muros que lo rodeaban, pude destruir la dura coraza que se había empeñado en construir a su alrededor. Al lanzarme directo al profundo mar de sus pupilas, vislumbré fugazmente el dolor, el miedo escondidos muy dentro de él. Supe que aquellas sonrisas que bien podían iluminar Los Ángeles en su totalidad, quizá eran gestos de dolor disfrazados. Michael se había empeñado en guardar bajo llave las miles de lágrimas que sus ojos morían por soltar, los cientos de  inacabables sollozos que podrían conmover el corazón del más duro hombre.

Y quizá eso no era tan malo como parecía. El enclaustramiento voluntario de sus sentimientos aseguraba que mi propio corazón no se partiera en mil pedazos, y, al mismo tiempo, mantenía esas flamantes sonrisas grabadas en su rostro. Podía sonar egoísta, y quizá lo era, pero esas sonrisas se habían convertido en mi nuevo oxígeno, y ver sus lágrimas rodas por sus mejillas sería un veneno incluso más letal que el cianuro. Verle sufrir sería la más insoportable de las torturas.

Esa chispa de tristeza y dolor en su mirada, casi de inmediato, se vio desplazada por una inagotable inocencia y una ternura envolvente, las cuales tomaron el lugar principal en sus hermosos ojos, regresándome a Tierra, permitiéndome respirar de nuevo.  

Michael sonrió, derritiendo mi corazón nuevamente, y jugó a poner a prueba mi fuerza de voluntad al quedar suspendido a medio metro de mí. Su profunda mirada clavada en mí, y la mágica sonrisa que mostró entonces lograron, una vez más, que mi rostro se coloreara de escarlata. En aquel momento tuve que reprimir las ridículas ganas de pellizcarme para despertar de aquel sueño. ¡Porque no podía ser cierto! Esa capacidad de descolocarme de aquella manera definitivamente no era humana… Y aquel poder de hacerme creer en cada una de sus palabras era casi mágico… mágicamente peligroso.

Michael rompió el hechizo demasiado pronto, alejándose de mí, aún con aquella deslumbrante sonrisa grabada en los labios. Con entusiasmo, volvió a su anterior tarea, y comenzó a recorrer mi habitación por cuarta vez, como si deseara memorizar la ubicación de cada mota de polvo en el lugar.

Después de una hora y media de empacar mis nada abundantes posesiones, y haber guardado mis documentos y mis insignificantes ahorros en un bolso de mano, supe que había llegado el momento. <<Adiós>> pensé, al echarle un último y melancólico vistazo a aquellas cuatro paredes que habían servido de prisión, a aquella almohada que tantas lágrimas guardaba y a aquellos ositos de felpa que marcaban el final de mi nunca iniciada infancia.

Cerré los ojos y aspiré profundamente, luchando por llenarme de unas fuerzas que no tenía. La mano de Michael cubriendo la mía me llenó del valor que necesitaba, el mismo valor que se había extinguido pocas horas atrás.

Bajé lentamente las escaleras sólo para encontrarme con una imagen capaz de hacer añicos mi casi nula fuerza de voluntad. Mi padre, sentado en el pequeño sofá de la sala, tenía la mirada perdida en una fotografía que sostenía débilmente entre las manos. Contuve la respiración, y al mirar atentamente, descubrí que sus ojos derramaban lágrimas. Me acerqué sigilosamente a él, y cuando estuve lo suficientemente cerca, descubrí que la fotografía que miraba mostraba un rostro idéntico al mío… mi madre.

-          Vete. Aléjate de mí –murmuró mi padre con una entrecortada pero hostil voz –Ódiame, si quieres. Tienes derecho a hacerlo.
-          Yo…
-          Hazlo. Vete y no vuelvas nunca. Sal de este infierno.

Mi padre continuaba con la mirada clavada en aquella vieja y amarillenta fotografía sin marco, y su voz luchaba por escapar de su garganta.

-          No te pido que me perdones. Sólo… quisiera que intentaras entenderme.

Tuvo que aclararse la voz en ese instante, y prosiguió con unos murmullos casi ininteligibles:

-          Soy egoísta. Yo… me limité a intentar destruir mi propio dolor, sin detenerme a pensar en el dolor que tú podías sentir. Porque, eres igual a ella, en todos los sentidos. Yo… -y calló, cediendo ante un acceso de lágrimas que parecía interminable –Soy cobarde. Me refugié en el alcohol para alejarme de ti. Recurrí a los golpes para destruir su recuerdo…

Aquello fue demasiado. Pronto, cientos de saladas lágrimas rodaban ya por mi rostro, uniéndose al mar de lágrimas que derramaba mi padre. Y cuando mi padre se puso en pie y me rodeó con los brazos, sentí que la sensación de irrealidad se hacía más fuerte. Aquel fugaz abrazo cambió mi perspectiva, me hizo saber que el monstruo debajo de mi cama era más débil de lo que parecía. Fue como si hubiera encendido una luz en la oscuridad, aquel monstruo quedó reducido a la sombra de un abrigo colgando de un perchero.

-          Debes irte –dijo, enfatizando la palabra “debes” –¿Sabes? Él te ama. Él puede hacerte feliz. Ve con él –dijo, mirando a Michael con resignación y esperanza.

Parecía poner en sus manos mi felicidad, sin saber que siempre había sido así. Por primera vez en mi vida, confié en mi padre.

-          Toma esto –dijo con voz entrecortada, poniendo frente a mí una pequeña caja –Esto… te ayudará. Si necesitaras más, podrías enviarme una carta.

Depositó aquella cajita y la vieja fotografía de mi madre en mis manos, y plantó un beso en mi mejilla. Aquello bastó para dejarme paralizada, clavada al suelo, siendo apenas capaz de respirar. Con dificultad, abracé a mi padre brevemente, y me dí la vuelta, tomando la mano extendida de Michael.

Con los ojos bañados de lágrimas, y apretando contra mi pecho la raída fotografía, caminé hacia la salida, y recibí la llegada del crepúsculo al tiempo que mi padre murmuraba un quebrado “Te quiero”. El primer “Te quiero” dirigido a mí. Odié ser incapaz de responderle de la misma manera.

Me aferré a la mano de Michael con loca desesperación, necesitando de una forma casi ridícula su reconfortante contacto. Aquel contacto me mantenía anclada a la realidad.

-          ¿Estás bien? –preguntó Michael, mirándome con una preocupación casi paternal, mientras se ocupaba borrando los lagrimones de mi rostro. Asentí, incapaz de hacer cualquier otra cosa.

En aquel momento, me detuve a analizar mi situación. Era libre ahora. Ahora, estaba sola. Sola para enfrentarme al futuro, un futuro que podía ser tan impredecible como yo misma.

No. No estaba sola. Caminaba junto a mí el motivo por el que había luchado, el único motivo por el que quería ser libre. Y cuando Michael me miró, con sus fantásticas pupilas brillando al tenue resplandor de la luna, supe que habría hecho cualquier cosa, con tal de no dejar de mirar aquellos maravillosos ojos. Habría huido, habría matado, con tal de poder nadar nuevamente en el cálido mar de su mirada. Porque ahí, en aquel par de poderosos ojos marrones, se encontraba mi fuente de oxígeno, mi nuevo sol… ahí, escondido tras el brillo de sus pupilas, había encontrado la otra mitad de mi corazón.  

Perdida en el laberinto de los ojos de Michael, apenas percibí el momento en que abordaba un taxi. Apenas fui capaz de dar el nombre del primer hotel que me vino a la mente, y pagar al chofer cuando nos dejó frente a un lujoso hotel del centro de la ciudad.

Completamente ajena a mi realidad, y de un modo mecánico, reservé un par de habitaciones a nombre de Michael.

Caminé a trompicones por el infinito pasillo alfombrado del sexto piso, hasta llegar a la habitación 614, seguida por Michael, quien apenas hablaba, y se limitaba a mirarme de reojo con sus arrebatadores ojos marrones.

Al abrirse la puerta, se extendió frente a mí una lujosa habitación, cuyas paredes, pintadas de un tenue color crema, exhibían hermosos cuadros. Arrojé mi bolso sobre la cama, y, a continuación, me ví obligada a cubrirme el rostro con las manos para evitar soltarme a llorar de nuevo.

-          No llores, por favor –escuché el sutil susurro de una aterciopelada voz  a mis espaldas, y dos segundos después, Michael me estrechaba con dulzura entre sus brazos.

Sin previo aviso, esa diminuta chispa de furia en mi interior, se transformó en un incendio de proporciones titánicas capaz de destruirlo todo a su alrededor.

-          ¿Y qué otra cosa puedo hacer? –dije, luchando contra aquel fuego que parecía extenderse cada vez más rápido.
-          Podrías agradecer que has salido de ahí… Era lo que querías, ¿no? –replicó, luchando a su vez por no perder la paciencia –Ahora, iremos a Los Ángeles, y…
-          Y… ¿qué? –interrumpí, controlando al fin el volumen de mi voz –Nada es diferente. Nada. Si mi padre era un obstáculo grande, en Los Ángeles habita uno incluso más grande.
-          Joseph es tu obstáculo. Eres tú la que tiene miedo de él, aunque intentes negarlo. Tienes miedo de terminar creyendo en sus palabras…
-          Tengo miedo de que tú termines creyendo en él –corté, temblando ante el sepulcral silencio que sobrevino a continuación.

Entonces, Michael lanzó un suspiro frustrado, y se llevó las manos a la cabeza, como un profesor cansado de explicar nuevamente el mismo problema.

-          Diré esto sólo una vez, así que escucha con atención: Joseph no influye en lo que yo pueda o no pueda creer. Perdió esa capacidad hace años. ¿Algún día dejarás de temerle a lo que los demás digan? ¿Algún día me creerás cuando te repita que las únicas palabras que creo son las que salen de tu boca?
-          Michael…
-          Eres como un pajarillo, temeroso incluso de su propia sombra –me interrumpió, ignorándome por completo –Un pajarillo que lo único que espera es un poco de espacio para poder huir. ¡Huir de mí! –añadió, desesperado.

Michael me dio la espalda, y miró por la ventana, respirando agitadamente. Por varios minutos, le miré, buscando unas palabras que se negaban a venir.

-          Te  equivocas si crees que te soltaré. Porque sé que si abro tu jaula, inevitablemente huirás. Y entonces, te perderé para siempre.



Las palabras resultarían insuficientes para encerrar lo que quise decirle entonces...

Quise decirle que lo amaba, pero eso él ya lo sabía. Quise decirle que lo necesitaba, pero mi orgullo me lo impidió. Quise pedirle que se quedara conmigo, que yo no huiría… pero, dentro de mí, sabía que no era cierto.

Porque, por más que lo intentara, por más que me repitiera que Michael me amaba, no terminaba de creerlo. Porque, aunque intentara negarlo, las palabras de Joseph resultaban más ciertas de lo que sonaban. Porque mi orgullo era más grande que mi interminable lista de miedos.

Y entonces, mientras los cálidos brazos de Michael me rodeaban, y sus deslumbrantes ojos marrones me llevaban directo al Paraíso, fui incapaz de olvidar la idea de que el futuro que se extendía frente a mis ojos sería duro… pero sería insoportablemente duro si Michael decidía soltar mi mano y dejar al pequeño pajarillo volar…

Porque si me soltaba, inevitablemente huiría…















Chicas:

"30 capítulos" suena poco, pero detrás de esos 30 capítulos, se esconden miles de palabras que bajo otras circunstancias sería difícil decir, cientos de sueños imposibles y decenas de ilusiones que sólo ahora rompen el candado y escapan.

Son 30 capítulos, que quizá no sean nada comparado con lo que otras novelas llevan, pero cada capitulo publicado se lleva consigo un nudo en la garganta y mariposas en el estómago. 

Son 30 capítulos dedicados a ustedes, lectoras, por mantener viva esta novela, por siempre dejarme sus valiosas opiniones al final, por saciar mi hambre de comentarios...

30 capítulos, y lo único que me resta decirles es... GRACIAS.

Así que alimenten al monstruo y dejen sus comentarios... :)

martes, 17 de mayo de 2011

Capítulo 29

XXIX
Narra Julia.

Me encontraba paralizada frente a una gran puerta de madera. En mi mano, sostenía débilmente un par de llaves, que tintineaban debido a los incontrolables temblores de mis manos. Michael, a mis espaldas, carraspeó impaciente. En el momento en que mi temblorosa mano izquierda viajaba titubeante directo a la cerradura, recordé el momento exacto en que, a ciegas, entré a ese laberinto…


"Tomé la mano de Michael, sabiendo que a partir de entonces, ambos caminaríamos a ciegas por un escabroso camino. Michael puso a prueba mi fuerza de voluntad al esbozar una de sus arrebatadoras sonrisas. El leve apretón de su mano intentaba desesperadamente hacerme creer que al final del camino él seguiría ahí.

Mientras cruzaba la inmensa puerta de caoba de la mano de Michael, volví a sentir aquella abrumadora sensación que creí superada, que desaparecía con cada mirada a aquellos hermosos ojos marrones…. Volví a sentir miedo.

Miedo de que la burbuja que Michael había construido a mi alrededor se rompiera. Miedo de no volver a ver aquellos ojos, aquella sonrisa. Miedo de llegar al final del laberinto y encontrarme sola, con su mirada grabada eternamente.

Desde el momento en que dejamos Hayvenhurst, el tiempo decidió jugar a acabar con los restos de mi cordura. Los minutos corrían como segundos, y en lo que me parecieron 3 segundos, me encontraba a bordo de un flamante Cadillac rojo, con dirección al aeropuerto de Los Ángeles. Miraba impotente cómo todo a mi alrededor se movía velozmente. Paralizada en el asiento, con la vista clavada al frente, luchaba por rescatar algún dejo de realidad que me conectara al mundo, sin conseguir nada más que lejanos murmullos apagados.

Así, Michael me sacaba del juego. Así hacía trampa, nuevamente.

Sin saber exactamente cómo, en menos de una hora, me sorprendí sentada en un avión, abrochando con torpeza el cinturón del asiento 23-D. Pronto, me encontraba volando directo a casa. Casa, el último lugar al que deseaba ir.  

Mientras Michael dormitaba a mi lado, yo miraba sin ganas por la ventanilla. Ocasionalmente, paseaba mi vista de Michael a la ventana, y viceversa. Durante el largo trayecto, no concilié el sueño, y mantuve mi mente ocupada en desear poder alargar el tiempo, quien se había convertido en mi más grande enemigo."

<<Aquí vamos>>…


Y ahí estaba. Paralizada frente aquella puerta que asemejaba a una increíblemente gruesa e impenetrable muralla. Esa muralla guardaba tras sus muros violencia, dolor, tristeza, miedo y soledad. Si bien Michael tenía una vaga idea de mi deplorable estilo de vida antes de encontrarnos, yo imaginaba a la  perfección qué encontraría después de girar la llave… y no me gustaba en absoluto.

Un ligero empujón, y la puerta se abrió, dejando escapar dos veloces rayos color miel. Al momento, sentí unos leves rasguños sobre la piel de mis piernas, y cuando bajé la vista, un hermoso cachorro me miraba con ojos juguetones. Sin duda, no era lo que esperaba. Al girar mi vista, descubrí que Michael ya se encontraba en cuclillas, sonriendo y prodigando tiernas caricias al pequeño Golden Retriever que se retorcía alegremente frente a él.

Levanté a aquella pequeña bola de pelo del suelo, y, después de haber dado dos pasos dentro de la casa, la imponente figura de mi padre me detuvo de golpe. Sin poder evitarlo, me deshice bruscamente de mi carga, y ni el doloroso ladrido del cachorro logró que separara mi vista de mi padre.

Le miré un instante que pareció eterno. Todo era igual. Su rostro tenso, su amenazante postura… lo único diferente en él era esa sorpresa que sólo se reflejaba en sus ojos.

-          Hola –murmuró titubeante después de aclararse la voz. Casi consideré extraño que me hablara en español y no en inglés.
-          Hola –logré decir después de haber recuperado la fuerza en mis piernas.

Michael se colocó junto a mí, y le dirigió a mi padre una mirada llena de… ¿rencor? Su mano encontró su lugar sobre mi hombro como si de un molde se tratase, y bastó eso para motivarme a seguir hablando.

-          Padre, él es…
-          Michael –interrumpió secamente mi padre –Un placer –añadió en inglés, sin detenerse a disimular su enfado.

Después de estrechar manos, Michael guardó silencio, y sus labios formaron una perfecta línea recta. Con las manos en los bolsillos y el rostro serio, lucía ridículamente incómodo.

-          ¿Sigues pensando que fue buena idea? –le pregunté en un susurro.
-          Por supuesto –respondió, haciendo gala de su testarudo carácter.

Michael y mi padre se sentaron a la mesa, mientras yo me ocupaba en calentar distraídamente lo primero que hube encontrado en el refrigerador, lo cual era prácticamente nada. <<Esto no puede terminar bien>> pensé entonces.

Me detuve a escuchar el escaso y casi inexistente intercambio de las obligatorias palabras de cortesía entre ambos. Michael, sentado frente a él, al otro extremo de la sala, con el rostro tenso y a la defensiva, lucía del mismo modo que mi padre. Esa semejanza casi me hizo reír. Mi padre, siempre igual, hablaba sólo lo necesario, construyendo una vez más esa impenetrable muralla alrededor de sí mismo. Una muralla que intenté derribar mil veces. La voz de mi padre recorrió la habitación como una ventisca invernal, llenándolo todo de dolor, de frío.

No pude sorprenderme ante el nada disimulado disgusto en la voz de mi padre. Siempre rígido, mi padre sería eternamente el monstruo debajo de mi cama, el letrero de “Prohibido el paso”, la piedra con la que me tropezaba una y otra vez…  Y entonces, mientras bajaba el nivel de la flama en la estufa, ví la luz. Una brillante luz reflejada en un par de bonitos ojos marrones. 

Ya no lo soportaba más. Aquel monstruo, aquella piedra, desaparecerían de una vez por todas. Mientras apagaba de golpe la pequeña flama en la estufa, pensé en aquel letrero transformándose en una puerta abierta. Todo justo ahora. Y así, la insignificante niñita se decidía finalmente a enfrentar al monstruo… quizá sólo para descubrir que no era sólo uno, y que el otro se encontraba justo dentro de ella.

Tomé aire, y crucé el comedor a grandes y furibundas zancadas, impidiendo así que aquel espontáneo arranque de poderosa adrenalina me abandonara. Era ahora o nunca. Decidí entonces que “nunca” no aparecería más en mi vocabulario. <<No más>>

-          Padre –me sorprendí de la determinación reflejada en mi voz, e incluso Michael abrió los ojos de par en par al verme cruzada de brazos en el marco de la puerta –Quisiera hablarte. Ahora.

No me detuve a esperar una respuesta. Ahora o nunca. Ahora.

-          Debes saber que no me quedaré en México más tiempo. He tomado una decisión –Michael se removió nerviosamente en el asiento, mientras mi padre tensaba el rostro. De pronto, mi momentáneo sentimiento de grandeza se dio de frente contra la fría mirada de mi padre. Una pequeña grieta de miedo comenzó a crecer dentro de mí.
-          Ah, ¿sí? –dijo, haciendo uso del más amenazador tono de voz en su arsenal. Comencé a cuestionarme si esto era peor que Joseph.
-          Me voy. Tengo dinero ahorrado, y planeo…
-          ¡¿Planeas?! –y el dragón hizo su aparición lanzando fuego por las fauces -¿Qué puede planear una niñita insignificante como tú en una ciudad como Los Ángeles? ¿Qué puedes hacer tú sin mí? Tú, una niñita de quince años, ilusa y frágil… ¿Qué puedes hacer? Sin mí, ¿qué eres?
-          Más de lo que se imagina –intervino Michael, con una voz en extremo parecida a un témpano de hielo.
-          Es por él, ¿no? –lo señaló agresivamente entonces, y me puse en guardia inmediatamente –Prefieres ir tras un par de ojos bonitos y una voz empalagosa que vivir bajo “mi” protección. Eres igual a tu madre. Soñadora, increíblemente ilusa, débil, ridículamente infantil. ¡Te pareces tanto a ella!
-          Es una suerte. Es una suerte que me parezca a ella y no a ti –y entonces, apareció el humillante nudo en mi garganta –Tú eres el causante de esto. ¿No crees acaso que tú mismo lograste mi repulsión hacia ti? ¿Crees que disfruto cuando me golpeas, cuando me gritas? ¿Crees que no te necesitaba ahí? ¿Pensabas acaso que me quedaría contigo hasta morir bajo la fuerza tus puños? Fueron años de esperar una palabra de aliento, un “te quiero” que nunca llegó. Años de sufrir en silencio, encerrada en mí misma. Años de desear sentirme bien. ¡Años de puro sufrimiento junto a ti! ¿Y aún así esperabas que me quedase? –solté, mientras un puñado de ácidas lágrimas acompañaban al millón de confesiones que proferí. Mi momento de grandeza había terminado tan rápidamente como comenzó.
-          Yo…
-          Tú destruiste mi vida, y a pesar de ello no puedo odiarte. Tú me hiciste lo que soy: increíblemente ilusa, frágil y ridículamente infantil. Tú eras lo único que me quedaba después de que mamá se fue… y decidiste dejarme también.

Subí corriendo las escaleras, sin prestar atención a Michael corriendo tras de mí, ni a mi padre suspendido al pie de la escalera gritando mi nombre, ni a los irritantes y estruendosos ladridos que llegaban a mí desde kilómetros de distancia.

Me dejé caer en la cama, al tiempo que Michael cerraba la puerta. Y, nuevamente, me amoldaba a su esbelto y cálido cuerpo para retener mi llanto. Y al poco tiempo, nuevamente, su camisa a cuadros se veía bañada con mis interminables lágrimas.

-          ¿Estás contento ahora? –comencé a reprocharle, reprochándome con más fuerza a mí a la vez -¿Esto querías ver? –en realidad, aquello quería decir: <<¿Estás feliz ahora, Julia? ¿Eso querías lograr enfrentándote sola a la inmensidad? ¡Estúpida!>> -y continué diciendo a Michael: -¿A esto viniste?
-          No. No vine aquí para esto –dijo mientras me soltaba con rudeza y comenzaba a abrir mis cajones, volcando su contenido en el suelo –Te dije que te sacaría de aquí, ¿recuerdas? Lo dije, lo cumplo.
-          Esto no es tan fácil.
-          No. Es exactamente así de fácil: Tomas tu ropa, tus documentos, me das la mano, y cruzamos esa puerta. Justo en ese orden.
-          Michael…
-          ¿Qué? –dijo sin mirarme, mientras se entretenía mirando la cantidad de camisas de manga larga en mi closet, las mismas que usaba para cubrir las marcas en mis brazos… Aunque eso Michael ya lo adivinaba. -¿Qué? –casi gritó ahora.
-          Tengo miedo.
-          ¿De él?
-          De ti… De mí…

Como en una obra teatral, los personajes aparecían uno tras otro, en perfecto orden. Aquí aparecía yo dejando escapar por milésima vez eternos mis miedos. Aquí aparecía yo, expresando nuevamente mi estúpido miedo a lo desconocido.

-          Yo sé que algún día te irás. Todos lo hacen. Las personas no suelen quedarse a mi lado. Supongo que soy un imán para la soledad –aquellas eran palabras que tenía atoradas en la garganta desde hacía tiempo, y sólo ahora podían salir. Las dejé salir, acompañadas de una risa amarga –No intentes negarlo, por favor. Si lo niegas ahora, cuando te vayas me lastimarás más de lo necesario, y dudo tener la fuerza para soportar eso.

Me detuve, sabiendo que, quizá, lo que decía carecía de coherencia. Miré a Michael, le quité la camisa que sostenía y tomé sus manos.

-          ¿Sabes? Que él te haya dejado sola, que te haya hecho daño, no significa que yo haré lo mismo. Yo sé que tienes miedo, ¿no crees que yo también? Estoy aterrado.
-          Yo nunca te haría daño.
-          Lo sé. Pero, ¿quién me asegura que, sin quererlo, un día logras herirme? Porque tú eres la única con ese poder. ¡Tú y sólo tú! Con cada miedo que dejas salir, con cada duda estúpida e infundada, logras herirme, porque sé que, impulsada por el miedo, puedes huir.

Y calló, mirándome como un afectuoso padre mira a su hija para hacerle creer que en su armario no se oculta ningún monstruo. Y yo le miré, intentando con loca desesperación creer sus palabras. Deseaba hacerlo.

-          ¿Tan difícil es creerme cuando te digo que no me iré? ¿Tan ridículo suena cuando te digo que te amo? ¡Porque esa es la única verdad! ¡Te amo! Y podría repetirlo mil veces con tal de que me creyeras. Podría bajar esas escaleras y enfrentarme a tu padre, a Joseph y al mundo entero para probarlo.

Calló, nuevamente, condenándome a su silencio, que flotaba denso sobre la habitación. Cuando una lágrima más comenzó a rodar por mi mejilla, Michael la atrapó en el acto, quemándome bajo el sutil contacto de su mano contra mi piel.

-          Te amo. Y te sacaré de aquí ahora mismo. Porque no soporto verte sufrir, porque si sufres tú, sufro yo. ¿Aún no lo has entendido? ¿Me creerás, de ahora en adelante, cuando te diga que estaré a tu lado siempre? Si te prometiera estar junto a ti por siempre, ¿me creerías?

Aquel silencio martilleaba fuertemente mis oídos. Aquella desesperación reflejada en las perfectas pupilas de Michael… Y aquellas ganas implacables de fundirme entre los brazos de Michael.

-          Sí –susurré, sintiendo cómo la cálida y larga mano de Michael cubría la mía.

“Sí”, murmuré, sabiendo que, si aquella promesa se rompía, mi corazón lo haría al mismo tiempo… Y queriendo negar que yo era tan capaz como él de romper esa frágil promesa de aspecto inquebrantable…   











Chicas:

Quisiera decir un par de cosas que son verdaderamente importantes para mí.

Quiero informar que a partir de ahora, los capítulos serán publicados en forma periódica, es decir, cada martes será publicado un nuevo capítulo. Quisiera poder hacerlo más seguido, pero es casi imposible.

Quisiera hacerles la petición de siempre. Quizá las aburra, o quizá no comprendan la importancia que un "Oh! me ha encantado!" o un "Qué aburrido" tienen para mí. Pero me gustaría, al final del día, poderme encontrar con su opinión, sea buena o mala.  


Felicidades Kati! xD  (¡Dios! Espero que el capítulo te haya gustado) :O

lunes, 9 de mayo de 2011

Capítulo 28

XXVIII

Narra Michael

Ahí estaba. Mi pequeño ángel, firmemente anclada a mi mano, me miraba alegremente. Aquella infinita inocencia, pureza e inagotable alegría no podían ser humanas. Bastaba el intermitente brillo en sus ojos chocolate para dejarme sin aliento. Ahí, acurrucada cómodamente junto a mí, parecía totalmente ajena al mundo que latía a su alrededor. Ahí, junto a ella, había creado una utopía más, otra fantasía. Sin embargo, aquella frágil ilusión de perfección duró sólo unos minutos…

Julia se puso de pie para recibir a aquel indeseado visitante, rompiendo en un millón de pedazos el quebradizo espejismo al que me aferraba con desesperación, el espejismo del que dependía. La miré con impotencia mientras ella escrutaba a Alexander con expresión severa, como si tampoco ella deseara que un extraño rompiera nuestra fantasiosa burbuja de felicidad.

Caminamos con dubitativa lentitud hacia él. Y mientras Julia y él conversaban animadamente, noté con sorpresa que algo dentro de mí cambiaba. Sentí que aquellas sonrisas y esas profundas miradas que Alexander le dirigía a aquella diminuta muñeca de porcelana iban cargadas de algo más que simple entusiasmo. Sentí celos. Aquella explosiva mezcla de amor, odio y orgullo. Una pequeña punzada en el corazón, pero lo suficientemente grande como para no olvidarla con facilidad. Pero bastó una alegre mirada de Julia, bastó una fugaz ojeada a aquellas profundas lagunas marrones para olvidar todo aquello…

Alexander se fue tan rápido como llegó. Después de cinco minutos de tortura –que bien pudieron haber sido horas–, cruzaba el inmenso patio lentamente, acompañado de La Toya, hacia el inmenso portón metálico que marcaba la entrada a Hayvenhurst.

Bajé la vista hacia Julia, sintiendo de nuevo aquella necesidad lacerante de conectar su mirada a la mía. La miré, sabiendo que perdía mi identidad con cada segundo que pasaba sumergido en el mar de su mirada. Cuando ella sonrió, supe que había encontrado las respuestas a mis más grandes dilemas. Supe entonces que todos mis deseos habían sido colmados, y todas mis necesidades, satisfechas. Supe que podría haber movido el sol y las estrellas mil veces si ella me lo pedía. Porque ver de nuevo aquella resplandeciente sonrisa en sus dulces facciones se había convertido en una necesidad básica más.
Ahí estaba yo. Cayendo al vacío rápidamente, sin poder ni querer evitarlo. Porque no importaba si salía herido, despedazado de todo aquello, el simple hecho de saber que Julia había compartido mi aire, mi espacio, bastaba para mantenerme respirando el resto de mi vida.

Y cuando aquel ángel de piel nívea murmuró “Te quiero”, dejé de existir, y comprendí finalmente lo que significaba estar vivo. Me regocijé repitiendo aquellas palabras mil veces en mi mente. Pronunciadas por la dulce voz de Campanita, esas palabras lograron hacer latir mi corazón a velocidades imposibles. Dudé de mi fuerza de voluntad, y creí imposible dejar que aquel infinito metro me separara de mi pequeño ángel.

Julia bajó la vista, y la clavó en el verde intenso del césped, cortando de golpe mi fuente de oxígeno. Mil años después, aquella frágil niña de ojos inmensos levantó la vista. Ahora todo era diferente.

El radiante sol que brillaba sobre nuestras cabezas se ocultó tras mil nubes negras. Un hostil y frío viento comenzó a soplar, y me sumí en la más profunda oscuridad. Todo en un segundo. Cuando Julia me miró nuevamente, por sus delicadas mejillas rodaban lágrimas.

Tomé sus pequeñas y heladas manos, apretándolas contra las mías. Como si fuera totalmente ajena a mi cuerpo, mi mano izquierda viajó directo al rostro de Julia, y comenzó a enjugar aquellas dolorosas lágrimas de su aniñado rostro. Sin embargo, aquellas lágrimas caían como lluvia, clavándose profundamente en mi corazón. Acogí a una sollozante Julia entre mis brazos, y la estreché contra mí en silencio, sintiendo que no soportaría vivir cinco minutos más de aquel martirio.

-          Mi… Michael… Yo… -entre sollozos e interminables lágrimas, Julia intentaba expresarse mediante ininteligibles murmullos apagados.

¡Dios! La impotencia que sentí entonces es indescriptible. Las irrefrenables ganas de desaparecer el dolor de su rostro se vieron amarradas por una terrible confusión, por una parálisis que sobrevino al miedo de verla sufrir.

-          Yo… No quiero… Debo… No –Julia profirió una maldición, y a continuación enjugó bruscamente sus lágrimas con la manga de su camisa.
-          ¿Estás bien? –me mordí el labio, esperando que aquellas palabras no hubieran sonado tan estúpidas como yo mismo me sentía.
-          ¡No! –los ojos de Julia aún derramaban lágrimas, pero ahora su llanto se asemejaba al gotear de los restos de lluvia sobre las hojas de los árboles –Yo… Hay algo que debo decirte.

Antes de que Julia pronunciara media palabra, adiviné lo que diría a continuación. Sentí el dolor de la pérdida antes incluso de que ella tomara aire para articular su oración.

-          Me voy, Michael –y ahí estaban. Aquellas dolorosas palabras que no había querido creer, hacían su aparición.
-          Ya lo sabía –me limité a responder –Tú misma lo dijiste.
-          ¿Y sabes lo que eso significa? –el mar de lágrimas se había secado del triste rostro de Julia, y amenazaba ahora con embargar mis ojos.
-          Que no te irás…
-          Debo hacerlo –me interrumpió.
-          En todo caso, iremos.

En aquel momento, por el rostro de Julia desfilaron gran cantidad de emociones distintas: sorpresa, incredulidad, seriedad, comprensión, miedo, sospecha, y finalmente, resignación. Sabía que ella no quería que la acompañase, pero ¿cómo explicarle que no podría respirar si ella se iba? ¿Cómo seguir respirando sin aire? ¿Cómo seguir caminando sin razón ni destino? Mi aire, mi razón y mi destino se encontraba suspendida a 30 centímetros de mí.

Estreché entre mis brazos a mi diminuta muñequita de porcelana de nuevo, deseando que con ese simple gesto, sus dudas y miedos se vieran disipados. Aquel abrazo gritaba un mudo “Estoy aquí, hoy y siempre” Mis manos recorrieron veloces las castañas y suaves ondas de su cabello. Sentir aquel pequeño corazón latiendo junto a mí, percibir sus pausadas y profundas respiraciones contra mi pecho era como tocar el Paraíso. Deseé entonces poseer un remedio para sus males. Deseé borrar el dolor de su vida para siempre.

Lentamente, la tensión en el frágil cuerpecito de Julia desapareció, y sus bracitos me rodearon con fuerza, convirtiéndome en el único prisionero que no deseaba ser libre.

En aquel momento, la obstinación y el humor testarudo de Julia me pasaron por la mente, y, literalmente, un foco se encendió en mi mente. Si planeaba irme, debía ser ya. Antes de que Julia se negara. O peor… antes de que huyera, como era propensa a hacer.

Me separé de ella, con el corazón latiendo mil veces cada segundo, sintiendo que en cualquier momento, mi cabeza estallaría. La euforia que sentía se apoderó de mi libre albedrío y besé a Julia en los labios. La tomé de la mano y casi la arrastré hacia el interior de la casa.
La obligué a permanecer sentada en el sillón, mientras mis dedos flotaban sobre los números del teléfono. No tuve que pensar a quién llamaría. Rebbie. Sólo ella podría mantener a Julia ocupada 2 horas, tiempo suficiente para comprar un par de boletos de avión y arrojar nuestras pertenencias al fondo de una valija.

<<Rebbie…>> pensaba mientras retorcía el cable del teléfono hasta casi romperlo <<Contesta. ¡Contesta, demonios!>>

Fue fácil. Rebbie colgó el teléfono con la promesa de ir inmediatamente a Hayvenhurst. Al girar sobre mis talones, Julia, acurrucada en el sofá, miraba por la ventana, llenándose la vista con los pavo reales que recorrían el patio a sus anchas. Una punzada de culpa me golpeó. Quizá era egoísta. Después de todo, quizá no lo hacía más que por mí. Pero... ¿Cómo vivir 365 días sin ella, si después de 5 minutos, ya sentía la necesidad de verla de nuevo? ¿Cómo seguir viviendo sin vivir?

En medio de mil preguntas existenciales, Rebbie llegó causando alboroto. Aproveché un breve momento entre ellas para escabullirme hacia las habitaciones. Sin detenerme a pensarlo, arrojé mi armario completo dentro de una valija. La ropa de Julia podía quedarse, al fin y al cabo, iríamos a su casa.

Después de una pequeña discusión, logré enviar al chofer en busca de dos boletos para el siguiente vuelo a México. Respirando aliviado, bajé a trote lento las escaleras. Apenas noté la despreciativa mirada que Joseph me dirigía y el infantil entusiasmo de Randy al verme. En aquellos momentos, sólo tenía una cosa en la mente: un par de brillantes ojos marrones y una sonrisa deslumbrante.

-          Se van, ¿no es así? –la maternal voz de Katherine cortó mis ensoñaciones de golpe –Escuché tu escándalo al empacar desde mi habitación.
-          Yo… En realidad…
-          Michael… -Katherine se cruzó de brazos, expectante.
-          Sí.

Katherine me miró como sólo una madre sabe hacerlo, con una mezcla de reprobación y resignación, y alegría y ternura.

-          La amas, ¿cierto? -¿Cómo responder a aquello cuando “amor” se había convertido en una palabra insuficiente?
-          Sí –me limité a decir.
-          Entonces, ¿qué haces aquí? Deberías estar con ella, tomando un avión en este preciso instante. ¡Deja de mirarme así, y ve! ¡Ya!

Sin darme cuenta de lo que hacía, en menos de un segundo, estrechaba a Katherine entre mis brazos, murmurando cientos de palabras de agradecimiento casi ininteligibles.

Corrí, con la valija en la mano, cruzando la casa, hasta encontrar a Julia sentada frente al piano, y a Rebbie entonando una cancioncilla a su lado. Solté bruscamente la valija, interrumpí la alegre canción de Julia y la tomé del brazo.

-          Nos vamos. Ya.




“Mientras, dubitativa, tomaba la mano de Michael, mil imágenes llenaron mi mente. Mi padre, él, yo, Joseph ardiendo de ira…  
Miedo, dudas, sospechas, la lista era interminable…

Una mirada de Michael, una sonrisa, y todo aquello se desvaneció. Supe que, pasara lo que pasare, Michael estaría ahí. Su sonrisa volvió a murmurar un silencioso “Todo estará bien” y, nuevamente, quise creer que así sería. Crucé los dedos antes de arrojarme con los ojos cerrados al vacío, teniendo la fría certeza de que, después de aquello, quizá Michael ya no estaría ahí para limpiar mis lágrimas.

Quizá, el viaje que estaba por emprender no serviría más que para demostrarme que en realidad estaba sola. O, quizá, mientras tomaba la cálida mano de Michael, no pensaba más que en mí. Porque, junto a mí, él se lanzaba al vacío también. Quizá, en realidad todo saldría bien…

Quizá…













Chicas:

Después de inimaginables esfuerzos, he aquí el capítulo 28.

Este tipo de capítulos siempre me ponen nerviosa. Intentar expresar los pensamientos de otra persona, plasmados acorde a su personalidad no es tarea fácil. No espero meterme en la mente de Michael al plasmar este capítulo. El fin es meramente literario.

Después de MUCHO tiempo, he aquí un capítulo narrado por Michael.

Espero les guste. Y espero poder leer sus reconfortantes comentarios, que siempre aclaran el camino y alegran mis días.

Un rápido agradecimiento a todas y cada una de las lectoras. Gracias por leer. Gracias por comentar.
Un agradecimiento especial a Katii...(¡Dios! ¡Sigo traumada!... Tu sabes a lo que me refiero xD)  Es todo un placer poder platicar contigo.

Dicho todo lo que tenía que decir, me despido. Una vez más, GRACIAS a todas, y mil besos a cada una.